Cuando una película te permite atisbar la emoción de manera directa, es difícil que no la recuerdes toda tu vida. Por ejemplo, ver al gran Ricardo Corazón de León, entre admirable y mezquino, apreciar la cercanía de la muerte en un atardecer que difumina el humo de la batalla, un castillo asediado en llamas y el héroe, herido mortalmente, asentado sobre una piedra contemplando toda su vida. Siempre he pensado en Garcilaso de la Vega herido en Le Muy cerca de Fréjus. O a Robin Hood, Robin de Lockwood, regresar de las Cruzadas y con su gran amor, Marian, lady Marian, mostrar las cicatrices de su cuerpo, la biografía de su vida asendereada, que ella recorre con sus dedos, con sus manos. Cómo no recordar ese momento en que un amante, ante la cercanía de la muerte, le confiesa a su dama que la quiere más a que a Dios, y ante la fe —esa apuesta por comprender y entender lo invisible, Ratzinger dixit— lanza una flecha que cruza el espacio hacia el infinito, allí donde quizás se entierren juntos, pero donde sin duda morarán juntos toda una eternidad. Y luego está la iconografía, la plasmación de los personajes, y si estos son Sean Connery como Robin y Audrey Hepburn, que regresó tras ocho años de ausencia en el cine, como Lady Marian, toda la película se impregna de su carisma, de su verdad que desborda los personajes y se funde con sus rostros, sus gestos, y de manera subyacente con otros personajes que les hemos visto y que ellos llevan en su equipaje para nuestras emociones.
De todo eso habla, todo eso ofrece Robin y Marian (1976) que, por tanto, es una película singular. En mi opinión, una gran película, y me asombra lo poco que se ve en televisiones y plataformas, y su pobreza de representación en DVDs y Blu-Ray. Para empezar constituye un hito en la carrera como director de Richard Lester, carrera, lo reconozco, nada convencional desde sus películas con los Beatles, muy interesantes por su frescura y sus atisbos de mezclar hagiografía visual, levedad de ficción y un soporte tirando a documental, hasta su participación en la saga de los Tres Mosqueteros en plan superproducción, que encuentro muy poco personal. Justamente lo contrario de lo que ocurre en Robin y Marian. En segundo lugar, resulta fascinante la aproximación que hace el guion, obra de James Goldman, de venero dramatúrgico, y responsable de Un león en invierno, a la leyenda, con soporte de hecho históricos —recuerden el mandato fordiano, print the legend pero cuenta la verdad—, de Robin Hood. Su manera de contar los últimos días de bandolero justiciero, y de su amor Lady Marian, convierte su historia en algo hermosamente crepuscular, vigorosamente romántico y poéticamente desesperado. Un contorno épico se desliza con elegancia hacia lo lírico, con la intimidad de los personajes, sus recuerdos, sus heridas físicas y espirituales, su futuro entrevisto de veladuras y oscuridad, desfilando todo en una narración que te apela directamente al corazón. Para finalizar las singularidades, anotar que Lester rodó Robin y Marian en España, y castillos, bosques, abadías, ríos, toda la geografía de la imaginería épica y lírica, maravillosamente retratada por el Technicolor y la Panavision de David Watkin, remite a esta vieja piel de toro encarnada en la Historia siempre ignorada por nuestra gente del cine. Unan a ello un asombroso trabajo de genio, de maestro, de Gil Parrondo en la decoración de la película.
Como es obvio tras la narración de Robin y Marian, y la de otras películas como Centauros del desierto, El pistolero o, más sutilmente, en El hombre que mató a Liberty Valance, late el recuerdo, la estela del regreso a casa de Ulises. La dicha del héroe de la que habla el poeta homérico siempre estará atravesada de misterio, recuerdos nunca explicitados e inevitable melancolía. El que regresa tras un largo viaje al hogar lleva consigo el peso de la mochila de lo sucedido y vivido en el viaje. Los que le aguardan no lo han vivido, como el viajero tampoco ha hecho cuanto ha sucedido en el hogar de Ítaca durante su ausencia. Todo está presente con palabras, miradas, silencios, objetos, cuando Marian y Robin vuelven a reunirse. Ella ha renunciado al mundo, un mundo sin Robin, para recluirse en un convento, pero, ¿qué hacer con esa reclusión cuando Robin regresa? El tiempo no se ha detenido para ellos, pero los recuerdos no son ceniza sino fuego latente que enseguida incendia sus vidas.
No crean que Robin y Marian es una película contemplativa. Bueno, lo es pero porque la narración, que es pura acción, un inevitable itinerario hacia el destino de los héroes, aparece marcada por la fe en los valores, las ideas, las lealtades que sustentan toda una vida. Robin desafía la crueldad de su señor, Ricardo Corazón de León, porque éste desconoce la ética del combate, el honor de los vencidos. Está dispuesto a ofrecer su vida. Si de nuevo se refugia en el bosque de Sherwood y desafía al poderoso y venal Sheriff de Nottingham y al Rey Juan, es porque su natural rebeldía se apoya en no transigir con la corrupción de un Poder absoluto. Su duelo personal con el Sheriff es la imagen emocionante de un mundo que declina, el del liderazgo de los hombres cabales, esclavos de sus ideas. De todos los personajes, Lady Marian es la más lúcida: prevé cómo los tiempos han cambiado sin remedio. Ya no sirve el consuelo de los recuerdos de los buenos viejos tiempos. El tiempo y las ausencias lo han devorado todo, salvo el amor que siente por Robin y el de Robin por ella. Nada más allá de ello importa. Solo ellos abrazados en el fin del mundo que han vivido, esperando que tras el vuelo de una flecha aguarde la eternidad, el infinito. ¿Una apuesta contra toda esperanza? No, una apuesta sobre seguro, porque morir juntos, amándose, es vivir juntos hasta el último aliento.
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Robin and Marian (Robin y Marian, 1976). Producida por Denis O’Dell y Richard Shepherd para Columbia Pictures. Dirigida por Richard Lester. Guion de James Goldman. Fotografía de David Watkin, en Technicolor y Panavision. Música de John Barry. Montaje de John Victor-Smith. Diseño de producción, Michael Stringer. Dirección de arte, Gil Parrondo. Vestuario, Yvonne Blake. Interpretada por Sean Connery, Audrey Hepburn, Robert Shaw, Nicol Williamson, Richard Harris, Denholm Elliott, Kenneth Haigh, Ronnie Baker, Ian Holm, Bill Maynard, Esmond Knight, Veronica Quilligan, Victoria Abril. Duración: 106 minutos.
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