Forman uno de los tándems creativos más exitosos del cine español actual. Desde que se conocieron en las aulas de la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid, Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) e Isabel Peña (Zaragoza, 1983) unieron sus destinos hasta alumbrar cinco películas juntos y dos series de televisión, él como director, ella como guionista. Su compenetración es tal que incluso acuden juntos a las entrevistas de promoción de As bestas, su último trabajo, que acaba de llegar a las salas tras su paso por multitud de festivales y el formidable éxito cosechado en las taquillas francesas.
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—Vuestra película atesora una carga de ambigüedad moral ya desde el mismo título, porque de entre todos los personajes que pueblan ese microcosmos, ¿quiénes son realmente As bestas?
Rodrigo Sorogoyen: —Bueno, no pretenderás que te desvelemos las grandes claves de la película (risas). Obviamente pensamos que se trata de un título sugerente y que para el espectador tiene unas lecturas claras antes de entrar a ver la película y otras muy distintas después de verla.
—Esta película marca un punto de inflexión en vuestra filmografía después de dos thrillers urbanos de ritmo frenético como Que Dios nos perdone y El reino. ¿Por qué optasteis por volver vuestra mirada a un entorno rural?
R.S. —En cierto modo nos apetecía cambiar de registro, pero al final es la historia la que manda. Nos encontramos con una historia muy potente que transcurría en la Galicia rural y allá que fuimos.
Isabel Peña: —De hecho, ha sido todo un poco casual porque este proyecto es anterior en el tiempo a los de El reino y al de la serie Antidisturbios. Empezamos a escribir As bestas en 2015, así que no lo hicimos alentados por la motivación de cambiar de escenario.
—Pero, en todo caso, el tono es bastante distinto al de vuestras películas precedentes.
R.S. —Yo siempre intento ir cambiando de una película a otra, por no aburrirme y por no aburrir al público. Pero el estilo, como te digo, te lo tiene que dar la historia. Si hubiésemos estado trabajando en una historia que exigía un ritmo hiperfrenético, hubiera apostado por eso. Pero rodar en medio de la naturaleza y tener entre manos una historia con ese aire de western por el que, de manera deliberada, apostamos desde el principio, nos conducía a un tempo narrativo distinto. De todas maneras, As bestas es un filme que presenta dos partes muy diferenciadas. En la primera parte estamos hablando de gente que ha impuesto unas reglas sobre las que lleva dominando el mundo desde tiempos inmemoriales y por eso está narrada de una manera mucho más clásica, mientras que en la segunda hay un cuestionamiento de esas reglas y de la violencia que de ellas se desprende, de ahí que optásemos por una puesta en escena más moderna. De hecho, toda la segunda parte la rodamos con Stedicam.
—Una de las cosas más interesantes de As bestas es el modo en que representáis la violencia como una construcción típicamente masculina. En la segunda parte del filme vemos cómo la protagonista femenina gestiona las derivas de esa violencia de otra manera ¿Esa enmienda a la cultura del patriarcado estaba en la génesis del proyecto?
R.S. —Cuando empezamos a desarrollar el guion no teníamos presente ese enfoque. Simplemente apostamos por una historia sobre una pareja foránea en un entorno hostil y sobre el modo en que las tensiones que se van generando desencadenan la tragedia. La violencia quedaba concentrada ahí, pero después, en la historia de la mujer, en el recorrido de cómo gestiona ella las consecuencias de esa tragedia, nos fuimos dando cuenta de que iban emergiendo una serie de elementos que nos llevaban a un tema del que nos apetecía hablar. Ese sentir cómo va madurando la historia y cómo ésta va encontrando su propio tono es algo muy bonito.
I.P. —Esa estructura se fue definiendo en las primeras versiones del guion atendiendo a una necesidad estética, por así decirlo, hasta que la fuimos cargando de temas, y eso nos condujo a un enfoque que acaba por convertirse en el epicentro de la película y que lleva a que la historia pueda leerse, efectivamente, en esos términos. Pero es que escribir consiste en eso, en probar, equivocarte y en dar con un diálogo que te lleva a otro diálogo y que acaba por iluminar el camino que ha de tomar el relato.
