Aunque la paz no suele estar asociada a la escritura, se percibe mucha paz (mucho equilibrio y contemplación, vamos) en las dos historias que reúne Ana Flecha Marco en Dos novelitas nórdicas (Mrs. Danvers), empezando por ese diminutivo tan humilde como encantador. Nieva en Noruega y la vida oscila entre el paisaje inmenso y una taza que tintinea en la cocina. Vidas pequeñas, fábulas retorcidas, conflictos con la desaparición de un mundo. Y una prosa en plena transparencia.
—Dos novelitas nórdicas es un libro peculiar por varios motivos. Uno sería su asentamiento geográfico, ya presente en el título. ¿Cómo afrontas la escritura y también la puesta en circulación de un libro cuya cultura es ajena tanto a la de la propia autora como a la del país donde estarán sus primeros lectores? Lo veo como una especie de extranjería voluntaria.
—En estos días de confinamiento, he estado leyendo esos libros que se compran con la promesa de que un día los leeremos y que luego nos miran juzgones desde la estantería. Uno de esos libros es Entre les rives, una colección de ensayos en la que Diane Meur, una traductora belga, habla de su oficio, que también es el mío. Y me dirás «¿y a mí qué?», y te responderé que todo esto viene a cuento, lo juro. En uno de esos ensayos, la autora dice lo siguiente:
La traducción no es solo mi trabajo alimenticio. Es mi oficio y siento apego por esa palabra y por todo lo que transmite en cuanto a cuidado, destreza, trabajo minucioso sobre la trama de lo escrito. La traducción es mi oficio y ha forjado mi personalidad también como autora: sin duda, escribiría otras cosas y de otra manera si no pasara parte de mi tiempo traduciendo de dos lenguas extranjeras, si estuviera anclada en un solo idioma, en una sola cultura, en un solo territorio.
Esta realidad de encontrarnos entre culturas no solo la vivimos quienes nos dedicamos a la traducción, claro, sino también muchas otras personas, entre ellas los lectores. Alrededor de un 20% de los libros que se publican en España cada año son traducciones y, gracias a ello, disponemos de un grandísimo número de obras literarias que nos sitúan en otras realidades. Dicho esto, puede que la ubicación geográfica y la cultura en la que se emplazan estas novelitas sean ajenas al público español, pero desde luego no lo son para mí. He vivido, estudiado y trabajado en Noruega, soy traductora literaria y, a día de hoy, el noruego es mi principal herramienta de trabajo. Muchos lectores de mi generación, además, se han visto reflejados en la segunda de las novelitas, Mancha, en la que una profesora de español se va a trabajar a un pueblecito de Noruega y narra sus vivencias en primera persona. Emigrar para buscar trabajo es una experiencia compartida por muchísima gente en este y en otros países. Fátima Báñez lo achacaba a nuestro espíritu aventurero, pero los motivos son otros.
—¿En qué medida participa este libro de la literatura de viajes?
—Nunca se me habría ocurrido enmarcar este libro en la literatura de viajes, aunque sí es cierto que amigos y desconocidos por igual han expresado sus ganas de viajar a Noruega después de leerlo. Igual es un buen momento para mandar el currículum a Visit Norway.
—Otra particularidad de las dos novelas aquí reunidas es su tono. Por un lado, hay una gran precisión en el lenguaje; por otro, cierta felicidad de escritura, que a veces cae en ribetes naíf y hasta cercanos al realismo mágico. Todo esto casa mal con la literatura contemporánea, más irónica, descreída, destemplada o sentimentalmente obscena. La pregunta sería si eres consciente de esta rareza, si lees literatura contemporánea como para saberte poco cercana a ella o si, por el contrario, justamente no tienes en cuenta qué se escribe hoy o qué se lee mayoritariamente.
—Sí que leo literatura contemporánea y estoy al día de lo que se publica en España y en otros países, por mi profesión y también por gusto. Por otra parte, no me preocupa estar cerca o lejos o a medio camino de lo que sea que se considere tendencia. Lo que sí me preocupa es escribir de cosas que me importen y que crea que puedan tener cierto interés para alguien que no sea de mi familia. Que esas cosas que escribo aporten algo distinto que justifique que para imprimirlas haya que talar árboles y poner en funcionamiento unas máquinas muy grandes y convertirse en algo que ocupa sitio en las librerías, en los almacenes y, ojalá, en la casa de la gente.
—En todo caso, ¿qué obras, literarias o de otra especie, pueden estar detrás de Dos novelitas nórdicas?
