Continuamos el relato comenzado el jueves pasado con otros 10 cuentos que completan mi propuesta de lectura de este género que en España no ha alcanzado el nivel de América, tanto del norte como del sur.
11. Parece una tontería
Y el tercer autor que escribió sólo cuentos es Raymond Carver (1939-1988). Y poesía. Es un creador de mundos raros que se quedan en algún lugar del cerebro para producir inquietudes. Quien haya visto la película de Robert Altman, Vidas cruzadas, basada en varios cuentos de Carver, podrá recordar las sensaciones producidas por escenas como la del día de pesca de unos amigos que se encuentran un cadáver en el río, por poner sólo un ejemplo de la atmósfera creada por Carver en sus cuentos. Vidas cruzadas se basó en los relatos “Vecinos”, “Jerry, Molly y Sam”, “Bolsas”, “Tanta agua cerca de casa”, “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?”, y el que he elegido en esta selección: “Parece una tontería”. Carver ha escrito bajo la influencia de Chéjov, al que brindó su particular homenaje en el cuento “Tres rosas amarillas”, en el que narra los últimos días del escritor ruso. Los relatos de Carver se ocupan de gente desarticulada, a la deriva, desconcertada por lo que ocurre en sus vidas, pero el escritor no se agota en introspecciones psicológicas para señalar las fuentes de la infelicidad sino que traza una cuidada selección de detalles tan aparentemente superficiales como reveladores, como pueden ser la inquietud y el desasosiego que son, a veces, la trabazón de esas vidas cruzadas.
12. El nadador
De John Cheever (1912-1982) elijo “El nadador”, un cuento que hace algunos años sirvió de título para una colección de sus relatos. En 1968 fue llevado al cine dirigido por Frank Perry y Sydney Pollack con un Burt Lancaster que decide llegar hasta su casa atravesando a nado las piscinas de sus vecinos. El protagonista, ausente desde hace un tiempo, es bien recibido por algunos, mientras que en otras propiedades el trato no es tan cordial (hay quien lo expulsa de la fiesta que está celebrando en su jardín). Cuando el nadador llega por fin a su casa se ha hecho de noche y tras ocho agotadoras millas se encuentra con la puerta cerrada y oxidada y el interior de la vivienda a oscuras. Cheever es un maestro del relato en los que pinta arquetipos humanos de una América tradicional, que transpiran el dolor de la pérdida, personal y social, que viven enganchados a una noria que no manejan y en la que están inmersos. Su estilo es punzante e irónico y la agudeza de sus historias puede producir la sensación de estar caminando sin red por una estrecha tabla colocada a gran altura.
13. El infierno tan temido
Los escritores del siglo XX pueden trasladarnos inquietud o miedo sin recurrir al relato gótico. El horror está en nosotros mismos, aunque el infierno sartriano lo situara en el otro, como ocurre en “El infierno tan temido” de Juan Carlos Onetti (1909-1994), uno de los grandes narradores del siglo. Exiliado en España, en el Madrid de la reconversión cultural e ideológica, fue un hombre cuyo deseo de desaparecer le hizo un día acostarse en la cama con la intención de no volver a levantarse, por lo que la ciudad se le quedó reducida al estrecho marco de su ventana. Colocó en su mesilla de noche el tabaco y la botella, y se acostó para siempre: «Si camino, es peor. Ya probé. Una vez», dijo. En «El infierno tan temido» el horror cotidiano ese palpa en la crueldad de Gracia César, la mujer de Risso, que, desde distintos lugares, le envía fotografías suyas al lado de diferentes hombres que elige para su venganza. Es uno de los cuentos en el que la carga existencialista, la angustia, la crueldad y la decadencia moral se multiplican hasta el paroxismo. Leer “Un sueño realizado”, “Tan triste como ella”, o cualesquiera de sus cuentos, es una ocasión para reencontrarse con un maestro indiscutible, un escritor que si bebió de Balzac, Henry James y Melville, dijo entregarse más a Faulkner: «Yo he leído páginas de Faulkner que me han dado la sensación de que es inútil seguir escribiendo». Onetti es el creador de la más intensa geografía moral de la literatura en español. Su primera novela, El pozo (1939), es un verdadero análisis de la incomunicación y la soledad y, según Vargas Llosa, «marca el nacimiento de la nueva novela hispanoamericana».
