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Rebeca Khamlichi: «Una depresión es un dolor inenarrable, estás en guerra contigo»

Rebeca Khamlichi: «Una depresión es un dolor inenarrable, estás en guerra contigo»

Rebeca Khamlichi (Madrid, 1987) define la depresión con dos bofetadas líricas: “Es un dolor que trae hambre atrasada”, “una guerra civil en la que tú eres el enemigo”. La pintora, ilustradora y muralista acaba de publicar Sanatorio (Crossbooks, 2024), donde glosa su travesía por un infierno blanco después de haber intentado suicidarse. El libro lo escribió y dibujó “mientras entraba y salía de instituciones psiquiátricas”, al ritmo de una guajira flamenca en la que el Niño de Cabra cantaba: “Estoy cansado de vivir / y a veces llamo a la muerte… / Pero es tan mala mi suerte / que a mí no quiere acudir”. Esta es una entrevista tremenda en la que se trata un tema delicadísimo huyendo del morbo y queriendo entender. Se ha pretendido no caer en la condescendencia, en la frivolidad ni, mucho menos, en el ensañamiento. Sean, aunque sólo sea un decir, bienvenidos:

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—Rebeca, ¿se ama la vida más después de haberla detestado?

—Se ama la vida diferente. Pones en valor cosas a las que no prestabas atención y pierde valor, absolutamente, todo lo que creías que era importante. Es como un giro mental, como cuando los hippies van a la India y dicen: “Me ha cambiado la vida, veo el mundo diferente”. Pues algo así, pero desde el horror.

—¿Qué cosas perdieron todo el valor para usted?

"Tenemos el mito este de la amistad contra viento y marea, pero cuando estás jodido de verdad, muy poca gente se queda contigo"

—Qué puede pensar la gente de ti al saber que tienes una enfermedad mental. Y aprendes algo que es muy duro de asimilar: que los amigos son etapas. Tenemos el mito este de la amistad contra viento y marea, pero cuando estás jodido de verdad, muy poca gente se queda contigo. Nadie se quiere hundir en la mierda. Y tú vas salpicando mierda. Porque estás así, porque es tu estado. Entonces, esa pérdida de los vínculos, que es superdolorosa, de repente, llega un día en que dices: “Esto es la vida, etapas”. Y la gente son etapas.

—¿Alguna vez se arrepintió de haber nacido?

—Sí. Sí, muchísimo. Es una sensación que me acompaña desde muy pequeña. Vengo de una familia muy desestructurada. Lo conté en Las hijas de Antonio López.

—Su libro anterior.

—Cuando más me he arrepentido de haber nacido es cuando he estado intentando matarme sin lograr conseguirlo.

—En Sanatorio cuenta que su cabeza “era un cóctel molotov” que, durante 33 años, esperaba “una cerilla”. ¿Qué prende esa cerilla?

—No lo sé. Nunca sabes cuál es el copo de nieve que quiebra la rama del árbol. Un día normal de verano, todo estaba bien, y mi cabeza dijo: “Hasta aquí”. Hasta aquí.

—¿Y qué le empujó a contar y publicar su paso por el Infierno? Por un Infierno que, según dice, es blanco…

"No vas a partir desde el mismo punto en el que lo dejaste. Vas a vivir diferente, pero vas a vivir"

—Digo que es blanco porque los sanatorios son todos blancos. Los hospitales son todos blancos. Creo que esa es la parte más dura. Lo que me empujó a contarlo es darme cuenta del estigma. También, de una forma egoísta, contar el dolor te hace verlo desde fuera. Entonces, ya no es como si fuera tu historia: es un relato, podría ser ficción. Te alejas de lo que has vivido y lo puedes mirar con otros ojos. Gran parte de que lo haya publicado es por el egoísmo de querer desvincularme del propio dolor. Luego, creo que hay que visibilizar. Hay una esperanza detrás de todo. Al final, es tu mente mintiendo, jugándote malas pasadas. Somos todo química. Necesitas un señor que te ajuste, que te arregle, que te conecte los cables para volver a empezar a vivir. No vas a partir desde el mismo punto en el que lo dejaste. Vas a vivir diferente, pero vas a vivir.

—Escribe que “una depresión es una guerra civil en la que tú eres el enemigo”, “un dolor que trae hambre atrasada”.

—Una depresión es un cuerpo que quiere mantenerse con vida en una mente que quiere apagar esa vida. Es un contraste horrible, es un dolor inenarrable. Tú sólo quieres morir, pero tu cuerpo va a tender a la supervivencia. Es una guerra civil, realmente. Estás en guerra contigo. Tú eres el enemigo, no hay nadie a quien culpar. Sería más fácil…

—Echar un balón fuera.

—Sí. Pero eres tú contra ti. Y es muy jodido y cuesta muchísimo verlo. O sea, empiezas a verlo cuando estás saliendo; cuando estás dentro, es como un apagón del sistema. El objetivo está claro: la muerte, ni un día más aquí, ni un día más aquí…

—Cuenta que tiene una cicatriz en la muñeca izquierda y otra en un tobillo. ¿Qué piensa cuando las recorre? ¿Qué piensa hoy cuando las recorre?

