Raúl del Pozo fue el primer maestro que nos llamó maestros a muchos jóvenes, para animarnos, para reconocernos. Una vez le dije:
—Raúl, no me llames maestro que me haces pensar mucho.
—“Maestro” se llamaban entre sí en los gremios los que habían alcanzado el grado más alto en su oficio.
Me pareció precioso. Ya lo he contado alguna vez y lo vuelvo a contar aquí.
Raúl es maestro de un buen número de escritores y periodistas jóvenes, escritores y periodistas que ya no somos tan jóvenes, pero es cierto que en este oficio uno envejece bien, porque como tardan tanto tiempo en reconocerte, a cambio eres joven mucho más tiempo.
Raúl ha vivido el paso de la prensa de papel a Internet. Alguna vez ha dicho que el capullo todavía no se ha convertido en mariposa, como dando a entender que la nueva realidad del periodismo en Internet todavía no ha fraguado. Tal vez lo esté haciendo ahora, pero eso todavía no lo sabemos.
Desde luego los periodistas —por supuesto los escritores, y ambas nociones a veces coinciden— hemos pasado unos años de crisis, o de Gran Recesión, terribles. “A los que llevamos toda la vida ahí no nos van a echar…”, le oí decir a Raúl en una comida.
Pero él sabe que el periodismo, en su caso la columna, y también el libro, es un oficio en el que uno se lo juega todo cada día, y en el fondo eso le debe de gustar a él, que tanto entiende del juego, de los casinos y de las ruletas. Bien mirado, escribir tiene mucho de apuesta y mucho de riesgo.
Entiende la columna como reportaje. Para él una columna es un reportaje de 500 palabras. También considera una novela un reportaje de trescientas páginas, o de doscientas. Él se considera reportero desde los tiempos de Pueblo, ese “barco pirata con bandera de conveniencia”, como me ha dicho hace poco, un sitio mitológico donde trabajaron, según él, y según otros, los mejores periodistas del mundo, “genios”, como los recuerda Arturo Pérez-Reverte.
Aquella redacción de Pueblo debió de ser divertidísima y apasionante. El mismo Raúl ha mostrado su sorpresa de cómo han cambiado la redacciones, que ahora parecen aeropuertos. En Pueblo comían, bebían whisky y jugaban al póker, y todos soñaban, como dice Raúl, con “tocar el cielo de la primera página”.
Es un periodista de los de antes, de los de salir a la calle a enterarse de qué está pasando, fiel a su entendimiento de que “el periodismo consiste en salir a la calle y contar lo que pasa en ella”. Le gusta llamar a la gente por teléfono para documentarse, y se trabaja mucho Internet, los blogs (“que tienen más libertad”) y Twitter. Organiza comidas más o menos multitudinarias con periodistas y personajes de la actualidad.
Raúl es un hombre llano, campechano, con sentido del humor y tendencia a la risa. Ha ayudado a muchos jóvenes, que lo adoran y lo respetan como a un padre y a un maestro. Acaba de reeditar su primera novela, Noche de tahúres (Almuzara), y tiene libros maravillosos como Una derecha sin héroes, Cautivos de la Moncloa, La rana mágica, El reclamo (Premio Primavera) y la magnífica antología de columnas realizada por Jesús Fernández Úbeda, colaborador de Zenda, El último pistolero (Círculo de Tiza), que yo recomiendo desde aquí.
Es un escritor y periodista para enterarse de lo que está pasando, de lo que se cuece, con buena prosa, con estilo.
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