14. Un día perfecto para el pez plátano
¿Qué sabemos de J.D. Salinger?, ¿que nació en 1919?, cualquier cosa que digamos de él será porque lo hemos leído en los libros que han publicado, bien su hija, bien un biógrafo “no autorizado”. Pero hay otros casos, además del de Salinger, como son los de B. Traven y Thomas Pynchon. Del primero nunca se ha visto una fotografía. Bernardo Atxaga escribió hace años para El País Semanal un reportaje titulado “Tras los pasos de Holden Caulfield”, el protagonista de El guardián entre el centeno, visitando los lugares que se citan en la novela. Enrique Vila-Matas contó que un día vio a Salinger en un autobús que cruzaba la Quinta Avenida de Nueva York. Tal vez lo viera en el mismo autobús en el que el protagonista de “El corazón de una historia quebrada”, encontró a la mujer de sus sueños. Los cuatro libros que publicó el escritor norteamericano tienen conexiones entre sí, que un lector interesado podrá ir descubriendo. Son, además de El guardián entre el centeno, Nueve cuentos, Franny y Zooey, Levantad, carpinteros la viga maestra y Seymour: una introducción. El cuento “El corazón de una historia quebrada” lo tradujo Javier Marías y se publicó en la Revista Poesía, en 1978. En su introducción, Marías menciona veintidós cuentos más que Salinger publicó en revistas y que están reunidos en dos volúmenes, The Complete Uncollected Short Stories of J.D. Salinger –que el autor de Corazón tan blanco adquirió en Nueva York– en los que no constan el nombre de la editorial, ni la fecha, ni el copyright, por lo que, según Marías, se trata de un libro fantasma. Y como tal cuento fantasma he querido hablar hoy aquí, como corresponde al escritor del que estamos hablando, aunque por encontrarse en una publicación casi secreta me animo a recomendar otro mucho más accesible que está entre sus Nueve cuentos: «Un día perfecto para el pez plátano».
15. Niños en su cumpleaños
En 1959 Truman Capote leyó en The New York Times un artículo sobre el asesinato de los cuatro miembros de una familia en una apartada zona de Kansas. Le propuso entonces al editor de la revista The New Yorker escribir un reportaje en el que empleó seis años y publicó en el libro A sangre fría. Acompañado por su amiga, la escritora Harper Lee –autora de Matar a un ruiseñor, que años más tarde dirigiera para el cine Robert Mulligan, interpretada por Gregory Peck– viaja a Kansas para realizar su investigación periodística y conocer a los dos asesinos de la familia, pero esa bajada a los infiernos le cuesta al escritor cinco años de escritura y un año para recuperarse, “si es que recuperarse es la palabra”; escribe Capote: “no pasa un día sin que algún aspecto de esa experiencia no proyecte su sombra sobre mi mente”. Capote es autor de novelas y cuentos inolvidables, como El arpa de hierba o El invitado del día de acción de gracias. A modo de brevísimo resumen de su vida, copio este diálogo consigo mismo que el escritor publica en su “Autorretrato”:
P.: ¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
R.: Amor.
P.: ¿Y la más peligrosa?
R.: Amor.
16. Una llamada telefónica
Dorothy Parker (1893-1967) es una escritora con parecidas búsquedas amorosas. Fue Una dama neoyorkina y sufrió La soledad de las parejas, por jugar a situarla usando dos títulos de sus colecciones de cuentos. Con la Parker podemos intentar marcar su existencia en cantidades: un perro, dos matrimonios, tres (o más) amantes, cuatro intentos de suicidio y cantidades ingentes de perfume, alcohol y nicotina que “aromatizaban” las sesiones diarias en el hotel Algonquin de Nueva York, muy cerca de la fosforescente plaza de Times Square. Reuniones sociointelectuales que esta incómoda escritora libraba con los galácticos del momento: periodistas, escritores y gente de teatro, para los que desplegaba sofisticación y sensibilidad entubada en largos vestidos, que unía a una cáustica ironía y a un empeño de ruptura del sueño americano, que cierta sociedad de entreguerras aún alimentaba. Fue una deslenguada estupenda a la que se le asignan frases tan geniales como: “A un hombre sólo le pido tres cosas: que sea guapo, implacable y estúpido”. O esta otra: “Cualquier mujer que aspire a comportarse como un hombre, seguro que carece de ambición”. A Dorothy Parker se la conoce menos en otros aspectos de la literatura, como, por ejemplo, la poesía, la crítica o el guion cinematográfico, porque sus cuentos han prevalecido como una muestra desgarrada del mundo del siglo XX al que se le empezaban a olvidar los sueños para entrar sin remedio en otra dimensión, menos risueña y tristemente adulta. Tal vez un preludio.
17. Los venenos
En este viaje me quedan solo cuatro autores: Cortázar, Rulfo, Lispector y Quiroga. Cuatro autores nacidos en el continente americano aunque Julio Cortázar lo hizo en Bruselas en 1914, pero muy pronto le llevaron a jugar rayuelas al barrio de Banfield, allá en Buenos Aires. Después de muchos años en París se convirtió en ciudadano francés, y algunos creyeron, al oírle hablar y arrastrar las erres –un defecto congénito- que había perdido la relación con su idioma. Cortázar forma parte de una amplia lectura generacional, y hay quien dice que si los mismos que leyeron Rayuela desde su publicación en 1963 hasta bien pasados los ochenta, resistirían hoy una relectura de aquella antinovela que nos llevó por las calles de París buscando a la Maga desesperadamente. Sus cuentos creo que han quedado con más fuerza en nuestra memoria y si pensamos en nuevos lectores estoy seguro de que “Autopista del sur”, “Final del juego”, “La señorita Cora” o el que hemos elegido de “Los venenos”, cuyo mundo infantil tan bien retrata Cortázar, captará otra vez adeptos. En plena actividad (poco antes había publicado un viaje imposible y juguetón, Los autonautas de la cosmopista, y dos alegatos en favor de Argentina y Nicaragua) muere en 1984. Se llevó las erres y una novela no escrita y siempre soñada.
