Roberto Santiago es como un futbolista o una estrella del rock, un ídolo que concilia el amor de padres e hijos, de profesores y alumnos, de los del Barça y los del Madrid. Después de 25 años contando historias, celebra ahora —con la extraordinaria participación de sus lectores— su 20º libro de Futbolísimos. Le visitamos en su casa, una casa pensada para mirar el mundo y sentarse a trabajar, porque, y quizá ese es el truco, a Roberto le hace feliz escribir.
En realidad, hoy vamos a hablar de una novela que no se ha publicado: el título número 20 de la colección Futbolísimos. Se llama El misterio de la máscara de oro, y se está escribiendo desde mayo hasta octubre con la imprescindible colaboración de los lectores. Cada viernes se publica la actualización de la novela y tres posibles alternativas para su continuación en el diario deportivo As. A partir de ese momento, los lectores tienen un plazo de 48 horas para votar, y el domingo Roberto, el autor, se asoma y recibe el encargo (o el testigo) y escribe raudo y veloz esa continuación que le han pedido. Y así cada semana, hasta octubre. El libro completo estará en librerías en noviembre.
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—Roberto, ¿por qué interactivo?
—La idea de la novela interactiva me llevaba rondando la cabeza hace tiempo. Viene de la cantidad de veces que me han dicho los lectores: “¡Queremos participar en una novela de los Futbolísimos, queremos participar!”. En cierto sentido, el futuro de la literatura infantil puede ir por ahí. No tanto por la interactividad, sino por acercar aún más las historias a los lectores. Está siendo un reto, casi kamikaze: los domingos por la noche me llega el resultado de lo que han votado y tengo 36 horas de cronómetro para escribir diez páginas que son el siguiente capítulo, y hacerlo sin saber lo que va a ocurrir a continuación.
—¿Hasta ahora tiene sentido lo que te piden los lectores?
—Los tres primeros capítulos no me los esperaba para nada. Me han sorprendido mucho. En el cuarto igual ya les he pillado el pulso, pero el resultado estaba más cerca de lo que yo podía prever. Sigue siendo una tensión tremenda, una tensión buena, porque escribo por un encargo directo del lector, no de un editor. Es escribir a la medida exacta de lo que los lectores quieren que vaya ocurriendo, de lo que quiere la mayoría en función de unas alternativas que en parte ideo y en parte hago con ellos. Les animo mucho, durante la semana, a que me propongan cosas a través de las redes sociales. Usan sobre todo las cuentas de Instagram de sus padres y luego decido yo entre lo que se me ocurre a mí y lo que me proponen ellos. Y en lo que soy totalmente estricto y fiel es en que lo que yo escribo es lo que votan. Hasta ahora han votado más de quince mil lectores a la semana y están siendo muchos más los que, después de la votación, entran a la web a leer los capítulos anteriores. Es inevitable preguntar cómo se consigue una serie de novelas con este éxito…
—Cuando empezaste Futbolísimos en 2013, ¿qué tenías en la cabeza?
—Sí, en 2013 se publicó el primero. Yo empecé a escribirlo a finales de 2012, por supuesto sin soñar que llegaría a publicar Futbolísimos número 20. Y lo que tenía en la cabeza es lo que siempre tengo cuando escribo para niños: escribir lo que, de verdad, a mí me habría gustado leer a esa edad. Han cambiado muchas cosas a nivel tecnológico y de relaciones, pero las emociones son las mismas.
—¿Piensas en ti de niño?
—Sí, los protagonistas tienen 11 años, y yo me visualizo en 6º de EGB, en lo que es ahora 6º de primaria, y veo a ese Roberto como si fuera ahora. En mi casa se leía muchísimo, tuve la suerte de que la lectura era habitual, y yo preguntaba si no había libros de fútbol. Porque no había. Ahora hay de todo, buenos, malos, pero entonces no había. Es como una deuda con aquel Roberto al que le habría gustado leer eso.
—Aparte del valor esencial de entretener a los niños leyendo, ¿qué otros valores transmite Futbolísimos?
—La literatura, sea para quien sea, tiene como primer valor que atrape al lector y que te dé ganas de leer, eso es evidente. Además, en Futbolísimos hay valores que para mí son esenciales. Salió en 2013, hace ocho años, y son niños y niñas jugando juntos. La capitana del equipo es una niña, el goleador un niño, la mejor jugadora otra niña… Ese valor de la igualdad que, a estas alturas, sigue siendo esencial. Y, por supuesto, la empatía; empatía con los que son diferentes, con los que son más débiles… Ese es otro valor esencialísimo.
