“Puede parecer increíble aplicar la palabra “realismo” al personaje de Conan, pero la verdad es que, dejando de lado sus aventuras sobrenaturales, es el más real de cuantos he creado. Lo concebí combinando distintos hombres a los que he conocido, y a eso se debe, en mi opinión, que haya adquirido una dimensión tan grande, así como una entidad propia desde el momento en que escribí los primeros relatos de la serie, al menos en mi consciencia. Algún mecanismo de mi subconsciente tomó las características principales de los distintos boxeadores, pistoleros, contrabandistas, fanfarrones, tahúres y trabajadores honrados que he conocido, y, al entremezclarlos, se produjo esa amalgama que yo llamo Conan el Cimmerio”.
Carta de Robert E. Howard a Clark Ashton Smith, 23 de julio de 1935.
Conan de Cimmeria, el personaje creado por Robert E. Howard, apareció por primera vez en las colecciones de Marvel Comics en 1972. Roy Thomas era por entonces editor asociado en la Casa de las Ideas, y acababa de adquirir los derechos de adaptación al cómic de los relatos escritos tanto por Howard como por los continuadores de su obra, en particular Sprague de Camp y Lin Carter (la cronología de Conan se inicia precisamente con un relato de ambos, La cosa de la cripta, algunas de cuyas escenas —la lucha con los lobos y el hallazgo de la espada del muerto— se cuelan con estupendo acierto en la primera de las películas protagonizadas por Arnold Schwarzenegger). Thomas, que se encargó de los guiones durante más de 150 números, enseguida pensó en John Buscema, con el que había trabajado en Los vengadores entre 1967 y 1969, como ilustrador de la nueva colección. Buscema, sin embargo, tenía un sueldo demasiado alto, y Martin Goodman, propietario de Marvel, no quería arriesgar mucho dinero en una línea de cómics radicalmente diferente a lo que había publicado hasta el momento, con la única —y relativa— excepción de Tarzán. A pesar de lo mucho que le interesaba el proyecto, Big Buscema tuvo que desistir, y el encargo pasó entonces a las manos de un joven ilustrador inglés, Barry Windsor-Smith (que aún firmaba sin el apellido de su madre, únicamente como Barry Smith), conocido de los lectores por sus lápices en La patrulla X, Los vengadores y Daredevil, y que, en palabras de Buscema, salía muy barato. “Sé lo que cobró”, dijo en una ocasión, “y me avergonzaría revelarlo, porque me avergonzaría por Marvel”. Smith, recién llegado a América con un permiso de trabajo, dibujó casi todos los números de Conan el bárbaro entre el #1 y el #24 a bajo coste. Teniendo en cuenta que los derechos para adaptar los relatos habían costado sólo 200 dólares, si la colección finalmente resultaba un fracaso para Goodman tampoco se habría perdido gran cosa.
La colección, por más que ahora pueda sorprendernos, sí estuvo a punto de ser un fracaso. Había algunas cosas que la convertían en un problema para los editores. Por ejemplo, Conan no era fácil de rentabilizar: inicialmente, por contrato no podía mezclarse con los personajes habituales de Marvel, que por otro lado vivían en un tiempo muy posterior, en un universo ni siquiera contiguo (algo que se resolvería por primera vez en uno de los más memorables números de la colección What if, donde un hechicero arroja a Conan por una especie de agujero de gusano que desemboca en la Nueva York de 1979; después, revisado el contrato entre los sucesores de Howard y Marvel, vendrían nuevos encuentros en la serie What if, con Thor —que muere en sus brazos—, el Capitán América —con Conan convertido en el jefe de una banda del Bronx al estilo The Warriors— y, que recuerde ahora, Lobezno), y aunque su código ético no era muy diferente del que abanderaban personajes estrella de la casa como el propio Capitán América, Reed Richards o Spiderman, sus criterios sobre la vida y la muerte, el bien y el mal, las víctimas y los verdugos, se hallaban ligeramente más próximos a los del Castigador, que ya empezaba a macerarse en la mente de Gerry Conway (y lo cierto es que si el taciturno ejecutor de la calavera vio la puerta abierta como nuevo personaje de Marvel —tras su gloriosa aparición, en 1974, en el número 129 de The Amazing Spiderman— fue seguramente, o eso siempre me ha parecido a mí, gracias a que Conan ya había sido aceptado por los lectores). La colección, en cualquier caso, comenzó con un espejismo, o más bien un aviso para el futuro. Las ventas del primer número de Conan el bárbaro habían sido insólitamente elevadas, lo que animó a los editores a lanzar la colección como publicación mensual; pero a partir de entonces, y sin otro motivo aparente que el cambio de regularidad, las cifras no hicieron más que bajar. Thomas evitó la cancelación de la serie en el número 7, pese a que Stan Lee estaba decidido a acabar con ella, entre otras cosas para no quemar a Barry Smith, que se encargaba también de dibujar las aventuras de Ka-Zar en Astonishing Tales. Las ventas volvieron a aumentar a partir del número 20 —con la historia titulada El negro sabueso de la venganza—, y Conan se convertiría en pocos meses en uno de los personajes favoritos de la factoría Marvel.
