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Retrato entero de Max Aub: los Diarios

Retrato entero de Max Aub: los Diarios

Max Aub fue un escritor torrencial e incontenido. En México, colegas del exilio se referían a él con el sobrenombre, no precisamente apreciativo, Más Aún. Su escritura prolífica se extiende por todos los géneros literarios y ya alcanza en la edición de Obras completas, creo que todavía en marcha, casi la veintena de tomos. Nada de extrañar, pues, la dimensión extraordinaria del volumen que recoge sus Diarios en transcripción definitiva de Manuel Aznar Soler.

En sí misma, la publicación de diarios maxaubianos no constituye ninguna novedad. De ellos teníamos variadas muestras. Incluso con el mismo título de la presente salida, lo cual puede provocar confusiones bibliográficas, el profesor Aznar dio a conocer una selección hace un cuarto de siglo. Y el mismo abnegado estudioso del exilio se ha encargado de sacar a luz otros volúmenes, en España y en México, con entregas parciales de los dietarios del escritor trasterrado. Aparte figuran, además, los diarios que el propio Aub publicó: Diario de Djelfa, 1941-1942, a partir de la experiencia en un campo de concentración en Argelia; Enero en Cuba, anotaciones de una corta estancia desde finales de 1967 en el idealizado régimen castrista; y La gallina ciega. Diario español, crónica amarga y minuciosa de la estancia en España en 1969 y que apareció en México en 1971.

"No me parece criterio convincente excluir el Diario de Djelfa por tratarse de un poemario. Nadie ha dictaminado que un diario tenga que escribirse en prosa"

Para preparar la edición, pienso que definitiva, de los diarios de Aub que comento, Aznar Soler ha trabajado con esmerada dedicación y gran esfuerzo en los diversos cuadernos, agendas y libretas del autor que se conservan. Esa minuciosa labor se salda con la transcripción de las anotaciones desde el final de la guerra y la penosa huida a Francia en 1939 y hasta 1972, poco antes de la muerte. Este medio siglo de apuntes se sigue año a año, salvo 1946, del que no se conservan materiales. Esta presentación al hilo del calendario tiene la ventaja de ofrecer un continuum que refleja la persistencia de las inquietudes del dietarista y también la de observar cómo crece en densidad una escritura en principio escueta, quizás utilitaria, y más delante analítica y de hondura reflexiva. Lo cual señala también otro dato notable: según pasa el tiempo, las anotaciones privadas, quizás pensadas como recordatorio personal o como materiales susceptibles de utilizarse en otros escritos como las novelas, tan cargadas de información noticiosa veraz, se convierten en materia destinada a ser hecha pública, lo cual cambia radicalmente el sentido de un diario (es muy distinto escribir para uno mismo y quizás para la posteridad que hacerlo con vistas a su difusión).

La ventaja de dicho continuum se contrarresta también con alguna hipoteca. No me parece criterio convincente excluir el Diario de Djelfa por tratarse de un poemario. Nadie ha dictaminado que un diario tenga que escribirse en prosa y, además, los versos de Aub tienen fortísima intención testimonial que los acerca más al documento que a la lírica. Enero en Cuba pierde su unidad y queda diluido en la corriente de dispersas anotaciones. Y desaparece La gallina ciega, diario tan compacto e importante que habría sido necesario buscar una alternativa editorial que lo recogiera y lo mantuviera con su carácter orgánico. No es razonable que el lector no lo encuentre en la opera omnia dietarística del escritor y tenga que ir a otro libro para conocerlo.

"Max Aub, el Aub que conocí, era una persona desagradable, incapaz de mostrar la menor empatía, si no es incluso que fomentaba esa actitud"

Los Diarios se abren a consideraciones de diversos tipos. En primer lugar, a un retrato íntimo de la persona en el que llama la atención su voluntad de no dar una imagen propia positiva ni idealizada. No está lejano de hacerle el juego a esa “mala leche” que le recriminaba su amigo Luis Buñuel. Aunque tampoco llega al autocastigo no infrecuente en otros dietaristas. Sin cesar saca Aub a relucir su carácter irascible, y llama la atención el tono retador con que afronta la vida, en la que se ve como una especie de víctima de una confabulación universal contra él, sin que nunca se llegue a aclarar por qué tendría el mundo que tomarse tal molestia. Los diarios creo que reflejan bien y sin disimulos al personaje. Traté algo a Aub en su segunda visita a España en 1972 y los diarios no mejoran la penosa impresión personal que me dejó. Max Aub, el Aub que conocí, era una persona desagradable, incapaz de mostrar la menor empatía, si no es incluso que fomentaba esa actitud.

El egocentrismo y la falta de generosidad de Aub quedan reflejadas de forma palmaria cuando comenta el 6 de mayo de 1970 un artículo que reproduce de Miguel Fernández Braso en el que el joven periodista hace un repaso cordial y elogioso de los exilados que van volviendo a España o visitan el país. En lugar de mostrar un mínimo de gratitud hacia alguien que le rescataba del absoluto desconocimiento del que con tan malos aires protestaba, le pone pegas insustanciales y le lanza una acusación taimada: “no se escribe gratis en ABC. La ingratitud destaca más cuando el activo Fernández Braso se había hecho eco de Aub en Pueblo por el prurito de su jefe, Dámaso Santos, de tener bien informados a los lectores del vespertino de la paulatina incorporación de los exilados. Pese a la atención que el propio Santos prestó a Aub, no lo menciona ni una sola vez.

"Estos dilatados diarios ofrecen una estampa vivaz del exilio, fría y seca casi siempre, pero también emocionada cuando constata las sucesivas muertes, algunas traumáticas, otras en tremendo aislamiento, de exilados"

También es llamativo el tono con que se refiere a presuntos amigos a quienes hostiga y desafía. O con que trata a gente que desprecia, así a tres levantinos (Miravitlles, Gorkin, Víctor Alba), “inteligentes vividores a la sombra del que creen más fuerte”, ejemplos “de malsines, hijos de puta”. Este retrato abarca a muchas personas cercanas a él y tiene particular interés por la imagen general, a partir de concretos casos particulares, que da del exilio republicano. Siendo la vivencia del exilio en Aub muy dolorosa, trenzada primero con la esperanza en un pronto regreso a la patria añorada y más tarde con auténtica desesperación, no muestra mucha comprensión hacia quienes compartían sus mismas dolorosas circunstancias, aunque difirieran en ideología.

La lista de sus damnificados, exilados o no, es larga. Lancea a Manuel Azaña por su soberbia e insulta sin piedad al yerno del expresidente fallecido, Cipriano Rivas Cherif. Sospechosos rencores vuelca contra el Ramón J. Sender que obtenía resonancia de lectores y de crítica que Aub no lograba. Querellas privadas o enrabietados menosprecios se atisban en sus juicios sobre Francisco Ayala, Cela (“poca cosa”), José Bergamín (un “listo” con “desvergüenza jesuítica”). Rompe con su fraternal amigo de juventud Juan Chabás y con otros que mantenían convicciones comunistas. Y con destemplanza expone otro tipo de reticencias o descalificaciones, las literarias, que dirige contra Pedro Salinas y otros autores del 27. Con todo, estos dilatados diarios ofrecen una estampa vivaz del exilio, fría y seca casi siempre, pero también emocionada cuando constata las sucesivas muertes, algunas traumáticas, otras en tremendo aislamiento, de exilados que iban dejando sus restos en México.