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Roberto Santiago ha vendido más de tres millones y medio de libros de Futbolísimos en España. Y millones más fuera. Se ha publicado en francés, en italiano… Está en Polonia, en Brasil, saldrá dentro de nada en Rusia y lo que más ilusión le hace al autor: “No cobro ni royalties, pero se ha publicado en Irán y ha pasado la censura. Niñas jugando con niños al fútbol en un país donde las mujeres no pueden ni asistir al estadio como espectadoras”. Niños y niñas iraníes leyendo Futbolísimos y sintiéndose reflejados, y exigiendo una sociedad en donde esa igualdad y ese compañerismo sean realidades cotidianas.
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—¿Has calculado alguna vez cuántas generaciones de niños han pasado ya por Futbolísimos?
—Son ocho años y pueden haber pasado tres, soy consciente de al menos dos generaciones muy claras. Y me hace mucha ilusión cuando me escriben adolescentes y jóvenes de 17 y 18, porque me escriben, y me dicen: «¡Qué importantes fueron para mí los Futbolísimos!«.
—Te escriben adolescentes e, imagino, también padres, que te agradecemos que hagas leer a sus hijos…
—Me escriben padres, madres, profesores… y hay un mensaje que se repite muchísimo y que me sigue emocionando, da igual las veces que me lo digan. Eso de «es que no leía, había que obligarle». Que vamos mal si hay que obligar a leer, pero, en cualquier caso, «no leía y ahora, gracias a los Futbolísimos, me pide más libros».
—¿Y te da pena cuando esos niños lectores crecen y pasan a otras cosas y otras lecturas?
—Me da un poco de pena, sí, me da cosita. Me emociona, pero me da un pequeño rapto de melancolía…
—¿No te has planteado acompañarles en el camino: escribir para adolescentes, luego para jóvenes…?
—Me lo llevan diciendo tiempo. Me piden una colección juvenil, de 13 a 17, y lo haré, pero todavía no siento el impulso ni la necesidad.
—De momento te quedas en la infancia. ¿Qué tiene la infancia? ¿Tuviste una infancia feliz?
—Bueno… Tan feliz… Tuve una infancia donde mis padres me cuidaban, donde me fomentaban la lectura, íbamos mucho al cine y al teatro, pero yo era un niño con muchos complejos y muchos miedos, y eso se refleja en las novelas. Hay un personaje que me apasiona, Angustias, que no soy yo, pero sí tiene muchas cosas de mí. Yo tenía muchos miedos, a la oscuridad, por ejemplo. Recuerdo años y años pidiéndole a mi madre que dejara encendida la luz del pasillo… Son esos miedos que se arrastran. O cuando vas al colegio, que es un territorio a veces muy hostil. Yo lo vivía así y así lo reflejo. De hecho, los lectores me dicen que les encanta el fútbol, el misterio, me dicen que han adivinado el culpable, pero lo que más ilusión me hace es cuando me cuentan cómo se identifican con los personajes. «¡Es que la vida es así!», me dicen, y eso sí que es conectar con ellos.
—Claro, conectar y decirles que de esos miedos se sale.
—Efectivamente, es como un mensaje de esperanza. Es como decirle a ese Roberto niño: «Se sale, se sale; tuviste momentos de muchas crisis, de muchos miedos, de pensar que no ibas a tener amigos… y se sale». Y ese mensaje a mi yo de once años es el que quiero mandar a los niños.
—¿Y por qué el misterio en los libros infantiles?
—Si el objetivo de cualquier escritor es que el lector quiera pasar a la página siguiente, todos sabemos que el misterio, el suspense, es básico. No solo en las novelas de misterio. Yo leía Los Cinco, de Enid Blyton, cuando era niño, y es misterio, pero en La isla del tesoro, de Stevenson, el misterio como concepto narrativo está en cada página. «¿Qué va a pasar? ¿Qué va a ocurrir?». Me apasionan las historias de suspense, de Agatha Christie: quién es el culpable, quién es el ladrón… Y la mezcla de fútbol y misterio me parece irresistible.
—Y ahora que has llegado a veinte, ¿te planteas cuántos Futbolísimos te quedan dentro? ¿Ves el final?
—Yo sigo sin ver el final. No sé si es que soy muy optimista o es que me lo sigo pasando tan bien que mientras haya nuevos lectores que entran en la colección, sigo. Creo que va a ser algo repentino, que un día voy a sentir que ya está, que ya no tengo más que contar de esto.
—¿Y a ti te gusta muchísimo el fútbol?
