El pasado 7 de noviembre de 2017 se celebró en Getafe una mesa redonda titulada «Realismo social y novela negra», protagonizada por tres escritores que ese año habían cosechado tres de los premios más importantes del género: David Llorente, premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón con su novela Madrid:frontera; Carlos Augusto Casas, premio Wilkie Collins con su novela Ya no quedan junglas adonde regresar; y Paco Gómez Escribano, premio Novelpol (compartido con Jordi Ledesma y su novela Lo que nos queda de la muerte) con su novela Manguis. La mesa fue moderada por Javier Manzano, periodista y director de un nuevo proyecto editorial denominado «Black & Noir» consistente en novelas por entregas para teléfonos móviles que se estrenó el 24 de noviembre de 2017, precisamente con dos novelas de los mencionados David y Paco, además de otras dos de Manuel Barea y Rosa Ribas. Javier también dirigió la ya desaparecida revista en papel Fiat Lux, que sobrevive y resiste en las redes. En esa mesa se dijeron muchas cosas, más de las que al parecer están dispuestos a aceptar y publicar los medios de comunicación, más ocupados en ensalzar las bondades del último premio Planeta o las súper ventas de los presentadores de televisión.
Son muchas las denominaciones y ramificaciones del género negro, aunque existen dos ramas principales generalmente aceptadas por todos, que parten de un mismo tronco común, el crimen y el delito: la novela enigma y la novela negra. En la novela enigma hay un delito y un policía o un detective, profesional o aficionado, lo investiga y lo resuelve mediante procedimientos deductivos y racionales. Es anterior a la novela negra, que surge en Estados Unidos a principios del siglo XX en un contexto social, político y humano muy determinado y cuyos padres literarios son Carroll John Daly y Dashiell Hammett. Por un lado, nos encontramos en el periodo de entreguerras, unos años en los que se dan hechos tan desastrosos como significativos. Por otro, la industrialización fomenta una emigración social brutal del campo a las ciudades, que llegan a triplicar, en algunos casos, su población, de golpe, con todos los cambios que esto implica en el terreno de lo social. Cambios que no en todos los casos son beneficiosos, sino todo lo contrario. A esto hay que añadir la proclamación de la «Ley seca», que provoca un nuevo tipo de delincuente, el gángster, desconocido hasta ese momento. Como consecuencia de la industrialización se ponen en marcha imprentas capaces de imprimir grandes tiradas de libros y revistas que se imprimen en papeles baratos, los denominados pulp. A las revueltas sociales de todo tipo (de clase, raciales, aunque probablemente todas atiendan a los mismos motivos) hay que sumar la violencia de las bandas por el control de la fabricación y distribución de alcohol, prostitución, juego y más tarde de las drogas. Todo esto constituye una fuente de inspiración para una serie de escritores cuyos relatos y novelas encuentran acomodo en las grandes tiradas pulp y en el aumento de tiempo libre entre las clases trabajadoras, cuyas condiciones laborales van mejorando lentamente. Es el relevo de la novela enigma por la novela negra. Raymond Chandler lo expresó de manera magistral con una sola frase que dejó plasmada en su ensayo El simple arte de matar: «El Género Negro ha sacado el crimen del jarrón veneciano y lo ha puesto en la calle», en clara referencia a las novelas inglesas de crímenes que sucedían en grandes mansiones y en las que curiosamente el asesino era el mayordomo o el jardinero. Por eso hay quienes consideran a la novela enigma de derechas, dado que los grandes señores de esas mansiones, generalmente nobles, salían impunes de esos crímenes que siempre cometían los empleados, y califican la novela negra de izquierdas, ya que generalmente son protagonizadas por perdedores y además denuncian las condiciones sociales, generalmente precarias, de los estratos más bajos de la sociedad. Esta calificación es simplista, porque hay ejemplos en ambos bandos de todo lo contrario, aunque no se aleja demasiado de la verdad.
El caso es que todos estos escritores de la emergente hornada norteamericana encuentran un filón de inspiración en las nuevas circunstancias y adivinan, además, que hay nuevos escenarios (bares, parques, clubs nocturnos, etc.) que derraman misterio y poesía. Aquí no importa demasiado la resolución del delito. Esta es más bien una excusa para escribir de otra cosa que parece ser el continente de la historia, pero que no es menos importante que la misma, más bien todo lo contrario: el ambiente de opresión social, la sensación de constante crisis económica y de valores, la pobreza y sobre todo el aumento de la distancia entre ricos y pobres. Estas novelas no solo adquieren importancia debido a los contenidos. Su estilo, denominado «Hard Boiled» (que podría significar «hervido hasta endurecer»), es seco, duro, reacio a los adjetivos e incluso violento, e influye decisivamente a la hora de cosechar lectores porque los personajes hablan como se habla en la calle y destila cierta fascinación por el argot empleado por policías y delincuentes (algo que muchos escritores de hoy ignoran y que junto a la corrección política imperante hace que en muchas novelas no se distinga a unos personajes de otros).
