Rocío Saiz (Madrid, 1991) no necesita un inicio, un nudo y un desenlace para constarse. En Que no se te note (Roca editorial), esta cantante, actriz y activista se baja del escenario para enfrentarse al público, para bailar con él, para sufrir, sudar, reír, amar y celebrar. Esta autoficción punk no responde al canon, no respeta reglas. Las únicas directrices las marca su corazón. En un concierto en Murcia, un policía intentó que no se vieran sus pechos desnudos; en esta novela ni todos los antidisturbios del país pueden parar el ciclón de emociones que sale del teclado de Rocío.
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—Arranca el libro con el estigma de los motes. Hacen daño, pero los toleramos.
—Pasa igual con las novatadas. El problema es que un mote, un sambenito, tú no lo eliges, lo hace otro por ti y ya no te lo puedes quitar nunca. El maricón, la bujarra, la borracha, la vieja… Desde pequeño te están condicionando por algo que tú no has elegido, sino que te lo han impuesto.
—En esas primeras páginas se hace un «Dua Lipa» y recomienda el libro de Alana S. Portero. ¿Por qué está siendo tan referenciada esa novela?
—En ella se mezclan obra y artista. Para mí es un todo. Alana es un icono; ella es como una marca, como el crossfit… Es una persona que ha llegado para cambiar la literatura de nuestro país. Y que además es simpática y súper cercana. No es una escritora a la que no puedas acceder. La mala costumbre (Seix Barral, 2023) es un libro de referencia porque está muy bien escrito y porque llega mucho al lector por su historia. Hablando de los motes, la novela comienza precisamente con la «bruja» del barrio.
—Se define como una «obrera del público».
—Yo era más bien una obrera del pop. (Risas) Ahora quiero dejar la música, porque ya no puedo más. Cuando tienes que hacerlo todo —autoproducción, autogestión, auto antes de cualquier tarea— acabas agotada. Cuando Penguin me llamó para escribir el libro, fue la primera marca que llegaba a mi vida. La realidad es que tienes que pagar las facturas. Hay muchas cosas que hacemos por activismo, amor, necesidad, porque hay un colectivo que está pidiendo ayuda… Al final, todo es muy precarizado.
—Cultura precarizada.
—Lo más precario porque es lo que menos se valora. La cultura es totalmente obrera. (Piensa) Nos hemos tirado la pandemia haciendo reír a los demás en base a nuestra frustración, a nuestro sufrimiento. Al final, la comedia se produce cuando alguien se cae a una zanja o se da contra una farola. Estamos hablando de lo que han hecho desde hace mucho cómicos míticos.
—Buster Keaton.
—Por ejemplo. Un cómico se cae y nos reímos, pero igual está muerto. La comedia de la vida funciona con la muerte.
—En Que no se te note hay de todo: diario, teatro, terapia grupal… y también un ajuste de cuentas, con usted y con los demás.
—Yo no lo llamaría ajuste de cuentas, porque eso significa venganza. Yo no he escrito la novela desde la venganza, y sí desde el perdón. Hay cosas muy duras en el libro. Cuando le entregué el libro a mi editora, ella me dijo: «Aquí hay dolor». Y yo le respondí que el dolor no tiene por qué ser malo. Escribir me sirve para dar mi punto de vista sobre ciertas cosas y visibilizar otras que creo que son importantes: el Patronato, la vida de Mari Trini, la de Chavela Vargas… Hay muchas personas a las que debemos mucho y las hemos abandonado. En mi caso, hay personas con las que igual no he hecho bien las cosas y otras que las han hecho mal conmigo. Escribir tiene que aprovecharse para mostrar historias como la del Patronato de protección de la mujer —una institución utilizada durante el franquismo como un instrumento de represión—, que yo no conocía, y me tengo por una persona que está bastante al día.
—Esa historia da para una novela.
—Yo no soy escritora, pero si tengo un poco de voz creo que debo usarla para verbalizar que había un sitio donde a las mujeres nos hacían desaparecer, donde nos empujaban al suicido, donde nos mataban. Y de eso se ha hablado muy poco; sólo tenemos el libro de Consuelo García del Cid —Las desterradas hijas de Eva (Anantes editorial)—. Es todo un temón. Es una novela para una persona muy valiente y muy preparada, porque en esa historia hay mucho dolor.
—Las redes sociales nos obligan a desterrar ese dolor de nuestras narrativas. Todo tiene que ser maravilloso.
—Eso es un gran problema. El miedo paraliza y la rabia moviliza. El dolor tiene un componente adictivo: nos pasamos todo el día solucionando problemas, y cuando está todo bien no sabemos disfrutarlo, porque nos han enseñado a sobrevivir, pero no a vivir. Y eso es durísimo. El dolor está constantemente entre nosotros, y no nos han enseñado a gestionarlo; es un elemento, un sentimiento principal.