—Me apasiona. Me encanta. Ahora estoy con la Eurocopa, no solo los partidos de España; veo mucho fútbol. Y me encanta el fútbol base, ese fútbol en el que todavía no hay millones ni fichajes. Tengo dos sobrinos que juegan en el Canillas, uno en categoría infantil y otro en cadete, y les sigo, y me apasiona ir a los partidos, y me enfada el exceso de competitividad que siempre viene de los adultos. El lema de los Futbolísimos es «Querer ganar, saber perder». Es sanísimo querer ganar, pero hay que saber perder. La esencia del fútbol no es la competitividad, sino el disfrutar y el trabajo en equipo. El fútbol tiene unos valores humanos maravillosos y unos valores narrativos que todavía tienen mucho recorrido que explotar.
—¿Y juegas todavía?
—No, ya no. Me retiré por las lesiones. Era muy malo, pero me gustaba tanto que jugaba con el colegio, el San Agustín, como defensa central, igual que Tomeo. Gané una medalla, la única de mi vida haciendo deporte. Y hasta los treinta jugué con los amigos del cole al fútbol sala, hasta que los abductores me obligaron a retirarme.
—Y además del fútbol tienes otra colección de éxito, Los forasteros del tiempo.
—Sí, que siguen y van creciendo. Es una colección distinta, porque Los forasteros tienen algo más de continuidad entre novelas. Ha salido ya el número once, La aventura de los Balbuena con los vikingos. Es muy distinto porque en cada novela de Forasteros hago un viaje de documentación brutal y voy descubriendo, sin planificación, lo que va a ocurrir. Ahora he descubierto, por fin, después de once novelas, cuál es el motivo por el que viajan en el tiempo. ¡Eso me apasiona! Acabo de terminar de escribir la duodécima y ya he podido contar por qué viajan en el tiempo.
—¿Y la literatura para adultos? Tu primera novela para adultos, Ana, se va a estrenar como serie ahora, protagonizada por Maribel Verdú.
—Sí, se va a estrenar en otoño y Planeta aprovechará para relanzar la novela. Estoy escribiendo ahora mi siguiente novela de adultos, que también es un thriller, una novela negra, que se llama La abogada, con el mismo personaje, Ana Tramel. No es una segunda parte, es «otra historia de Ana Tramel».
—Te cuesta dejar a tus personajes, entonces…
—Me cuesta mucho dejarlos, mucho. Cuando se me meten dentro, me cuesta. Ana no ha sido un best seller, para nada. Se ha vendido razonablemente bien, se ha traducido a varios idiomas, ahora la serie le dará otra vida…, pero no es por eso, es porque yo tenía ganas de volver a estar con Ana Tramel. Planeta me estaba insistiendo en otra novela para adultos y esta segunda historia de Ana Tramel saldrá en 2022.
—Una curiosidad: ¿cómo te organizas para escribir varias cosas al mismo tiempo?
—Tengo un problema de adicción al trabajo. Me gusta tanto lo que hago, tengo tanta suerte de que encima me va bien escribiendo, que escribo de lunes a domingo. Lo que necesito son slots de tiempo. No puedo estar por la mañana escribiendo La abogada y por la tarde estar escribiendo Futbolísimos, es imposible en ni cabeza. Mínimo son slots de quince días, y luego sí soy capaz de pasar con cierta facilidad a otra historia. Y si puede ser un mes entero metido en la novela, mejor. Publico dos al año de Futbolísimos, dos al año de Forasteros, y más que estoy preparando y no te puedo contar…
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Nos reímos, Roberto y yo, que nos conocimos hace más de veinte años. Nos reímos de esa hiperactividad que le hace feliz.
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—Cuando nos conocimos tú hacías cine. ¿No lo echas de menos?
—Se cumplen ahora 25 años de mi primera novela infantil, El ladrón de mentiras, en Barco de Vapor. Lo que pasa es que nunca había tenido un gran éxito como Futbolísimos, pero llevo cincuenta novelas infantiles publicadas. Llevo años y años de trabajo. Hay otra novela a la que tengo mucho cariño, El empollón, el cabeza cuadrada, el gafotas y el pelmazo, que lleva 32 ediciones. He escrito y dirigido varias películas, alguna de fútbol, como El penalti más largo del mundo, y sigo escribiendo guiones. En Ana me lo he pasado muy bien haciendo los guiones, y quiero volver a dirigir. Pero creo que hay que ser honesto y consecuente con uno mismo, y no hay tiempo para hacerlo todo bien. Para dirigir te tienes que olvidar de escribir durante meses. Volveré a dirigir, seguro, lo tengo clarísimo, pero ahora estoy disfrutando tanto de la escritura que no puedo. Y yo, por encima de todo, siempre he sido escritor. De guiones, de teatro, de novela… Soy escritor.