Asequible al fin, Buscema tomó los lápices a partir del número 25 (Los espejos asesinos de Kharam-Akkad), y junto a su entintador de cabecera, Ernie Chan, prolongó su labor hasta el número 190 (Éxodo), para dejar paso al tándem formado por Val Semeiks y Geof Isherwood, que no lo hicieron nada mal (creo que ningún lector de Conan habrá olvidado la espectacular portada del número 193 en la cronología americana: ¿inspiración, tal vez, de la famosa cubierta de The incredible Hulk, #340 USA, de Todd McFarlane, aparecida apenas un año después?), y que, con la salvedad del número 201, se encargaron de la colección hasta el #207; Isherwood sería sustituido durante trece números por Alfredo Alcalá, que se había encargado hasta entonces de dibujar y entintar algunos capítulos de la serie Planet of the apes, tras lo cual tendría lugar un baile de dibujantes y entintadores (no siempre a la altura del personaje pero desde luego no a la de Smith, Buscema y Semeiks) que hizo un flaco favor a la colección, un tanto vacilante hasta el esperado regreso de Roy Thomas en el número 241 (Todos los caminos llevan a Zamora) con Hartle, que había estabilizado la serie, a los lápices, y una espectacular portada —otra más— del entonces ubicuo McFarlane, que llevaba ya unos cuantos años en estado de gracia.
En España, Conan había corrido una suerte variable —más bien tirando a mala— hasta que Forum se hizo cargo de la serie en 1983. De las ediciones de Vértice, que comenzó a publicar los primeros números de Conan el bárbaro en 1972, sólo se salvan las portadas de López Espí, un estupendo dibujante que se echó también sobre sus espaldas la tarea de reproducir en cromos la mayoría de los personajes de Marvel, los conocidos y los más desconocidos, para un no menos estupendo álbum, hoy mítico, que se completaba devorando entre recreo y recreo un delicioso colesterol de la marca Cropan, célebre pastelito que, junto con el Bucanero y los Donuts, fue la obsesión alimenticia de niños que no llegaron a cumplir los treinta. Tras los experimentos visuales de Vértice, que editaba las viñetas casi a página completa, sin colorear y yo diría que hasta despojadas de fondos, comenzaron a editarse en Bruguera (1973) los relatos de Howard y sus continuadores, con las impresionantes portadas que la editorial americana Lancer encargó en 1966 a Frank Frazetta (excepto las ilustradas por John Duillo y Boris Vallejo), y en las que posteriormente se inspirarían tanto Smith como Buscema para establecer la imagen más conocida de Conan. Lo cierto es que, si Lancer resucitó al bárbaro de Howard para el mercado americano, cabe decir que Bruguera lo trajo verdaderamente a la vida en España, con la edición de sus novelas y cuentos —no tanto, por desgracia, en la colección de cómics de bolsillo Pocket de Ases—, y que las diferentes colecciones de Forum y la reedición que esta editorial llevó a cabo de las obras publicadas por Bruguera (con portadas ilustradas como sencillas viñetas de cómic, sin la espectacularidad de los óleos de Vallejo y Frazetta, y en un nostálgico y enternecedor formato pulp que no ha soportado muy bien el paso del tiempo) apuntalaron definitivamente su espíritu para que, al menos en nuestro país, Conan no regrese tan fácilmente a la tumba.
