Se ve pocas veces la palabra “hombres” en el título de una novela. José Ignacio Carnero la emplea y acorrala en Hombres que caminan solos, un viaje por la depresión del varón próspero de nuestros días, que lo tiene todo y aun así cree que sufre. La anticipación de los males peores, como la soledad o la decrepitud, constituye sólo una de las estrategias dinamizadoras de este spleen de banda ancha del siglo XXI. Los libros dan compañía y el dinero y el avión la prometen.
—Hombres que caminan solos parece prolongar el camino abierto por Ama, como literatura autobiográfica. De hecho, me pregunto si el título Aita pasó por tu cabeza, pues la figura del padre parece central en el libro después de Ama, dedicado a tu madre. En tiempos donde la «nueva masculinidad» está más o menos de moda, me gustaría saber también si inscribes este libro de alguna manera en esa corriente de re-evaluación de lo masculino.
—Pienso que es una continuación de la voz narrativa que había en Ama, pero no una continuación biográfica. Ama tenía la pretensión de retratar a mi madre, y para eso me serví de mi voz; en Hombres que caminan solos, sin embargo, no he querido ajustarme a mi vida o a la de mi padre, he dejado que entrara la ficción, pero sin desprenderme de la voz del narrador, que creía que me podía seguir siendo útil. Es por eso que nunca se me pasó por la cabeza titular Aita, sencillamente porque mi padre no es el padre de la novela. O al menos, no lo es del modo en que mi madre lo fue en Ama. Desde el momento en el que uno escribe, incluso en una novela tan autobiográfica como “Ama”, está fabulando, y los personajes son auténticos o falsos en función de lo bien o mal que estén construidos. Quiero decir que la madre de Ama podría ser falsa aun siendo mi madre, y el padre de Hombres que caminan solos podría ser auténtico aun no siendo mi padre.
En cuanto a la inscripción del libro en la corriente de la “nueva masculinidad”, la respuesta es que si alguien que escribe una novela dice que adscribe su libro a tal o cual corriente lo que está haciendo es denigrarse, pues la única corriente a la que se debe afiliar alguien que escribe es a la de intentar escribir bien. Luego, una vez escritos los libros, me parece muy normal que los lectores aprecien corrientes e ideas. Con Ama aprendí mucho de la novela a través de artículos, tuits, o de lo que la gente decía en un club de lectura. Es ahora, una vez publicada la novela, cuando uno puede entender de qué va, pero antes, al estar escribiéndola, me es imposible saberlo: si acaso puedo tener ligeras intuiciones. Y creo que eso se nota. Te habrá pasado que estás leyendo una novela (espero que no sea esta) y algo chirría precisamente porque percibes que la idea está antes que la escritura. A eso me refiero: que no se puede escribir pensando en una corriente o en una idea sin resultar artificial. Dicho esto, creo que sí, que lo masculino está muy presente en el libro. Gran parte de los conflictos que se tratan tienen su origen en esa ruptura de los roles tradicionales. Saberse débil, vulnerable, frágil es algo que los hombres no acabamos de llevar bien.
—Me gusta mucho de tu obra la exhibición, si quieres, que puede hacerse a veces del gasto, lo burgués y la bonanza económica personal en el contexto de alguien que declara orígenes humildes. Me recuerda, salvando lo grotesco, la tendencia de los raperos por sacar cochazos y oro en cantidades industriales en sus videoclips, en plan «ahora yo también puedo». Dices en el libro: «Como todo hijo de familia modesta, me encanta el dinero». Dime algo sobre el tema del dinero y el consumismo, por favor.
—Te diré que es uno de mis temas preferidos. Sobre todo, porque no está demasiado presente en la literatura. Los novelistas pocas veces nos cuentan de dónde ha salido el dinero que sus personajes tienen (hay excepciones, claro, me vienen a la cabeza ahora Gonzalo Torné o Marta Sanz y, de los clásicos, por ejemplo, Dostoievski). Pero observo que la acción, los sucesos y la emoción copan las novelas, por muy realistas que sean. En los libros la gente se casa, tiene un hijo o se muda y nunca sabes cómo pagan todo eso. Vamos, lo contrario que en la vida, en la que, por desgracia, el dinero protagoniza nuestros actos tanto o más que las emociones. Hay, por tanto, algo extraño en ese comportamiento, y creo que tiene que ver con la vigencia de ese antiguo precepto que dice que hablar de dinero es de mal gusto. Mucho tiene que ver el catolicismo en eso (a diferencia del protestantismo, diría). Yo, sin embargo, creo que hablar de dinero es necesario. Puede ser incluso hasta revolucionario, pues el dinero como tabú creo que beneficia la conservación del statu quo. Quiero decir que el silencio en torno al dinero beneficia a los de arriba, esos que nos dicen que hablar de dinero es una vulgaridad, cuando, sin embargo, los de abajo necesitamos saber, conocer el abismo que nos separa de ellos, controlar el gasto, saber si ganamos poco o mucho, conocer la discriminaciones que puedan existir, y un largo etcétera. Pero el poder nos dice que es de mal gusto hablar de dinero, y hacemos caso hasta en las novelas. Respondiendo a tu pregunta: ojalá cuando hable de dinero no sea una exhibición (aparte, hay poco que exhibir). No conozco el rap como para saber el tono de los raperos, pero la pura exhibición me parece estéril. Que el dinero aparezca más en las novelas, sin embargo, me parecería una buena noticia. Como lector, confío más en el escritor cuando me habla del dinero de sus personajes, o cuando aparece de forma explícita. Así que en lo que escribo procuro que el dinero aparezca, ya que en mi vida también es objeto de preocupación. Supongo que escribimos de lo que nos preocupa u obsesiona, y el dinero está entre ese catálogo de inquietudes. Los ricos, como decía, son los que se pueden permitir no hablar de dinero. Y no es un lujo que me pueda permitir…
—De hecho, en la novela el protagonista se permite acceder al área VIP de Tinder (no sabía ni que existía esto), y eso precipita cierta aventura. Por otro lado, el libro aborda, amén de la figura del padre y la posible concordia masculina, el asunto de la depresión. ¿Es más fácil deprimirse con dinero y decenas de aplicaciones en el móvil, inmejorablemente si es un iPhone?
