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Retrato psicológico del siglo XXI

Retrato psicológico del siglo XXI

Durante los años que viví en Estados Unidos pasé muchas horas visitando librerías antiguas, y no sólo me especialicé en la adquisición de libros raros y obras curiosas del siglo XIX, sino también en revistas y boletines de noticias publicados entre 1970 y 1990. Lo que más me gustaba de esas publicaciones, que habían pasado voluntariamente bajo el radar de la cultura de masas, eran sobre todo las cartas al editor, donde se concitaban los especímenes más variopintos de la nación americana. Enfermos mentales que afirmaban tener niños secuestrados en un refugio contra huracanes, supremacistas arios, supremacistas negros, tipos que recibían la visita de seres de otros mundos, y que extraían de sus fosas nasales pequeñas piezas de utilería marciana en una época muy anterior a la adicción a las PCRs… Pensé que sería buena idea recopilar algún día esas cartas y publicarlas en un libro casero, que imaginaba como una especie de corte longitudinal en la mente colectiva de finales del siglo XX. Tardé un tiempo en descubrir que alguien se me había adelantado —más o menos—, y que había llevado a cabo un experimento similar en la forma de tres libros verdaderamente asombrosos.

"Apocalypse Culture logró un éxito absolutamente inesperado, y todavía más teniendo en cuenta la colectánea de individuos que pasaban por sus páginas"

Adam Parfrey, editor de las dos partes de Apocalypse Culture y Cult Rapture —esta última todavía inédita en España—, había emprendido un viaje similar por las alcantarillas de la psique americana. Se suscribió a todos los fanzines y revistas underground imaginables, exploró los catálogos de venta por correo de las librerías y ferias de armas dispersas por toda América, compró cajas y cajas de periódicos viejos y se dedicó a archivarlos durante años en los almacenes de su casa editorial, Feral House. Sin embargo, Parfrey no se dedicó a catalogar exclusivamente las cartas al editor (aunque en sus volúmenes abundan las cartas de perturbados que aguardan la comprensión de un alma gemela al otro lado): sus intereses apuntaban a todos esos cortocircuitos de la vida ordinaria que podían considerarse como síntomas de una nueva categoría mental, y, con el producto de su primera criba, editó un volumen que no tardó en convertirse literalmente en una obra de culto. Apocalypse Culture, o Cultura del apocalipsis, en la elegante edición (año 2002) de Valdemar, logró un éxito absolutamente inesperado, y todavía más teniendo en cuenta la colectánea de individuos que pasaban por sus páginas, desde necrófagos a sedicentes vampiros, de psicópatas a artistas en el borde mismo de la locura, de supremacistas musulmanes a defensores de genocidios y tecnólogos del satanismo. La edición original, por cierto —ante el éxito de la primera edición, Parfrey decidió lanzar una edición revisada, en realidad entre cercenada y aumentada, que fue la que publicó Valdemar en España—, incluía uno de los textos más importantes y fascinantes dentro de lo que podríamos llamar la estética de la conspiración: King Kill/33, de James Shelby Downard (un sujeto sobre el que hay serias dudas de que en realidad exista), aunque fue sustituido por otro artículo de Downard no menos fantástico, La llamada al caos: De Adán al átomo pasando por la jornada del muerto. Sólo por ese artículo merece la pena hacerse (por la senda de la mano izquierda de las tiendas de descatalogados, puesto que de momento no existe reedición) con un ejemplar de Cultura del apocalipsis al precio que sea.

"Documentos terminales del siglo XX, fue como definió Ballard a la primera de estas dos compilaciones de apocalipsis paganos"

