El escritor y periodista Raúl Montilla traza en su novela Las hijas de la fábrica un retrato del extrarradio de Barcelona en los años 60-70, historias de migración de tres generaciones de mujeres trabajadoras: «El ascensor social está ahora más estropeado de lo que estaba antes», afirma el autor en una entrevista con EFE.
Montilla (Barcelona, 1979) explica que Las hijas de la fábrica (Editorial Grijalbo) es una novela sobre todos aquellos que en esos años tuvieron que «construirse su propia realidad», la crónica de la migración de una clase trabajadora que llegó a una «tierra prometida» que resultó ser la ausencia de todo.
A través de una familia, a la que acompañamos durante cuarenta años, hasta 1999, Raúl Montilla hace un reconocimiento a toda esa clase trabajadora que «salió de su zona de confort sin saber qué le esperaba» para acabar por enfrentarse a «una nueva miseria» en la que estaba todo por construir.
«Aunque fuera duro, en la década de los 80 sí que había cierto ascensor social, ahora es más complicado», apunta el escritor.
Las hijas de la fábrica, la vuelta del autor a la novela histórica después de ganar el Certamen Internacional de Novela Histórica de Úbeda en 2012, es un retrato de todas aquellas familias que emigraron a Cataluña durante la dictadura franquista, pero esta vez, contada desde el punto de vista de las mujeres: «Sobre migración se ha hablado mucho, pero el papel de las mujeres muchas veces ha quedado totalmente apartado».
«Era necesario cambiar el foco por nuestras madres y por nuestras abuelas porque han sido la piedra angular, mientras tenían que hacer las tareas domésticas y cuidar a los hijos, estaban también transformando el barrio y la sociedad», afirma Montilla.
Una historia de militancia, represión y especulación
La novela, además de histórica, tiene un fuerte componente político que retrata la represión y los abusos policiales, que «trascendieron la muerte del dictador», y recorre la lucha obrera y sus límites durante estos años: «La militancia política era un ejercicio de riesgo que te podía costar la vida», asegura.
Montilla cuenta que tenía «una deuda pendiente» con la historia de estos barrios, no sólo porque es la historia de su propia familia, en la que reconoce haberse inspirado, sino porque quería que se contara la historia desde dentro: «Muchas veces nos han contado la historia de los barrios desde l’Eixample».
Si bien lejos de quedarse sólo en una mirada romántica de estos y de sus «redes de acogida», Las hijas de la fábrica es también el retrato de la «especulación» que supusieron los megabarrios.
«Esos megabarrios son casos claros de especulación de los promotores que los hicieron, donde ni había equipamiento, ni había nada. En un barrio donde a lo mejor iban a vivir 8.000 personas, de pronto, había 40.000 o 50.000. Son malas soluciones».
Para el autor, era ahora el momento para escribir esta historia porque era «la oportunidad de hacer memoria» antes de que nadie la pueda hacer: «Muchos de los protagonistas de estos cambios todavía están vivos, pero tienen cierta edad; la idea era permitir un diálogo entre diferentes generaciones, igual que sucede con las protagonistas» de la novela.
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