18. Diles que no me maten
Juan Rulfo (1917-1986) era un hombre modesto y de pocas palabras. Álvaro Mutis, que leyó todo lo que Gabriel García Márquez escribía antes de publicarlo, cuando leyó Pedro Páramo fue inmediatamente a comunicárselo a su amigo Gabo. Márquez lo cuenta así: “… Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda! Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá -casi diez años atrás- había sufrido una conmoción semejante.” De sus cuentos he seleccionado “Diles que no me maten”, una obra maestra del género. En él, como en toda su obra, Rulfo mezcla el lenguaje popular con la más alta expresión literaria. Destaco algunos párrafos inéditos que un amigo que le conoció, y que desea permanecer en el anonimato, tiene anotados sobre Juan Rulfo: “Jamás habla de él ni de su obra, prefiere contar lo que ha leído. Está siempre actualizado, y ya leyó a cada nuevo escritor mexicano. Le apasiona leer. Cree -como muchos años después dirá Ángeles Mastretta en Buenos Aires- que los libros sólo existen si alguien está dispuesto a perderse en ellos. Rulfo se pierde dentro de sus lecturas. ¿Quizás también dentro de su propia obra?” (…) “Rulfo es un hombre triste, como sus historias. Sin embargo su obra tiene una fuerza enorme. ¿Dónde está aquella energía vital que se percibe pero que tan bien esconde? En el fondo, siempre tengo la sensación de que Rulfo se ríe de todos los que lo rodeamos, y que una vida interior muy propia, secreta, a la que no deja asomar a nadie, lo mantiene vivo y atento” (…) «Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, como dice la Espasa. En enero de 1986, Juan Rulfo, silencioso, parte para Comala. Pero no hay por qué preocuparse: “en México -escribe Rulfo- nunca muere nadie”.
19. El hombre muerto
El uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) es el autor del tan celebrado Decálogo del prefecto cuentista. Su noveno mandamiento dice: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”. “El hombre muerto” es una historia espeluznante. No tengo datos sobre lo que voy a decir pero es posible que Quiroga hubiese leído los Cuentos de soldados y civiles (1821), de Ambrose Bierce, escritor y periodista norteamericano, conocido como “Bitter Bierce” por la amargura de sus textos, que vivió y escribió de la crudeza de la guerra con ese grado de terror psicológico con que Quiroga afronta este cuento, en el que un hombre siente la muerte lentamente acercarse tras una caída en los campos de su propiedad, cerca de su casa y de los suyos. Y lo he elegido porque centra a la perfección las virtudes de Quiroga como escritor: la exigencia del lenguaje y la brevedad del relato. Recuerdo ahora la opinión de Horacio Quiroga sobre la construcción de sus cuentos porque, generalmente, los escritores inventan unas aproximaciones tan literarias que merece la pena conocerlas. Así como cuando le preguntaron a Monterroso: “Y usted cómo escribe”, él respondió: “Yo corrijo”, Quiroga manifestó lo siguiente: “No lo sé; sospecho que lo construyo como aquel que fabricaba los cañones haciendo ante todo un largo agujero que, luego, rodeaba de bronce”.
Y 20. La bella y la bestia o La herida demasiado grande
Clarice Lispector (1920-1977) cierra estas presentaciones. He elegido un cuento que se publicó dos años después de su muerte. Es una narración en cascada, casi como un flujo de la conciencia, en la que una rica y elegante mujer de treinta y cinco años, se encuentra en la calle con un mendigo. Es para ella un instante insólito, porque le queda una hora para que su chofer venga a recogerla y entretanto piensa en cómo tomar un taxi con quinientos cruceiros en su bolso, que es una cantidad enorme para que le den cambio. La señora Carla de Sousa y Santos experimentará entonces un encuentro inesperado con la realidad que es, en el fondo, a lo que Lispector quiere referirse de paso: a cierta condición de la mujer –mujer de un banquero en este caso– una dama adinerada que nunca se mezcla con la gente y cuyos pensamientos, caóticos y fuera de toda lógica, hacen que zozobre y sienta de pronto el peligro de vivir. Este cuento es uno de tantos en los que la autora exploró el mundo femenino, porque aunque también tocó el tema de la mujer, la esposa, la madre y las relaciones con familiares y amigos, o la incomunicación, por ejemplo, en los que pertenecen a Lazos de familia, se adentró, con distintos recursos narrativos, en los que componen El viacrucis del cuerpo, cuentos más reflexivos, con un tono más erótico y con una manifiesta intención de ruptura. Clarice Lispector fue una mujer hermosa y elegante que supo observar y poner en solfa un mundo absurdo, injusto y lleno de miseria y dolor.
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