Paul Lafargue recupera, al comienzo de su ensayo El derecho a la pereza, un consejo de G. E. Lessing: «Seamos perezosos en todo, excepto en amar y en beber, excepto en ser perezosos». En este sentido, Roma, novela publicada por primera vez en 2004 por el escritor italiano Ugo Cornia (Módena, 1965), es cualquier cosa salvo la crónica de un fracaso. El punto de partida del libro se sitúa en torno a un rito de paso contemporáneo, aunque muy ligado con las características de las tradiciones tribales de tránsito hacia la edad adulta: lo que antaño, o en otras latitudes, podía ser la caza de un gran simio; hoy, y en el mundo occidental, está representado por el acceso a un trabajo asalariado fijo y el cumplimiento de un horario constante. De este modo, el lema «el trabajo nos hará libres», que lucía a la entrada de los campos de concentración y que tan bien supo adaptar para sí el capitalismo neoliberal, se convierte aquí en una premisa a desmontar por un narrador en primera persona que, de inicio, es incapaz de rechazar una oferta laboral en Roma. Así, instalado por primera vez lejos de su Módena natal, todos los procesos emocionales que tenía en marcha se quedan, sin remedio, bloqueados hasta su retorno.
Con un tono que Cornia ya anticipó en Sobre la felicidad a ultranza, el autor se aproxima al mejor Woody Allen para proponer una mirada inocente sobre una realidad que a ratos se podría calificar de perversa. A través de un humor genuino, casi espontáneo, que se aleja del sarcasmo pero que es capaz de impregnar con una sutil ironía toda la atmósfera del relato, el escritor aborda la madurez tardía de un personaje estancado en una adolescencia perpetua, cuya capacidad para asumir los grises de su propia existencia es limitada. Es por esto que el estilo fresco y natural de Cornia cala tan hondo: su estilo se particulariza al reflejarse en el espejo de la infancia, al asomarse al lago de la memoria y describir con palabras de hoy lo que ya se ha ido. Al entroncar su forma de narrar con la tradición oral, la novela consigue que cobre relevancia aquello que no está negro sobre blanco: lo que se transforma en otra cosa al ser recordado y el detalle que se pierde en la espera.
En Roma, la sombra del flâneur no sólo planea sobre la personalidad de quien habla, sino que también se hace evidente en los diferentes modos de ser de los espacios narrados. De esta manera, del salto de escala entre los dos escenarios urbanos en los que se maneja el protagonista —Módena y Roma— surge, más que un contratiempo, una oportunidad para poner en valor lo que una y otra pueden aportar al paseante que encuentra placer en la deriva. En palabras de Charles Baudelaire: «Para el perfecto flâneur (…) es una alegría inmensa establecer su morada en el corazón de la multitud, entre el flujo y reflujo del movimiento, en medio de lo fugitivo y lo infinito.» Por otra parte, y casi como un revulsivo hacia la búsqueda de la propia identidad a través del trabajo, el flâneur que Cornia propone hace del espacio habitado un elemento definitorio, que subraya el carácter efímero de la precaria situación personal en la que le sume su aparentemente estable rutina laboral. Y es que lo que Roma cuenta no es más, en el fondo, que la idea de que la felicidad está en otra parte: en la decisión, en la apuesta, en el placer, en el amor. La vida está en los resquicios.
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Autor: Ugo Cornia. Título: Roma. Editorial: Periférica. Venta: Amazon, Fnac
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