Resulta a la vez muy difícil y gratificante hablar de un autor cuyo mundo siempre tan creativo ha acompañado a quien esto escribe durante prácticamente toda la vida, desde el primer visionado de una de sus películas en un cine ahora desaparecido, pasando por las distintas etapas biográficas con sus momentos amargos y dulces. En unos ayudando a hacer más llevadero el vivir, y en otros subrayando su alegría. Quizá se me pueda catalogar de permisivo o indulgente, pero lo cierto es que de cada una de las películas de Pedro Almodóvar me he llevado recuerdos que han ido conformando una memoria sentimental. Para llevarse esos trocitos dentro voluntariamente, lo que está claro es que deben contener elementos positivos, o más que eso. Y eso es lo que me ha pasado con la filmografía almodovariana —tal vez sea una actitud, pero considero que es preferible esta forma de ver las cosas constructiva, inclusiva e integradora—, pues si bien habrá quien la juzgue irregular, lo cierto es que nadie podrá decir que en sus distintos títulos no haya una apuesta personal, originalísima. Siempre surge algo rescatable, a pequeña o gran escala. Esto es lo que define a la autoría en el mejor de los sentidos, a una firma única por coherente en su discurso. El interés por controlar una obra prácticamente en su totalidad puede tener sus riesgos —es imposible llegar a todo, y en algunos aspectos habrá más aciertos que en otros—, pero habla de la fe o creencia de alguien en su trabajo, de su fuerza creadora.
Quien se adentre en las páginas de este sorprendente libro comprenderá aún mejor si cabe el mundo fílmico de Almodóvar, a la vez que descubrirá otros universos aparentemente imprevistos en su autor. A juicio de quien esto escribe, será el titulado Vida y muerte de Miguel el que represente el mayor tour de force de todos, pues narrará la posibilidad de una vida transcurrida en sentido contrario, como parte de una sociedad que así la contempla porque así está determinado biológicamente. A los cinéfilos, su personaje les recordará al de Benjamin Button, afirmando el propio Almodóvar: “Décadas después pensé que […] me habían robado la idea”. Tal vez, y jugando con la ciencia-ficción temporal, podría afirmarse que a nuestro autor “le plagiaron en el pasado”, pero es lo que tienen los genios, que pueden tener ideas que otros autores personalísimos ya concibieron, están concibiendo o concebirán con el tiempo, porque en todos los casos poseen imaginarios brillantes. Otra de las facetas inéditas en Almodóvar será la narrativa de corte histórico o, al menos, atemporal, por encima de las historias enclavadas claramente en el relativo presente —aunque hayan sido escritas en algunos casos hace más de cincuenta años, como las que corresponden a sus primeras tentativas como escritor—. En concreto, serán excelentes incursiones en este género los titulados La ceremonia del espejo, Juana, la bella demente o La redención y, a su vez, respirarán el espíritu del autor a través de la mezcla de elementos aparentemente opuestos o de difícil maridaje, provocando la sorpresa o el cuestionamiento de determinados temas sacrosantos en su tradición. Así, la temática vampírica se entrelazará con la religiosa —sus mundos sobrenaturales no parecerán tan lejanos—, la histórica con la de los cuentos —en algunos casos, lo histórico se acercará a lo fabuloso a través de lo legendario— o la sagrada con la humana —la idea de un Jesucristo más terrenal que el que se nos presenta en el Nuevo Testamento, influido por la naturaleza del individuo y dudando de su misión divina como hijo de Dios—. También conviene destacar la irrupción del personaje antes mencionado, Patty Diphusa, en el relato Confesiones de una sex-symbol, que tanta importancia tendrá en el imaginario almodovariano, siempre tan relacionado con la movida madrileña.
En otros casos, lo autobiográfico se fundirá con lo fantástico, pues algunos episodios en la vida del autor o determinadas facetas de su personalidad darán lugar a relatos extraordinarios. Por ello, nos recordarán a aspectos determinantes en los argumentos de sus films, como La mala educación —el primero de sus textos, titulado La visita—, Mujeres al borde de un ataque de nervios, Todo sobre mi madre o Dolor y gloria —el segundo, Demasiados cambios de género, donde se hace evidente la influencia que sobre Almodóvar ha tenido La voz humana de Jean Cocteau— e, incluso, Entre tinieblas —en el citado La ceremonia del espejo—.
Existirá finalmente un tercer bloque, donde lo que se nos exponga sea directamente extraído y expuesto de la propia realidad, como Adiós, volcán —que supone un retrato y homenaje a la figura de Chavela Vargas, la cual también aparece previamente en el texto de ficción Amarga Navidad— o El último sueño, que da título al libro por la importancia del personaje real, la madre del escritor, Paquita Caballero. Ésta será fundamental, pues a través de ella su hijo aprendió “algo esencial” para su trabajo: la “diferencia entre ficción y realidad, y cómo la realidad necesita ser completada con la ficción para hacer la vida más fácil”. Dicha afirmación se explica en una anécdota hermosa, la cual acontece en la época en que la madre de Almodóvar contribuye a la humilde economía familiar leyendo y escribiendo cartas para los vecinos humildes de Orellana la Vieja: “Mi madre se inventaba parte de lo que leía […], les leía a las vecinas lo que ellas querían oír, a veces cosas que probablemente el autor había olvidado y que gustoso firmaría”. De hecho, el concepto que alberga el título del texto y del libro hace referencia al último sueño que tuvo Paquita, tan vívido que le hizo preguntar al despertar si había tormenta, cuando fue un día soleado. Un componente más de la capacidad fabuladora, donde realidad y ficción se entremezclan e incluso pueden resultar reales. Al menos lo fue para doña Paquita, que le reprochaba a su hijo que no firmase sus trabajos con el segundo apellido, el suyo. Así, el autor lo pondrá completo tras finalizar esta historia, en un bello acto de reconocimiento de su madre y afirmación de sus creativos genes: “Pedro Almodóvar Caballero”.