"Al lado del interés testimonial, del repaso crítico e incisivo de la historia española y, por extensión, occidental de las respectivas posguerras, los diarios muestran también el taller de escritura y la soledad del escritor"

Los Diarios alcanzan además un fuerte valor documental como testimonio de la gran querella posterior al resultado de la conflagración mundial de 1939, la llamada guerra fría. Aub, que se proclama socialista (“Mi socialismo nace de un sentimiento de solidaridad, de un deseo de que los que no tienen vivan mejor. No es esto una idea, sino un anhelo tan viejo como la sociedad”), se enfrenta a los comunistas, a quienes atribuía maniobras persecutorias y rebate sin cautelas. El diario de los años 50 ofrece, en este sentido, un valor enorme. Pocas piezas habrá al respecto tan iluminadoras como las anotaciones, por ejemplo, de 1952. En ellas se comentan con pasión y razones el debate de la libertad impedida por el comunismo, la sumisión de la inteligencia y el arte a la razón de estado, la imposibilidad de una literatura independiente, el dogmatismo sectario impuesto por el marxismo, la dictadura estética soviética, el disparatado decreto del PCUS sobre la música actual o la farsa de las autoinculpaciones de los disidentes. Es una lúcida alerta acerca de lo que marcaría el mundo después de la desestalinización de 1956, atendida también en los diarios. Esta visión parcial de la geopolítica se contrapesa con reticencias y desacuerdos sobre el polo contrario, el norteamericano.

Al lado del interés testimonial, del repaso crítico e incisivo de la historia española y, por extensión, occidental de las respectivas posguerras, los diarios muestran también el taller de escritura y la soledad del escritor. Manifiesta la raíz última de su escritura: “Escribo porque es mi manera de pensar”. Declara su poética: “Creo que no tengo derecho a callar lo que vi para escribir lo que imagino”. Y en función de ello da una clave de composición y lectura de su gran fresco novelesco, los Campos: “no son novelas, sino crónicas”. Amén, además, de brindar bien temprano, el 11 de abril de 1940, la clave estilística fundamental de toda su obra: “La escritura es cosa verbal. Todo escritor que no escribe en voz alta está muerto. Las cosas que se dicen por escrito las dictan las orejas. Se escribe con las orejas. Si falta una palabra no es la razón quien la quieta: el oído”.

"En su tiempo no se le hizo justicia a Aub, pero la posteridad habría contentado a este hombre gruñón y ríspido porque hoy ha conseguido la tan deseada pervivencia en la historia"

La soledad y desesperación literarias adquieren en Aub timbres cercanos a un profundo y sincero patetismo. Es la angustia de quien se sabe, y lo siente de con íntimo desgarro, “escritor sin lectores”, según la tremenda sentencia que él mismo pronuncia. La sinceridad, tantas veces enojosa, le lleva a una dura constatación: sus libros no se venden, paga la edición de su propio bolsillo y el editor, por demás amigo, renuncia hasta a ser un simple distribuidor. Tampoco consigue que su teatro suba de forma normal a los escenarios. Espantosa realidad para quien la literatura era no una afición sino un destino, la razón existencial de su vida. Y que además no escatimaba —así lo dice también— gran importancia y mérito a su obra. De ahí su enfado porque no se tuviera noticia de él en España, sus protestas al no encontrar sus obras en las librerías.

En su tiempo no se le hizo justicia a Aub, pero la posteridad habría contentado a este hombre gruñón y ríspido porque hoy ha conseguido la tan deseada pervivencia en la historia. Su obra narrativa se valora ahora muy por encima de la de Sender, el nombre más conocido y apreciado durante décadas de entre los de la España peregrina. Sin juegos de palabras, Aub ha ido a más y Sender a menos en una apreciación global de las letras del exilio. Y en el conjunto de la literatura española de posguerra Aub ocupa un lugar prominente y permanece vivo entre quienes no han caído en el implacable olvido. En cuanto a los Diarios, los de Aub suponen, junto a los recientes de Rafael Chirbes, las dos cumbres de la prosa dietarística castellana de todos los tiempos.

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Autor: Max Aub. Título: Diarios 1939-1972. Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros.

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