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‘Réquiem por un campesino español’: Caballos y batallas

‘Réquiem por un campesino español’: Caballos y batallas

[Foto: Inés Valencia]

El interés de la película de Francesc Betriú, hecha en 1985, radica más en la fidelidad de su adaptación a la novela corta original de Ramón J Sender que en la brillantez que pueda tener como film a secas, así que es un gran acompañamiento para el relato escrito, como habrán averiguado muchos estudiantes de español como lengua extranjera, ya que es un texto que se usa mucho para eso. Un Antonio Banderas de 25 años de edad hace de campesino aragonés con ideas políticas en los tiempos anteriores a la Guerra Civil Española, acompañado de Antonio Ferrandis como el mosén Millan (el párroco del pueblo), y de Fernando Fernán Gomez como el administrador del ausente duque dueño de las tierras, que defiende «usanzas» de hace cuatrocientos años para seguir explotando a los campesinos. Por su parte, Emilio Gutiérrez-Caba le mete un tono de abusón amenazador al papel del centurión, el señorito facha en jefe.

[Como siempre en este blog, aviso de spoilers en todo el texto]

La historia original de Sender tiene apenas 50 páginas de extensión, así que cabe perfectamente en una película de apenas 90 minutos sin perder matices. O al menos solo los que quiera perder el director, porque algún cambio hay, aunque ciertamente hay que peinar muy fino para verlos. El film mantiene la estructura original de ida y vuelta continua del presente al pasado: la acción comienza en la sacristía donde el mosén Millán espera a que lleguen los fieles para celebrar una misa de réquiem por la muerte, justo un año antes, de Paco, un campesino local. Mientras dice sus rezos («cincuenta y un años repitiendo aquellas oraciones habían creado un automatismo que le permitía poner el pensamiento en otra parte sin dejar de rezar»), el cura recuerda la vida de Paco en orden cronológico, desde su nacimiento hasta su muerte. El padre Millán, como era normal con los curas, ha estado presente en los momentos más importantes de la vida de Paco: su bautizo, su comunión, su confirmación y su boda. Normalmente, siendo una generación entera mayor que Paco, el mosén no debería haber estado presente en su funeral ni misa de cabo de año, pero por alguna razón, el día de la boda de Paco, el cura había dicho durante la ceremonia: «Este humilde ministro del señor ha bendecido vuestro lecho natal, bendice en este momento vuestro lecho nupcial y bendecirá vuestro lecho mortal, si Dios lo dispone así». Paco se extraña y reacciona pensando, según el escritor: «Eso del lecho mortal le pareció a Paco que no venía al caso». De todas formas, la muerte de Paco es lo primero que sabemos de él, ya que viene incluso en el nombre de la obra: el título original de Mosén Millán fue cambiado luego por el de Réquiem por un campesino español, donde cada palabra es importante. «Réquiem» por la muerte de tanta gente durante la Guerra Civil, «campesino» como oficio más común y básico de la sociedad española del momento, de cuyo esfuerzo vivían él, su familia y los dueños de sus tierras, y «español» por abarcar a todo el país. Paco, obviamente, representa al español medio de aquel tiempo, aunque el libro fue publicado por primera vez, en el exilio, en México en 1953.

Tras saber ya de entrada que Paco murió, sólo falta saber cómo, y estando en España en estos años, no hay mucha duda de cómo va a ser: a tiros, a manos de enemigos políticos. Paco mostró siempre una gran precocidad a la hora de darse cuenta de los problemas de su entorno, y se le ve desde niño una capacidad especial de captar las cosas. Sus padres, que van a la iglesia solo lo normal, le dejan ser monaguillo a cambio de que aprenda a leer y escribir con el cura, y desde ahí el sacerdote va viendo lo que hace Paco, que al principio son cosas de críos, pero que luego van más allá. Por ejemplo, un día Paco se apropia de un revólver viejo que anda de mano en mano entre la chavalería «porque si lo tengo yo, no lo tienen otros peores que yo» (en la película es una simple honda con goma elástica y forma de pistola de madera, un juguete sin más, pero en el libro era una pistola de verdad). También intenta Paco que el perro y el gato de su casa se lleven bien (detalle que no está en la película). Pero el momento más importante llega con la visita a las cuevas.