—Se dice que la depresión es una enfermedad de países prósperos. Está claro que si no tienes para comer, si te falta lo más elemental, nadie va a prestar atención a tu depresión. No dirán que estás deprimido, sino que estás hambriento. Salvando las distancias, lo mismo puede ocurrir en nuestra sociedad. Si no tienes trabajo, tu novia te ha dejado y te van a desahuciar, nadie dirá que estás deprimido, sino que eres un desgraciado. Pero esto es falso. Puedes estar pasando una depresión y, al mismo tiempo, ser un desgraciado. O no. El error, a mi juicio, es mezclar lo político y lo médico, porque de ahí puede surgir un tratamiento espurio de la enfermedad: por ejemplo, la derecha podría decir que no es que seas un desgraciado, es que estás deprimido, y que eso se cura con pastillas o aromaterapia. Pero yo creo que son cosas distintas que hay que separar; debemos ser serios y tratar de analizar si lo que te pasa es que el sistema te está jodiendo o si estás enfermo, porque en el batiburrillo de mezclar lo político y lo médico muchos pueden perder. Así que creo que no es que sea más fácil deprimirse con dinero y un iPhone, sino que la gente que disfruta de ese nivel de vida es diagnosticada y tratada. En cualquier caso, es una opinión de ciudadano común, porque no tengo formación como para pronunciarme sobre este tema con el rigor que merece.
—También me resulta estimulante de tu libro la presencia, no tan habitual, de figuras, personajes o comportamientos tildados «de derechas»: amigos conservadores, entornos pijos, cierta desgana por proyectar o especificar una ideología progresista que en gran medida se da por hecho en los escritores… No sé esto cómo lo ves, tanto por el libro como por tu propia convivencia con otros autores.
—Creo que cómo te definas difícilmente puede causarte problemas graves. La gente tiende (salvo en Twitter) a ser educada. Aunque las cosas se están complicando (mucho) últimamente, creo que, en general, si especificas una ideología con respeto y tratas con respeto la de los demás, es difícil que te encuentres con un impresentable (que los hay, por supuesto). Por tanto, creo que los progresistas, en una sociedad tan acomodada como la nuestra, no debemos fustigarnos por los problemas que nos puede causar exteriorizar nuestras ideas. Porque, siendo honestos, las ideas por sí solas no son un arma tan peligrosa como si vienen acompañadas del hambre, la humillación o la falta de dignidad. A esos, a los que sufren estos abusos, el poder no les dejará expresarse con la libertad que nosotros lo hacemos. Sin embargo, un hombre blanco, de clase media, no inmigrante, con estudios, heterosexual, puede, en general, insisto, decir casi de todo, sencillamente porque no es peligroso. Los problemas vendrán si te sales de ese marco. Lo que sucede es que la gente que está fuera de ese marco suele ser invisible. Así que en mi caso no me puedo quejar: ni con los escritores, que, como dices, suelen compartir ideas semejantes a las mías, ni en mi vida, en la que casi siempre me he encontrado respeto por parte de los demás.
—La literatura autobiográfica me genera a veces una duda. En tu libro, por ejemplo, hablas de tu libro anterior, de modo que, paródicamente, puedo pensar que en tu siguiente libro hablarás de este segundo libro, y así hasta el infinito en un empequeñecimiento del material (del yo) del que partía tu libro y que abastecía sobre todo al primero. A veces me pregunto si escribir siempre de uno mismo, sobre todo si se tiene éxito, no aboca irremediablemente al narcisismo. También se me ocurre preguntarte si piensas que en un momento dado deberás dar el salto a la ficción pura, y si ese salto se te antoja más o menos complicado: contar una historia, crear personajes, conseguir la verosimilitud sin que ésta se dé por hecha como sucede en la novela vivencial.