Más allá de ser esa amalgama de “boxeadores, pistoleros, contrabandistas, fanfarrones, tahúres y trabajadores honrados” con los que Howard se había codeado a lo largo de su (muy corta) vida, Conan es, sobre todo, un personaje perfectamente vivo. Como el Cid o los soldados que cayeron en Troya, podría haber figurado por igual tanto en las leyendas como en los libros de historia. Así, por ejemplo, lo describe la presentación de Carter y de Camp en La cosa de la cripta: “El reino más arrogante del mundo era Aquilonia, que imperaba sobre los demás en el adormilado occidente. Aquí llegó Conan el cimmerio, de cabellos negros y mirada hosca, con la espada en la mano —ladrón, vagabundo, asesino implacable, con una melancolía abismal y una exultante alegría— para pisotear los enjoyados tronos de la tierra con sus toscas sandalias”. Pueden decirse muchas cosas (no siempre con justicia) acerca de los relatos de Howard: pero ese personaje y esa descripción no hubieran desentonado en los dáctilos y espondeos de Homero, y, ciertamente, describen a un verdadero héroe byroniano. Roy Thomas, por otra parte, recrea sus orígenes y su destino con unas breves y no menos memorables palabras, que recuerdan a las que sirven de prólogo a la película de John Milius (1982):
“Sabed, oh príncipe, que el hombre llamado Conan desempeñó todo tipo de oficios en su vida, tras viajar al sur desde las colinas nevadas de su nativa Cimmeria. Primero fue ladrón, con más valor que habilidad, después soldado de fortuna en más naciones y ejércitos de los que la mayoría de los hombres podría contar; incluso fue pirata más de una vez, primero con la corsaria Bêlit, luego con los sangrientos barachanos y con los bucaneros de Zíngara. Y por fin, en su quinta década, mató a un cruel tirano y se convirtió en el rey de Aquilonia, el más orgulloso reino de la Era Hiboria”.
Allí, en Tarantia, se casó con “la hermosa Zenobia, tan gentil en el trato como rápida con la espada” (inolvidable en los lápices de Buscema; no tanto —por culpa de los entintadores, que no tuvieron su día— en los de Ron Frenz y Mark Silvestri), y con ella tuvo al joven Conn, que ya desde su primera aparición en los cómics desprende esa personalidad y ese encanto que había adquirido en Conan de Aquilonia, de L. Sprague de Camp y Lin Carter. Lo curioso es que Conn, que poco a poco iría teniendo cada vez más protagonismo en las historias de Conan rey, nunca hubiera nacido si los continuadores de Howard se hubiesen atenido a lo que éste había dejado escrito sobre los últimos años del cimmerio en una carta de 1936:
“Conan tenía unos cuarenta años cuando lo coronaron rey de Aquilona [cincuenta en la cronología de sus continuadores], y cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco en la época de La hora del dragón. Por aquel entonces no tenía ningún heredero varón porque no se había preocupado de casarse formalmente con mujer alguna a la que convertir en su reina, y a los hijos de las concubinas, que eran muchos, no se les reconocía como herederos al trono… Creo que Conan fue rey de Aquilonia durante muchos años, y tuvo un reinado turbulento y agitado, cuando la civilización hibórea había alcanzado su máximo esplendor y todos los reyes tenían ambiciones imperiales. Al principio luchó a la defensiva, pero creo que al final se vio obligado a iniciar guerras de agresión en defensa propia y como medida de protección. No sé si tuvo éxito y logró conquistar un gran imperio, o si por el contrario pereció en el intento”.