El pueblo del relato es un lugar innombrado de Aragón, «en la raya con Lérida», donde hay gente tan pobre que no tiene ni casas, sino que vive en cuevas. Un día, Mosén Millán tiene que llevar la extremaunción a un hombre que vive allí, y Paquito se queda impresionado para siempre con sus condiciones de vida, soledad y desamparo. Muy afectado, el chaval inmediatamente empieza a cavilar maneras de arreglar la situación de otra gente igual, como hacer colectas y decir que es el cura quien lo manda, para que así no se pueda negar nadie, pero el páter se las tira todas por el suelo. Comenzando por alabar bondadosamente el buen corazón del crío, Millán acaba echándole la bronca por dar tanto la tabarra con el tema. «Hay cosas peores que la pobreza». «Subirá al cielo, donde será feliz». «La vida es así, y Dios, que la ha hecho, sabe por qué». «Cuando Dios permite la pobreza y el dolor es por algo». «¿Qué puedes hacer tú?». «Esas cuevas que has visto son miserables, pero las hay peores en otros pueblos». Es decir, que tan pequeño, y las ideas nobles de Paco ya se empiezan a dar contra el muro de la realidad, en este caso agravado incluso por la gente de quien uno en principio se fía, como es el cura del pueblo y el padre de uno, que con el lógico deseo de evitar estos tragos a su hijo tan joven, le prohíbe volver a acompañar a Millán a dar extremaunciones. Incluso cuando se le dice que la familia de las cuevas tiene un hijo en la cárcel, Paco encuentra, con aplastante lógica de (no tan) crío, una razón positiva. «Su hijo no debe ser muy malo. Si fuera malo, sus padres tendrían dinero. Robaría». Veintitrés años después, Millán vuelve a recordar estas cosas, e identifica ese momento de su vida como de gran influencia en lo que pasará después.

Paco va creciendo, se hace buen mozo, y cuando su padre le explica que todos los años hay que pagar arrendamiento por las tierras que cultivan a un duque que nunca se asoma por allí, pasamos de lo social a lo económico, y de ahí, dado el momento histórico, a lo político. En estos años ya va existiendo una opción política que empieza a preocuparse de temas como la redistribución de tierras y la igualdad social, y en poco tiempo Paco y los suyos acaban siendo elegidos concejales. Es la gran ocasión histórica, y la agarran con las dos manos: su primera medida es dejar de pagar al duque y usar libremente los montes para que pasten las ovejas. Esta escena está extraordinariamente bien rodada: en medio de un camino en ninguna parte, rodeado de colinas, hay un punto con un par de columnas a cada lado del sendero y una cuerda tendida entre ambas, símbolo de Prohibición Porque Sí. Es, literalmente, un intento de ponerle puertas al campo, aunque en este caso no hay ni puerta, ni garita, ni casa ni nada: dos cachos de piedra y una cuerda. Cuando Paco convence a los guardas para que no se les opongan y se vayan pacíficamente al pueblo a buscar otro empleo, la cara de Banderas expresa luminosamente la alegría por un acto tan banal y a la vez tan significativo como mover una cuerda de sitio, en un gesto de dicha y a la vez silencioso, como si gritar de gozo fuera a romper el encanto. Un simple rebaño de ovejas avanzando entre dos ridículas columnas parece anunciar el nacimiento de una nueva era. Este es el tipo de escenas que debería buscar hacer todo director al que le dé por «mejorar» el original que está adaptando. Esas columnas y esa cuerda en medio del campo abierto no están en el libro, pero en pantalla resultan un hallazgo.

