El escritor Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) reconoce que nunca se ha ido de Venezuela mentalmente y que sus novelas lo reflejan, pero dice que ya se ha cansado de que le pregunten si es cierto lo que pasa en su país: «No le dices a alguien de Siria si es verdad lo que ocurre allí».
«Lidiar con ese descreimiento a estas alturas es bastante frustrante y lo mejor que he podido hacer es protegerme un poco de eso», asegura en una entrevista con Efe Blanco Calderón, que reside actualmente en Málaga y acaba de publicar su novela Simpatía, editada por Alfaguara.
Ganador de la III Bienal Vargas Llosa con su obra The night, su nueva novela refleja la situación en el país con la emigración de más de cinco millones de venezolanos, pero no desde el punto de vista de quienes se van sino del de quienes se han quedado, «que es una mayoría del país, pero que tienen la misma sensación de orfandad y de abandono por aquellos que se fueron».
Una situación que, recalca, es el marco de su novela, que habla de una situación particular que se produce cuando la gente, al irse, abandona a sus mascotas.
Y cuenta la historia de Ulises Kan, cuya mujer, como tantas personas que huyen del país en ruinas en que viven, decide irse sin él. Y a la muerte de su suegro descubre que le ha encomendado una misión en su testamento: transformar la gran casa familiar en un hogar para perros abandonados. Si logra hacerlo antes del tiempo indicado, heredará el lujoso apartamento que había compartido con su mujer.
El propio autor y su mujer tuvieron que dejar a sus mascotas con sus respectivas familias cuando se fueron de Venezuela. «Vivimos primero tres años en París y no teníamos dinero como para tener un perro, pero encontramos un trabajo, para reunir dinero extra, cuidando las mascotas de parisinos que se iban unos días», recuerda.
A partir de esa experiencia, paralela a la de las noticias del abandono de perros en Venezuela, se fue configurando todo ese ambiente para la historia que relata en su novela.
En particular, dice, hubo un perro, un «inmenso» Leonberger con el que tuvo una experiencia «un tanto mística» que le hizo dudar, a pesar de ser agnóstico, de la existencia de Dios.
Su novela es una especie de «thriller» familiar que refleja que las relaciones de familia pueden ser más complejas de lo que parecen a primera vista y en la que la mayoría de los personajes son huérfanos y adoptados y tienen una relación extraña con la figura de los padres.
«Como si los vínculos familiares naturales o de sangre se revelaran como débiles e incluso grotescos mientras que los de la familia adquirida que se desarrolla con las amistades o con el trabajo son más sólidos», sostiene.
En Simpatía, los personajes femeninos se muestran en un ámbito de violencia y de tragedia «que es algo que es algo muy presente en la sociedad venezolana», dice el escritor, que ya en 2007 fue seleccionado para formar parte del grupo Bogotá39, que reunió a los mejores narradores latinoamericanos menores de 39 años.
Durante muchos años, explica, su literatura fue política pero explica que ha sido un proceso «desgastante» porque ha chocado constantemente «con la incomprensión de los ámbitos culturales y académicos de Estados Unidos y Europa, una situación que no parece que vaya a cambiar en los próximos años».
«Los medios literarios, culturales y académicos son básicamente de izquierdas y se les hace bastante incómodo pronunciarse de forma frontal contra la dictadura en Venezuela, que es una cosa genocida e inhumana, que en cualquier otro contexto hubiese generado una condena internacional y unas acciones políticas concretas que en este caso no se hace con la firmeza que deberían», sostiene Blanco Calderón.
Por eso, dice, ha entrado en los ultimos meses en un proceso de distanciamiento público respecto a la situación de su país. «Pero es algo que te persigue», reconoce.
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