—Volviendo al tema de las localizaciones, es curioso el modo en que éstas llegan a emerger como un protagonista adicional en la historia y la manera en cómo las explotas con una idea de riqueza.
R.S. —Desde que nos ponemos a escribir y a investigar asumimos que, en esos paisajes en los que queremos rodar, hay un concepto de riqueza unido al territorio que nada tiene que ver con el que se maneja en otros ámbitos, como las grandes ciudades. Entonces no nos queda otra que incorporar esa visión al guion en aras de conferir autenticidad al desarrollo del relato. Luego, respecto a las localizaciones, lo que sí tuve claro desde el principio es que no quería hacer una película bella, pero sí que sentí que tenía que lograr que rezumasen esa belleza un tanto agreste que queríamos mostrar. Fue muy laborioso encontrar ese entorno.
—¿Cómo acometiste la dirección de actores? Se trata de intérpretes que trabajan en registros muy distintos, pero de esa pluralidad emerge un tono que también contribuye a reforzar la singularidad de la película.
R.S. —En la interacción entre los actores surge muchas veces una magia que escapa a tu control como director. Yo lo único que puedo ofrecer a mis actores es comprensión, cariño y que se sientan cuidados, en aras de facilitar una comunicación que redunde en beneficio de la película. Yo cuando hago un casting procuro tener claro ya a qué me voy a enfrentar. A veces te equivocas más, a veces te equivocas menos, pero ahí ya ves si hay conexión o no. Para mí la dirección de actores es fundamentalmente psicología, es ayudar al actor a estar lo suficientemente relajado y motivado para que pueda dar lo mejor de sí.
—As bestas ha estado presente en multitud de festivales desde su estreno en Cannes. ¿Cómo lleváis la expectación que este recorrido ha ido generando? ¿No puede ser un arma de doble filo?
I.P. —Siempre es bueno que la película vaya sumando ventanas en su recorrido antes de llegar a las salas. Eso nos permite testar las reacciones del público y, sobre todo, es importante para que la gente vea la película y para que hable de ella. Eso allana el camino de cara al estreno y hace que haya más ganas de verla.
—En Francia, de hecho, donde la película ya se ha estrenado, han ido a verla cerca de 400.000 espectadores.
R.S. —La verdad es que es impresionante y nos hace muy felices. Es una experiencia rara, porque como no estás allí tampoco vives ese éxito in situ y se te escapa un poco el clima de entusiasmo que la película puede generar. Pero son cifras bastante elocuentes, en los tiempos que corren no es nada fácil que una película haga esos números. Más aún tratándose de un filme que, pese a ser una coproducción, no es francés y tampoco viene firmado por alguien ultra reconocido.
—Aparte de As bestas, se acaba de estrenar también la serie Apagón, donde participáis en uno de los episodios ¿Cambia mucho trabajar para cine y para televisión o ese tipo de jerarquías ya se han diluido?
I.P. —Cuando escribes un guion para una serie como Apagón, lo primero que te planteas es que debes de estar a la altura del proyecto, con lo cual el sentido de la responsabilidad desde el que haces tu trabajo no difiere mucho del que asumes cuando escribes para cine. Teniendo en cuenta que somos muy afortunados haciendo lo que hacemos, sería idiota no dejarse la piel en cada uno de los trabajos que asumimos.
R.S. —Al final depende un poco del tipo de proyecto en el que te embarques. La industria cada vez permite menos el desarrollo de miradas personales, pero ante eso lo que toca es establecer alianzas con creadores con una sensibilidad y unos valores parecidos a los tuyos. Eso posibilita que se puedan hacer series como Apagón o Antidisturbios, que son productos muy cuidados y que se salen un poco del perfil tradicional de serie al uso.
I.P. —Al final, ese tipo de jerarquías entre un medio y otro están tendiendo a desaparecer porque la línea que separa el modo en que se trabaja en el cine y el la televisión es cada vez más fina. La cuestión es encontrar el formato que mejor se adapta a la historia.
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