El tenis como metáfora de las relaciones humanas es solo uno de los temas de Rivales, la nueva película norteamericana de Luca Guadagnino. Tras consagrarse a nivel mundial con Call Me By Your Name y cultivar el arte del remake “como me da la gana” en Suspiria o Cegados por el sol, el italiano prueba con un guion original pero vuelve al análisis vitalista y a pleno sol de las relaciones amorosas, esta vez sobre una relación a tres bandas ambientada en el deporte de élite.
Pero a Guadagnino y el guionista Justin Kuritzkes les interesa lo justo el drama deportivo. Rivales son dos horas de relaciones humanas completamente interesadas, deliciosamente bidireccionales y absolutamente mutantes según la secuencia de seres vivos en combinación. Las leyes del amor y la alegre defenestración del “sí” incondicional en una relación se trasladan a un partido, el de los dos amigos interpretados por Josh O’Connor y Mike Faist, que sirve de pista de juego a Guadagnino para montar una compleja estructura de flashbacks que explican la animadversión personal de los dos rivales y el papel de una mujer, la interpretada por Zendaya, en la disolución de su amistad.
Desentrañar el secreto último de ese triángulo amoroso es solo uno de los objetivos de Guadagnino, que elabora un drama psicosexual de delicioso humor negro sobre las profundas corrientes de convección que actúan bajo la superficie del triángulo descrito arriba. A lo largo de una serie de partidos muy bien rodados que dan la oportunidad al italiano a componer con el montaje cinematográfico y un máximo aprovechamiento de la fugaz pero determinante música de Trent Reznor y Atticus Ross (casi otro personaje del film), Guadagnino convierte el tenis en un modo de expresión que permite, a través de la captación e sutiles detalles físicos, la plantación de las preferencias de esa relación a ¿tres, cuatro? bandas.
Hay un exceso de metraje que perjudica la precisión del análisis pero que permite a Guadagnino aplacar sus ansias arty de una forma que, al menos, calificamos como divertida. El italiano exprime al máximo el atractivo de Zendaya, jamás más bella y provocadora en un largometraje, y hasta consigue que nos olvidemos de una lozanía que quizá no se adapta siempre al papel. Pero el de Call me by your name tira el resto, como era de esperar, con O’Connor y Faist, cuya tensión sexual no resuelta enciende el relato de forma notable. Resulta satisfactorio observar cómo los tres actores, de la mano de Guadagnino, cambian su interpretación en según la combinación de uno con el otro, modificando la fórmula a media que los lugares comunes de un melodrama vital y amoroso se desenreda a lo largo de los más de diez años que abarca el filme.
El resultado es complejo, tiene espíritu lúdico (pese a evidente bajones de ritmo) y finalmente deriva en una celebración de la belleza física y las emociones humanas, incluso las más oscuras y ególatras. Una mirada en la que se celebra lo artificial, lo competitivo y lo turbio al margen de juicios morales, en la que rigen de manera autoritaria las (injustas) leyes del amor y el deporte. Si existe, es saludable, parece querer decir Guadagnino, que además emociona con unos últimos minutos arrebatadores y profundamente felices.
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