No me busques en la mitología.
No me busques en la historia.
No me busques en la ciencia.
No me busques en la religión.
Lo que ocurre a mi alrededor está escrito,
pero no me nombra.
Hemos escrito un mundo que no se ha mirado en todos los espejos. Aparentemente nítida y verdadera, es esta una realidad deforme, incompleta a fuerza de ausencias impuestas. Ese cristal límpido que nos devuelve la mirada no es más que una desviación, un objeto grotesco que hay que romper con el puño en carne viva.
Es momento —lo fue ya, pero también lo es hoy— de cerrar en torno a sí los cinco dedos y llamar a la sangre, ese “tierno y primitivo” pulso que invoca todos los ahora. Y destrozar el cristal.
Dar el golpe.
Las esquirlas del espejo, bañadas de rojo y esparcidas por el suelo, cuentan un mundo distinto al de antes. Como a trozos asimétricos.
Dibujan las piezas rotas la realidad que escondemos y de la que somos verdugos. No es la nuestra una escena en calma, sino un cúmulo de navajas con bordes en el que cada uno somos daño para el otro.
Ángelo Néstore ha publicado tres libros de poesía. El último, Hágase mi voluntad, ha sido galardonado con el XX Premio Internacional de Poesía Emilio Prados en 2019. Pero eso no es lo importante. Lo importante es la herida que el poeta de origen italiano se empeña en abrir con sus textos. Y tal vez eso tampoco lo sea: quizá lo verdaderamente relevante es ver cómo Néstore se unta las manos en almizcle para hundir los dedos en la llaga, romper la sutura y mostrar el cuerpo abierto en dos, como restos de cristal dispuestos en una danza alegre sobre el suelo.
Así actúan los poemas de Hágase mi voluntad: son el golpe directo de un puño que guarda pétalos de rosa en su secreto. El escritor no renuncia a la belleza de unos versos limpios con los que lo cuestiona todo, hasta a sí mismo, para vencer —siquiera unos momentos— el silencio sobre la violencia, sobre las dinámicas de poder que el hombre ha ejercido y ejerce. Y preguntarse qué partido toma él en todo esto, si acaso lo toma.
Hoy escribo contra mis manos, contra mis brazos,
que buscan siempre palabras hacia fuera
y son el hambre
y son la guerra
y todo es silencio.
Escribo hoy desde mi clase media,
desde mi cama, acomodado.
Estoy pensando en mis venas, solas,
ocultándose y ocultando.
Hoy no escucho la bomba alejarse,
hoy la veo mientras se aleja.
Recuerdo que un tiempo usaba la palabra cuerpo
como variación de territorio
y allí hacía la guerra.
Ahora me toco a mí mismo,
me miro a mí mismo,
me toco a mí mismo,
me miro a mí mismo.
He decidido tirar piedras contra mi herencia
porque yo soy el enemigo
y escribo mi dolor para aceptarlo.
Los poemas de este libro que llora desde su cubierta cumplen el propósito de Néstore por desdibujar ese aparente “mundo feliz” que hemos creado. Un lugar en el que tolerancia, respeto, amor y otras tantas palabras están corruptas por cada uno de los labios que las pronuncian y son elementos de una lengua que ha de reinventarse para contar mejor, para reflejar con más acierto, para hacernos mejores: “Debe de existir un lugar donde poder inventar una lengua / que no hable siempre en masculino, / que no defina, / que no explique, / una lengua que no abstraiga, / que me haga dudar”.
¿Quién soy si soy quien no soy?
Más allá de ser una crítica inmisericorde hacia este infeliz sistema que hemos generado, Ángelo utiliza Hágase mi voluntad contra sí mismo. El escritor, que vive, trabaja y escribe desde Málaga, cierra poemas en los que se reprocha a sí mismo, continuamente, por formar parte de este ‘espejo sano’ en el que no caben bordes ni filos —“Mi estirpe es un vagón repleto de hombres”—.
Tal vez porque en cada silencio, en cada “mirar para otro lado”, en todos los momentos en los que se rinde ante la evidencia de la realidad, se convierte en uno más, en parte de aquellas personas que se empeñan en limpiar y cuidar el espejo para que ofrezca esa imagen, esa invariable imagen de normalidad aceptada.
La pregunta es quién soy yo, quién me he creído ser. ¿Mejor, peor, adalid de algo?
En el fondo, se responde el autor, ha crecido así, “con la garganta limpia de quien nunca tuvo / que gritar / para que se le oiga”. Y desde esa mirada construye el libro, en el que busca, en sus propias palabras “abordar los límites del lenguaje, indagando sobre las relaciones de poder desde una perspectiva queer y dando voz a las identidades que se encuentran en un espacio trans: trans-género, trans-fronterizo”.
Te has cortado, pero no vas a curar tu pie
Los hombres de siempre son, en algún triste sentido, protagonistas de este libro. Hágase mi voluntad también se edifica contra esas almas sin alma capaces de negar la vida.
Por eso Néstore se centra en dedicar poemas no a aquel que ya ejerce su poder sobre los demás, sino a los que hoy están creciendo en un sistema heteropatriarcal y que, como él en sus primeros años, parecen estar condenados a repetir esos hábitos, a cuidar del espejo que les devuelve una sonrisa impecable e implacable: “(…) El niño adolescente que abre Porntube en una ventana de incógnito / y que ve a una mujer rodeada de cinco hombres, / y que no está pensando en la muerte, / y que no ve en esa escena un entierro, / algún día me venderá el pan (…)”.
Leer Hágase mi voluntad hace al lector sentir como que camina entre trozos de vidrio que van llenando el suelo. El daño es inmediato, pero no aparece el instinto de curar los pies porque la sangre revela otros reflejos. Y se comienza a ver un tú diferente que tal vez, algún día…
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Autor: Ángelo Néstore. Título: Hágase mi voluntad. Editorial: Pre-textos. Venta: Todostuslibros y Amazon
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