Aquí, Howard se atiene a la máxima —todavía no expresada— de Borges, según la cual es preciso contar una historia con un mínimo de vacilación e incertidumbre para hacerla más creíble. Howard, en cualquier caso, no escribía así por intuición artística ni voluntad de estilo; lo hacía porque…
“… no tenía la sensación de estar creando, sino contando cosas que habían ocurrido… No llego tan lejos como para creer que los relatos están inspirados por espíritus o poderes ocultos (aunque me opongo a negar nada categóricamente), pero sí es cierto que en ocasiones he llegado a preguntarme si es posible que ciertas fuerzas desconocidas del pasado o del presente, e incluso del futuro, actúen a través del pensamiento y de los actos de los hombres vivos”, como él afirmaba que había sido el caso al escribir “especialmente las primeras historias de la serie de Conan”.
Tras una nueva cabecera, La espada salvaje de Conan, y ocupar un rincón en los periódicos americanos, donde Thomas y Buscema se encargaron de narrar sus (abreviadas) aventuras durante tres años, en 1980 aparece la colección Conan rey, un relato sobre los años de Conan como rey de Aquilonia que en la numeración USA alcanzaría los 55 números (66 en la edición española de Forum, más dilatada que la americana porque incluía mapas, ilustraciones y artículos sobre el universo Conan), y que estaría destinado a convertirse en una de las más recordadas entre los aficionados. Los monstruos lovecraftianos —como la bestia negra de Nebthu, “despertada de sus eones de sueño”, el dragón negro de El colmillo de Set e incluso el espejo de Lazbreki, que a punto está de traer al mundo poco menos que a los primigenios de Betelgeuse a través de los cánticos de un sacerdote estigio— se multiplican, o al menos parecen aumentar de número por pura concentración. Conan, metro ochenta y tantos y ochenta kilos de peso, sigue tan pleno de vigor como siempre, a pesar de sus cincuenta años (y un corte de pelo como el de Freddie Mercury en la época de Seven seas of Rhye). En su manera de pensar y en sus actos sigue siendo maravilloso en lo que hoy se considera “incorrecto” (“¡Adelante, muchachos! ¡Enseñad a estos perros zíngaros dónde están las fronteras!”), y, aunque es un buen padre de familia y un esposo más o menos devoto, todavía ama a las mujeres hermosas tanto como cuando era un ladronzuelo de veinte años o el pirata enamorado de Bêlit (“No juzgues con dureza a tu padre, príncipe. Él ama a tu madre. Aún la ama… Pero es un hombre”). Yo conocí sus hazañas con apenas once años, cuando, lector —en lo tocante a los cómics— de Spiderman y la Patrulla-X…, y de Giardino, Bilal, Manara, Pratt, Bourgeon, Tardi, Loisel, Juillard, Boucq, Ortiz, y Moebius, y Beroy, y Font…, gracias a las añoradísimas revistas de Toutain, mi hermano me descubrió un mundo que resonaba muy dentro de mí, quizá por la inquietante belleza de sus mujeres, la nobleza salvaje de aquel mercenario nacido en tierra de escaladores (por alguna razón, Conan siempre se me presentaba, y se me presenta todavía hoy, como envuelto por la taciturna melancolía del Cid cansado que, noble y comprensivo, deja atrás la casa de la niña “curiosa y asustada” que, por miedo al rey, le pide no detenerse allí, en el poema de Manuel Machado), o por esos monstruos que, sin yo saberlo, ya había empezado a conocer a través de mis primeras lecturas de Lovecraft. Desde entonces no han sido pocas las ocasiones en que he abierto las novelas y los cómics de Conan, algo que he hecho una vez más, con la reverencia que para mí supone hacerlo, al tomar entre mis manos este volumen magníficamente editado, en el que no faltan las portadas originales de la edición americana y un espléndido color remasterizado; y el entusiasmo que me produce su lectura sólo es comparable al profundo pesar que de inmediato siento al recordar que su autor (con cientos de relatos y novelas a sus espaldas, y una dilatada y muy erudita correspondencia) se descerrajó un tiro al poco de cumplir treinta años, incapaz de sobrellevar la vida en cuanto supo que su madre no tardaría ya mucho en ser arrancada de ella.
—————————————
Autor: AA.VV. Título: Conan Rey. Editorial: Planeta Cómic.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: