Inicio > Series y películas > Fundido en papel > Raíces muy profundas
Raíces muy profundas

“El método que te estoy enseñando es tan bueno como cualquier otro y mejor que la mayoría”, le explica Shane a Joey tras mostrarle su forma de disparar. Esta sería una traducción libre de lo que le dice el héroe, y pistolero, enigmático al muchacho deslumbrado tras la demostración de tiro en la parte de atrás de la casa del rancho. Es el oeste americano a finales del siglo XIX. Es la lucha sin cuartel entre ganaderos “open range” y granjeros en el Wyoming de 1889. Es Shane. Es Raíces profundas.

La novela de Jack Schaefer fue publicada inicialmente en tres partes en el magazine Argosy bajo el título Rider from Nowhere en 1946. Ya como Shane fue lanzada en 1949, siendo, hasta la fecha, traducida a más de treinta idiomas. Nada mal, o más bien del todo envidiable, para ser su primera novela. Posteriormente escribió unos cuantos westerns más, así como diversas colecciones de relatos, hasta que un infarto pudo con él en Santa Fe en 1991. Curiosamente, Jack Schaefer no había visitado nunca el oeste americano cuando escribió esta novela, sin embargo, logró captar a la perfección el mito del pistolero de oscuro pasado que aparece en el momento más oportuno para ayudar al débil y, ya de paso, tratar, infructuosamente, de redimirse. Esto, por cierto, no deja de recordar a aquella frase de El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance), una de las muchas obras maestras de John Ford producida en 1962, cuando el dueño del periódico local dice aquello de: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en un hecho, se escribe la leyenda”.

Pero si la influencia de esta novela en la literatura del oeste fue fundamental, aun así, no es nada en comparación con lo que supuso la película para el séptimo arte. La transposición cinematográfica llegó a las salas comerciales en 1953 de la mano de George Stevens, director y coproductor de la misma. Siendo su título Shane, el nombre de su personaje principal, el pistolero justiciero que aparece y desaparece sin previo aviso, lacónico y de mirada triste, en España fue distribuida como “Raíces profundas”. En este sentido, al igual que no soy partidario de los doblajes, tampoco lo soy de las traducciones de títulos, porque entiendo que desvirtúan sobremanera el original, y en esta ocasión me sucede lo propio. Me gusta mucho más el primero, evocando directamente el personaje alrededor del cual gira toda la obra, centrándose en el mito, en la leyenda.

"Raíces profundas va mucho más allá de una historia de vaqueros en el marco de la grandeza crepuscular de llanuras, valles y montañas del oeste americano."

Montgomery Clift fue la primera opción barajada por George Stevens para interpretar a Shane, pero su indisponibilidad hizo que éste solicitase a la Paramount una lista de actores disponibles. No tardó ni cinco minutos en seleccionar a Alan Ladd, quien firmó, sin duda, una de sus mejores interpretaciones. Brandon de Wilde hizo de Joey —Bob en la novela—, el muchacho que narra la historia y que se siente fascinado por el recién llegado, al cual admira como ahora se haría con el Capitán América o Spiderman. Los padres de este, el matrimonio Starret, son protagonizados por Van Heflin y Jean Arthur, esta última genial transmitiendo sus sentimientos velados hacia el pistolero. Del lado de los malos, fundamental tanto para equilibrar la balanza como para resaltar las virtudes de los buenos, tendríamos a Emile Meyer como Rufus Ryker, el cacique del pueblo y, en probablemente la que fuera la actuación más estelar de su carrera, a Jack Palance, con su rostro mostrando su pasado como boxeador y su paso por la segunda guerra mundial —el avión bombardero en el que servía explotó y se incendió, teniendo que ser sometido a varias operaciones de reconstrucción facial— dando vida al otro pistolero de la historia, el que, con aspecto de duro, porta dos pistolas en la cartuchera y viste de negro, de nombre Jack Wilson, contratado por Ryker para deshacerse de los granjeros.

Raíces profundas va mucho más allá de una historia de vaqueros en el marco de la grandeza crepuscular de llanuras, valles y montañas del oeste americano. Contiene y muestra toda la amargura, crudeza y pasión existente entre las disputas de granjeros y ganaderos de la vieja escuela para los que las vallas y alambres de espino puestas por aquellos no eran mejores que las puertas del mismísimo infierno, así como el espíritu salvaje que todavía guiaba a los pistoleros, una suerte de asesinos bajo el código de la frontera.

"Como icónica que es, Raíces profundas ha influido decisivamente en obras posteriores. Una de las más conocidas sería El jinete pálido (Pale rider), western con ciertos toques sobrenaturales que podría pasar perfectamente por una nueva versión de Shane."

Nominada en la gala de los Oscar de ese año en seis categorías, incluyendo mejor película, director y guion, al final tuvo que conformarse con un galardón técnico, el de la mejor fotografía en color. Como pliego de descargo no sería justo dejar de mencionar que ese año hubo de competir con títulos como De aquí a la eternidad, la que a la postre hubo de ser la principal triunfadora de la noche, Julio César, Mogambo, Vacaciones en Roma o Stalag 17. Ya de paso, y sin pretender ser demasiado malicioso, un ejercicio curioso sería comparar estas películas con las competidoras, ganadoras incluidas, de algunos de los últimos años.


Como icónica que es, Raíces profundas ha influido decisivamente en obras posteriores. Una de las más conocidas sería El jinete pálido (Pale rider), western con ciertos toques sobrenaturales que podría pasar perfectamente por una nueva versión de Shane, producida, dirigida y protagonizada por Clint Eastwood en 1985. Pero no solamente el género del oeste está en deuda con esta obra. Sin ir más lejos, las conexiones entre una de las últimas epopeyas de Marvel, Logan, dirigida por James Mangold ya en 2017 y Raíces profundas, son múltiples, incluyendo la reproducción, palabra a palabra, verbatim como dicen por ahí, de algunas de sus frases más célebres, como, por ejemplo, podría ser: “Un hombre tiene que ser lo que es, Joey. No se puede romper el molde. Lo he intentado y no ha funcionado para mí. No hay forma de vivir con un asesinato. Para bien o para mal, es una marca, una marca imborrable. Ahora corre a casa y di a tu madre que todo está bien, que ya no hay más pistolas en el valle”.

“¡Shane, Shane! ¡Vuelve!… Adiós, Shane”, dijo Joey.