La evolución del género fue pasando por diferentes hechos históricos. Otra fecha importante es «el crack del 29», que genera otro tipo de delincuencia muy distinta a la derivada de la «Ley seca» y los gángsteres. Estos buscaban dinero como forma de acceder al poder, y muchos de ellos consiguieron infiltrarse en las instituciones del estado. Algunos fueron detenidos y juzgados, pero otros campaban a sus anchas, ya que contaban con abogados y la complicidad de políticos y jueces, gracias a las fortunas que lograron acumular. Partes más o menos significativas de estas se dedicaron a sobornos y chantajes, lo que les proporcionaba inmunidad. No olvidemos que a Al Capone le encarcelan por fraude fiscal sin lograr imputarle ningún otro delito. O que el mismo gobierno tiene que recurrir al ínclito Lucky Luciano para que preparara el desembarco de los aliados en Sicilia. Por el contrario, los nuevos delincuentes surgidos de la Gran Depresión robaban para comer. Raramente son detenidos, ya que al no contar con los favores policiales y judiciales suelen ser acribillados a tiros. Para el Sistema eran culpables, por tanto, ¿para qué iban a ser juzgados? Representantes de esta nueva oleada son Ma Baker, John Dillinger o Bonnie y Clyde. Esto amplía el espectro de escritores que cultivan las novelas protagonizadas e incluso narradas por delincuentes (Crook Story) que iniciara de forma significativa William Riley Burnett con novelas memorables como Pequeño césar o High Sierra, dando una nueva perspectiva al género, creando así una nueva tradición que continúa de forma prolífica y brillante Donald Westlake con su saga del personaje Dortmunder, su saga de Parker (con el pseudónimo de Richard Stark) y otras decenas de novelas independientes de sagas.
Pero la novela negra no es solo realismo social. De hecho, muchas de las antiguas novelas de tramas cogidas con alfileres, dedicadas íntegramente a plasmar un suceso concreto histórico, no se sostienen hoy en día. Son novelas ancladas a hechos que hoy nos resultan obsoletos, antiguos. Temporalmente, perduran mejor las novelas que describen entornos o sucesos que se abstraen de hechos concretos, novelas que nos pueden hablar de desolación, racismo, venganza, pobreza o cualquier sentimiento universal y atemporal. Varios autores, como Jim Thompson, Chester Himes o David Goodis y más tarde Walter Mosley o James Sallis, añadieron al conflicto social el conflicto personal, con lo que sus novelas ganaron en matices, además de demostrar que un conflicto social era la suma de muchos conflictos personales provocados por las crisis, la pobreza o la diferencia entre clases.
Más adelante, diferentes autores suman a este cambio el del estilo, ya que se preguntaron el porqué de que una novela negra no pudiera estar escrita cuidando un poco más el estilo, haciendo así ejercicios literarios que elevaron el género a las cotas más altas de la literatura. Esto no quiere decir que se tenga que perder la esencia, se edifica sobre lo ya construido para mejorar. Así, en las novelas de la serie Joe Coughlin de Dennis Lehane, los delincuentes hablan como delincuentes y se comportan como tales, pero la narración mantiene un tono que nada tiene que envidiar a cualquier obra literaria canónica, empleando recursos que, por otro lado, nunca fueron ajenos a la novela negra (Chandler los empleaba constantemente): alegoría, símil, personificación, hipérbole, etc.
Aunque la novela negra es un invento americano, los conceptos terminaron por cruzar el charco y encontraron, sobre todo en Francia, un acomodo perfecto. De hecho, autores como Himes terminaron emigrando y algunas de sus novelas se publicaron en francés hasta una década antes que en Estados Unidos. Verdaderamente, su saga más exitosa, la de Ataúd y Sepulturero, se la debemos a la insistencia de Marcel Duhamel en que el escritor creara una saga de detectives. Chester Himes le respondió que no sabía hacerlo, pero Duhamel se obstinó y le envió la siguiente carta:
Coja una idea. Empiece con acción, con alguien que hace algo; con un hombre que saca una mano y abre una puerta, la luz brilla en sus ojos, un cuerpo yace en el suelo. Se vuelve, mira hacia uno y otro lado del corredor… Siempre el retrato de la acción. Retrate. Haga como en el cine. Las escenas siempre son visuales. Nada de flujo de conciencia. Nos importa un bledo lo que piensen quienesquiera que sean. Solo nos importa lo que hagan. Que siempre estén haciendo cosas. De una escena a otra. No se preocupe si carece de sentido. Eso es para el final. Escríbame doscientas veinte páginas a máquina.
El auge y la subsistencia en el tiempo de la novela negra no solo se debe a los escritores. Figuras como la de Marcel Duhamel, creador en Francia de la Série Noir de Gallimard en 1945, son clave a la hora de analizar el género. Desde esa fecha hasta la actualidad, ya que la serie ha perdurado hasta nuestros días, Gallimard ha publicado a escritores de todas las nacionalidades, y ha marcado la pauta en cuanto al «qué hay que leer» y «a quién hay que leer».
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