No hablo hoy de un libro. No voy a comentar ninguno de esos títulos importantes que, según se lee en la cubierta, son imprescindibles, aunque nunca se explique por qué y para quién, de manera que ya nadie toma la solemne afirmación más que como un eslogan. No, hoy hablo de una publicación sencilla, nada pretenciosa, modesta hasta en su pequeño formato, 21 centímetros de alto por 12 de ancho. Llevaba el atrevido y contracultural título La bolsa de pipas y había alcanzado los veintidós años de vida. Digo había, en pasado, porque al llegar a su número 103, el del último trimestre del presente año, pasa a mejor vida. En la página final, su director, el escritor mallorquín Román Piña, se despide con extrema brevedad y con sencillez acorde con la publicación. «Se acabó», dice. Gracias a los que nos han ayudado, añade. Y concluye: «Y no olviden echarnos de menos».
La bolsa de pipas nació en enero de 1995, en Palma de Mallorca, de la mano de tres jóvenes poetas locales, Román Piña, Antonio Rigo y Emilio Arnao. El número 1 recoge una selección poética de sus fundadores y lleva un rótulo genérico, «Le Con de la Muse», que indica su espíritu transgresor. Ese «El Coño de la Musa» era una bandera de marginalidad y antiacademicismo, la señal de que buscaba un espacio extraterritorial en la geografía literaria habitual. Con tal espíritu coincidía su intento frustrado de difundirla en espacios no estigmatizados por el prestigio de la cultura, en supermercados, bares o farmacias. La marginalidad no se escapó, sin embargo, de los ritos de la sociedad literaria. Un tanto contradictoriamente con su propósito rupturista tuvo su puesta de largo en un prestigioso escenario, en el Gran Hotel de Palma, al amparo de la Fundación La Caixa, y con un señalado maestro de ceremonias, el también escritor, editor y tenaz promotor cultural Basilio Baltasar, director en aquella fecha de El Día del Mundo, la edición balear de El Mundo, donde escribían los tres promotores de la colección.
La desacralización cultural que alentaba La bolsa de pipas se acompañaba de un formato humilde y casero. Aunque se intentó que cada número fuera una auténtica «bolsa», no se consiguió, y la alternativa fueron unos folios plegados en trípticos dentro de una carpeta abrazada por una gomilla. Con algunas variaciones en la presentación, las «pipas» bimensuales aguantaron hasta 1998. Estuvo desaparecida hasta que Román Piña la rescató, ahora en solitario, el año 2000, con su distintivo formato chico algo modificado (21 centímetros de alto por 10 de ancho) y con una apariencia en sus contenidos más cercana a una revista literaria tradicional. Pero no convencional. Le distinguía su dedicación a escritores, poetas y también prosistas, jóvenes, inéditos, desconocidos casi siempre, en todo caso.
Yo seguía con interés y curiosidad esta publicación inusual y me llevé un pequeño disgusto con el nuevo leve cambio de formato de 2010. Las «bolsas» trimestrales abandonaron la grapa que aseguraba las páginas y se hicieron externamente más convencionales: en esta última etapa eran como libritos de bolsillo con su lomo y todo, que solo daba para unos pocos milímetros. Aunque ahora podía uno poner los números verticales en las estanterías de la biblioteca y tuviera un aspecto más solvente, perdía su apariencia un tanto silvestre; aquella pinta de folleto comercial. No hubo grandes cambios, sin embargo, en los contenidos, salvo la buena idea de añadirle pequeñas reseñas de libros, tan extraterritoriales como las propias revista, muy libres de fondo y forma, nada rutinarias en la selección de las obras comentadas, frescas y juveniles. Ni desapareció tampoco otro entrañable rasgo, un puñado de anuncios de bares y librerías mallorquines que sonaban más a beneficencia que a publicidad. Nunca, que recuerde, ha tenido un reclamo de El Corte Inglés, Coca Cola, Santander o Telefónica.
La bolsa de pipas ha sido, ante todo, un termómetro de la joven y nueva escritura. Centenares de escritores noveles han encontrado en ella una tribuna. Puede objetársele que no siempre aplicó baremos de excelencia, que fue un punto en exceso generosa en la calidad de los textos que acogía y que los letraheridos baleares ocupan demasiado espacio. También que es muy difícil dar idea cabal de la prosa si, como solía hacer, se presentaban textos muy cortos o fragmentarios. Al amparo de unas llamativas cubiertas queda, no obstante, en sus páginas un plural testimonio de lo que se hace fuera de los circuitos comerciales y de las páginas de la prensa, periódicos y revistas, influyente. No es una revista de capillas ni de tendencias. Tampoco sueña con establecer canon alguno. Suele haber, en sus autores, un signo de inconformismo vital, algunas notas innovadoras en la técnica, si bien no se apoyaban vanguardismos inocentes. Hizo, además, algunas apuestas valiosas. Recuerdo el rescate, en tono de homenaje, del cuentista, y uno de los más entusiastas animadores del cuento en el medio siglo, Esteban Padrós de Palacios. O los homenajes a los poetas prematuramente desaparecidos Miguel Ángel Velasco y Valentín Chacártegui. O la reivindicación de Ramiro Pinilla, al margen de la efímera notoriedad que logró el gran prosista vasco. Además de la creación pura, también tuvieron su hueco las instantáneas de la vida literaria. El polémico Miguel Dalmau dejó en varios números sus impresiones de algunos personajes importantes de nuestras letras.
La supervivencia de una revista semejante es muy difícil. Supongo que la fatiga y las dificultades económicas han forzado a Román Piña a cerrar tan poco lucrativo negocio. Espero que aplique las energías liberadas a ampliar el número de esas novelas suyas disparatadas, de un humorismo rebelde y sarcástico en el que no tiene competencia. En cualquier caso, no olvidaremos echar de menos una vez al trimestre La bolsa de pipas.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: