“El método que te estoy enseñando es tan bueno como cualquier otro y mejor que la mayoría”, le explica Shane a Joey tras mostrarle su forma de disparar. Esta sería una traducción libre de lo que le dice el héroe, y pistolero, enigmático al muchacho deslumbrado tras la demostración de tiro en la parte de atrás de la casa del rancho. Es el oeste americano a finales del siglo XIX. Es la lucha sin cuartel entre ganaderos “open range” y granjeros en el Wyoming de 1889. Es Shane. Es Raíces profundas.
La novela de Jack Schaefer fue publicada inicialmente en tres partes en el magazine Argosy bajo el título Rider from Nowhere en 1946. Ya como Shane fue lanzada en 1949, siendo, hasta la fecha, traducida a más de treinta idiomas. Nada mal, o más bien del todo envidiable, para ser su primera novela. Posteriormente escribió unos cuantos westerns más, así como diversas colecciones de relatos, hasta que un infarto pudo con él en Santa Fe en 1991. Curiosamente, Jack Schaefer no había visitado nunca el oeste americano cuando escribió esta novela, sin embargo, logró captar a la perfección el mito del pistolero de oscuro pasado que aparece en el momento más oportuno para ayudar al débil y, ya de paso, tratar, infructuosamente, de redimirse. Esto, por cierto, no deja de recordar a aquella frase de El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance), una de las muchas obras maestras de John Ford producida en 1962, cuando el dueño del periódico local dice aquello de: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en un hecho, se escribe la leyenda”.
Pero si la influencia de esta novela en la literatura del oeste fue fundamental, aun así, no es nada en comparación con lo que supuso la película para el séptimo arte. La transposición cinematográfica llegó a las salas comerciales en 1953 de la mano de George Stevens, director y coproductor de la misma. Siendo su título Shane, el nombre de su personaje principal, el pistolero justiciero que aparece y desaparece sin previo aviso, lacónico y de mirada triste, en España fue distribuida como “Raíces profundas”. En este sentido, al igual que no soy partidario de los doblajes, tampoco lo soy de las traducciones de títulos, porque entiendo que desvirtúan sobremanera el original, y en esta ocasión me sucede lo propio. Me gusta mucho más el primero, evocando directamente el personaje alrededor del cual gira toda la obra, centrándose en el mito, en la leyenda.
Montgomery Clift fue la primera opción barajada por George Stevens para interpretar a Shane, pero su indisponibilidad hizo que éste solicitase a la Paramount una lista de actores disponibles. No tardó ni cinco minutos en seleccionar a Alan Ladd, quien firmó, sin duda, una de sus mejores interpretaciones. Brandon de Wilde hizo de Joey —Bob en la novela—, el muchacho que narra la historia y que se siente fascinado por el recién llegado, al cual admira como ahora se haría con el Capitán América o Spiderman. Los padres de este, el matrimonio Starret, son protagonizados por Van Heflin y Jean Arthur, esta última genial transmitiendo sus sentimientos velados hacia el pistolero. Del lado de los malos, fundamental tanto para equilibrar la balanza como para resaltar las virtudes de los buenos, tendríamos a Emile Meyer como Rufus Ryker, el cacique del pueblo y, en probablemente la que fuera la actuación más estelar de su carrera, a Jack Palance, con su rostro mostrando su pasado como boxeador y su paso por la segunda guerra mundial —el avión bombardero en el que servía explotó y se incendió, teniendo que ser sometido a varias operaciones de reconstrucción facial— dando vida al otro pistolero de la historia, el que, con aspecto de duro, porta dos pistolas en la cartuchera y viste de negro, de nombre Jack Wilson, contratado por Ryker para deshacerse de los granjeros.
Raíces profundas va mucho más allá de una historia de vaqueros en el marco de la grandeza crepuscular de llanuras, valles y montañas del oeste americano. Contiene y muestra toda la amargura, crudeza y pasión existente entre las disputas de granjeros y ganaderos de la vieja escuela para los que las vallas y alambres de espino puestas por aquellos no eran mejores que las puertas del mismísimo infierno, así como el espíritu salvaje que todavía guiaba a los pistoleros, una suerte de asesinos bajo el código de la frontera.
Nominada en la gala de los Oscar de ese año en seis categorías, incluyendo mejor película, director y guion, al final tuvo que conformarse con un galardón técnico, el de la mejor fotografía en color. Como pliego de descargo no sería justo dejar de mencionar que ese año hubo de competir con títulos como De aquí a la eternidad, la que a la postre hubo de ser la principal triunfadora de la noche, Julio César, Mogambo, Vacaciones en Roma o Stalag 17. Ya de paso, y sin pretender ser demasiado malicioso, un ejercicio curioso sería comparar estas películas con las competidoras, ganadoras incluidas, de algunos de los últimos años.
Como icónica que es, Raíces profundas ha influido decisivamente en obras posteriores. Una de las más conocidas sería El jinete pálido (Pale rider), western con ciertos toques sobrenaturales que podría pasar perfectamente por una nueva versión de Shane, producida, dirigida y protagonizada por Clint Eastwood en 1985. Pero no solamente el género del oeste está en deuda con esta obra. Sin ir más lejos, las conexiones entre una de las últimas epopeyas de Marvel, Logan, dirigida por James Mangold ya en 2017 y Raíces profundas, son múltiples, incluyendo la reproducción, palabra a palabra, verbatim como dicen por ahí, de algunas de sus frases más célebres, como, por ejemplo, podría ser: “Un hombre tiene que ser lo que es, Joey. No se puede romper el molde. Lo he intentado y no ha funcionado para mí. No hay forma de vivir con un asesinato. Para bien o para mal, es una marca, una marca imborrable. Ahora corre a casa y di a tu madre que todo está bien, que ya no hay más pistolas en el valle”.
“¡Shane, Shane! ¡Vuelve!… Adiós, Shane”, dijo Joey.
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