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Rodrigo Cortés: «Yo no he sentido inspiración jamás en mi vida»

Rodrigo Cortés: «Yo no he sentido inspiración jamás en mi vida»

Cuentos telúricos (Literatura Random House, 2024) es una antología de cuentos casi fantásticos, o una colección de relatos mágicos por poco. En Cuentos telúricos caben los califas venerables, los hombres reptil, las niñas listas, los personajes atrapados dentro de personajes, las cartas llegadas del futuro, los círculos en los campos de cereal, los volcanes furibundos, las declaraciones de amor cuántico, los gatos, las abducciones, los calamares gigantes, las fábulas sin moraleja, las emanaciones invisibles surgidas del corazón de la tierra, los curas inmateriales, las mujeres del tiempo… Rodrigo Cortés demuestra una vez más que si realidad y magia no son lo mismo son, para su pluma, indistinguibles.

Hablamos con el recién nombrado premio Cavia de ABC 2024 sobre literatura, palabras, música, cine, creación, pero sobre todo hablamos de que estos cuentos que ahora presenta no son un “juego de niños”.

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—¿Qué papel juegan los niños?

—Yo mismo no lo sé, porque cuando me pongo a escribir me concedo tanta libertad que yo mismo nunca sé qué voy a escribir o qué va a aparecer, pero es cierto que antes o después aparece algún niño en alguna parte. Desde luego no en todos los relatos, y casi siempre de una forma disruptiva y desprogramada, así que, probablemente, este es el papel que cumplen: el de la desprogramación.

—Sí, porque los niños crean enigmas y resuelven enigmas.

"Lo que nunca hay en estos cuentos con respecto a los niños es paternalismo. Ni condescendencia"

—Sí, los niños de estos cuentos son perturbadores. Recuerdo ahora a la niña con el equívoco nombre de Loli, que ni es niña ni es dulce; es terrorífico hasta para mí, que lo he escrito. O la pequeña Ángel. Sin embargo, algunos niños aparecen en las historias para dar un mensaje sin moraleja y poner la vida de los otros patas arriba. No sé, la verdad. Ahora bien, lo que nunca hay en estos cuentos con respecto a los niños es paternalismo. Ni condescendencia.

—¿Esos niños inquietantes vienen del cine, de la literatura o de tu propia biografía?

—No tengo ni idea. Diría que de mi biografía no; yo no tengo hijos.

—No me refería a tus hijos, sino a ti.

—Tal vez. Pero claro, tendría que tumbarme en un diván y buscar una respuesta a lo que me planteas.

—¿Y no es eso escribir?

—¿Tumbarse en un diván? Espero que no.

—¿Qué es para ti escribir?

—Reescribir.

—Bueno, esa respuesta sería adecuada si hablásemos aquí de tu último libro, Verbolario.

—Bien. Supongo que escribir, para mí, es conectar con algo. Porque uso muy poco, al menos como motor, lo racional con lo intelectual. Yo no he sentido inspiración jamás en mi vida. Siempre me he sentado a ver qué se gesta y cómo modelo esa energía. Diría que en el ochenta por ciento de estos cuentos he partido de una frase cualquiera que he decidido en ese instante y que me ha llevado a otra y otra después, y eso ha marcado una dirección. He empezado a sentir una energía, la he modelado y me he encontrado con algo. Y justo en ese momento comienza para mí el verdadero trabajo, que es la música del texto.

—Tú siempre has dicho que te sientes director de orquesta y que por eso te dedicaste al cine. ¿Cuál es la musicalidad de la literatura?

"Mi literatura es muy poco cinematográfica y mi cine muy poco literario"

—La música está presente en todo lo que emprendo porque es una necesidad creativa. Aunque desde luego, mi amor a la palabra es previo a mi amor a la cámara. Me gusta mucho explorar esos lenguajes como formas de expresión (estirarlos, deformarlos, exprimirlos) pero no los confundo. De hecho, diría que mi literatura es muy poco cinematográfica y mi cine muy poco literario. Todos somos hijos de lo que hemos visto, y para mí ha sido tan importante haber leído historias de fantasmas a través del filtro de Maupassant como haber visto en el cine películas de Tarzán. Todo se mezcla en mí y acaba inevitablemente aflorando. Pero sus lenguajes son incompatibles, son registros diferentes. Sin embargo, la música, el ritmo subyacente, los unifica de alguna manera.

—Como lectora sí he tenido la impresión de que algunos de estos Cuentos telúricos son bastante cinematográficos.

—Pues no lo tengo muy claro. El único que siento que se podría convertir en una película sería tal vez “Gente serpiente”. La mayoría de los cuentos tienen una trama que, llevada al universo de lo concreto, que es el cine, podría resultar incluso banal. Y hay otros que directamente necesitan de lo literario, por ejemplo “Las tres monedas”: si esa historia la muestras en el cine fracasas, porque es imposible traducirla de un registro al otro. En literatura las cosas existen porque se nombran, y cuando escribes te puedes permitir la osadía de tratar de girar la imaginación del lector, con palabras, ciento ochenta grados. En el cine no. Son reglas distintas.

—¿De dónde salen estos personajes raros, singulares, estrambóticos, que se dedican a cosas inverosímiles?

—La respuesta es, de nuevo, “no lo sé”; y además no dedico ni un solo segundo de mi vida a indagarlo. Es más, puedo incluso dedicar mucha energía a no indagar, a asegurarme de que no encuentro la respuesta.

—¿De qué lecturas surge este imaginario? ¿Cuáles han sido tus fuentes?

"No se puede esperar leer la Metamorfosis de Kafka con nueve años de edad y que esa historia no te marque para siempre"

—Siempre he estado rodeado de libros, que siguen siendo mi elemento decorativo favorito porque son los que más acogen y los que más abrigan. Mis fuentes han sido muy diversas; he tenido desde pequeño unas lecturas muy poco sistematizadas y nada ordenadas, y algunas han marcado para siempre mi imaginario, por supuesto. No se puede esperar leer la Metamorfosis de Kafka con nueve años de edad y que esa historia no te marque para siempre. Y, por supuesto, la mezcla siguió construyendo mi iconografía con Cunqueiro, Stephen King o Mortadelo y Filemón. Todo eso ha ido conformando una manera de mirar y de crear donde el absurdo era pura coherencia, con una lógica aplastante y rotunda, como la lógica infantil. Pero ojo, yo nunca me siento a escribir algo absurdo; me siento a escribir historias de personajes a los que me permito otorgar toda la libertad del mundo para que sean contradictorios si esa es su manera de expresarse.

¿Hay instrucciones de uso de este libro de cuentos?

—Bueno, el lector hará lo que le dé la gana, que es lo que debe hacer, pero hay un orden: este libro está diseñado como un vinilo, es decir, hay que poner la aguja en el principio del disco y dejarlo sonar. Igual que en un disco hay una canción más pegadiza, otra más tontorrona, otra más lenta u otra más romántica, el orden de los cuentos telúricos está muy pensado y viene dado como propuesta de un viaje unitario, un mismo criterio sonoro de principio a fin.

—El principio del libro, por cierto, se inaugura con una frase de Cunqueiro.

—La Pardo Bazán, Cela, Wenceslao o el propio Cunqueiro… Hay en estos escritores gallegos, con los que comparto origen y paisaje, un realismo mágico anterior a García Márquez. Cunqueiro me interesa porque en él la relación entre el mundo mágico y el telúrico se da de una manera única, rutilante. Por eso sabía que él debía abrir estos cuentos telúricos míos.

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