Twin Peaks, de David Lynch.
Me cuesta mucho dormir. Pienso primero en todas las cosas con las que me gustaría soñar: aprieto mi mente en busca de imágenes que se proyecten como perdigones de luz. Después acabo soñando que volvemos al río. No puedo hablar de un regreso, sin embargo, dado que el día es el mismo que aquel, aunque nosotros seamos personas distintas el día es siempre el mismo, el sol brilla de la misma manera y la hierba crece verde y desordenada, aplastada en la ribera por el agua que desborda el cauce. El día es siempre el mismo y las cosas sin embargo se desdibujan cada vez más, como si cada uno de los sueños se filmase con un desenfoque mayor: los objetos se antojan entonces pinturas derretidas; mis esfuerzos por escuchar tu voz entre los chasquidos del agua se acrecentan con los días y al final, como en un estallido de silencio y oscuridad, el río es lo único que queda.
Apuntes sobre Salitre #1: un lenguaje.
y dijo
mi vocabulario hizo esto de mí
Me acerco a la obra de María Salgado (Madrid, 1984) con prudente sigilo. Calculo que Salitre (La uÑa RoTa) es su quinto poemario, pero también sospecho que esta no es la clasificación más adecuada para un libro enmarcado dentro de un largo proyecto poético fundamentado en los aspectos performativos del lenguaje, extendido mucho más allá de la palabra escrita en busca de hallar perfiles ocultos de la palabra en cualquiera de sus vertientes posibles. El análisis, en cualquier caso, lo giro a la concreción: trato de hablar de Salitre; quizá a partir de él los ejes del trabajo de María Salgado puedan ponerse en movimiento.
Este primer epígrafe es, en realidad, un espejismo académico que considero necesario. Conviene acercarse primero a Salitre desde la hermenéutica para después liberar la vía, para hacer saltar la presa que sostiene al río —sobre la palabra literal al interior de la metáfora, defiende María Salgado con arrojo—. En último término, este es un libro orquestado para inventar un lenguaje, un lenguaje que nace de los convencionalismos y se deforma hasta reproducir una suerte de no-lenguaje o lenguaje del subconsciente, un automatismo que se desmorona en el momento primero de su concepción. Las palabras brotan de las páginas de Salitre con un vigor inesperado, caóticas y al mismo tiempo perfectamente conscientes de su voluntad de caos: a través de una serie de calculadas hélices, María Salgado nos arroja al interior de un estado de catatonia lingüística que nuestro intelecto registra como un movimiento asociado a lo onírico.
Los recursos que la autora empuña para desarticular el proceso lingüístico son múltiples: modifica cuidadosamente el orden sintáctico de las oraciones, haciendo que el verbo se desplace a través de ellas con aparente incoherencia; finaliza poemas con cortes abruptos que emulan el gesto con el que los sueños se terminan, dejando un vacío en nuestra consciencia que rápidamente se cubre con un deseo o un temor; parte las unidades sintácticas al final de los versos para cerrarlas en el ecuador del siguiente; emplea vulgarismos o dialectalismos enroscados con un uso verdaderamente plástico de cultismos; colorea los sustantivos con calificaciones arbitrarias —¿cómo puede el color verde ser violento?—… Todo para que el mundo empírico se desvanezca y los contornos se derritan: al final quedan el agua y lo que el agua deja atrás. El agua y el salitre.
Apuntes sobre Salitre #2: la percepción.
todo aquello que no es este mundo lastima menos
que este mundo
No gobierno mis sueños pero me gusta pensar que sí lo hago. En uno de ellos, particularmente recurrente, bajo las escaleras de mi casa en dirección al garaje, donde se celebra una fiesta que aparenta ser la de todos mis cumpleaños simultáneamente acontecidos. Allí se reúnen todas las personas que han sido relevantes en mi vida, formando un pelotón imposible en el que destacan siempre aquellas a las que he amado: de algún modo, esas fiestas se celebran con el único propósito de que la vida me reconcilie con las personas a las que he perdido. No ocurre apenas nada en esos sueños, de ellos sólo se desprende un aura de compasión. La marea sube, recoge salitre entre la arena y limpia las cosas del pasado.
***
Perfilado el análisis, llegan los vaivenes. Me pregunto rápido por qué María Salgado habrá decidido colocar su lenguaje en el filo onírico de la realidad. Lo primero: un pensamiento sobre la percepción. Los poemas de Salitre se disponen de la misma manera que esta masa textual que ahora yo construyo, primero abriendo la maleza de las palabras y después chapoteando, habituándose al uso de un lenguaje nuevo y después saboreándolo. Las imágenes que crea la poeta se dibujan en la imaginación con nitidez variable, y es la propia Salgado la que hace alusión a una comparativa entre el pasado y una serie de fragmentos de vídeo: ¿cuál es el orden, pues, del flujo en la representación en imágenes? ¿Es el cine quien ejerce un impacto insalvable sobre nuestro subconsciente o es acaso nuestra propia memoria el lugar en el que nace el cine?
