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Retrato de un periodista

Retrato de un periodista

Reseñar un libro es como pintar un retrato. Rara vez dedico demasiado tiempo a leer con detalle. Mi lectura es siempre rápida, defectuosa. Pongo el libro sobre un atril y me dedico a subrayar a lápiz las frases que leyendo a toda prisa llaman mi atención: esas son las que valen —me digo—, las que significan algo para mí, porque criticar un libro equivale a escribir sobre uno mismo escribiendo sobre otros. Las frases subrayadas se van acumulando y se convertirán en los trazos, en las pinceladas… En esta ocasión, la palabra «retrato» cobra doble sentido, porque no solo escribo sobre el libro recién editado por Forcola En busca del conde Sobański, sino que retrato a su protagonista: Tonio Sobański, rico aristócrata polaco hoy olvidado, cuyos reportajes periodísticos dibujaron con precisión la Alemania nazi.

El olvido de un personaje lo hace a nuestros ojos aún más interesante: ¿Quién fue…? —nos preguntamos—. De esta biografía del conde Sobański, obra de la periodista y filóloga Anna Augustyniak, mi primer subrayado coincide con el comienzo del prólogo a cargo de la crítica literaria Mercedes Monmany: “Gran parte de la historia de la literatura europea del pasado y azaroso siglo está atravesada por maletas”. La prologuista se refiere a las maletas como cavidades que contienen las vidas y las pasiones de sus propietarios; en particular de tantos intelectuales, víctimas de los totalitarismos del siglo XX, que debieron huir de sus países: Walter Benjamin, Irene Némirovsky, el padre de Orhan Pamuk…

"Escribió: Me gustaría salvar mi mundo, ridículo y liberal, que hoy por hoy se está extinguiendo"

Los Sobański eran una familia de la más rancia burguesía, propietarios de empresas, vastas fincas y palacios en Polonia y Ucrania. En uno de ellos nació Tonio, en 1898. El título de conde que ostentó fue concedido a la familia por el papa León XIII, en reconocimiento por financiar la construcción de templos y difundir la fe en Polonia. Quizá el dato sea anecdótico, pero no puedo dejar de citarlo porque desconocía hasta hoy esta contradicción de la iglesia católica: la posibilidad de conceder títulos nobiliarios.

Desde el primer momento, Anna Augustyniak nos describe a un hombre afable, vital, amante de la comedia y la ironía, de incontables amigos y vasta cultura. Podría haber vivido sin trabajar, pero el aguijón del periodismo gráfico —que vivió su esplendor en el periodo de entreguerras— le inoculó su veneno. Su existencia se desarrollaba en los cafés de Varsovia, y más tarde en las cervecerías de Berlín o en los pubs londinenses. “Le interesa la vida tabernaria. Porque precisamente en ella se concentra la esencia de la vida humana”.

A los cafés acudía el conde, un seductor que encandilaba a hombres y mujeres, vestido cual dandi vanguardista, “con camisa rosa, chaleco amarillo, corbata verde y chaqueta de tweed”. Era un bailarín excelente, amante e imitador de Fred Astaire. Delgado, metro ochenta y seis, gafitas redondas de concha, homosexual… Al imaginarlo nos parece un personaje de Marcel Proust, o la versión polaca de Oscar Wilde. Si en un lugar se encontraba Sobański como pez en el agua era en Inglaterra, cuya insularidad le permitía olvidarse de la catastrófica y totalitaria Europa del fascismo y el comunismo. En su obra más conocida, Un ciudadano en Berlín, escribió: “Me gustaría salvar mi mundo, ridículo y liberal, que hoy por hoy se está extinguiendo.

"Sobański residió en Alemania entre 1933 y 1934, justo cuando Hitler ascendió al poder y el Reichstag fue incendiado"

Su mundo, en efecto, vivía las peores horas, pero no se estaba extinguiendo, porque el mundo que anhelaba Sobanski se parece bastante al mundo actual. En sus reportajes condenó el antisemitismo y defendió la democracia, la homosexualidad, los derechos de los trabajadores y de las mujeres. Es cierto que su posición fue la comodidad del rico, pero cuando hubo de pronunciar un discurso en la azucarera de su propiedad, reconoció ante los técnicos y los trabajadores que él no tenía ni idea de gestionar, que lo mejor era seguir sus consejos.

Pronto abandonó los palacios de la familia y se mudó a apartamentos atestados de libros y objetos decorativos donde se dedicaba a celebrar fiestas con sus amigos de todo el mundo. En una ocasión, amanecieron a verle en Varsovia tres escoceses con faldas que salieron de un Rolls Royce, o un negro cantante de jazz oriundo de Nueva York.

Los reportajes que componen Un ciudadano en Berlín, publicados en el periódico polaco Noticias Literarias, son el resultado de un viaje a Alemania, donde Sobański residió entre 1933 y 1934, justo cuando Hitler ascendió al poder y el Reichstag fue incendiado. Para el conde, “los alemanes son robots cuyas caras han sido pulidas por el régimen (…). El individuo da la impresión de ser parte de una maquinaria cuya puesta en marcha es el único objetivo (…). Las mujeres solo tienen una tarea: dar a luz carne de cañón”.

"Acompañado de unos amigos y de su maleta marrón, Tonio Sobański comenzó un exilio del cual nunca volvería"

La anterior es la parte más amarga de unos reportajes donde Sobański ejerce la sátira. El sentido del humor aplicado al nazismo es para él una forma de censura política, similar a la de Ernst Lubitsch en su famosa película Ser o no ser. Por su filiación liberal y su crítica a todos los totalitarismos, Mercedes Monmany compara su obra con la de Manuel Chaves Nogales. A mí se me ocurre también la comparación con Stefan Zweig y su Mundo de ayer.

El 5 de septiembre de 1939, una semana después de la entrada de Hitler en Polonia, acompañado de unos amigos y de su maleta marrón, Tonio Sobański comenzó un exilio del cual nunca volvería. En su azaroso viaje atravesó Polonia, Rumanía e Italia antes de llegar a Londres: arcadia liberal y dandy en un mundo totalitario. Murió allí en plena Guerra Mundial, víctima de la tuberculosis.

Una mañana de julio, acabada la guerra, un desconocido que no desveló su nombre entrego la maleta marrón a Róza Orlowska, sobrina del escritor. El interior contenía vestigios de la vida y las pasiones de un hombre que nació en una época equivocada.

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