—Si tengo días malos, pienso: “¿Y si lo hubiera conseguido?”. Cuando tengo días buenos, pienso: “Hostia…”.

—¿He ganado?

—He ganado.

—Porque del Infierno se sale…

"Es un Infierno que es tan tabú que incluso la gente que te quiere, no puede comprenderlo, se desquicia, se desespera"

—Del Infierno se sale. No en meses, sino en años. Es un Infierno que es tan tabú que incluso la gente que te quiere, no puede comprenderlo, se desquicia, se desespera. Entonces, en vez de apoyar, te crean más presión. Si el libro sirve de algo, que sirva para que alguien que está al lado de una persona que está viviendo una depresión con intentos autolíticos, entienda que es el momento más frágil de su vida y que es cuando más amor necesita, cuando más sentirse recogido necesita. Que el “levántate de la cama, sal y haz cosas” no funciona. Funciona el “tranquila, estoy a tu lado, sé que no puedes levantarte y está bien”.

—Cuando se sale de ese Infierno, ¿se sale para siempre? ¿La nube negra se va para no volver o, de vez en cuando, hace alguna visita inesperada?

—En el proceso en el que estoy ahora, la nube negra aparece. Pero yo ya he aprendido a conocerme y a hablarme, y a parar y a poner cordura. Decir: “Rebeca, es tu cerebro que está jugando, y está jugando sucio. No escuches, llama a alguien, no estés sola”.

—El libro tiene algún que otro fogonazo de humor. Escribe, por ejemplo, que “el jardín era el puto Tinder del Sanatorio”.

—Es que si no lo contaba desde el humor, el libro iba a ser tan…

—¿Abrumador?

"Claro, nunca en tu vida te imaginas que vas a terminar en un psiquiátrico. Por lo menos, yo"

—¡Abrumador! Tan abrumador que no se iba a poder leer. Claro, nunca en tu vida te imaginas que vas a terminar en un psiquiátrico. Por lo menos, yo. Creo que el 100% de las personas, en algún momento de su vida, no piensa que va a pasar por un psiquiátrico. Entonces, en un psiquiátrico descubres que la vida es igual… pero con toques de humor inesperados, continuamente. No hablé con nadie durante los primeros meses de ingreso, y cuando decidí salir al jardín, era la nueva. Todo el mundo quería hablar conmigo. De hecho, uno decidió que yo era su novia, o sea, su propiedad. Y se pegó con otro (risas) porque quiso hablar conmigo. Hay cosas que no cambian ni dentro de un sanatorio. Al final, ¿qué haces en la vida? Ligas, intentas reírte, trabajas, pasar el rato… Ahí no se podía trabajar, pero te podías reír. Yo me reía poco, pero lo de ligar se tomaba muy en serio.

—Cuénteme sobre aquel tío que le tiraba del pelo.

—Uno de los internos me tiraba del pelo continuamente. Me aterrorizaba, era un señor que no conocía. Tampoco conocía los límites de su trastorno. Porque hay gente muy tranquila, pero hay gente que, por su patología, tiende a la agresividad o tiene problemas complicados para distinguir qué está bien y qué está mal. Entonces, me tiraba continuamente del pelo, una enfermera lo vio y me dijo: “La próxima vez, dile que se lo vas a decir a su madre”. Y yo probé (risas). Probé a ver si funcionaba, y los ojos de ese hombre se llenaron de terror. Salió corriendo escopetado, como si hubiera dicho que caería un meteorito o que había fuego. A partir de ahí, cada vez que venía a tirarme del pelo, sabía lo que tenía que decirle.

—Vamos acabando, señora Khamlichi. Antonio Gala decía que “la vida tiene que ser intensa, no extensa”. ¿Suscribe?

—Estoy muy de acuerdo. Si me dijeras que puedo no haber pasado por todo esto y me quitas años de vida, firmo. Firmo. Creo que la intensidad de la vida tiene que ser de otra manera, y que la extensidad de la vida, quizá, esté sobre valorada.

—Entonces, ¿no le gustaría vivir eternamente?

—No. Imagínate, con la de veces que he intentado matarme (risas), ¡sería una grandísima putada!

—¿Ha pensado en su epitafio?

"Es horrible vivir pensando que esta es la última vez que lo vas a hacer"

—(Piensa) Sí. Y en lo que me gustaría que la gente recordara de mí. De hecho, tengo cientos de cartas de despedida que escribí. Todas las noches me despedía y escribía cartas de despedida. Es una locura para el cerebro y superdoloroso. Ahí, el cerebro te juega sucio también. Es horrible vivir pensando que esta es la última vez que lo vas a hacer. Que es la última vez que vas a poder comunicarte con esa persona a la que quieres, con esa amiga que te ha acompañado toda la vida…

—Y, para finalizar, ¿cuáles le gustaría que fueran sus últimas palabras?

—Mis últimas palabras en este mundo, en esta vida… (Piensa) Los perros deberían ser eternos.

—En los ocho años que llevo en Zenda no he hecho una entrevista así. Muchas gracias, Rebeca.

—¿Sí? ¿De verdad?

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