4.5/5 (4 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

3 Comentarios
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Gonzalo Casanova
Gonzalo Casanova
2 meses hace

“RAÍCES PROFUNDAS”: LA FRONTERA Y EL MITO DEL HÉROE

I.
Escribir sobre “Raíces Profundas” no es en principio una tarea que vaya a otorgar muchas recompensas a quien lo hace, puesto que se trata de una película muy conocida ( se repone con frecuencia en las televisiones), y muy comentada: un clásico, una película mítica. Es este último un término algo manido, sobre todo si aludimos al séptimo arte; con todo es bastante apropiado aquí, en especial si prestamos atención a lo que “es” el personaje interpretado por Alan Ladd.
La historia es bastante sencilla. Un jinete desciende lentamente hacia un bellísimo valle rodeado de enormes montañas nevadas; inmediatamente encuentra a una familia de humildes granjeros, los Starrett, y que hay un conflicto permanente entre los que cultivan y el poderoso ranchero de la comarca (¡cuántas veces hemos visto esto como tema de una película del Oeste!). El forastero, Shane, es un hombre algo misterioso y a quien se le suponen especiales habilidades con el revólver; decide trabajar y ayudar en todos los sentidos a los Starrett, lo cual le hace implicarse irremisiblemente en el problema. Al final resuelve éste de manera expeditiva y final: mata a los “malvados” y sale otra vez del valle dejándolo pacificado y feliz.
No tenemos aquí nada muy original, pero la (aparente) simplicidad no debe engañarnos; hay más densidad en los contenidos de lo que hallamos a primera vista, y desde luego la “forma” es todo menos elemental. Como es bastante habitual en las grandes obras la manera en que se cuenta es la baza definitiva de “Raíces Profundas” (“Shane”, 1.953). Ésta fue una de las películas más vistas de toda la década, y a la vez fue muy aplaudida e incluso mimada por la crítica; ¿éxito a la vez de crítica y público? Todo un lujo que no es fácil de lograr, y que demanda una explicación.
Las películas del Oeste no están muy bien consideradas por los que exigen del cine que sea de verdad arte; cuando “Bailando con Lobos” ganó el Oscar a la mejor producción del año 1.990, era la primera vez que una obra de este género lo hacía desde 1.931 con “Cimarrón”. Por otro lado este tipo de cine era muy popular antes y después de la guerra entre el público; sólo que en muchísimas ocasiones se trataba ante todo de películas de serie B, con montones de cabalgadas, indios aullando, grandes partidas de ganado, tiros a mansalva … y poca caracterización y hondura en los guiones. Las muertes se multiplican de una manera casi ofensiva, por la ligereza con que se describen, y los personajes parecen obsesionados con las armas (los “seis tiros” como los llamaban por entonces), al igual que los espectadores, ávidos de oír el ruido que hacían. Se ha descrito estas obras como lisa y llanamente infantiles.
Había excepciones evidentemente, pero “Raíces profundas” es incluso una rareza entre las excepciones. Para muchos especialistas es la mejor película del Oeste jamás hecha, en competencia con “Centauros del Desierto” (“The Searchers”, 1.957) de John Ford; un tercer contendiente para este, a pesar de todo, honroso título sería “Solo ante el Peligro” (“High Noon”, 1.952) de Fred Zinnemann. Clint Eastwood dijo en cierta ocasión que las dos máximas aportaciones de los Estados Unidos a la cultura universal han sido el jazz (al que él es un gran aficionado) y las películas del Oeste; por mucho que se puedan denostar éstas últimas al evaluarlas, y muchas son ciertamente bastante hueras, contienen un poso de significación para todo el mundo.
En “Raíces Profundas” no hay demasiadas armas, ni demasiadas peleas, ni demasiadas muertes. Los personajes se disparan seis o siete veces y mueren cuatro personas; cada vez que suena un tiro algo verdaderamente grave ocurre. Y es que George Stevens está lejísimos de trivializar la muerte, aquí o en cualquier otra parte de su filmografía. Billy el Niño se jactaba de haber matado tantos hombres como años tenía, sin contar indios y mejicanos; pues bien en el valle de “Raíces Profundas” todos son de origen norteuropeo, como se aprecia tanto por su aspecto como por sus nombres; así que aquí cada muerto entra plenamente en la contabilidad y es sentido dolorosamente.
En un determinado momento el niño de la familia, Joey Starrett (el hilo conductor del relato) le insiste a Shane que le enseñe a disparar; éste accede a regañadientes y después de algunas instrucciones le hace una demostración tirando sobre una piedra. En un par de segundos vacía el “seis tiros” y la piedra sale casi volando; el ruido de los disparos retumba por todo el valle y parece que se ha disparado un cañón. La escena está montada de una manera “irreal”: no puede ocurrir tan deprisa, generarse ese estruendo; tenemos una impresión de artificialidad. ¡Evidentemente!; esto es un obra de arte (artificio), y éste no tiene que ser un “copia” (mímesis) de la realidad externa.
El arma es presentada como algo tremendamente peligroso, ante la mirada pasmada pero llena de admiración de Joey: “¡qué es lo que acabo de ver!” parece decirnos su expresión casi reverencial. Estos ojos nos acompañarán durante casi toda la narración, y son uno de sus más grandes aciertos. Cuando la señora Marion Starrett oye el ruido se encara con Shane y le recrimina. Y aquí viene una de las varias frases de la película que pueden resultar hasta cursis, si no fuera por la honestidad con que se dicen, y la de todo el conjunto en general:
“Sra. Starrett, un arma es sólo una herramienta; ni mejor ni peor que el hombre que la usa”. Como todos sabemos los utensilios son acompañantes perennes del ser humano; más aún, los paleontólogos determinan únicamente por su presencia, la de un auténtico ser humano; la mano es la expresión directa del cerebro y la complejidad de éste se mide por la del artefacto que utiliza. Y Shane es realmente extraordinario en el manejo de uno de tales artefactos, sólo que no es un arado, ni una sierra, ni un martillo de herrero; percibimos claramente que no se siente orgulloso de tal habilidad, y que lo lleva como una carga. Aquí encontramos un resto de culpa, un sentimiento que tan bien trató George Stevens en “Un Lugar en el Sol”.
Aunque puede ser injusto fragmentar un obra tan compacta como “Raíces Profundas” vamos a hacerlo para reseñar grandes temas que la definen y le dan su valor de pieza maestra.
*La admiración de Joey por Shane es grandísima desde el primer momento, hasta el punto de que le confiesa a su madre que le quiere casi tanto como al señor Starrett. Ya en el arranque de la película tenemos un ejemplo de muy buen oficio en las miradas que se cruzan Shane (el “forastero”) y Joey; en éste palpamos primero extrañeza casi unida al temor, luego simple curiosidad infantil; y por fin casi afecto por aquél a quien acaba de ver por primera vez.
Es muy patente que este sentimiento tiene su imagen especular en la propia señora Starrett. Brandon de Wilde (Joey) es un niño de ojos grandísimos, que son capaces de estar sorprendentemente abiertos, y sobre todo fijos en los hechos que contempla; y que son fundamentalmente las dos peleas en el bar, una a puñetazos y la otra el tiroteo final.
Él es el bardo de esta gesta, porque la película cuenta un mito heroico, ni más menos. Sorprende un poco por qué Joey siente ese profundo afecto por Shane, siendo así que varias personas dudan de sus intenciones; al fin y al cabo es un forastero del que no se tienen referencias. Una vez más el niño ha visto y entendido más que los adultos, porque Shane es intachable; es un héroe, dándole a la palabra un sentido plenamente medieval e incluso artúrico; es Sir Galahad redivivo en Wyoming.
*El respeto mutuo entre Joe Starrett y Shane; curiosamente no se percibe rivalidad entre los dos hombres, aunque uno de ellos podría robarle al otro su familia entera. El señor Starrett acoge hospitalariamente a Shane, y le otorga toda su confianza; no duda de él, ni tampoco de su mujer; es un “buen hombre”, pero no tiene los rasgos de un personaje mítico. Hacia el final de la película el pérfido ranchero Rufus Ryker cita a Joe en el bar para “discutir”, aunque Marion Starrett (con razón) sospecha que es una trampa mortal; desesperada ante los oídos sordos de su marido, le pide a Shane que la ayude a convencerle de que no acuda. Y Shane replica: “Yo no soy quien para decirle a Joe lo que tiene que hacer”, y abandona la habitación. Simple, claro y rotundo; no hay más que añadir; sin embargo no mucho después el protagonista si intervendrá, para impedir a Joe salir de la casa. La causa es que un vaquero de Ryker le ha revelado los planes traicioneros de su patrón. A partir de aquí comienza verdaderamente la épica en su magnitud más amplia; es la epifanía del héroe, que va a salvar a todos a costa de añadir más culpa a su carga.
*La atracción entre la Sra. Starrett y el héroe; nunca manifestada en palabras, nunca expresada palpablemente por la cámara; pero está ahí latente, marcando fuertemente una parte esencial de los acontecimientos. Curiosamente esa atracción parece más fuerte en ella que en él; cuando se despiden porque él va a enfrentarse a Ryker y después desaparecer para que la salvación de todos sea completa, ella le pregunta expectante: “¿Hace todo esto por mí?”. – “Por usted, por Joe, por el pequeño Joey”. Es la única respuesta que podría dar un caballero artúrico, un Perceval; de modo que no hay nada impropio en la conducta de ambos.
Cuando Clint Eastwood dirigió una nueva versión de “Raíces Profundas” en “El Jinete Pálido” el protagonista sí se acuesta con la Sra. Starrett, que no es señora, porque no está casada con el Sr. Starrett, sino que vive con él; y Joey ha sido transformado en una atractiva jovencita llena de ardores eróticos hacia el personaje interpretado por el propio Eastwood. Son otros tiempos desde luego, porque ya no había censura; en cualquier caso unas situaciones completamente alejadas de la estricta moralidad (cristiana) de George Stevens. En otro apartado hay que lamentar la circunstancia de que “El Jinete Pálido” se halle a bastante leguas artísticas de su modelo original, sobre todo en el montaje, incluyendo las escenas de acción.
El aliento poético y artístico de nuestra obra también ha marcado la atmósfera emocional de una las películas en lengua castellana más memorables de los últimos años, “Un Lugar en el Mundo” de Adolfo Aristaráin; obra templada a partir de una sinceridad rocosa, tiene en los apartados de guión (del propio Aristaráin) e interpretación los hitos más laudables. El forastero (José Sacristán) viene ciertamente de un lugar lejano, España, y tampoco tiene unas credenciales muy limpias, puesto que trabaja para una de esas multinacionales que se guían sólo por la maximización del beneficio. A donde llega es una remota región de Argentina, donde firma sólida amistad con un matrimonio de izquierdistas, refugiados en mucha manera dentro de su propia nación (Federico Luppi y Cecilia Roth); también el hijo (ya adolescente) de éstos tendrá gran relevancia en la narración, hasta el punto de que él (como Joey) es quien la cuenta. Asimismo hay una muy apreciable atracción pasional entre el foráneo y la esposa, hasta el extremo de que el propio Luppi la “aprecia”, con gran equilibrio y comprensión; lo cual se explica por la honda amistad, afecto fraternal casi, entre los dos hombres …, en realidad entre los tres adultos. Película de vigorosos primeros planos, y contundentes diálogos, está envuelta en un vaho de invendible moralidad individual y política que habría sido , no tenemos dudas, muy del agrado de George Stevens. La intensa atracción entre Sacristán y Roth se traslada a la pantalla por medio de miradas reveladoras cargadas de sentimiento; y no hay más, ello es suficiente para el relato. “Raíces Profundas” emplea el mismo troquel, y todo espectador se apercibe de las corrientes atractivas entre Shane y Marion Starrett.
Y hablando de nuevas versiones es casi obligado mencionar “Único testigo” (1.985), del australiano Peter Weir; es éste un autor siempre interesante, que aborda temáticas delicadas, incluso ásperas, pero nunca superficiales. En su película, que tiene tantos puntos de tangencia con “Raíces Profundas” como para considerarse una revisitación, el valle casi idílico se ha transformado en un poblado Amish. Después de que el Oeste haya sido domesticado y roturado no parece posible hallar una comunidad demasiado “inocente”, por lo cual Weir nos sitúa en una que ha renunciado muy voluntariamente al mundo industrializado; quizás el pueblo salvado por Shane esté ahora lleno de bares de copas, hamburgueserías, y tiendas de alquiler de video. ¿Es esto lo que ha producido la generación del pequeño Joey y sus descendientes?
La propuesta de la película es inteligente, y de las que nos impulsa a reflexionar. Shane es ahora un policía de la gran ciudad, acostumbrado a ambientes sórdidos y a emplear métodos expeditivos de corrección del delito; este individuo, que no es un hombre de armas a sueldo, lleva consigo un estilo de comportamiento tal que es capaz de “corromper” a la apacible población Amish. Hay también un niño capital para la historia, sólo que aquí su madre es viuda; entre ella y Ford surgirán los esperados chispazos amorosos. Asimismo hay, como es de rigor, unos malvados, ¡que también son policías!, cuya irrupción traerá directamente la violencia a la localidad Amish, y a los cuales eliminará nuestro moderno pistolero, que ahora lleva placa. Ford saldrá también del pueblo para retornar a su selva de asfalto, a pesar de que no hay un Joe Starrett que sea obstáculo para que él mismo se incorpore a una familia, para ser su cabeza y soporte. El protagonista posterga el mundo arcádico en favor de la enfebrecida, moralmente poco edificante, metrópolis, que sin embargo está llena de oportunidades; en cualquier caso Weir siempre pinta ese estilo de vida prístina de los Amish con los mejores colores de la paleta. Una actualización muy válida de los temas de trazas míticas, y por ello persistentes, de “Raíces Profundas”, que nos recuerda de qué tipo de contenidos se trata.
En estas dos obras encontramos dos escenas con motivos de baile que podemos colocar fácilmente en un montaje en paralelo, con fines muy elucidatorios para ambas. En la más antigua Shane y Marion Starrett bailan tocándose sólo los extremos de las manos, a decorosa distancia corporal y con movimientos muy moderados: lo están haciendo junto a otras varias parejas, y enfrente de toda la comunidad de granjeros, nada menos que la festividad del cuatro de julio.
En la película más reciente Ford y McGillis bailan entrelazándose repetidamente en un establo apenas iluminado, siguiendo una música pop si no sensual si sugerente, y con unas actitudes físicas premonitorias de la sexualidad que tendrá lugar más adelante. Este momento de la película, con la muy romántica canción “What a Wonderful World”, quizás sea lo mejor de toda ella; lo cual no puede ni mucho menos afirmarse de la parte paralela en “Raíces Profundas”.
Shane y la Sra. Starrett realizan una danza en la que casi domina la timidez, aunque sea en ese momento cuando Joe percibe sin posible confusión (y Stevens nos lo presenta muy bien con la cámara) la evidente atracción entre ellos. Puede que esto fuera todo lo lejos que le permitía llegar la censura a nuestro director; o puede que éste no quisiera ir más allá según su código ético, y artístico.
Entre Ford y McGillis hay más que miradas intensas y furtivas, hay abierta sensualidad; si, por otro lado, recordamos que los menonitas tienen, al igual que los puritanos, prohibido el baile, su acción es casi transgresora. Ladd y Jean Arthur son verdaderamente austeros, en sus pasos de baile y en sus acciones; hay contención, control de las afecciones. Éstos eran los rasgos definidores del espíritu de los puritanos de Nueva Inglaterra, enemigos absolutos de actividades lúdicas; Weir ha escogido una comunidad religiosa diferente, pero que entronca bastante con los postulados básicos de aquellos iniciadores de lo que hoy son los Estados Unidos. Es evidente que los granjeros a los que socorre Shane son los continuadores de ese proceso de creación de una nueva nación, con su expansión imparable hacia el Oeste.