La figura de Paco a menudo se ha comparado a la de Cristo, y la verdad es que muchos elementos están decididos por el escritor a propósito para ello: su precocidad, como la de Jesús debatiendo con los rabinos del templo, su ignorar la violencia como medio para conseguir cosas (véase el incidente de la pistola de juguete, u otro que no sale en la película donde Paco le quita los fusiles a la guardia civil para que no haya tiros durante un incidente con las rondallas), sus ideas de cambio social basado en una mayor igualdad y, más claramente, la edad de su muerte y el hecho de que el mismo día de su ejecución maten a otras dos personas junto a él. La comparación de Jesús con otros revolucionarios sociales de todos los tiempos seguramente no sea nada nuevo hoy en día, pero de aquella es fácil imaginar que no sería bien recibida en absoluto por el régimen en el poder, y menos cuando se compara a Cristo con un destripaterrones y concejal de izquierdas. Además, al igual que Paco, Jesús no era ningún meapilas, y una cosa era no usar violencia y otra no tener fuertes convicciones, que hay que recordar que Jesús un día echó a los mercaderes del templo. Así, cuando el administrador del duque, don Valeriano (un severo y señorial Fernando Fernán Gómez) se aviene a hablar con él, Paco le dice que no hay nada «que negociar, sino bajar la cabeza. Parece que el duque templa muy a lo antiguo, y otra jota cantamos por aquí». Esta es otra escena muy digna de ver, donde tanto los personajes como los actores transmiten lo que deben. Fernán Gómez no sólo es el administrador de un duque, sino el actor veterano que sabe comerse la cámara sin aspavientos, y Banderas es el joven vital que empieza en esto y que se va encontrando con sus primeros papeles de enjundia, dejando atrás la adolescencia, nervioso, pero con arrestos, como Paco al meterse en asunto de hombres hechos y derechos. «De hombre a hombre va algo», amenaza don Valeriano, mencionando fueros de reyes y siglos de usanza, y Paco llega al momento en que toca retirarse o cruzar el Rubicón: «Dígale al duque que si tiene tantos derechos, puede venir a defenderlos él mismo, pero que traiga un rifle nuevo». Y a buen seguro, un día la guardia civil del pueblo se va «a unas maniobras» y, mire usted por dónde, ese mismo día llegan al lugar unos señoritos de ciudades cercanas. Ambas cosas no son casuales, y en la película incluso se ve a ambos coches cruzarse por el camino, unos saliendo y los otros entrando, como si no hubiera tiempo que perder para deshacer tamaños desafueros. Don Valeriano ha decidido cortar por lo sano y empezar a dar escarmientos, el primero de ellos al zapatero.

El zapatero y la Jerónima son dos secundarios muy interesantes. Ella es partera, chismosa, irreverente, supersticiosa, cantarina, lenguaraz y el perejil de todas las salsas. Trae frito al cura con los amuletos paganos que pone bajo las almohadas de los bebés, y no tiene inconveniente en cantar coplillas irrespetuosas entre las paisanas del carasol, donde las comadres se reúnen a comadrear. «Nunca me casé, pero detrás de la iglesia tuve todos los hombres que quise. Soltera, soltera, pero con la llave en la gatera». El zapatero también es bastante irreverente con la iglesia (no demasiada gente parece respetarla en esta historia, al parecer), pero con una retranca más aguda y ocurrente. «Si la iglesia es la casa de Dios, yo no merezco estar ahí, y si no lo es, ¿para qué?». «Los curas son quienes más trabajan para no tener que trabajar». «Los curas son las únicas personas a quienes todo el mundo llama padres, menos sus hijos, que los llaman tíos». Ambos personajes son un tanto espíritus libres y críticos, e incluso el zapatero llega a decir que los dos tienen una especie de entendimiento que él llama «telégrafo amoroso», pero con formas y resultados diferentes: mientras que la Jerónima es bastante inconsciente y su rechazo a la autoridad es del tipo de estar solamente a su bola, buscando oportunidades para dar la nota, el zapatero juega la partida de ajedrez mentalmente varios movimientos por delante. «Tengo barruntos», dice. «Si el cántaro da en la piedra, o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro». Sabe que sea quien sea el que inicie los problemas, al final pagarán los mismos. La diferencia entre ambos se ve claramente cuando se va la guardia civil. La Jerónima está encantada, pensando que aquello es licencia para dedicarse al vivalavirgen (gran interpretación de Terele Pávez), pero el zapatero sale de estampida a saber más, porque tiene noticias de fuera, y sabe que «en Madrid pintan bastos». Dicho y hecho, en la escena siguiente le están midiendo las espaldas al zapatero con un garrote.

Los acontecimientos se precipitan, de las palizas se pasa a los asesinatos, y Paco huye. La principal diferencia entre el libro y la película viene ahora, ya que en el libro Millán averigua dónde se oculta Paco a base de hablar con los padres de éste de una manera como dando a entender que ya lo sabe de todas formas, con lo cual los padres mencionan su escondrijo pensando que no le revelan nada nuevo. En la película es Paco quien se aparece a la propia ventana del cura diciéndole directamente dónde se esconde, para que le avise si pasa algo con su esposa. Esta segunda versión gana en dramatismo, pero le da un matiz distinto a la traición del cura: en la película Millán no tiene más remedio que saber dónde está Paco, ya que éste se lo suelta sin preguntárselo él siquiera, mientras que en el libro el cura hace un esfuerzo específico por enterarse. La historia, sin embargo, continúa por camino común: Millán acaba diciendo a los fascistas dónde está Paco, y estos lo fusilan.

