Una amiga me confesó un día: “Son tan difíciles las despedidas…”. Y tenía mucha razón, si bien conviene matizar los diversos tipos de despedidas realmente existentes.
La peor es sin duda la de la muerte, de la que no hay regreso, aunque siempre quede la posibilidad, tal vez efímera, de la permanencia a través de los recuerdos. Luego de reconocer ese viaje sin retorno, surgen muchas veces las dificultades de los afines, seguidores o incluso amantes, al tratar de resumir en una carta, un artículo o un comentario qué significó para ellos el muerto, con una condición inevitable: no hablar mal del finado. Tal vez darle algún pellizco de monja, sí, pero sin pasarse.
Viene todo esto a cuento por el reciente fallecimiento de don Rafael Sánchez Ferlosio, ese pequeño dios reconvertido en escritor que un día le dio una solemne patada a la vida literaria española al tiempo que salía huyendo de lo que ha dado en llamarse “la petulancia intelectual”. Y es que Ferlosio transitó por esta vida con la certeza y a la vez el descreimiento de quien asumía la realidad, por desconcertante y jodida que fuese. Y vaya si lo era. También asumirla sin condiciones previas para luego desentrañarla como un ejercicio intelectual pero también físico, pues frente al pensamiento surgía siempre la inevitabilidad de los sentimientos y las sensaciones.
Puertas afuera era un resumen de la España atribulada que iba del fascismo paterno a la rebelión de un hermano comunista, o al desgarro de una hija muerta a causa del SIDA a los 29 años, a la que adoraba. Por el medio quedaron los libros, los artículos, y también ensayos que hoy muchos nombran pero que pocos han leído y menos aún recuerdan. Y puertas adentro su propia condescendencia cuando dijo de sí mismo: “Ferlosio ladra, pero no muerde”.
En ese aquelarre de última hora, tan propio de la necrofilia que a a veces nos invade, incluso a veces en forma de coro nacido de los ditirambos griegos, algunos de los que hoy tras el óbito le alaban sin mesura le llamaron en vida casi de todo: “iracundo” (como si la ira no estuviese justificada ante la estupidez), “anarquista” (cuando en realidad él tenía un método muy claro y definido, alejado de toda dispersión presuntamente ácrata: preguntar y preguntarse), y hasta “deslenguado” (simplemente porque un día dijo que la patria le cargaba y que era sin duda el más venenoso de los conceptos).
En vez de tanta verborrea plúmbea mejor homenajeaban a Ferlosio adentrándose sin mesura en alguno de sus libros, un suponer el titulado Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.
Por si puede quedarles algo.
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