Todo aquel que considere El umbral de la noche como la piedra de Rosetta de Stephen King, del terror moderno o, por qué no decirlo, de sus lecturas personales de verano, tiene en el relativamente desconocido Robert R. McCammon una bicoca a descubrir. El autor norteamericano, que sigue publicando pero sin que haya aparecido ningún libro traducido recientemente en nuestro país (ni siquiera reeditado) permite disfrutar de ese siempre agradecido recorrido por el horror pulp de esas tremendas décadas que fueron los 70, 80 y 90 sin que la nostalgia aparezca como excusa intelectual.
Emociones baratas en libros felizmente capaces de generar un sano y divertido malestar con las excusas más baratas imaginables. Zombis nazis, diablos a la fuga, maldiciones familiares como los de ese homenaje a Poe que fue La muerte de Usher… El barómetro de calidad de McCammon, sin embargo, subió y de qué manera con una de sus novelas más conocidas, Zephyr, Alabama, conocida en España como Muerte al alba. Fácilmente asequible en algún marketplace de productos usados por internet, como todos los citados hasta ahora, el volumen relata una aventura de la infancia a la manera de It, del ineludible King, con una dosis nada limitada de drama familiar y mucho aliento “fantastique”. McCammon, por cierto, también ha cultivado el thriller en libros de suficiente éxito pero un tanto perdidos en la memoria, como Mary Terror o Huida al sur, siempre con derivadas deliciosamente sureñas y góticas, rasgo en el que despunta la excelente Los senderos del terror.
El autor, natural de Alabama y de 71 años, tiende a empezar muy bien sus libros y a acabarlos algo peor. Sus personajes carecen de la profundidad emocional que tienen los de su mayor referente y existen algunos desequilibrios narrativos flagrantes: personajes que no sirven para nada, otros que aparecen demasiado tarde, argumentos un tanto clónicos. Pero la atmósfera que es capaz de introducir a sus relatos es invariablemente turbia y adictiva, sus lugares comunes tópicos fácilmente abrazables, y el suspense y entretenimiento desvergonzadamente fantástico y cotidiano siempre, siempre está arriba en su lista de prioridades.
En un año en el que hemos dicho adiós a Peter Straub, y con Dan Simmons entregado a otro tipo de aventuras, recordar la figura de McCammon (y pedir la edición de sus posteriores novelas, o la reedición de las citadas) se antoja cosa obligada. Los suyos, con sus portadas de bolsillo envejecidas ya por el tiempo, son el perfecto libro de viaje, ese entretenimiento playero que quienes estamos estamos en tránsito generacional a lo vetusto pedimos con la misma fuerza que un cowboy de medianoche su nuevo homenaje a John Ford.
Sí; reeditar, editar, o publicar las posteriores a las ya traducidas a nuestro idioma, bien, pero hay que reconocer que este tipo de novelitas de serie B no es lo mismo sin sus muy fantásticas portadas. Algunas incluso no tenían nada que ver con lo que luego se contaba en el interior, pero…ay…que bien lo pasaba uno leyéndolas. Era como antaño aquellas pelis de mediodía que veías con un ojo abierto y otro cerrado pero te encantaban!