II.
*Y por supuesto, Shane; él es con todas las letras y las consecuencias el héroe. En primer lugar porque él es el mejor con el revólver (y no destripando terrones); es un individuo extraordinario, poseedor de verdadera “excelencia” (areté). Ella le hace un individuo fuera de lo común, perteneciente a un reducido grupo (aristós), escogido por ¿el Destino? ¿o un hado siniestro?. De todo ello surge la admiración de Joey que lo intuyó desde el principio, cuando los ojos de otros estaban ofuscados.Pero aparte de su destreza con la armas Shane es de una honestidad bien aquilatada, inamovible; ahí está su virtud (areté) realmente, en su decencia. Como parecen haber descubierto en la actualidad las series de televisión, el héroe verdadero no es Superman con sus botas y su capa, sino Clark Kent, con su ilimitada honestidad.
Y en este punto hay que decir algo sobre Alan Ladd; fue éste un actor de aspecto aniñado casi hasta su madurez; de niño angelical que no ha roto nunca un plato, y tampoco lo hará de adulto.
Ladd era muy rubio y de ojos muy azules, el aspecto anglosajón que encajaba bien con la imagen del colonizador europeo del Oeste americano; de rasgos muy regulares y clásicos, daba una imagen absoluta de buena persona que con toda seguridad es lo que requirió George Stevens para el protagonista. Del mismo modo que la figura delgada y chupada de cara de Jack Palance transmitía inmediatamente maldad; la palabra “siniestro” parece haberse acuñado para el físico de este actor, que efectivamente sufrió quemaduras en su rostro durante la guerra, de modo que aquél parecía cráneo recubierto someramente de piel.
Por lo tanto Alan Ladd tiene la apariencia de un hombre sereno y decente, más que “interpretar” ese papel. Ladd es descrito en alguna enciclopedia de cine como un individuo sin expresividad facial, aparte desde luego de una contagiosa sonrisa, que tenía mucho éxito con el sexo femenino; es según muchas voces el actor mas incapaz que pisó alguna vez Hollywood (sin mucha competencia, quizás Robert Taylor y Tyrone Power). Por nuestro lado opinamos que el premio es indiscutiblemente suyo: fue el peor de todos. Y a pesar de ello aquí lo tenemos como protagonista absoluto de una obra de arte.!!!
Casi al principio de la película Shane ha ido a realizar algunas compras al local de Grafton y es objeto de las burlas humillantes de uno de los vaqueros de los hermanos Ryker. Este matón (interpretado por Ben Johnson, secundario de oro) llega a arrojarle a la camisa un vaso de whiskey sin que Shane reacione, en lo que supone un ataque máximo a su hombría; es evidente para el espectador (aunque no para los parroquianos del salón) que nuestro protagonista no quiere inmiscuirse en más conflictos y empezar a matar otra vez. Pero en esta escena Ladd es incapaz de mostrar o bien miedo, que Shane ciertamente no tiene, o bien rabia represada ante un idiota con el que podría acabar contundentemente (como hará ciertamente más tarde). El rostro de Ladd es una “tabula rasa”, vacío completamente de expresión de emociones; y sin embargo tampoco esta deficiencia actoral chirría, porque hemos intuido desde el principio al igual que Joey (o dicho más correctamente, “a través” de este niño, que es el Narrador) las trazas casi extra-humanas de Shane. Éste quiere escapar de un pasado claramente de pistolero, pero cuanto más lejos viaja, más se encuentra otra vez con la necesidad de usar su revólver; la historia tiene bastante de tragedia, lo que no casa con el género del Oeste. Edipo es abandonado a gran distancia de su casa para que no cometa el delito terrible que ha sido vaticinado; pero ese alejamiento causará precisamente (“fatalmente”) que cometa el pecado de desmesura y mate a su padre: el Destino lo ha atrapado como predijo el Oráculo. Asimismo Shane está poseído por un Hado ineluctable.
Cuando Howard Hawks vio la aclamada “Solo ante el Peligro” quedó escandalizado por la descripción de un sheriff, i.e. todo un profesional de las armas y de los conflictos, pidiendo ayuda de manera casi lacrimógena a los ciudadanos corrientes para que le resuelven la pelea que se avecina con cuatro indeseables. Su respuesta fue “Río Bravo”; aquí otro sheriff (John Wayne, interpretando … ¿adivinan? a John Wayne) tiene enfrente a más de treinta pistoleros del ranchero local (¿será que criar ganado incita a comportamientos malvados?). A pesar de que hay personas honradas que le ofrecen su apoyo, el sheriff lo rechaza porque considera que contar con aficionados sólo resultaría en que los arteros profesionales del terrateniente “tendrían más blancos sobre los que disparar”.
Situadas así las circunstancias el héroe cuenta aquí con los siguientes ayudantes: un viejo tullido y gruñón (Walter Brennan), un borracho incorregible de manos continuamente temblorosas (Dean Martin), un jovencito que toca la guitarra y casi no se afeita (Ricky Nelson); ¡ah!, y una mujer de piernas dignas de la Grecia clásica que tira macetas por la ventana para distraer a los malos (Angie Dickinson). Al final los buenos ganan sin recibir una sola herida, haciendo chistes mientras silban las balas, explotan los cartuchos de dinamita, y los vaqueros del ranchero caen muertos a pares. ¿Han visto Vds. a John Wayne perder alguna vez una pelea? Ante estos despropósitos argumentales el espectador tiene dos opciones; o sale de la sala de proyección para comprarse un helado, o se coloca otras “gafas” para contemplar aquello: las de la comedia. Porque ésta, y prácticamente todas las películas de Howard Hawks, traten de vaqueros, de detectives cínicos, de aviadores, de corredores automovilísiticos, gangsters, militares condecorados, cazadores en Tanganika, faraones etc., … son comedias. Si la audiencia se ubica mentalmente en esa circunstancia les podemos garantizar el disfrute de “Río Bravo”, y aún más el de “Eldorado”, cuyo guión es casi igual.
No, “Raíces Profundas” no tiene ni una mota de comedia, y bastante de tragedia; y nos transmite unos eventos, y un personaje central, difíciles de creer, sobre todo por la forma cinematográfica en que los presenta el director. No olvidemos que el mito es el ámbito de lo que nunca ocurrió (por primera vez), y al mismo tiempo de lo que se repite (¿en nuestro Inconsciente colectivo?) cíclicamente en un retorno eterno. Como consecuencia de ello la consanguinidad de Shane en la literatura la encontramos p.e. en la novela de Joseph Conrad “Lord Jim” con su personaje atormentado; Jim no huye de un pasado de muertes violentas, sino de su cobardía como oficial de la marina y caballero al abandonar el buque “Patna” cuando éste amenzaba naufragio. Convertido en simple bracero y mozo de cuerda de los puertos del Lejano Oriente encuentra su regeneración en la remota aldea de Patusan, con una serie de acciones heroicas frente al señor de la guerra local; pero también allí llegará su némesis. Y es que el Fatum no le ha olvidado, y ha terminado por agarrarle; “Patna”, “Patusan” suenan casi igual, dice el propio protagonista.
Peter O’Toole fue Jim en la película de Richard Brooks; un actor de gran fuerza expresiva, con un rostro en permanente tensión y muy adecuado para la tragedia. O’Toole tiene tal cara de sufrimiento durante todo el metraje, que el espectador se pregunta si no es excesiva tanta exteriorización de tortura interior; incluso en los momentos de relajación en la vida de Jim, que los hay, el personaje parece estar amargado y pronto a explotar. Alan Ladd es por sus alarmantes limitaciones interpretativas el polo opuesto a O’toole; con todo en ocasiones este último (aquí y en otras películas) nos parece más bien extra-limitado. George Stevens no quería un profesional así para “Raíces Profundas”, porque en caso contrario lo habría conseguido.
Las carencias interpretativas de Ladd no son una rémora para su personaje ; son más bien una carga positiva. Shane no manifiesta lujuria ante Marion Starrett; no manifiesta ambición de quedarse con las tierras de los Starrett (lo que conseguiría si permite a Joe acudir a su cita con Ryker); no manifiesta duda alguna sobre cuál es su deber ante el conflicto entre su paz como nuevo granjero y su capacidad para enfrentarse al pistolero Wilson (Jack Palance); no manifiesta miedo alguno cuando se enfrenta a éste y a los hermanos Ryker. Y si Ladd hubiera intentado manifestar (interpretar) todas estas emociones, posiblemente no lo habría conseguido en absoluto; pero un héroe arquetípico no es jamás así. Aquí hay un gran acierto en la elección del reparto, y el mérito está desde luego en George Stevens.
En otra película sobre héroes, “Solo ante el Peligro” el sheriff Will Kane muestra miedo (o cuando menos sobresalto) ante la noticia de la inminente llegada de su archienemigo Frank Miller en el tren del mediodía; hasta el extremo de que huye en su coche junto a su reciente esposa, aunque pronto reflexiona y retorna al pueblo: a fin de cuentas esto es una película sobre héroes. Le vemos suplicante ante toda una serie de antiguos “amigos”, a quienes les pide que formen con él un grupo armado para enfrentarse a los cuatro forajidos; nos hace patentes sus pasadas dudas entre la belleza dulce, delicada y muy “wasp” de su ya esposa Amy (Grace Kelly), y la de la racial, agresiva e (imaginamos todos) ardiente Helen Ramírez (Katy Jurado).¡UF! Y su rostro está traspasado por la angustia cuando camina por las calles bochornosamente desiertas del pueblo de pusilánimes que le ha dejado solo.
Nada de ello hay en Shane; y hemos de añadir que no imaginamos a Alan Ladd interpretando el papel del sheriff Kane; Gary Cooper no era Laurence Olivier o Marlon Brando, pero tenía muchísimo más registros que Ladd. Pero Shane no duda, ni se asusta, ni se cuestiona su misión; el “espectador imparcial” de Hume diría que esto no es posible; que Shane es “demasiado bueno para ser verdad”; que esto es “irreal”. Pues sí; esto no es real; Shane no es una persona normal, es un arquetipo junguiano, es un modelo de acción. No hay individuos como él, porque es un patrón de lo que todos (según George Stevens y sus normas de la ética) deberíamos ser.
En muchos sentidos Shane es producto de su tiempo, i.e. aquél en el que se rodó la película, no en el que transcurre la historia; es la América inocente todavía, antes de que se despertara dolorosamente con sucesos deleznables como el caso Watergate. La del “baby boom”, cuando después de la guerra las circunstancias económicas eran inmejorables, el progreso se daba por sentado y los matrimonios se animaron más que nunca a multiplicar la especie. A pesar de la Guerra Fría los EE.UU. se sentían imparables, y por ende un modelo de honestidad y diligencia. Shane es exactamente un resumen de esas virtudes, aunque en su caso es patente el alto precio que ha pagado por llegar a esa integridad de carácter. Su sacrificio ha sido necesario para que el pequeño de los Starret haya tenido una vida plena y sus directos descendientes vivan esa época privilegiada de la posguerra, parece querer decirnos Stevens.

III.
Ya va siendo hora de hablar detenidamente de George Stevens, la fuerza creativa detrás de “Raíces profundas”. ¿Cómo es su cine? Pues hace películas muy bonitas con actores muy guapos; y si no atiendan a estos nombres y rostros: Jean Arthur y Cary Grant en “El Asunto del Día” de 1.942; Elizabeth Taylor y Montgomery Clift en “Un Lugar en el Sol” (1.951); E. Taylor, Rock Hudson y James Dean en “Gigante” (1.956); otra vez Taylor y Warren Beatty en “El Único Juego en la Ciudad” (1.970). A los que habría que añadir Jean Arthur y el propio Ladd en “Raíces Profundas”. Es un cine comercial, taquillero y muy agradable visualmente, aunque se desarrolle en ambientes casi de pobreza, como la propia película que nos ocupa; la estética del “feísmo” está a muchas leguas de la sensibilidad artística de Stevens. Él mismo fue desde 1.938 productor de sus películas, con lo cual era el responsable del producto final y creador casi exclusivo de éste; podía por lo tanto aspirar al título de artista, y no solo artesano o técnico al servicio de un gran estudio.
Dos de los adjetivos que más encontraremos leyendo artículos o monografías sobre Stevens son “elegante” y “meticuloso”. El primero en vinculación, desde luego, con sus comedias; el segundo con toda su obra sin más. Se nos remitirá p.e. al dato de que estuvo más de un año trabajando en la sala de montaje para su película “Gigante”, cuando James Dean llevaba ya todo ese lapso muerto y el público ansiaba verle en su trabajo póstumo. Tal dispendio de tiempo no fue inhabitual en nuestro director, y la película que nos ocupa es también otro caso de tal intensa dedicación. Las crónicas nos revelan que rodaba una escena no varias, sino decenas de veces en ocasiones, hasta conseguir lo que quería. Esa pasión por el perfeccionismo, lo aseguramos, se palpa en el resultado final.
Su carrera llena de triunfos terminó bruscamente en 1.965 cuando rodó “La Historia más Grandes jamás contada”, que se pegó un enorme trompazo en la taquilla, y Stevens ya no se recuperó ni comercial ni artísticamente. Hay que admitir que resulta cuando menos chocante ver a John Wayne de centurión romano junto a la Cruz; a Sidney Poitier de José de Arimatea; a Telly Savalas de Poncio Pilatos; a Charlton Heston de San Juan Bautista. Y a un actor sueco (Max von Sydow) de casi dos metros, rubio casi blanco, de marcados rasgos faciales nórdicos en el papel del semita Jesucristo. Una película posiblemente demasiado ambiciosa, casi pretenciosa como dijeron algunos en su momento, con mucha oscuridad tanto visual como psicológica; pero desde luego interesante, y no merecedora del olvido en que se la tiene. Y de cualquier manera un festín para los ojos por la utilización de la belleza natural de Colorado, que substituye a la Palestina bíblica; en este apartado nos arriesgamos a hacer un parangón con el ápice de la presentación (y dramatización) del paisaje en el séptimo arte: “Lawrence de Arabia” de David Lean. Precisamente este último fue asimismo un ejemplo sobresaliente, como repiten los que le observaron en el trabajo, de meticulosidad; y no sólo hay paralelismos en la forma de construir de estos dos grandes, sino también en los contenidos. Vean este casi canto del cisne de Stevens, comprueben y disfruten. Y desde luego el tema de esta obra no es accidental para la personalidad y la ideología de nuestro autor.

