No ha pasado muy buena noche, y sin embargo Rosa Regàs recibe sonriente a un grupo de periodistas con ganas de explicarse sobre su última obra, Un legado, donde cuenta con detalle los episodios cruciales de su paso por el sector editorial y cultural, a partir de las conversaciones mantenidas con la periodista Lídia Penelo.
Hoy, acompañada por dos de sus cinco hijos, Eduard y Loris Omedes, y una de sus sobrinas, tampoco ha tenido reparo en que los informadores subieran y bajaran las escaleras de la casa, fisgonearan por entre los numerosos anaqueles, vieran fotografías de su antaño vecino Josep Pla, otra firmada por Pío Baroja a su madre, de su extensa familia, o un regalo enmarcado de una asociación de Vallecas en favor de la Tercera República.
También ha hecho sesión de fotos en una ordenadísima y extensa biblioteca, dividida en dos espacios, y no le ha importado que se conociera una caseta adyacente dedicada a las sesiones de cine, en la que en ocasiones ha habido una treintena de espectadores.
Sentada en su silla de ruedas —en octubre pasado se rompió el fémur en Pamplona— ha dejado primero que el editor de Navona, Ernest Folch, y, después, Lídia Penelo dieran a conocer la gestación del libro, para luego responder las preguntas de los periodistas. Folch ha indicado que la idea de Un legado, libro publicado en castellano y catalán, es repasar su vida, desde la infancia a la vejez, su pensamiento, sus ideas, sin olvidar las anécdotas que la han marcado. Penelo, por su parte, ha reconocido que «enredó» a la escritora para poder escribir este libro en forma de larga entrevista a lo largo de nueve meses y conseguir que los que lo lean, después tengan ganas de entrar en su narrativa con obras como Azul, con la que ganó el Premio Nadal hace treinta años; Luna Lunera, de 1999, o La canción de Dorotea, con la que obtuvo el premio Planeta en 2001.
A sus noventa años, cumplidos el pasado noviembre, sentada en una silla de ruedas, ha descubierto que con Lídia Penelo ha tenido una muy buena relación durante este tiempo en el que han conversado en Llofriu, sin dejar apenas nada en el tintero, en una suerte de memorias sobre su persona, una época y la misma casa en la que vive desde hace años. Hoy ha dicho sentirse querida pero no ayudada ni privilegiada, ni tampoco libre, aunque ha matizado que ha conseguido luchar para estar en el camino de la libertad.
«Tal como nos han creado —ha argumentado— es imposible ser libres, pero sí se puede entrar en el camino de la libertad e ir haciendo, siendo cada vez más libre».
Algo que, como cuenta en el libro, ha hecho desde que era muy joven, decidiendo ir a la universidad cuando ya era madre de cinco hijos, separándose de su marido, aunque viviendo unos años bajo el mismo techo, dedicándose, más tarde, a la traducción en Naciones Unidas, o instalándose en Madrid, donde se hizo cargo del Ateneo de la Casa América. Ahora, en esta especie de balance, en el que cita a amigos como Juan Benet, Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, entre muchos otros, confiesa, sin embargo, que en lo que más piensa es en sus hijos, en el clan Regàs, en su casa, y no esconde que en alguna que otra ocasión piensa que en lo que debería cambiar es en «el mal humor».
En el libro muestra su decepción con la política, algo que hoy ha repetido, y no ha callado que en un lugar como Cataluña, como en «todos los pueblos nacionalistas, se valora muy poco a la gente que vale. Josep Pla murió sin ninguna medalla ni nada de nada, y a Enric Satué tampoco se le valora lo suficiente«. Tampoco oculta que con el exministro de Cultura César Antonio Molina se peleó mientras dirigía la Biblioteca Nacional y que no dejó el cargo por la desaparición de unos mapas sino que fue porque entre ellos dos no había una buena relación.
En Un legado cuenta que un día, mientras él le gritaba que no servía para nada, sonó el teléfono y era el encargado de cuidar su casa de Llofriu para decirle que había nacido un burro en la finca y que el veterinario necesitaba saber cómo debía llamarlo, a lo que ella contestó con un escueto «César». Tampoco obvia el enfrentamiento con sus antiguos colegas editores como Jorge Herralde y Esther Tusquets a raíz de un problema de distribución de libros cuando ella era editora de La Gaya Ciencia. Todavía hoy ha dicho que Tusquets y Herralde no le cayeron nunca bien y que la vida le ha demostrado que no se «equivocaba nada». En las páginas del libro deja constancia de que siempre creyó que Esther Tusquets era una «mujer muy rara» que se inventó una mentira contra ella, acabando en los juzgados, en un enfrentamiento con ellos y otros editores que define como una «traición brutal», como una hecatombe que le cambió la vida y la llevó a vivir a Ginebra.
Al acabar la visita a Mas Gavatx, y como es tradición en la familia, todos los periodistas han salido con un obsequio, en esta ocasión una botella de aceite, de la sexta cosecha de aceite virgen de arbequina orgánico y extra de los olivos de la finca, uno de ellos procedente de Palestina.
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