Como decimos, esta última categoría de textos representan la parte más realista de los escritos reunidos, pudiéndose casi entroncar con el género del ensayo. Aun así, Almodóvar preferirá denominar a todos ellos como “relatos” —“yo llamo relato a todo, no distingo de géneros”, afirma—. Así, entre esta “colección de relatos” de corte exclusivamente biográfico, están también los que buscan ser reflexiones en torno a cuestiones que atañen íntimamente a quien escribe, como partes de esos diarios que Almodóvar nunca pudo llevar a cabo: “En más de una ocasión me han ofrecido que escriba mi autobiografía, y siempre me he negado. También me han ofrecido que la escribiera otro, pero sigo sintiendo una especie de alergia a ver un libro que hable enteramente de mí como persona. Nunca he llevado un diario, y cuando lo he intentado no he pasado de la segunda página”. Nos encontramos, por tanto, ante la “primera contradicción” del autor —como él mismo afirma a renglón seguido—, pues el libro Mi último sueño representa “lo más parecido a una autobiografía fragmentada, incompleta y un poco críptica”.
Los escritos que mejor pueden referir a ese diario a modo de ensayo serán los últimos que cerrarán el libro: Memoria de un día vacío y Una mala novela. En el primero, Almodóvar reflexiona sobre la soledad y lo que implica en el ánimo, fruto siempre de la importancia que el autor da a la necesidad del aislamiento para favorecer la inspiración y desarrollar el proceso de escritura. Incluso saliendo del encierro físico, reconoce ese ensimismamiento: “En un momento de extravagante descaro por mi parte, iba paseando cuando alguien se me acercó para decirme algo y yo me disculpé diciendo: Perdone, pero estoy escribiendo”. En este sentido, el autor se sincera valiéndose de confesiones que incluyen la autocrítica y el reproche hacia su modo de vida, lamentando actitudes contradictorias que en definitiva constituyen la naturaleza humana, siempre paradójica: “Yo he llegado a esta situación de aislamiento casi total como resultado de no responder a los demás, por no haberme trabajado verdaderas relaciones de amistad o desatender las que tenía. Mi soledad es el resultado de no haberme preocupado por nadie excepto por mí mismo. Y poco a poco la gente desaparece. Días como hoy, mi soledad es un peso enorme, no importa que ya esté habituado, que sea un solitario experto. No me gusta y en muchas ocasiones me provoca angustia. Por eso debo estar involucrado siempre en el proceso de creación de una película”. Sus razonamientos los pondrá en comunicación con los expuestos en El perfume de las flores de noche por la escritora Leila Slimani, quien afirma que “para escribir debes negarte a los demás, negarles tu presencia, tu cariño, decepcionar a tus amigos y a tus hijos. En esta disciplina encuentro un motivo de satisfacción, incluso de felicidad y, a la vez, la causa de mi melancolía”. En esto, Almodóvar reconoce no estar de acuerdo con ella, “o no totalmente”: “Yo he llevado al pie de la letra este párrafo y no me ha provocado ninguna felicidad y satisfacción, pero sí mucha melancolía. […] Tal vez tenga razón Leila Slimani en que su trabajo y el mío exigen muchas horas de enclaustramiento, pero yo echo mucho de menos el contacto con la vida de los demás, y es difícil volver a lo de antes, a cuando era un ser social y hacía una vida más coral”. En el segundo texto, Almodóvar reflexiona en torno a dos tipos de escritura bien distintas, la de un guión y la de una novela, así como la posibilidad de que una pueda llevar a la otra: “Escribir un buen guión no es cosa fácil, requiere tiempo y horas de soledad (y astucia narrativa), y ser un poco inmisericorde con uno mismo; pero todo eso no hace que un buen guión se convierta en una novela. […] Y sin embargo, es una aspiración legítima y humana, de la que hay que defenderse; para ello es importante no enamorarse de la propia obra”.
Haciendo recuento de la heterogeneidad del libro en su microcosmos, finalizamos su lectura sintiéndonos enriquecidos, habiendo viajado por tiempos y lugares más reales o más ficticios, pero también recorriendo de forma introspectiva lo que los recuerdos y reflexiones ofrecen. Es El último sueño un viaje por tierras almodovarianas, un regalo con el que completar lo que quienes le seguimos y admiramos hemos podido descubrir con los años, los visionados y las lecturas. Gracias, Pedro, por dejarnos entrar un poquito más en tu inabarcable universo.
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Autor: Pedro Almodóvar. Título: El último sueño. Editorial: Reservoir Books. Venta: Todostuslibros
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