El mejor amigo de Gay Talese se llamaba David Halberstam, era uno de los reporteros estrella de The New York Times y, al leer sus crónicas de guerra (las de Vietnam, por ejemplo), el dandi de la non-fiction solía quedarse deslumbrado. Halberstam era sólo un año menor que Talese y la sintonía generacional y el desarrollo paralelo de sus carreras hacía que los dos compartieran asuntos personales y profesionales. David Halberstam murió hace diez años en un accidente automovilístico, cuando se dirigía a realizar una entrevista. Talese sintió en el alma el fallecimiento de su amigo, sobre todo porque se trataba de alguien con quien jamás tuvo algún episodio de rivalidad, hipocresía o envidia, como sí ha ocurrido con otros de sus coetáneos (Tom Wolfe, Norman Mailer o Gore Vidal). Al enterarse del accidente mortal pensó que, viéndolo bien, su casi hermano había tenido “una buena muerte” porque “era mejor eso y no una larga convalecencia en una cama de hospital debido a una tortuosa y maldita enfermedad” (quizá lo que él más teme).
Talese no lo dice muy a menudo, pero su amigo David fue quien le dio uno de los mejores consejos para escribir sus libros. Hace cinco años, cuando vino por primera vez a España y tuve la oportunidad de entrevistarlo, fue generoso y reconoció, sin embargo, que Halberstam le dio la clave que él ha seguido una y otra vez. “Un día me dijo: todo autor debería ser como un dramaturgo, colocar a gente e ideas en un escenario y hacer que el lector se convierta en espectador de lo que contamos.” El libro más reciente del viejo del Nuevo Periodismo continúa basándose en este esquema y tiene la intención de ofrecer al público desprejuiciado una historia tan sórdida como humana. Porque en El motel del voyeur, recién publicado en español por Alfaguara, el morbo y la imaginación obligan al lector a disfrutar, casi sin descanso, sus más de 200 páginas.
En abril del año pasado, la revista The New Yorker ofreció lo que parecía ser el reportaje del año: un extracto del dilatado (y detallista y orfebre) trabajo periodístico de Talese sobre Gerald Foos, el dueño de un motel que se las ingenió para observar y registrar las prácticas sexuales de sus huéspedes. Las frases largas, bien apuntaladas y llenas de ritmo, que avanzan como caballos desbocados (el estilo del que se enorgullece el también autor de Los hijos) y, desde luego, el famoso nombre de quien firmaba el texto, despertaron mucha expectación entre el público. Al instante, en las redes sociales se repitió la misma pregunta: “¿para cuándo el libro?” El libro estaría a la venta en julio, pero en ese momento alguien en The Washington Post comenzó a dudar de la veracidad de la historia y de algunos datos concretos que contenía y se puso a investigar.
El periódico que acabó con la presidencia de Richard Nixon analizó y destripó cada párrafo de las páginas centrales del New Yorker y concluyó que hubo un tiempo en que el motel no perteneció al protagonista (porque lo vendió y luego lo volvió a comprar), algo que no le contó a Gay Talese, ni éste se ocupó de verificar, pues confió ciegamente en lo que le confió y en los registros ininterrumpidos que le proporcionó. Añadió que el relato tenía una sola fuente (el voyeur) y puso en tela de juicio la ética del autor, que no denunció el comportamiento intrusivo del dueño del motel (y también se convirtió en fisgón momentáneo), ni (¡lo más grave!) que entre lo que este individuo presenció estaba un asesinato. De esta manera, el reportaje del año no tardó en convertirse en la polémica del año.