Californiano hijo él mismo de actores, americano de pura cepa se comentaba que tenía incluso algo de sangre india; comenzó muy joven a trabajar de cámara en el cine mudo, aquél de las películas cortas cómicas que tanta delicia nos producen incluso hoy; así coincidió p.e. con Laurel y Hardy. Más tarde dirigió nada menos que a Fred Astaire y Ginger Rogers en “En Alas de la Danza” (“Swing Time”, 1.936): pero no nos equivoquemos, como comedia esta película es realmente buena. Posteriormente se especializó precisamente en este género; sus obras no podrían calificarse de “alta comedia”, porque aun siendo sofisticadas nunca son verdaderamente ligeras o superficiales. Si exceptuamos al gran Frank Capra, que más bien realizaba dramas, posiblemente las comedias de Stevens no tienen rival en cuanto a elegancia formal y cuidado detalle. Para muestra elegimos este botón: “El Amor llamó dos veces” de 1.943. En Hollywood circulaba un dicho con muy mala idea según el cual hay dos clases de personas: con clase, y sin ninguna clase. Pues bien, las comedias de Stevens tienen clase a raudales, como para inundarnos. Es frecuente que se las cite como cánones de estilo hoy en día.
Durante la Segunda Guerra Mundial prestó servicio aportando sus dotes de cineasta …, y parece que allí algo cambió. Su equipo de filmación estuvo con las tropas que descubrieron los campos de concentración nazis, y esa experiencia convulsionó no sólo a los curtidos soldados, sino también al maduro profesional que había en él. Puede ser coincidencia, pero su cine ya no fue de comedias. “Un Lugar en el Sol” es una obra sobre el sentimiento de culpa; ¿empujó Monty Clift a su novia embarazada Shelley Winters del bote en que estaban los dos en medio del solitario lago, para así poder casarse con la deseada Elizabeth Taylor? Y si no lo hizo, como el espectador (pero no el jurado) sabe, y Winters cayó del bote por accidente, ¿pudo Clift salvarla, o la empujó hacia el fondo una vez los dos en el agua? Esta última circunstancia no llega a saberla el espectador, ni el jurado, ni Elizabeth Taylor, ni posiblemente el mismo Clift.
Dicho esto parece cuando menos curioso que “Raíces Profundas” esté entre esta película, y p.e. “El Diario de Ana Frank”. El cine de Stevens se hace verdaderamente comprometido con grandes cuestiones; en cierto sentido transcendente; y para mucho de sus críticos, en exceso. Se le ha acusado de ser demasiado ambicioso, de aspirar a trasladar a una pantalla mensajes religioso-metafísicos, no siendo éste el medio adecuado para tales pretensiones.
Todo ello ha permitido hacer “lecturas” más complejas de “Raíces Profundas”, sugiriendo que Shane es un ángel vengador; o un personaje de ultratumba (como lo es casi explícitamente en “El Jinete Pálido”); o el mismísimo Jesucristo que limpia nuestras culpas a costa de su sangre, y luego abandona el mundo (el valle). Todo esto es algo extralimitado, pero la biografía de Stevens no lo descarta por completo; ni tampoco el estilo formal con el que está realizada “Raíces Profundas”.
A partir del momento en que Joe Starrett decide acudir al encuentro nocturno con Rufus Ryker, una película en todos los puntos excelente se convierte en magistral. Desde ahí hasta el final (y son bastantes minutos aún) todo rueda como si fuera una sola escena, aunque desde luego no hay unidad de lugar, ni de acción; con un tensión creciente, y un montaje que genera intriga como en un trabajo del “maestro” inglés, aunque la técnica no es la misma ni mucho menos.
Después de que Shane decide por fin impedir que Joe salga de la granja y ante la testarudez de éste los dos hombres se enfrentan a puñetazos. Con una iluminación que juega con el claroscuro, y los rostros de los dos hombres apenas entrevistos, esta parte de la película tiene algo de las maneras del expresionismo alemán; al igual que el enfrentamiento final en el bar de Grafton. Los hombres se golpean con una brutalidad inesperada ante la horrorizada mirada de la Sra. Starrett, y sobre todo los ojos electrizados y codiciosamente deseosos de saber de Joey: ¿por qué los dos hombres que más quiere se están partiendo la cabeza? Aquí estamos ante una bronca a golpes entre dos granjeros, al lado de una casa que es más un choza de leños, con cuatro gallinas y tres jamelgos; y George Stevens lo rueda como si fuéramos testigos privilegiados de un combate entre dioses homéricos, o como un visión salida de San Juan Evangelista.
Mientras Joe y Shane luchan, los caballos se encabritan y saltan la cerca desbocados y relinchando con un susto mortal , la mujer grita estridentemente, los golpes y las caídas suenan como truenos : una vez más los ingenieros de sonido llegando a lo extralimitado. Aquí se decide algo más que el destino de unos acres en ese valle poco agradecido; un hombre (Ryker) no le puede dictar a otro donde puede vivir (Starrett), y por eso Joe no va a ceder. Marion Starrett, llorosa y casi desesperada, le ha pedido insistentemente a su marido que desista, que ya no merece la pena quebrarse el espinazo para tan pocos frutos de la tierra …, que todo es para él ahora mismo cuestión de orgullo.¿Sólo eso? ¡Por supuesto! Traigamos a colación dos buenas muestras dentro del mismo género.
“Tierras Lejanas” (Anthony Mann, 1.955). James Stewart está sólo (siempre solo el héroe) en su pobretona cabaña de Alaska desprendiéndose con perceptible dolor de las vendas que cubren su mano derecha, herida en una emboscada de los mismo bandidos que hace unos momentos han ido a asustarle e invitarle a que se largue de su propiedad aurífera; ya sabemos que está determinado a enfrentarse a ellos, y no son pocos …, porque nadie le dice dónde vivir. Incidentalmente, Stewart sí interpreta con enorme brío y convicción esa escena; un gran actor, y una gran persona según los columnistas de Holywood.
“Los Siete Magníficos” (John Sturges, 1.960). Éstos han sido expulsados vergonzosamente de la aldea mejicana por el jefe de los bandidos, Calvera, después de que los campesinos concluyeran que era mejor someterse a éste como protector quasi feudal, que jugarse la vida a cada momento junto a los hombres de armas americanos. Mejor entregar parte de la cosecha, que el riesgo probable de perderla toda y el pescuezo también. Calvera, hombre nada estúpido (Eli Wallach, recitando frases más de pensador sociológico que de analfabeto ladrón), decide perdonarles la vida para evitarse más que previsibles encontronazos con las autoridades del otro lado. Y así salen desarmados y trasquilados hasta llegar a un pequeño claro; allí sus escoltas les arrojan, ahora sí, sus armas, como si fueran unos mendigos harapientos. Todos están próximos al derrumbe absoluto, pues llevan escrito en sus frentes el peor estigma que existe (ayer y hoy) en la sociedad norteamericana: “perdedor”. Los Siete desmontan y empiezan a rezongar y denostar la conducta rastrera y cobarde de los aldeanos; uno de ellos, Britt (James Coburn), tipo particularmente avaro con el lenguaje, solamente recoge su pistolera y mientras se la coloca y comprueba el tambor, dice “Nadie me arroja mi revólver y me dice que me vaya”. Y permanece callado el resto de la escena; todos los demás saben ya qué determinación ha tomado, mejor dicho, han tomado; porque evidentemente todos (incluyendo en renuente y pícaro Harry) van a secundarle.
El guionista parece querer explicarnos que si amenazas ajustadamente a este tipo de hombres, podrás conseguir que cambien de residencia. Pero si les humillas, si hieres su orgullo (y a pesar de ser soldados de fortuna, lo tienen, y mucho; como los caballeros de las justas medievales), el resultado será que sólo desearán una cosa: vengarse de ti haciendo que pagues la ofensa. Es como si Calvera les hubiera escupido en la cara; y a los Siete no se les puede tirar pan para después llamarles perros. Britt sabe que hay más probabilidad de morir que de salir indemne (y así ocurre en su caso efectivamente), pero ya no hay camino de retorno cuando el honor ha sido pisoteado.
Robert Vaughn, que interpretó a Lee, el “cobarde” de los Siete, contaba en una entrevista unos cuarenta años después del rodaje, que James Coburn era casi el más recordado de los Magníficos; y esto a pesar de que no tenía más de seis o siete frases en una película de dos horas. Bien es verdad que este larguirucho actor, magro, dentón y de rostro un tanto difícil recortaba en la pantalla una figura llamativa; pero es que las escasas líneas de sus diálogos estaban bien escritas además.
Y retornando a nuestra película, hay que aseverar que todo el conflicto, como bien ha intuido su esposa, asimismo es una cuestión de honor para Joe Starrett; al igual que Britt, tampoco él puede tolerar que le vapuleen y le digan que marche del valle. Y también cae por su propio peso que Shane intervenga porque él es el hombre excepcional con las armas, no Joe; y porque es un hombre de honor también.
Cuando Shane sale por fin a caballo de la granja después de haber dejado inconsciente a Joe, Joey y su perro lo siguen. La marcha a caballo de Ladd, con Joey detrás sin conseguir llegar a su altura, rodada con cierta premiosidad que delata lo decisivo de la pelea que se acerca, es de lo más intenso del género; ahí está el plano en que vemos al jinete Shane frontalmente, acercándose parsimoniosamente (ominosamente) al casi desierto pueblo; un trabajo de director muy bien conseguido en la sala de montaje. La resolución violenta final es otro ejemplo modélico de buen cine; muy pocas palabras, una cierta lentitud en los movimientos que en realidad es la de cazadores al acecho, escasa luz, el chucho que se levanta y se quita de en medio como amedrentado ante la irrupción de Shane, caras asustadas de los pocos parroquianos, rostros amenazadores y la mirada ávida otra vez de Joey que por fin ha llegado. Él es el testigo, el narrador que lo repetirá a la próxima generación, para que nadie ignore la gesta que tuvo lugar en aquel valle remoto, que es cualquier valle de cualquier lugar del mundo.
Las escenas de violencia no son las que hacen el prestigio de una obra cinematográfica; normalmente los tiroteos y las luchas a puñetazos se consideran (con cierta justeza) partes primordiales de la serie B, y piezas que hay que incluir sólo por necesidad en las obras significativas. Dicho esto, hay también mucho oficio y maestría en montar un enfrentamiento; los expertos coinciden en que Stevens ofreció algo que nunca se había visto en este apartado. Primero la muerte de Torrey por parte del pistolero Wilson; un solo disparo y se acabó, Torrey sale despedido hacia atrás como un monigote, y sus amigos tienen que sacar el cadáver de en medio de la calle arrastrándolo por lo pies y chapoteando llenos de barro; realmente penoso contemplarlo.
Y luego la muerte de Wilson y los hermanos Ryker por parte de Shane, en que éste resulta contundente como un exterminador de bichos nocivos. Al parecer Stevens hizo que ataran unas cuerdas a la espalda de Jack Palance, de modo que cuando este recibe el impacto de las balas es impulsado con fuerza hacia atrás y cae entre unos barriles que lo semientierran. Ahora el pelele es él.
Frecuentemente esta escena es proyectada aislada, como ejemplo para aficionados y estudiosos de cómo plasmar la muerte violenta. Sus iguales habría que buscarlos sólo en ejemplos ilustres de este arte. En primer lugar el tiroteo descomunal que tiene lugar en el pueblo cercano a Méjico cuando el “Grupo Salvaje” intenta robar el banco, y los cazarrecompensas los esperan emboscados en el tejado; rodando con diferentes cámaras a tres velocidades distintas Sam Peckinpah hace reventar la pantalla ante nuestras narices y nos revuelve el estómago; y ello como preludio del enfrentamiento final, otro escenario para el Apocalipsis. Nunca visto.
Pero lo volvimos a ver cuando los infantes de marina norteamericanos desembarcan en la playa de Omaha en Normandía, y empiezan inmediatamente a ser desmembrados por las ametralladoras pesadas de los alemanes: patitos de feria; todo ante la impotencia desesperada del capitán Miller (Tom Hanks, uno de los mejores actores de su generación, y de todas las que ha habido). “Salvar al Soldado Ryan” es otro hito en representación de la lucha letal, y no es desde luego un producto de serie B.
Pero “Raíces Profundas” no es sólo una película de tiros, como tampoco lo son las otras dos que acabamos de citar. Es una película de la “frontera”.

