La escritora norteamericana Rebecca Makkai, finalista del Premio Pulitzer 2019 y del National Book Award 2018 con Los optimistas, rememora que la obra empezó a tomar forma cuando decidió embarcarse en un proyecto literario que tratara sobre el mundo del arte en el París de principios del siglo XX.
Sin embargo, la gran cuestión que acaba protagonizando la novela es la devastadora epidemia de sida en el Chicago de la década de los ochenta, con grupos de amigos homosexuales que, semana tras semana, veían diezmarse por el impacto mortal de la enfermedad.
En una entrevista con Efe, Makkai, en su primera visita a Barcelona, desvela: «mis mejores obras siempre las he escrito sabiendo que no trataría de una única cuestión, incluso en los relatos cortos ha sido así».
«Si pienso que sólo hablaré de un único tema, me siento muy limitada y lo que quiero es sentirme como un titiritero que mueve todos los hilos, con lo que me interesa que haya dos elementos que dialoguen entre ellos y, así, yo también voy aprendiendo», precisa.
Publicada por Sexto Piso y Edicions del Periscopi en catalán, en esta extensa historia, con dos planos temporales diferentes, uno en el Chicago de 1985 y otro en el París de 2015, se narra la peripecia de Yale Tishmann, quien trabaja en los años ochenta en una galería de arte en Chicago, vive con su novio Charlie, y no deja de asistir a funerales como el de su amigo Nico, hermano de Fiona.
Fiona, justamente, es el hilo conductor de lo que ocurre en 2015, cuando ella se desplaza hasta París para buscar a su hija, abducida por una secta, y donde con su viejo amigo Richard, famoso fotógrafo instalado en la capital francesa, recordará lo que ocurrió treinta años antes, sin olvidar a Nora, una anciana mujer en ese tiempo, que fue musa de pintores en la ribera del Sena en los años veinte.
La idea inicial de Makkai era mostrar a una mujer mayor que pudiera explicar lo que había vivido en París y, por tanto, «matemáticamente no podía vivir más allá de los años ochenta».
«Por eso necesitaba un segundo personaje con el que hablara y pensé en el joven Yale y eso me llevó de manera natural a hablar de la epidemia del sida, que era un tema que siempre me había fascinado e interesado», explica.
Nacida en 1978, lo vivió de muy pequeña, pero para la novela se documentó profusamente, además de mantener entrevistas con supervivientes de aquella época, quienes, en la confianza de hablar desde sus cocinas o comedores, le comentaron muchas de sus circunstancias.
Confiesa que compartieron con ella «momentos muy tristes de sus vidas». «Y, sí, a veces acabamos llorando juntos, ellos y yo, en momentos catárticos, pero eso a mi me sirvió de descarga para coger todo ese sentimiento y verterlo en el libro, aunque no me he basado en ninguna de estas historias o personajes para la ficción», señala.
«Lo que trasladé al papel —prosigue— fue toda esa dificultad emocional. En esas conversaciones, sin querer forzar a nadie, creo que fui un poco terapeuta de todos ellos y cuando decidían que no podían continuar hablando de un tema en concreto para mí no suponía ningún problema dejarlo».
Preguntada sobre si ve coincidencias entre aquellos furibundos años ochenta y lo que está ocurriendo en la actualidad con la pandemia de coronavirus, considera Makkai que puede haberlas, especialmente por la reacción del sistema sanitario norteamericano entonces y ahora, «dejándose de lado a la parte de la población más vulnerable, como hicieron en aquel tiempo con los enfermos de sida».
Tampoco cree que, igual como sucedía hace treinta años, «cuando uno está en crisis se pueda estar constantemente pensando en ello durante dos o diez años, sino que hay otras cosas en la vida que te ocupan».
En estos dos últimos años, agrega, «también lo hemos visto, porque, aunque muy preocupados por lo ocurrido, tenemos unos trabajos, unas familias y una mente humana que no es capaz de sostener esta crisis constantemente».
Por otra parte, bromea con que tiene una amiga activista que le envió un mensaje hace un tiempo comentándole que no podría dar crédito si en el año 1985 alguien le hubiera dicho que en 2021 estaría «dando las gracias por ver a Joe Biden de presidente y por ver al doctor Anthony Fauci —que de muy joven explicaba ante los medios la epidemia de sida—- explicar a diario en la televisión la pandemia de coronavirus».
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