—¿Y cuándo decidiste que querías ser escritor?
—El primer relato que tengo escrito y guardado, que me lo pasó mi madre a máquina, lo escribí con nueve años. En aquel momento ni pensé ni decidí que quería ser escritor, pero sí, tenía clarísimo que quería escribir. Quería escribir más que nada en el mundo, salvo leer. Quería leer y escribir. Pero ni siquiera ahora sé si he decidido que iba a ser escritor, es algo que ha ido ocurriendo, y tengo la suerte de que puedo vivir de escribir. Con suerte y muchísimo trabajo, que algunas novelas han ido bien y otras han ido mal. Pero no era una decisión de ser escritor, sino “quiero escribir y voy a escribir”.
—Dices que en casa de tus padres había libros. ¿Se dedicaban a esto?
—Mi padre era creativo de publicidad, se inventaba anuncios, y a mí me encantaba ir a los rodajes. Mi madre era ama de casa, pero le encantaba leer y todas las semanas íbamos al cine, muchas al teatro; la cultura estaba muy presente. Mi padre, de la noche a la mañana, dejó la publicidad y se dedicó a escribir libros infantiles. De hecho, su primer libro infantil y el primero mío se publicaron el mismo año. Luego ha publicado muchos libros infantiles y juveniles. Es Santiago García-Clairac y ganó el premio Cervantes Chico.
—¿Llevas su nombre entonces? ¿El Santiago es por él?
—No, por mi madre. Mi madre se apellida Santiago y Santiago es como me llamaban en el colegio, que Garcías había muchos. Con catorce años me apunté al grupo del teatro del colegio, aunque no quería actuar, quería escribir. La primera obra que escribí fue La vida de santa Cecilia, la patrona de la música, y cuando iba a firmar pensé: «Roberto Santiago suena mejor». Firmé así, y desde entonces se quedó: Roberto Santiago.
—Qué importante es el estímulo en casa, ¿no? Que te vean leer los niños.
—Es esencial, es lo primero.
—¿Y sigues escribiendo teatro?
—Sí, acabo de terminar de escribir una función y no sé cuándo se va a montar, pero me apasiona el teatro, ese contacto directo con la palabra, el actor, el público… Pocas cosas hay más apasionantes.
—Cuando tú cumpliste dieciocho, la edad que tienen ya lectores tuyos, ¿qué decidiste estudiar?
—Estaba matriculado en derecho, y parece un poco peliculero, pero… ese verano tuve una revelación. Vi el temario y me di cuenta de que a mí lo que me gustaban eran las películas de abogados y las novelas de John Grisham, y me senté delante de mis padres y les conté que no quería estudiar derecho, que quería estudiar cine, literatura… Y empecé Imagen y Sonido en la Complutense, y luego en la Escuela de Letras; y ahí decidí que sí, que quería contar historias. En la novela, en el cine, en el teatro, eso no lo tenía claro, pero sí sabía que quería contar historias.
—¿Qué ficción consumes cuando no estás trabajando?
—Consumo de todo. Como decía García Márquez, leo hasta los prospectos de los medicamentos. Y en series, cine y teatro, igual. Acabo de ver El ciclista utópico en la Sala Galileo, que me encantó. He empezado a ver en HBO It’s a Sin, que es maravillosa… Pero todo: todo tipo de géneros, más comerciales, menos comerciales… Y volver a los clásicos de vez en cuando. Para este verano me he guardado algún libro de Agatha Christie que no había leído todavía, su autobiografía también… Muy ecléctico.
—¿Algún libro o alguna peli que te marcara de niño o de joven?
—Sí, sí, Ana no es casual. Hubo dos películas que me marcaron mi vida: Matar a un ruiseñor y Veredicto. Testigo de cargo también, pero menos. La que más Veredicto. Son pelis que te marcan la vida, que dices: “Esto es; si algún día fuera capaz de contar una historia así, mi vida tendría sentido”.
—¿Y alguien, algún creador a quien admires?
—A Juan José Millás, no solo porque fuera mi profesor, que lo fue y me enseñó, sino porque tiene una mirada que… hay que estudiar y trabajar, claro, pero lo que él tiene es algo que es un talento puro, singular. Lo admiro muchísimo; da gusto leerle y también escucharle.
Nos recuerda Roberto que se puede seguir participando en su novela, que es fácil y gratis. Y así, con esa capacidad suya para contagiar el amor por las palabras, se queda en su despacho. Hay una pizarra llena de historias que quiere escribir y que sus lectores queremos leer; algo muy parecido a la felicidad.
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