La reacción de Talese tampoco se hizo esperar. “Nunca debería haber creído ni una sola palabra de mi peculiar confidente. No voy a promocionar mi libro. ¿Cómo voy a promocionarlo si su credibilidad acaba de quedar en la basura?”, dijo después de leer la investigación del Post, en donde también se revelaba que el director de cine Steven Spielberg había comprado los derechos del libro para hacer una película sobre la persona que dejó de asaltar la intimidad hasta el día en que la artritis se lo impidió. Pronto la editorial del hombre que toma notas en pedazos de cartón difundió un comunicado en el que especificaba que, basados en las pesquisas publicadas, realizarían una revisión del libro y que no había que hacer caso de la declaración de Talese, pues había hablado en un momento de enfado y, aun así, jamás había desautorizado su libro. La revisión se hizo y después del último capítulo se le agregó una nota del autor: “Foos es un narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda fue un voyeur épico. (…) Debido al reportaje del Washington Post, se han introducido una serie de cambios de escasa importancia.”
El motel del voyeur tiene su origen en La mujer de tu prójimo, el libro con el que Gay Talese dio a conocer los hábitos sexuales de la sociedad estadounidense en la segunda mitad del siglo XX. A finales de la década de los setenta, buena parte de su país sabía que el escritor llevaba varios años indagando al respecto. Por eso, el 7 de enero de 1980 Gerald Foos se animó a escribirle una carta contándole lo que hacía en su motel, ubicado a las afueras de Denver (Colorado). “Tengo información que podría formar parte de su libro”, le especificó, y el periodista fue a verlo.
Foos definió lo que hacía (espiar a sus huéspedes a través de un aparente conducto de ventilación, fabricado milimétricamente por él mismo) como una especie de observación sociológica, con registro profesional incluido y, bueno, también un estímulo para masturbarse. Previo acuerdo de estricta confidencialidad, el dueño del motel compartió por unos momentos su habitáculo indiscreto con el elegante periodista. “Me puse de rodillas y comencé a arrastrarme hacia la zona iluminada cercana. Acto seguido estiré el cuello al máximo para poder ver tanto como fuera posible a través del conducto. Al final, lo que vi fue a una atractiva pareja desnuda tumbada en la cama y practicando sexo oral”, relata un arriesgado Talese en El motel del voyeur. “A pesar de que una insistente voz dentro de mí me decía que apartara la mirada, seguí observando cómo aquella mujer esbelta le practicaba una felación a su pareja y me aproximé para ver más de cerca. No me fijé en que durante el movimiento mi corbata de seda de rayas rojas se había deslizado a través de los listones de la rejilla de celosía y ahora colgaba en lo alto del dormitorio, a menos de dos metros de la cabeza de la mujer.”
Talese supo que la historia personal de ese hombre y sus registros enriquecerían su libro, pero no pudo aprovecharla porque Foos se negó rotundamente a que se hiciera público su nombre. “Yo escribo no ficción y no encubro a mis fuentes”, le espetó el escritor. “Bueno, quizá más adelante”, zanjó el dueño del motel al autor que le sobra paciencia. Ambos estuvieron en contacto durante más de 30 años y, cada cierto tiempo, Talese recibía en su casa un puñado de fotocopias del diario de observación sexual de su confidente. En 2013, finalmente, Gerald Foos se animó a que toda su historia, sin escatimar detalles, saliera a la luz. Entonces el maestro del periodismo narrativo sacó de unas cajas todo el material que guardaba (fotos, conversaciones, el diario de registros…) y, durante tres años, se puso manos a la obra.
El motel del voyeur no está a la altura de Honrarás a tu padre o de La mujer de tu prójimo, pero es un relato que, polémica aparte, atrapa desde la primera línea, desata la curiosidad del lector, lo envuelve en una atmósfera tan íntima como la que cuenta, aplica la fórmula recomendada por su mejor amigo (gente e ideas sobre un escenario para que el lector vea la narración), permite distinguir, como es habitual en los libros de este hijo de un sastre, que la confección del buen periodismo es propia de cualquier artesano o, en concreto, de un montajista cinematográfico y, además, equipara su oficio al del protagonista del libro porque, como señaló él mismo en El reino y el poder, “todos los periodistas no somos más que unos incansables voyeurs que nos dedicamos a ver los defectos del mundo, las imperfecciones de la gente y los lugares.”
Autor: Gay Talese. Título: El motel del voyeur. Editorial: Alfaguara. Venta: Amazon y Fnac
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