—Qué difícil me resulta responder a esto. Siempre me ha llamado la atención la gente que sabe reconocer tan fácilmente las influencias que lo que ha leído tiene en su escritura. Es muy probable que se me escapen cosas o que me hayan influido otras de las que renegaría con la mano en un libro que me importara mucho, pero después de darle unas cuantas vueltas, diría que el humor lo aprendí en gran parte de los autores de mis lecturas de infancia, que sigo retomando cada vez que vuelvo a casa de mi madre: Elvira Lindo, Roald Dahl, René Goscinny y Consuelo Armijo, entre muchos otros. Los paisajes tienen menos mérito. No me los invento, los he visto yo con estos ojitos, aunque a veces los cambie un poco o les añada cosas. En los diálogos se esconden las palabras de familiares, amigos, profesores, compañeros de trabajo y también todas las conversaciones ajenas que he escuchado en mi vida, con mayor o menor disimulo. Toda mi sensibilidad lingüística se la debo a ser bastante cotilla y un poco criticona. Que me dedique a traducir literatura noruega también influye en mi forma de escribir, claro.
—La aparición del libro en Mrs. Danvers amplía el catálogo de un sello muy pequeño que cuida la edición de forma admirable. ¿Qué imagen tienes como autora del sistema editorial español y sus múltiples sellos grandes y pequeños y de las consecuencias derivadas de publicar en uno u otro?
—Como traductora autónoma que trabaja para el sector editorial y que ha trabajado para sellos grandes y pequeños y ha tenido experiencias de todo tipo con unos y con otros, diría que tengo una imagen bastante completa del sistema. Publicar un libro propio, por otra parte, es muy distinto a traducir los de otros, más que nada porque, dentro de unos límites, se tiene más poder de decisión. Hasta ahora, había publicado dos novelas cortas, Mancha y Piso compartido, con el sello de fanzines de Andrea Galaxina Bombas para Desayunar. Con las limitaciones que tiene publicar en un sello tan diminuto (escasa distribución, visibilidad y recursos limitados y tiradas minúsculas) pude disfrutar de todo lo positivo que tiene la edición a pequeña escala, que va desde poder elegir quién diseñaba las cubiertas y las guardas, el tamaño y el tipo de papel, dónde y cómo se hacían las presentaciones, ese tipo de cosas. La primera presentación de Mancha, de hecho, la hicimos en el Belmondo, el bar que Yago Ferreiro, hoy mi editor, tenía en León. Un par de años más tarde, Yago me comentó que había empezado una colección en Mr. Griffin y que estaba abierto a propuestas. Yo ya conocía el sello y sabía lo bien que editaba. Lo primero que le mandé a Yago fue una traducción que se había quedado inédita cuando la editorial que me la encargó desapareció del mapa. Hablamos largo y tendido del tema, conocí al mismísimo Mr. Griffin, que se leyó las novelas cortas que he citado antes y tardó más o menos un día en preguntarme si por casualidad tenía otra novela en un cajón. Y la tenía. Ya en el proceso de edición, decidimos añadir también Mancha. Publicar estas dos novelitas en la colección Mrs. Danvers ha sido la mejor experiencia editorial que he tenido nunca. He contado con dos editores dedicados que me han leído con atención, me han escuchado y me han ayudado a mejorar mis textos. El mimo que un sello dedica a sus libros y a sus autores no tiene tanto que ver con su tamaño como con la pericia y la calidad humana de quienes se encuentran tras él. Y en este caso ambas cosas son inmensas.
Extracto de Dos novelitas nórdicas
Aunque les habría valido con una furgoneta, en O tienen un autobús de línea convencional, heredado de algún lugar de la Península, en el que aún se intuyen las letras del nombre de una empresa desaparecida que unía las palabras transporte y velocidad en un ingenioso acrónimo. El autobús no era lo único que la isla había reciclado de otros lugares. Todas las estatuas de O, por ejemplo, se las había comprado un antiguo alcalde a los alcaldes de otras ciudades. Por suerte, a una determinada edad, todos los hombres importantes suelen parecerse entre ellos y asi pueden intercambiarse unos por otros. O eso debió de pensar aquel alcalde cuando convirtió a un héroe de guerra soviético en un ilustre explorador del Ártico. En el periódico local, Sunniva había leído una vez un artículo sobre una veleta en forma de gallo situada en la torre de una iglesia de una ciudad pequeña de algún país mediterráneo. En ella habían encontrado unos pólenes del siglo XII que confirmaban que el gallo venía de lo que ahora conocemos como Turquía. Quién sabe de dónde encontrarían pólenes en los bajos de este autobús y de qué época serían. En primavera y en verano el olor a estiércol se cuela por las ventanillas del autobús, que nunca han cerrado bien del todo. «Es por seguridad», dice siempre Lars si alguien se queja del frío en invierno, cuando los cristales se llenan de escarcha. Ante ese argumento, falso, pero difícil de rebatir, cesan las quejas y Lars puede seguir su ruta tranquilo en mangas de camisa, llueva, nieve o haga sol. (Págs. 101-102)
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Autor: Ana Flecha Marco. Título: Dos novelitas nórdicas. Editorial: Menos lobos. Venta: Todostuslibros y Amazon
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