Retratos de Elena Garro

Hace tres años me pidieron que escribiera una biografía sobre Elena Garro. Dije que sí sin saber en lo que me estaba metiendo. Después de horas y horas de lectura, de visitas a archivos y consultas con astrólogas, terminé un libro al que me rehusé a llamar biografía. Una de las primeras frases del libro dice “esta no es una biografía”, y ahora veo que desde entonces era una batalla perdida, que este libro va a ser leído como biografía, haga lo que haga y diga lo que diga. ¿Por qué me resisto a utilizar esa palabra? Porque me parece que tiene algo de totalitaria, de absolutista. Una vida entera no puede caber en un libro, en un número limitado de páginas. Una biografía me parece una tarea imposible, y no por eso despreciable, pero sí abrumadora y paralizante. Cuando me pidieron que escribiera sobre Elena Garro pensé más bien en un retrato: la imagen de una persona delimitada en el tiempo y en el espacio y que, quiera o no, hace evidente la mirada de la retratista. La idea sonaba sencilla, pero pronto encontré que iba a ser un problema mantener a Elena quieta mientras que la retrataba. La modelo se movía, crecía, se transformaba, cambiaba su estado de ánimo, su estilo y su semblante. ¿A qué Elena debía retratar? ¿A la militante?, ¿la suicida?, ¿la escritora?, ¿la bailarina? ¿Debía apegarme a las formas en las que se veía a sí misma o a la visión que tenían de ella las personas que la conocían? ¿Sería prudente restringirme a la forma en que la vemos ahora, tantas décadas después, o sería mejor transmitir la forma en que se la veía en su época? ¿Cuál de todas esas mascaras que usaba para los demás era la verdadera Elena? ¿O era Elena lo que estaba detrás de esas mascaras —posiblemente un vacío—? Pienso que quizás Elena era ella su versión más genuina cuando estaba con sus gatos. ¿Era Elena Garro quizás la suma de todas esas Elenas o una sucesión de Elenas?