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Rosario Goya, un cómic lleno de vida

Rosario Goya, un cómic lleno de vida

Un padre es el hombre que está contigo, te cuida, te trata con cariño y te enseña las cosas”, afirma Rosario casi al final de las páginas de este cómic de Fran Jaraba editado por Cascaborra. Rosario Goya relata unos hechos que a día de hoy no sabemos si ocurrieron o no. Como tantos otros que desconocemos hasta que Cascaborra los rescata y los convierte en viñetas.

En Rosario Goya la relación entre maestro y discípula, o entre padre e hija, se presenta en cinco capítulos: “Burdeos”, “Orleans”, “Una hoguera en el bosque”, “París” y “Madrid”. Dicha trayectoria es la que recorre Rosario con Goya y los demás personajes que aparecen en el cómic. Personajes que son personas que existieron y que tuvieron el privilegio de acompañar, directa o indirectamente, al maestro en sus últimos años de vida, durante el maltrecho exilio en el sur de Francia. Emilio Molina, Leocadia Zorrilla, los agentes de Calomarde, Fernando VII, Josefa Montenegro o el general Espartero conforman el entorno vital que rodea a Rosario en una época convulsa, desde marzo de 1828 hasta 1842, catorce años después del fallecimiento del genio. Durante esta época, Rosario ya se ha forjado una reputación como académica de mérito de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y como profesora de dibujo para la princesa Isabel —la futura reina de los tristes destinos, tal como la inmortalizó Galdós— y la infanta Luisa Fernanda en el Palacio Real.  En esta horquilla de tiempo, Jaraba desarrolla una trama trepidante, centrada en la ternura y admiración entre Goya y Rosario, por un lado y la publicación clandestina en París de los Caprichos, por el otro. Los Caprichos o los dibujos del demonio, según quién los mire, en los que el genio fue más libre que nunca. Unos grabados que el propio pintor salvó de la Inquisición retirándolos de la venta pocos días después de su publicación en 1799. ¡Como para no hacerlo! Goya, envalentonado por las circunstancias, se atreve a acusar al clero del siglo XVIII de crímenes como pederastia e infanticidio. No obstante, y con el pragmatismo del que siempre hizo gala, negoció con cabeza la entrega de las planchas al rey Carlos IV a cambio de una pensión para su hijo Javier. Al contrario que con Rosario, el pintor sabía que este era su hijo, sangre de su sangre, nacido del matrimonio con Josefa Bayeu. Cabe preguntarse si hubiera derrochado la misma generosidad con Rosario de tener la certeza de que era su hija natural y no de Isidoro Weiss, como se la presentó Leocadia Zorrilla. Leocadia, separada del joyero judío, se trasladó con la niña de tres años y su hermano a la Quinta del Sordo para ejercer, cara a la galería, de ama de llaves del pintor, ya viudo. Desde entonces, el cariño que Goya siempre profesó a esta pequeña risueña y espabilada fue sincero. Una muchacha lista y zalamera que, en su inocencia adolescente, con la rebeldía recién estrenada, se come la vida a bocados. Así nos la presenta Fran Jaraba en Rosario Goya, en esa edad en la que la vida marca el paso inevitable de niña a mujer que se cuestiona sus orígenes. “¿Eres mi padre, Goya?”, pregunta Rosario sin que el lector obtenga una respuesta absoluta al respecto. ¿Acaso es relevante? Cuando el afecto es limpio y el amor conecta a dos personas, poco importa si el lazo es consanguíneo o no. El cómic de Cascaborra nos ayuda a profundizar en esta faceta no tan conocida del pintor. Francisco de Goya lo tuvo todo y llegó al culmen de su carrera pictórica sin imaginar que la historia le reservaba un lugar privilegiado en el olimpo de los pintores españoles. El pintor de cámara del Infante don Luis, Carlos IV y Fernando VII se rodeó de la crème de la crème de la sociedad de su época, a la que destripó con inteligencia a base de trazos firmes, aun a riesgo de perder su vida. El hombre carnal que enloqueció al alba por una señora de alta cuna y baja cama, encuentra ya anciano en Rosario el aire fresco que siempre ansió y que lo reconcilia con el mundo, negro e inhumano como sus pinturas. Porque la esperanza y el amor no tienen cabida en las dependencias privadas de palacio ni en los lechos ornamentados de seda y oropeles, sino en la sencillez de los abrazos de una joven que estaba destinada a dejar huella. Y él lo sabía. Rosario nunca supo si Goya fue su padre biológico. Lo que podemos asegurar después de leer el cómic es que se sintió inmensa y tocada por los dioses, bendecida con el mejor de los maestros. Nada más y nada menos que el creador de los Caprichos y de tantas obras de arte que jalonan de ambrosía las paredes del Museo del Prado. Como La lechera de Burdeos; bien pudiera haber sido realizada a cuatro manos con la Mariquita, como llamaba Goya a Rosario, y que Fran Jaraba lo adapta a Mariquilla, sin perder un ápice de la dulzura que el vocablo real destila.

Paradojas del destino, la vida de Rosario fue caprichosa. Mas el de Fuendetodos nunca hubiera osado elegirla como protagonista de uno de sus 80 grabados malditos, ya que de haber vivido para presenciar la injusta muerte de su pupila —siempre nos lo parece, pero cuando el cólera se ceba con una joven de 28 años la crueldad se multiplica— en plena efervescencia creativa, su padre le hubiera dedicado el más bello de los retratos. Seguro que la mirada del pintor, transida de amor, hubiera colmado de luz y color el lienzo más blanco y puro que encontró durante su azarosa vida.

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Autor: Fran Jaraba. Título: Rosario Goya. Editorial: Cascaborra. Venta: Todostuslibros

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