Después de esa recopilación, uno podía pensar que ya se había llegado a lo máximo que se puede decir desde lo más brumoso y elevado de las montañas de la locura, y que cualquier otra cosa sería literatura. Lo cierto es que no. Nueva cultura del apocalipsis, el siguiente recopilatorio de Adam Parfrey, publicado en el año 2000 por Feral House y en 2012 por Valdemar, superaba holgadamente la cima hollada una década antes por su primera parte. Sus gritos y aullidos desde el fondo de la página resultan tan demenciales que Parfrey incluso se vio obligado a incluir una advertencia que no es solamente una bonita muestra de humor negro: “El editor no apoya los puntos de vista expresados aquí, y mucho menos los entretenimientos a los que se dedican los autores en su tiempo libre”. Tiempo libre que al parecer, si la caterva de elegidos por Parfrey no engaña ―pero Alá es más sabio―, fue empleado en un variopinto mosaico de actividades criminales o, como poco, delictivas. De todos los artículos transcritos en este ingente manual de casi 700 páginas citaré mis favoritos en términos de interés narrativo y escogida demencia. En primer lugar, sin duda alguna, tengo que destacar el retrato realizado por un tipo bastante siniestro llamado Peter Sotos (“El señor Sotos no desea tener contacto con el público general”) acerca de la violación grupal y en horarios de máxima audiencia del cadáver de JonBenét Ramsey: no me refiero, naturalmente, a la nunca demostrada violación de la pobre niñita antes o después de su asesinato, sino de las sucesivas violaciones llevadas a cabo a través de los televisores de toda América, especialmente en el programa de Geraldo Rivera. De un modo bastante original, Sotos construye su particular j’accuse utilizando como andamiaje los cuestionarios aparecidos en la revista Meat (Gay Sunshine Press, San Francisco, 1981) y el libro The Murder of Childhood, de Ray Wyre y Tim Tate (Penguin Books, Londres, 1995), lo que crea una extraña atmósfera, entre la autoconfesión y los tests al estilo ¿Soy lo suficientemente buena para él? de esas revistas para mentalidades adolescentes a la venta en su supermercado favorito. Otro gran artículo es el dedicado a la figura de Bobby Beausoleil, uno de los asesinos en los casos Tate/LaBianca, acerca de su proceso transformativo en la cárcel, de sádico criminal (y actor en una célebre cinta de Kenneth Anger) a elegante ilustrador de fantasías sexuales. “Creo”, dice Beausoleil, refiriéndose a las enigmáticas criaturas que retrata en la cárcel, ya sean hadas o ángeles fálicos, “que estaba creando algo completamente nuevo en mi cabeza. No estaba intentando retratar a personas reales. Para mí eran seres-espíritus, míos propios, o… no sé, probablemente hubiera algún otro tipo de comunicación, pero creo que eran el producto de mi propio ser. Para mí adquirieron suficiente separación como para poder relacionarme con ellos en una especie de corriente que me daba retroalimentación sexual. En otras palabras, no se quedó dentro de mí: estaba sacando a estos seres-espíritus de dentro de mí y estaba siendo correspondido”. Me costaría dejar fuera el artículo titulado “Las esclavas sexuales del tío Ronnie”, acerca de las esclavas MK-ULTRA usadas como conejitas Playboy de usar y tirar por la élite americana, o la semblanza biográfica de un simpático caníbal, el japonés Issei Sagawa, escrita por Colin Wilson. Pero, por encima de todo, quiero resaltar el alucinante trabajo en apofenia del más conocido discípulo de Shelby Downard ―y, según las malas lenguas, su auténtico inventor―: Michael A. Hoffman II; en primer lugar, porque habla de uno de los más interesantes filósofos de finales del siglo XX, el matemático Ted Kaczynski; y en segundo lugar, porque un artículo que es capaz de mezclar los atentados de Unabomber, los asesinatos en serie del Hijo de Sam, los versos de T. S. Eliot, la Arcadia griega ―como detonante de los crímenes seriales, o cereales, del futuro, a instancias de Deméter―, todo ello para articular de forma sorprendentemente verosímil la defensa de Kaczynski y la convicción de que sus atentados (una “pura farsa”) se llevaron a cabo “en coordinación con otros actos que se estaban invocando como parte de una ceremonia que invierte los ritos de fertilidad de los antiguos, ennegreciendo la tierra con una contaminación cada vez mayor, mientras se intenta someter el espíritu intratable de la Terra anima misma, igual que han domado al quebrantador de límites Dr. Theodore Kaczynski, que languidece en una prisión de máxima seguridad por nuestros pecados, ecológicos y sociales”, es algo que uno tiene que leer aunque sea para poner a prueba los frágiles límites de eso que, para no perdernos en una deriva de átomos repentinamente conscientes de su condición inane, hemos dado en llamar la realidad.

"Recomendaría que echasen mano de estos protocolos y los leyeran con la misma falta de estupor y prejuicio con que uno escucha a esos primos carnales de tantas aberraciones como desfilan por sus páginas"

Documentos terminales del siglo XX, fue como definió Ballard a la primera de estas dos compilaciones de apocalipsis paganos. Hablo, por supuesto, del mismo Ballard que en la revista Zone escribió una serie de advertencias no menos apocalípticas y no menos actuales, como, por ejemplo, esta: “Entramos en una fase colonialista de nuestra actitud con el cuerpo, llena de ideas autoritarias que ocultan una explotación implacable”, o esta: “Los sistemas totalitarios del futuro serán dóciles y serviles, como sirvientes extremadamente eficientes, y por ello mucho más peligrosos”, o esta: “Es de suponer que pronto habrá una proliferación de enfermedades imaginarias, lo que satisfará la necesidad de una versión corrompida de nosotros mismos”, e incluso greguerías sanitarias como esta: “La epidemiología es la teoría de las catástrofes en cámara lenta”. Quien vio tantas cosas del futuro estoy convencido de que hoy llamaría a estos libros de otra manera: guías del usuario, quizá, para el nuevo milenio. Por mi parte, a todos los que han llegado vivos a esta viscosa entraña del siglo XXI yo les recomendaría que echasen mano de estos protocolos y los leyeran, los leyeran con la misma falta de estupor y prejuicio con que uno escucha a esos primos carnales de tantas aberraciones como desfilan por sus páginas: la clase política, las reinas de las mañanas, los líderes de opinión, los santos verificadores, los fabricantes de noticias. Aquí estaban reunidas todas las señales, y, aunque hayamos llegado tarde para desentrañarlas, no es un mal ejercicio sentarse a comprobarlo.

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Autor: Adam Parfrey (ed). Título: Nueva cultura del apocalipsis. Editorial: Valdemar. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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