Lethem es imaginativo, mordaz, en cierto punto macabro, dotado de un humor negro —negrísimo—, que utiliza a pequeñas dosis para darle un vuelco a la realidad, fijándose en detalles desapercibidos para cualquiera. ¿De verdad la realidad es así? Quién sabe. Es, sobre todo, un observador. Del alma humana, de sus aristas y de sus pliegues. Sus personajes son excéntricos, pero verosímiles. Al principio parecen solo posibles en la literatura. Pero poco a poco su carácter inquietante y extraño resulta ser la pieza central de un rompecabezas, en el que se conforma una imagen que nos es conocida. Un submundo misterioso, que nos aleja de nuestra realidad a otra mucho más interesante, pero sólo por un momento. Luego despertamos, la niebla se ha disipado y lo que leemos es la descripción de nuestro mundo. Lo que nos rodea es oscuro, maloliente, acechante; y es imposible salir.
Anatomía de un jugador es una partida de backgammon, una partida que es la vida de su protagonista, Alexander Bruno, y que no pinta bien. Una mancha, una zona difuminada en la visión es el inicio de todo. A ello achaca Bruno la pérdida de sus superpoderes telepáticos. La razón de que todo le salga mal. Se supone que es un profesional del backgammon, pero no gana una partida y no puede pagar sus deudas. La mancha resulta ser un tumor en la parte anterior de su cara. Es entonces cuando se cruza en su camino un amigo de su juventud, Stolarsky, que representa el dinero, el poder, la falta de escrúpulos, la superficial modernidad que de manera sibilina pretende convertirnos a todos —y lo consigue— en esclavos, en números, siempre al servicio de quién tiene más, de quién parece ser mejor.
Stolarsky se ofrece a pagarle la operación. El lector sabe que no será gratis. Nada es a cambio de nada. A Bruno la suerte le ha abandonado, ha perdido su talento, lo que le hace especial, y va directo a convertirse en un sirviente más de esta sociedad consumista y deshumanizada en la que se es en función de lo que se tiene.
La operación a que le somete un médico pynchoniano se describe con todo lujo de detalles, hasta convertirla casi en irreal, en una digresión. Una pura ensoñación en la que Bruno pierde lo que quedaba de su verdadera identidad. Se convierte en un intocable, en un deshecho sin cara. Ya no puede caer más bajo. Su otro yo, el anterior, desaparece entre centros comerciales, y sólo le queda deambular sin cara bajo luces de neon, disfrazado. Y aunque la atmósfera es inquietante, donde se hunde Bruno es en la realidad mediocre que todos vivimos. No puede haber mayor realismo. Bruno es un antihéroe, que lo pierde todo hasta convertirse en un hombre normal, con una identidad difuminada, sin amor, ni amigos más que superficiales y sin tocar, siquiera con la punta de los dedos, ni la libertad, ni la felicidad que sus superpoderes, sus particularidades, le habían en un principio garantizado
Oscuridad. Personajes deformados. Lugares sórdidos. La imagen de los bajos fondos del alma humana para mostrarnos que nuestra realidad no es tan distinta. Todo lo utiliza Lethem para recordarnos que el mundo, nuestro mundo, no acepta a los que quieren y pueden cambiar las reglas. No se permiten antisistema, o si se permiten ya están previstos. Nuestro ecosistema nos somete. Las reglas deben perdurar. Anatomía de un jugador es la historia de cómo nuestra sociedad materialista nos domestica, sólo que contada como si estuviéramos en un bosque, una noche de hoguera, después de habernos comido unas setas de la risa.
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Autor: Jonathan Lethem. Título: Anatomía de un jugador. Editorial: Penguin Random House. Venta: Fnac
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