Para representar esta bidireccionalidad de la realidad de las imágenes, María Salgado propone un ejemplo lúcido y simple, con el que percute una y otra vez: «lástima que dos rectas nunca más se toquen / por lo que tiene de épica y / silencio tal fenómeno / y que allá donde se tocan no / exista, quiero decir, en este mundo«. Dos rectas se cruzan y, aparentemente, no vuelven a encontrarse jamás. En ese espacio de indefinición que es el tiempo cuando tiende a infinito, la poeta intuye una posibilidad de deformación a la que accede a través del lenguaje onírico: la única forma que yo tengo de reconciliarme con mis errores del pasado es no cometerlos, es celebrar de nuevo todos mis cumpleaños, es encontrarme de nuevo por primera vez con todas las personas a las que he amado, pero habiéndolas amado ya. Ese recorrido inverso, esa imposibilidad fáctica que María Salgado resuelve a través de un lenguaje inventado es la solución propuesta para que el agua nunca abandone el cauce del río.
El río llega a la desembocadura y empuja salitre hacia el mar, todo el tiempo, todo todo todo todo todo todo todo todo el tiempo todo todo todo
Apuntes sobre Salitre #3: el amor.
somos la viveza de la maleza
decía
Sueño con el agua cayendo por el tejado, el agua deslizada por el metal de los coches en invierno, el agua encharcando la ropa en medio de las vacaciones de verano con mi familia en la ría, el agua como una amenaza y como un espacio de salvación, el agua como un lugar estancado, como una piscina en la que nado y nado en busca del lado opuesto, el agua como una espera o una inquietud, el agua como el cuerpo de todas las personas a las que he deseado, el agua que se evapora y se transforma en un pensamiento evanescente. Sueño con el agua bramando con su movimiento pendular. Con nuestras formas de controlarla en bañeras, vasos, cuerpos, construcciones megalíticas, barriles inmensos, surcos en la tierra, botellas de plástico y plástico y plástico; sueño con el agua cayendo por las montañas.
***
«Estar desnudo en un río es un excelente augurio», repite con precisión María Salgado, que se deshace rápido de lo tangible, de las ropas: el trabajo es la primera cuestión de nuestras vidas que desciframos con relativa claridad. El trabajo como ansiedad de futuro, como dominación del tiempo. En el palacio de círculos concéntricos que dibuja el lenguaje de Salitre, el trabajo no tiene lugar, desaparece en medio de todas las repeticiones. Ella caracolea por el margen de las instituciones: su referencia educacional nos habla de un apasionado beso entre dos preadolescentes enamorados desde primero de primaria.
Salitre trata de abolir la comprensión predefinida del amor como una realidad vinculada al tiempo de ocio; la concepción de los afectos de María Salgado confunde al amor con la propia pulsión existencial, con el primer brote de la imaginación. La estrategia principal del poemario puede ser sustraer al lector del tránsito del tiempo, sumergirlo en un charco de metáforas en el que todo es circular, todo vuelve siempre al momento primario, al momento del nacimiento. Salitre está naciendo todo el tiempo, porque ese es el único instante en el que las cosas se conciben con la pureza que la poeta exige para su palabra, porque ese es el único momento en el que el amor se enciende como una llama eterna.
si me descubro, mi amor a ti es mi infancia a ti
Apuntes sobre Salitre #4: las estrellas.
hablábamos hasta que ya
no hablábamos más
Propulsada desde el centro de la tierra, María Salgado bucea por el universo en busca de una palabra que resuelva el estado líquido de las cosas. «En el espacio se abrió un espacio / me pareció irreal y luego / me pareció real», escribe, devolviendo la atención a la cuestión de la percepción de las imágenes a las que nuestra mirada consigue acostumbrarse. Su laberinto se resuelve abrazándose a sí mismo, pintando en el cielo un permanente verano que la poeta representa con el triángulo estival, una figura imaginaria que se dibuja en el cielo veraniego y que traza una línea entre las estrellas Vega, Deneb y Altair. Repite repite repite repite sus nombres. ¿Puede un poemario no terminar jamás? ¿Pueden el verano, el amor, perpetuarse como se perpetúan los sueños cuando aterriza la noche?
por-el-bosque para-cruzar por-hacer-su-placer íbamos-repitiendo
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Autora: María Salgado. Título: Salitre. Editorial: La uÑa RoTa. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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