IV.
En 1.893 un joven profesor de la Universidad de Wisconsin publicó un ensayo con un título muy definidor: “El Significado de la Frontera en la Historia Americana”. Turner afirmaba que la frontera había sido un factor decisivo en la constitución de la nación y de la mentalidad americana, y pronto se formó toda una corriente alrededor de este pensamiento.
¿Qué es la frontera americana verdaderamente? Según nuestro historiador, es la línea geográfica que establece el límite al que han llegado los colonizadores europeos frente a las poblaciones indias y a la naturaleza inexplorada. Es claro que este límite estaba en constante cambio, siempre en avance a costa de los nativos; se trata por tanto de un visión desde el perfil de los blancos que ganan territorio, y por ello se ha acusado a Tuner de etnocentrista y eurocentrista. Para él, desde una óptica de ese tipo, la frontera es, digámoslo sin rodeos, entre la civilización y el ámbito de lo salvaje; ¿salvaje?, ¿quiere esto decir la imponente naturaleza del Oeste americano, o los pueblos que la habitaban? Posiblemente ambos; no olvidemos que estamos en 1.893.
Muestra ajustadísima de lo que fue la frontera es la expedición de Lewis y Clark para explorar la Louisiana en 1.804; esta región había sido comprada a Napoleón el año anterior por el gobierno del Presidente Jefferson. Thomas Jefferson, principal redactor de la Consitución americana, liberal de la escuela de John Locke, hombre instruido del estilo de Benjamín Franklin, embajador en París; en fin, un hombre de la Ilustración, comparable a los que había en Europa; esta descripción parecería la de un arquetipo, si no fuera porque el personaje existió de verdad. Y es él quien organiza ese atrevido viaje a la frontera, que por otro lado fue un éxito rotundo.
Un término tomado de la arqueología, “ola en avance”, puede ilustrarnos, parcialmente, lo que se describe aquí; manifestación de ella es, según ciertos estudiosos, la expansión de las lenguas indoeuropeas en época protohistórica tanto en Asia como en Europa partiendo de un foco en Anatolia. Se trataría de sociedades poseedoras de las técnicas agrícolas, por lo cual su crecimiento demográfico era muy elevado y necesitaban ininterrumpidamente emigrar para encontrar nuevos campos fértiles. Pero si el progreso de esta “ola” migratoria era de sólo unos kilómetros por generación (se trata de hipótesis, no lo olvidemos), el avance de los colonos anglos en Norteamérica ocurría a una velocidad mareante para los parámetros de la historiografía antigua. La familia Starret y sus amigos granjeros son una de las crestas de esa ola, que ya estaba llegando a su culminación, puesto que los colonos habían casi alcanzado California por un lado, y Oregón por el otro.
Es verdad que los blancos de la frontera vivían en chozas en medio de bosques agrestes y grandes llanuras vacías, pero desde el comienzo de la “ola” migratoria tenían como apoyo a sus espaldas la sociedad pronto industrializada de Nueva Inglaterra. Eran las fábricas y los altos hornos contra el Neolítico: los nativos americanos nunca tuvieron la más mínima probabilidad de ganar el enfrentamiento fronterizo.
En opinión de Turner los blancos europeos (fundamentalmente anglosajones) iban perdiendo sus raíces culturales del Viejo Continente a medida que se introducían en los prístinos bosques del Oeste, y por ello debían vivir en condiciones bastante más rudimentarias que sus parientes europeos; alejados de antiguas tradiciones y constricciones, sin privilegios ni exacciones que los limiten, desarrollan un aire de independencia que les marcará indeleblemente. Así se formó la idiosincrasia norteamericana según el historiador de Wisconsin; cuanto más se internaban en el mundo fronterizo, más se alejaban (no sólo geográficamente) de la cultura europea, y más desarrollaban una propia y peculiar.
La generación de historiadores a la que pertenecía Turner opinaba que la sociedad norteamericana tenía su fuente en instituciones y estructuras socio-políticas anglosajonas (las cuales a su vez procedían de comunidades germánicas, que emigraron a las Islas Británicas). Esto tenía más fuerza incluso ahora (1.893) que comenzaban a llegar emigrantes no del Norte, sino del Este y el Sur de Europa, que no portaban consigo ese bagaje (racial y caracteriológico) anglo-teutónico. Lo verdaderamente americano era esto último, según esa corriente de pensamiento.
Turner, sin alejarse completamente de este punto de vista anglocéntrico, creía por el contrario que lo auténticamente americano no era lo europeo, sino la frontera, que no es “europea”.
Si nos fijamos atentamente podemos concluir que la “frontera” no es sólo un hecho puntual de una historia muy concreta, la de la expansión blanca hacia el Oeste. Es en realidad una tipología historiográfica que puede aplicarse a numerosas circunstancias y comunidades; “fronteras”, como lugar de encuentro, de conflicto, y de pugna con la geografía hostil, ha habido muchas.
Los romanos ya tenían un “limes” que los separaban de esos germanos que según los coetáneos de Turner más tarde llevaron sus tipos de organización social a Norteamérica. Posteriormente, en la época de Carlomagno había también una frontera entre germanos: los cristianizados y los idólatras; con el tiempo la frontera desplazó aún más hacia el Este, y dividía ahora a los germanos ya cristianos y a los paganos eslavos. Aquí la Orden Teutónica, una de las tres o cuatro más importantes que han existido entre las militares, hizo de punta de lanza al introducirse en Prusia y los países bálticos, controlando incluso regiones enteras; ciertos especialistas opinan (y con toda probabilidad exageran) que esta acción era un preludio del expansionismo germánico y de la aparición de una mentalidad nacionalista.
Yendo a otro continente, también hubo una frontera entre los musulmanes magrebíes y los pueblos subsaharianos animistas, con Tombuctú como punto focal; y más al sur también la hubo, como lo muestra la ciudad del Gran Zimbabwe, punto de encuentro y de conflicto entre no-musulmanes e islámicos, fueran éstos bantúes o árabes (i.e. casi siempre mercaderes de esclavos). Fue precisamente en esta frontera y a causa de ella, donde nació el swahili, una de las “linguae francae” más importantes incluso hoy de África, vehículo de expansión cultural. En África hay hoy en día también una frontera no-estatal, entre musulmanes y animistas, como se percibe dolorosamente p.e. en Sudán.
Volviendo a Europa, en España hubo una Marca Hispánica, creada por Carlomagno una vez más; y más tarde hubo otra, entre las dos mismas sociedades, que corría a lo largo del Duero; una zona casi deshabitada (la naturaleza indómita se presenta otra vez), en la que competían los seguidores de Cristo y los de Alá. En el otro extremo de la Cristiandad, en la ortodoxa, hubo primero una frontera entre bizantino y árabes y más tarde entre éstos y osmanlíes; en esta ocasión fueron los cristianos los perdedores rotundamente.
Y situándonos en Gran Bretaña hallamos que el reino de Wessex tuvo que sufrir el papel de frontera ante los invasores paganos daneses, comúnmente llamados vikingos; esta gesta fue determinante para el nacimiento algo más tarde del reino de Inglaterra.
Y nos queda citar la más grande frontera jamás marcada por el hombre, la que se ve desde el espacio exterior; es, por supuesto, la Gran Muralla china, que intentaba mantener alejados (no siempre con fortuna) a los fieros nómadas mongoles de la relumbrante y sofisticada civilización china. Estos aguerridos jinetes tuvieron la capacidad de crear varias fronteras, pues además de la china, produjeron otra con la civilización hindú, otra con los árabes, e incluso otra con la propia Europa.
Si la frontera es manantial para los poemas épicos, la cuna natural de la epopeya, “el territorio donde nacen las leyendas” …, es evidente que también es la almáciga donde se cultivan los héroes. Alfredo el Grande, vencedor de los vikingos, es uno de los héroes nacionales británicos, y fue precisamente su nieto el primer rey de Inglaterra.En el Oriente Póximo hay un relato épico, “Digenes Acrites”, que es una “rara avis” en la literatura bizantina; cuenta las proezas de Basil, que es un mestizo de la frontera (eso significa el título), nacido de estirpe bizantina por un lado y árabe por otro. El protagonista decide por lo demás vivir en el Éufrates, que era entonces la frontera con los musulmanes.
En España el Cid Campeador es un típico héroe de la frontera, que él mismo (y su rey) contribuyeron a desplazar hacia el sur en detrimento de los fieles del Corán.Y en la frontera americana, que es simplemente otro ejemplo específico de este arquetipo historiográfico, desde luego que tenemos múltiples héroes (de los registrados en las crónicas): desde Daniel Boone a Búfalo Bill Cody, pasando por Jim Bridger, Kit Carson, Davy Crockett etc. Shane pertenece a esta estirpe, aunque se debe a la inventiva del novelista Jack Shaeffer.
En el valle al que llega ya no hay indios, pero la naturaleza está claramente sin domeñar y es ciclópea; por lo tanto se trata de un ámbito de frontera; y desde luego él viene de uno de esos ámbitos, de supervivencia y luchas a muerte. Pero aquí la pugna no es con los “salvajes”, sino entre los propios colonos europeos; indicio inequívoco de que estamos en los estertores de este tipo de vida. Y a pesar de todo Shane es un héroe puro de frontera. En primer lugar porque es un hombre errante, que se desplaza constantemente; cuando Joe Starrett le pregunta sutilmente, al poco de encontrarse, hacia donde se dirige éste contesta lacónicamente: “a cualquier lugar en el que no haya estado antes”.