—El primer libro que le impactó fue La insoportable levedad del ser. ¿Cómo fue el descubrimiento de Milan Kundera?
—A la lectura hay que llegar sin obligar. Hay que descubrir historias que te puedan fascinar. Obligar a leer a la gente es absurdo, porque le va a coger tirria a los libros. Yo era de las que reivindicaba que no me mandaran leer determinadas obras. Cuando murió mi madre, vi un libro de color naranja, que estaba dedicado. Tenía 18 años en ese momento, y decidí abrirlo. Me pareció una gran fantasía, un hombre que está opinando sobre lo que él mismo se ha inventado dentro de un contexto sociocultural bastante jodido. Y luego está esa obsesión con la pasión. Utiliza a las personas, quiere no hacerlo, se acuesta con ellas, luego las necesita… Me sorprendió que alguien hablase de una forma tan real sobre las emociones.
—Hablemos de las post-sexualidades que menciona el libro.
—Se trata de un congreso fantástico, organizado por unos universitarios, donde se hablaba de otros tipos de sexualidad, de cómo podemos dar placer a personas con discapacidad, porque se nos olvida que la clave del placer es dárselo a los demás. El congreso lo montan unos chavales, y te das cuenta de que viene una nueva hornada de gente muy distinta. A mí me da vergüenza mi generación: hemos reprimido el amor y los cuidados. Puede haber pasión sin que haya una relación sexual. Los textos de ese congreso son preciosos. No todo es follar desde un punto de vista heteronormativo, se puede dar amor, se puede escuchar… Es más difícil encontrar a alguien que te escuche que a alguien con quien follar. El nuevo sexo debería ser así.
—Por cierto, le compro lo de que Mari Trini fue nuestra Frida Kahlo.
—Por supuesto. (Risas) Estamos tardando tiempo en hacernos camisetas y banderas con Mari Trini. Siempre la he reivindicado, porque es una mujer a la que maltrataron en la industria musical. Mari Trini murió sola, alcoholizada, rechazada por su país, como tantas mujeres que intentaron conseguir un sitio que nunca les dieron. Valoramos mucho a las personas cuando están muertas, pero no nos interesamos por ellas cuando están vivas. Hablé con una diyei que la conoció, y me contó que Mari Trini siempre tenía la cara triste, pero nadie le preguntaba qué le pasaba.
—EL ARTE SIGNIFICA PROVOCAR. Lo escribe así, en mayúsculas.
—Ahora estoy un poco más tranquila, pero sí creo que el arte debe provocar. Es algo que aprendí de La Fura del Baus. Muchas de sus funciones eran un despropósito y a nadie se le hubiera ocurrido cancelarlas. Actuaron en la Olimpiada de Barcelona de 1992; ellos eran el símbolo de una España moderna. Sin embargo, ahora se censuran pezones. Lo que pasaba antes es que si algo no te gustaba te ibas, ahora te quedas y te quejas, porque quejarse es gratis. Y si te puedo cancelar el espectáculo, mejor. Estamos involucionando.
—Termina su obra con una referencia de Enrique Aparicio sobe la LGTBIQfobia: «Toda su vida le habían dicho que fuera lo que quisiera, pero que no se le notara».
—En realidad todos nos camuflamos. Todos lo hemos hecho para que nos contraten en una entrevista de trabajo. Yo me he puesto camisetas ceñidas, superajustadas, y me he maquillado como una puerta. Además, de esa forma no pensaban que fuera lesbiana. Y también lo hacíamos en la discoteca para cumplir con la etiqueta para poder entrar. Se casaba tu prima y yo no podía ir en pantalones. Tenías que llevar un vestido. A ver si iban a pensar que eras una marimacho. Luego llega un punto en el cual comprendes que no tienes que permitir que alguien te falte al respeto a nivel homófobo y racista, aunque sea de tu familia. Tú no eliges lo que te toca a nivel sanguíneo, pero sí a nivel racional. Por eso, intentar forzar que te acepten en un sitio en el que no te quieren no tiene sentido. Hay que asumir y normalizar que hay sitios en los que no te quieren.
—Última pregunta. Entiendo que habrá más libros. ¿De qué va ir el siguiente?
—¡Uf! No lo sé. He tardado tres años en hacer este libro. Me gusta ser honesta: no soy escritora, he puesto en la novela lo que yo siento, y no le digo a nadie cómo tiene que sentir. Hay gente que me dice que conecta con lo que cuento, y lo les digo que lo que ocurre es que llevan toda la vida en silencio. Si te escuchas, puedes escribir un libro como este.
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