—Vuelvo un poco a lo que te decía en la primera pregunta. Para mí fue un descubrimiento comprender todo lo que podía hacer con una misma voz narrativa. Esta voz me sirve de coartada, de motor de la historia que estoy contando y que no necesariamente tiene que ser autobiográfica. Creo que esta voz me va a seguir siendo útil en determinadas historias: de no ficción, pero también de ficción. Lo importante, ya lo sabes, es la verosimilitud y, si me ayuda a obtenerla, la seguiré usando. Lo diré de otra forma: puede que incluso quien lea esta entrevista siga creyendo que Hombres que caminan solos es totalmente real y que lo que hago aquí no es más que esconderme por vergüenza. Bien, eso me satisfaría, porque significaría que he contado bien la historia, que es verosímil. O puede que lo sea, porque tiene razón, porque es real: qué más dará. En cualquier caso, me importa más lo que puedo hacer con la voz narrativa que el yo como material literario. Estirar esa voz, utilizarla en cualquier terreno literario, es algo que me seduce y que nada de narcisista tiene, porque, insisto, creo que podría contar una historia de extraterrestres con esa voz. Es lo bueno de esto de escribir: que puedes hacer cualquier cosa. En la ficción pura, sin embargo, no lo he hecho bien. He escrito novelas de ficción pura que no publicaría, porque ahora, al leerlas, no me las creo, me suenan falsas, con una impostura evidente. También te diré que, como lector, cada vez me creo menos ficciones puras. En cualquier caso, con respecto a esas ficciones puras fracasadas, les he dedicado más tiempo y esfuerzo que a estas dos novelas que he publicado. Pero no eran buenas, eran de cartón piedra. Sin embargo, fíjate, las historias que allí contaba, historias de ficción pura, creo que podrían haber funcionado mejor si hubiese utilizado como motor esta misma voz narrativa, y en ellas, como te digo, el yo ni siquiera lejanamente aparece. Implícitamente te estoy respondiendo: sí, no he dado el salto a la ficción pura, porque he fracasado cuando lo he intentado. Así que debe de ser complicado… Admiro a los que escriben ficciones de esa clase, mi formación como lector ha tenido lugar con ellas, y ojalá algún día pueda hacer verosímil alguna. Prometo intentarlo, porque levantar una novela desde cero, como dices, es algo a lo que le doy un mérito superior al que pueda haber logrado yo con esa muleta de la voz literaria que he usado. Me resulta más fácil hacerlo así, es cierto, pero es que además me sale mejor. Así que, si bien es bueno tener ambición, asimismo creo importante conocer los límites que uno tiene y, sobre todo, pasárselo bien. Escribiendo esto me lo he pasado muy bien, así que es probable que repita. Además, como te dije, estirar esa voz hacia otros terrenos me seduce mucho.
EXTRACTO DE HOMBRES QUE CAMINAN SOLOS
El proceso depresivo que comencé aquel invierno no fue debido a la ausencia de Laia. Ya había antes algo enfermo dentro de mí. Ella, si acaso, con su desmedida energía, con sus ganas de vivir, había servido de analgésico durante los meses en los que estuvimos juntos, pero incluso antes de haberla conocido ya había logrado notar que la nada se aproximaba. Era inevitable. Llevaba mucho tiempo acechándome. Quizá, ahora que lo pienso, al alcanzarme esa intensa oscuridad fue cuando decidí alejarme de Laia, y así ponerla a salvo de mí. Es una bonita explicación que me gusta darme, aunque lo más probable es que no sucediera de esa forma.
A veces lograba sobreponerme a estos pensamientos. Eran los momentos de mayor sosiego del día. Sin embargo, no era capaz de hacer nada provechoso durante esos instantes de serenidad. El sufrimiento desaparecía, pero no daba paso a ninguna fase de felicidad, sino a un letargo en el que podía tirarme horas en la cama sin hacer nada. Entonces era capaz de apagar la televisión, o la radio, que con su ruido amortiguaban el malestar, y me amodorraba en la cama a la espera de un nuevo día. Eso era suficiente. Lo consideraba un éxito. Y ciertamente lo era. La desaparición de la ansiedad, que me dejaba a solas con la tristeza, era un momento de celebración.
Durante bastante tiempo pensé que ese sosiego se acercaba a mi naturaleza más íntima y que, por tanto, era un momento de júbilo. En parte, todavía lo pienso. Quizá, por eso, no guardo un recuerdo infeliz de aquellos días oscuros. A pesar de todo el sufrimiento, no puedo conservar un recuerdo desdichado. Al contrario, todavía hoy creo que aquellos momentos de serenidad y tristeza estaban hechos de la misma sustancia de la que está hecha mi alma.
(págs. 53-54)
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Autor: José Ignacio Carnero. Título: Hombres que caminan solos. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todostuslibros y Amazon
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