La lengua inglesa tiene un término, “drifter”, que se ajusta adecuadamente a esta tipología humana, y es ya norma consagrada utilizarlo al hacer recensiones de películas de vaqueros. La palabra alude a ir a la deriva, impulsado por la corriente marina más fuerte, como ocurre con los pecios; así hay “driftice” (hielo e la deriva) y “driftwood” (madera a la deriva); y personas a la deriva, como Shane. En “Los Siete Magníficos” un ciudadano admirado ante la muestra de valentía que acaba de ver en Yul Brynner, le pregunta curioso de dónde viene; Brynner levanta su mano derecha y con el pulgar señala a su espalda; cuando el otro insiste e inquiere hacia dónde se encamina, Brynner apunta con su índice enfrente de sí. Ni una palabra sale de su boca.
No nos resistimos a mencionar aquí una obra decisiva sobre el fin de la frontera como es “El Hombre que mató a Liberty Valance”. En ella se nos cuenta como el héroe de ese universo real y legendario (John Wayne), es substituido (incluso en el amor de la mujer) por el abogado y el político (James Stewart); y ello aunque ha sido el primero quien ha pacificado la comarca al matar al personaje interpretado por Lee Marvin. Éste, a pesar de llamarse Liberty Valance, es más salvaje que cualquier indio; individuo de rabiosa violencia, se nos retrata como absolutamente descontrolado y hasta con toques de sociopatía; para acabar con esa alimaña es necesario alguien que pueda ser en momentos tan brutal como él. Ahora bien, una vez que el personaje de Wayne ha cumplido su función, es relegado a un papel secundario, y será el leguleyo James Stewart quien administre la ya “civilizada” frontera. Un clásico.
V.
Alguien ha dicho alguna vez que en el cine hay dos tipos fundamentales de emociones que representar, siendo todas las demás derivaciones de esas dos Formas platónicas esenciales. Una es la manifestada por la mirada intensa y apasionada de una mujer que observa fijamente al hombre amado cuando éste no repara en ello; ha habido muchos primeros planos así en el séptimo arte, y cuando la actriz es realmente capaz, otorga a la obra un valor artístico que pocas veces pueden alcanzar un buen guión o un buen desplazamiento o encuadre de la cámara. El rostro, y ante todo, la mirada humana tiene un poder inmenso tanto en el arte como en la vida.
La otra emoción viene dada cuando un hombre, habitualmente solo, muestra en su expresión facial y también en su gestualidad corporal que está decidido a dominar su temor y enfrentarse a un riesgo en el que las apuestas no están a su favor; pero “debe” hacerlo si quiere dormir bien durante todas las noches del resto de su vida y poder caminar con la cabeza bien alta (como lo expresa Gregory Peck en “Matar a un Ruiseñor”). Es la imagen cinematográfica pura y destilada de (en el sentido más políticamente correcto) la valentía.
En “Raíces Profundas” no hay realmente lo segundo. Como mucho la escena en que Shane es rodeado amenazadoramente por todo un grupo de hombre de Ryker en el local de Grafton, y dice ante la súplica de Joey: “¿No querrás que huya como un cobarde?”. Y aún así no es esta mirada la prototípica del valor. ¿Cómo? ¿En un clásico del cine de vaqueros? No es realmente un error de George Stevens, ya que él no narra las andanzas de un hombre heroico, sino de un arquetipo heroico; Shane parece haber adquirido el ideal estoico de la imperturbabilidad, puesto que hay absoluta inmediatez entre lo que se debe hacer y la conducta que lo realiza. Por otro lado sí hay “interpretación” de mirada heroica en Van Heflin (Joe Starrett), cuando explica a su mujer, con el revólver a su lado, porque debe enfrentarse a los hermanos Ryker; él sí es un mal tirador, él si tiene dudas, él sí tiene una familia, él sí tiene miedo. Shane no.
En Jean Arthur (Marion Starrett) sí hay un par de veces esa mirada rendidamente enamorada hacia Shane, pero , ¡atención!, siempre muy sutil y delicada. George Stevens fue un director realmente exquisito, lleno de matices y jamás burdo o bruscamente directo; su cámara no se mueve demasiado, y tiene tendencia a las tomas largas y a cortar poco. Sus encuadres son para estudiarlos en las escuelas de pintura, y saca mucho partido de los actores, casi tanto como William Wyler, que es el número uno en este apartado según la mayoría.
Hay una larga y tierna mirada de Marion Starrett a Shane cuando éste se dispone a marchar definitivamente, y dice con profundo significado: “¿No volveremos a verle nunca, Shane?” – “Nunca es mucho tiempo, Sra. Starrett”. Es una de “esas” frases de “Raíces Profundas”, pero estando George Stevens tras la cámara ni esto nos parece kitsch.
¿Es el cine un arte para la traslación de ideas o de emociones? Suponemos que hay que decir de ambas, y además no hay que considerar ambos cometidos como incompatibles. Si se insiste con la cuestión, probablemente la mayoría de los directores y del público insistiría en las emociones; no es claro que los críticos dirían lo mismo.
Y para expresar o, mejor aún, producir emociones en la audiencia, el séptimo arte ha sido capaz de grandes resultados, con el realizador y el rostro adecuados. Pero …, se puede hacer trampas (maravillosas, eso sí), puesto que nos encontramos ante una obra total, en la que hay imagen y sonido. Sonido. Dos ejemplos fáciles.
Un pequeño grupo de pistoleros gringos a sueldo se van aproximando a un poblado mejicano donde les han contratado; son en concreto siete, y todos ellos magníficos. Cuando van entrando el tema principal de la banda sonora compuesta por Elmer Bernstein comienza a sonar; es un música vibrante, poderosa, con mucho brío, como la precipitación de … algo, alguna fuerza; produce convulsión y nos hace encogernos. Son este tipo de vigorosos acordes los, que imaginamos en nuestras mentes, podían acompañar los carros aqueos con aurigas de emplumados y broncíneos cascos cuando se empeñaban contra las murallas de la muy noble y deseada Ilión, receptáculo precioso por contener en su interior a la meliflua lacedemonia Helena. Esa música es la épica, y aunque el director no haga un trabajo notable (y John Sturges no fue nunca un director de primera línea), ya sabemos, o mejor dicho, ya tenemos la emoción de la epopeya.
Audrey Hepburn canta, acompañada sólo de una guitarra, junto a la escalera de incendios de su apartamento del Greenwich Village neoyorquino, bajo la conmovida mirada (otra vez la mirada) de su enamorado George Peppard. La canción es “Moon River” de Henry Mancini. Eso es la lírica, la poesía, la esencia nítida de la comedia romántica; y aunque Blake Edwards no sea tampoco uno de los grandes de la realización, la respuesta emotiva del público está garantizada.
En “Raíces Profundas” la música no es especialmente recordada, aunque cumple también una función notable, sobre todo en la parte final que precede al duelo. La emoción está por todos lados; y por encima de cualquier otro elemento en la mirada sin un solo pestañeo de Joey. Y sobre todo en la súplica a Shane para que vuelva, en un plano panorámico en el cual el jinete se pierde camino de las montañas; para los espectadores más receptivos a las afecciones unas lágrimas se requieren absolutamente, en caso contrario no se ha embebido uno apropiadamente en la obra de arte.
¿Es George Stevens un verdadero artista, un “auteur” en el sentido dado al término por André Bazin y François Truffaut en “Cahiers du Cinéma”? En las historias del cine norteamericano no figura su nombre en un lugar muy preeminente; entendámonos, al lado de los pesos pesados de la profesión: Ford, Hitchcock, Wyler, Wilder, Hawks … y también Welles, aunque éste último no tuviera éxito comercial. Parecería que nuestro director se situaría, honrosamente, en una segunda línea muy cercana a estos modelos de realizadores, que englobaría nombres como Walsh, Hathaway, Cukor o Wellman.
Establecer una jerarquía de importancia cinematográfica, calibrar el rango artístico nos parecen tareas poco menos que imposibles, casi estériles. ¿Cuáles son los criterios para determinar qué novela es mejor que otra, qué poeta es más ilustre que otro? La dificultad de la pregunta (incluso su pertinencia) se aplica también al cine. Con todo a lo largo de los años sí se ha desarrollado un relativo consenso entre los críticos acerca de méritos en el séptimo arte, que nos llevan casi directamente a los nombres arriba citados. Sentido del “tempo”, encuadres bien resueltos, movimientos de cámara, edición y montaje, aprovechamiento adecuado de los actores, ajuste entre el fondo y la forma, etc. se usan para separar y distinguir entre los mediocres y los excelentes. Dicho esto consideramos que si nos fijamos en esos epígrafes George Stevens sobresale prácticamente en todos; hay en su obra encuadres complicados y siempre cuidados, sus primeros planos “dicen” siempre muchísimo en la narración, su ritmo (pausado) permite detenerse y saborear el sentido de lo que ocurre, siempre hay recursos visuales para sustituir el texto que nos diga lo que se piensa o lo que ha sucedido en el fondo, escenas en las que nadie habla excepto la cámara claro. No lo catalogamos como inferior a Ford o Hawks en absoluto; con unas maneras bastante personales bien es cierto, que no le restan valor, sino que en realidad se lo añaden. Stevens es uno de los mejores ejemplos de arte (con todas las letras y las implicaciones) del siglo XX.
¿Qué es el arte? ¿Una mímesis de la realidad? Más que discutible esta aseveración. Quizás es una extralimitación de la realidad, o su ampliación, o idealización; o puede que su exageración, su resumen pulido y bruñido, su esperpento a través de espejos cóncavos y convexos, su tergiversación, su parodia … O puede que el arte sea otra forma de realidad, paralela a la sensible de nuestra cotidianidad, pero con el mismo status ontológico que ella. Si ello es así, George Stevens ha logrado producir un componente de esa realidad alternativa en “Raíces Profundas”. “¡Shane, vuelve!”