Si Paco ha sido hasta ahora justificadamente lo más interesante de la historia, la figura que explorar al final es la del cura. El libro está narrado por un autor omnisciente, pero desde el punto de vista del sacerdote y sus recuerdos, y la película sigue esa forma de contarlo. ¿Por qué el cura reveló el escondite (que no es otro que la cueva de Las Pardinas, la misma donde fueron juntos hace años a dar aquella extremaunción)? Podría decirse simplemente «por cobarde» y ya está, pero hay una enmarañada mezcla de motivos. Por un lado, el cura de un pueblo era posiblemente la persona más respetada del lugar, incluso por aquellos que no eran de comunión diaria, pero a menudo muchos párrocos de entonces eran gente tan sencilla y poco preparada para muchas cosas como sus mismos feligreses, así que cuando llega un grupo de gente armada al pueblo y se pone a matar gente, ¿quién puede saber cómo reaccionar, y más alguien que por hábito ha renunciado a la violencia? Por otra parte, el cura vivía el tipo de existencia regalada que les era común, teniendo sus necesidades cubiertas sin tener que trabajar de sol a sol, y dependiendo solamente de su maña para recibir donativos para sus templos. Así que cuando empiezan a pasar las cosas que pasan, el padre Millán se encuentra atrapado entre sus feligreses campesinos y sus adinerados protectores. El cura ya había mostrado su dejadez rechazando las ideas de Paco para combatir la pobreza en las cuevas, mientras que no tiene empacho en defender al duque por el simple hecho de haber dado dinero (¡dos veces!) para el tejado de la iglesia. Sus intentos de mediación más parecen ganas de que no le compliquen su cómoda existencia que de buscar ausencia de conflicto. Otro motivo que se añade es el de su profesión: don Cástulo, el taimado chaquetero del pueblo, lo convence recordándole que tanto pecado es mentir como callar (por omisión). Pero de nuevo, da la impresión de que esto es una excusa conveniente en lugar de un convencimiento de intentar evitar tal pecado. Y por último, está la promesa del «centurión» (otra comparación con Jesús) de que no matarán a Paco, sólo lo juzgarán y encarcelarán. «Me mintieron, me engañaron», será la reacción del cura. Y es bien cierto que no es culpa del cura la muerte de Paco, pero ¿por qué no hizo algo más para evitarla? ¿No pudo, no supo, no quiso, o en su interior estaba en contra de Paco desde el principio, y aunque sea un hombre mayormente decente, llevaba un egoísmo dentro que salió a la luz en el momento clave?

Y así llegamos al final de la historia, que es de nuevo el presente. A la iglesia no ha acudido nadie más que los tres prebostes del pueblo, don Valeriano, don Gumersindo y don Cástulo, los tres hombres que colaboraron para que Paco fuera prendido y muerto. Los tres llegan a la iglesia queriendo pagar la misa y diciendo que así demuestran que tras un año todo se ha olvidado. Claro, pelillos a la mar porque ganaron ellos.

A todo esto, Paco, mientras, se ha convertido en un héroe en el pueblo. Tanto es así que se le ha hecho un romance, que el nuevo monaguillo canturrea por la iglesia durante todo el día. De hecho, puede considerarse que ese romance constituye una tercera acción paralela en el libro, pero en el film sólo se nos canta el primer trozo: «Ahí va Paco el del molino, que ya ha sido sentenciado». ¿Por qué entonces no ha ido nadie a su misa de cabo de año, salvo sus enemigos? Es una pena que la película haya escamoteado otra escena clave del libro, que ocurre cuando se producen los primeros asesinatos en el pueblo: la gente, asustada, llena la iglesia al domingo siguiente, esperando a ver qué dice el cura, pero éste no menciona el tema. Y cuando Millán sigue sin pronunciarse en las semanas siguientes, la iglesia se le va vaciando progresivamente. Al no decir nada para no mojarse, está tomando partido, y eso acabará llevando a que para terminar con toda la tensión, se convenza de que lo más sencillo es delatar el paradero de Paco y fiarse de las promesas de unos asesinos que creen que con dejar a sus víctimas confesarse antes de matarlos han cumplido con Dios. Un año después, de Paco sólo queda su potro, que cabalga libre por el pueblo, y que llega a meterse en la iglesia durante la espera del cura, claro símbolo (aparte del de virilidad, que le alababan las mujeres del pueblo desde bebé) de que su vida no será olvidada con una simple misa.

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

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