Gonzalo Casanova
Noviembre de 2.003

Gonzalo Casanova
Gonzalo Casanova
2 meses hace

PROFUNDAS RAÍCES: SHANE, GEORGE STEVENS
“Esto es una herramienta; ni mejor ni peor que cualquier otra, un hacha, un azadón. Un revólver es bueno o malo según quien lo empuña, ¡recuérdelo!” De este modo Shane expone a Marian Starret su personal perspectiva respecto al Homo Ergaster, al Yo soy Yo y mis utensilios.
“Raíces Profundas” está considerada como una de las grandes de Vaqueros, y desde mi posición con toda justicia. La vi de muy niño y me gustó; la vi con veintitantos y me dije a mí mismo: esto no es una de tiritos del Lejano Oeste, ¡es una obra maestra! En los siguientes decenios he vuelto sobre ella no pocas veces, sin que mi admiración decrezca.
¿Qué es infantil? Pues muy probablemente, pero es que la historia es “relatada” desde el punto de vista de un niño (como en la novela); así explicaba p.ej. George Stevens a su propio hijo ese momento, tan tópico y para chavales, de Ladd haciendo girar rápidamente su seis-tiros antes de enfundarlo aún con más celeridad.
Eso es fundamental para “captar” Raíces Profundas, esto es, la mirada/comprensión de Joey sobre lo que le rodea, bastante intenso y dramático. Por mi parte no tengo problemas en que un largometraje sea un tanto candoroso, o no muy creíble, o algo fantasioso etc.; si sobresale en el lenguaje cinematográfico, ya saben Vds., cortar & empalmar las tomas, éstas largas y con desplazamiento si es posible …; con esto me basta y me sobra para que lo valore como Arte.
Ello está sin ninguna duda en esta obra del buen George. He de confesar, ya que estamos con confianza, que en los últimos años y en no pocas ocasiones, hallándome con ganas de deleitarme con el séptimo arte, me he puesto a ver los veinte últimos minutos de “Shane”. ¿Y qué encontramos ahí? Pues una pelea de epopeya entre dos buenos hombres, que se enfrentan debido a las circunstancias desafortunadas; ¿un culebrón?, pues no señores míos, sino resultado coherente del guión, rodado con gran brío formal.
Después, montaje en paralelo, Joey/Shane – Joey/Shane …, cortar/pegar. A continuación, en el bar y el tiroteo, lo que hallamos es expresionismo alemán y Caravaggio; nos creeríamos que lo ha filmado Fritz Lang, ¡el mejor Lang! Finalmente, “¡vuelve Shane!”, i.e. emoción a grandes carretadas; no, no es un folletín, sino los recursos (los utensilios) de las imágenes en movimiento para generar estética y ética, y con ello Arte.
Soy muy consciente que el personaje de Shane, con fundamento sin duda en el estilo de rodaje de Stevens, ha sido interpretado de modo netamente simbólico; sí, incluso como mito, o arquetipo. Desde Galahad, El Hombre Errante, a Jesús Nazaret, pasando por … ¡lo que Vds. quieran!
Respecto al tercero ciertamente todo apunta a que nuestro artista era de profunda fe cristiana, ¿no rodó después “Historia más Grande jamás Contada”? Por cierto, si conocen Vds. un largometraje más hermoso/bello/estético/espléndido/pretty (como la Woman) …, por favor ¡hagan el favor de comunicármelo!
¡Ah sí!, No olvidemos a Rufus Ryker; con es aspecto de profeta bíblico, o de rey hebreo furibundo; ¿o quizás de Zeus tonante, debido a un cabreo monumental contra los colonos?
Una vez más no entro demasiado, o casi nada, en esta arena de las interpretaciones de quién o qué es (representa) Shane. Me quedo, me basta, con la excelencia en el empleo de los medios visuales (del Homo Faber), que genera Arte, i.e. un producto más de la techne del bípedo implume que “manipula”.

Gonzalo Casanova
Gonzalo Casanova
1 mes hace

… PROFUNDAS RAÍCES: SHANE, GEORGE STEVENS …
En estas fechas en las que, debido fundamentalmente a Javier, Don y Elon, se está hablando (y escribiendo) no poco de Ayn Rand me ha asaltado el cacumen con fuerza todo esto de El Errante (Drifter), y la teoría de la Frontera de Frederick J. Turner. De todo, vetusto interés de su seguro servidor, Shane es incuestionablemente (desde el perfil de su fiel asistente) modelo, hasta Arquetipo me atrevería. Estoy viendo a Donald viviendo dentro de una cosmovisión (espero que no burbuja) muy yanqui, i.e. un hombre, un rifle, un caballo, y la Frontera como territorio abierto aún. Efectivamente el Individuo vs. el Estado, la capacidad de aquél, corajudo y de Voluntad de Poder, para arrostrar todos los peligros de lo inexplorado. A veces lo denomino la “interpretación John Wayne de la Historia”. Pues sí, ese Individuo Excelente (arete), además de El Hombre de El Oeste/El Virginiano (Owen Wister)/Jeremiah Johnson, podría ser Howard Roark o (sobre todo) John Galt; un capitán de la industria ¡por qué no!, ¡hum!

  • Elogio del amor, el canto a la vida de Rafael Narbona

    /
    abril 17, 2025
    /

    Narbona se ha enfrentado con el dolor, la muerte de su padre, cuando era joven, por un infarto, el suicidio de su hermano, y ahora la enfermedad de su mujer. En la presentación del libro el pasado martes nos habló del dolor, pero también del amor y lo hizo a través de su pasión por sus perros, por la Naturaleza que contempla cuando sale a pasear con su mujer, Piedad, por su pasión docente, cuando era un profesor comprometido con los chicos, donde lo académico pasaba a un segundo plano y triunfaba el humanismo. Esa forma de ser que se…

    Leer más

  • Una normativa veterinaria criminal

    /
    abril 17, 2025
    /

    El nombre del ministro lo he anotado para que no se me olvide: se llama Luis Planas y es titular de Agricultura, Pesca y Alimentación. Lo tengo por si un día debo ir a agradecerle, a mi manera, que mis perros Sherlock y Rumba mueran antes de tiempo.

  • Narrativas Sherezade de Rebecca West

    En la segunda parte de Cordero negro y halcón gris (1941; Reino de Redonda, 2024; Traducción de Luis Murillo Fort), un viaje de (auto) descubrimiento a través de la desaparecida Yugoslavia se convierte en una búsqueda mágica de la alteridad, plena de personajes memorables e ideas reflexivas contra el racismo, la codicia o la explotación: “[El ciego comenzó a cantar] un himno de adoración que no trataba de obtener la salvación mediante el hecho de adorar (…), se regocijaba porque la muerte había sido burlada y el destruido vivía. Una vez más, el sol parecía formar parte de un resplandor…

    Leer más

  • Te elige: El imposible libro que Miranda July no sabía que estaba escribiendo

    /
    abril 17, 2025
    /

    En una estructura anular, el punto de partida es el bloqueo creativo que le impide a Miranda July terminar el guion de lo que posteriormente fue su segunda película, El futuro (2011), cuyo rodaje cierra de manera imprevista el texto. La metacreatividad se erige en el marco narrativo de la obra, debido a que el proceso del making of de esa película hilvana una estructura oscilante entre el documental y la autometaficción, incluyendo un encuentro con el actor Don Johnson. Atrapada entre la rutina y el estancamiento creativo, se adentra, casi por casualidad, en la lectura de los anuncios del…

    Leer más