Una operación quirúrgica a vida o muerte. Una sesión intensa de psicoterapia. Un vuelo transoceánico… En numerosas ocasiones a lo largo de la vida nos ponemos en manos de otras personas en cuya pericia y saber hacer confiamos para lograr algún fin. Pero pocas veces el ser humano se encuentra tan desvalido e inerme, tan expuesto y vulnerable como cuando posa ante la mirada del artista, porque si este posee el talento y la sensibilidad que se le supone, es posible que haga aflorar en el lienzo facetas desconocidas de uno mismo que pueden resultar inquietantes, perturbadoras. Francamente molestas.
Con la intención de transmitir la pasión que siente por el arte, Del Amor repite la fórmula entre literaria, histórica y pictórica que aplicó con éxito en su anterior obra. Observa esta colección de efigies bajo una doble mirada que infunde a cada rostro relieve y profunda humanidad. Una mirada en clave imaginaria, evocando diálogos y pensamientos en torno a la ejecución de la obra, y otra informativa e histórica, con todos los datos pertinentes para ilustrar al lector de forma amena.
Analiza así treinta y seis retratos en treinta y cinco obras, puesto que los de Federico de Montefeltro y Battista Sforza, de Piero della Francesca, se consideran una sola: el Díptico del duque de Urbino. En total, treinta y tres autores, ya que dos de ellos —Gustav Klimt y Miriam Escofet— cuentan con dos obras cada uno, lo que delata la comprensible debilidad que el autor siente por ellos. Se incluyen cinco autorretratos, todos ellos del siglo XX, el periodo más ampliamente representado.
Carlos Del Amor. Foto: Jeosm.
Carlos del Amor no se ha guiado por la popularidad de las obras, sino por las historias que encierran, tanto del personaje retratado como del artista que lo retrata, o de su relación a partir del cuadro que los une. Las obras seleccionadas van desde el Renacimiento hasta la actualidad, cubriendo un arco temporal de siete siglos, desde el XV al XXI. La más antigua es el mencionado Díptico del duque de Urbino, de 1472; la más reciente, Su majestad la reina Isabel II, firmado por Miriam Escofet en 2020.
A tenor de los tiempos presentes, la mujer, como artista y como modelo, tiene un protagonismo especial, a modo de compensación por haber sido ninguneada en su faceta artística por una simple cuestión de género. El caso de la granadina Aurelia Navarro es paradigmático. Triunfó a principios del siglo XX con su Desnudo femenino, un valiente autorretrato inspirado en Velázquez, desagravio al atentado vandálico que sufrió, el 10 de marzo de 1914, la Venus del espejo, expuesto en la National Gallery de Londres, por parte de la sufragista Mary Richardson. La obra de Navarro ganó el tercer puesto en la Exposición Nacional de Bellas Artes, despertó el interés de la infanta Isabel, la Chata, que quiso conocerla, y su popularidad fue en alza, pero su padre la presionó para que regresara a su Granada natal, donde su carrera languideció y acabó recluida en un convento.
En la otra cara de la moneda destaca la vocación tardía de Anna Mary Robertson Moses, una granjera del estado de Nueva York, madre de diez hijos, que, con más de setenta años, cuando ya no pudo coser debido a la artritis, decidió comenzar a pintar. Sus cuadros de estilo naïf, en los que describía escenas felices al aire libre, tuvieron gran éxito desde su país hasta Japón, del que pudo disfrutar gracias a su longevidad, y hasta vio su obra impresa en sellos de correos. El 7 de septiembre, fecha de su nacimiento, fue declarada Grandma Moses Day por el gobernador de Nueva York. Su autorretrato, de estilo muy sencillo, es uno de los cinco que incluye el libro, representación de la máxima dificultad, pues el artista debe desdoblarse ante el espejo para intentar captar su propia esencia.
Retrato de una anciana, de Christian Seybold.
Las mujeres de avanzada edad están muy presentes en estas páginas, comenzando por el magnífico Retrato de una anciana, de Christian Seybold, anterior a 1768, de tal perfección que parece una fotografía hecha antes de que esta técnica se inventara. También desfilan madres de pintores célebres, como la de Van Gogh; Arreglo en gris y negro nº 1: Retrato de la madre del artista, de James McNeill Whistler; y el adorable de la progenitora de Miriam Escofet, Un ángel en mi mesa. Hija de madre inglesa y padre español, Escofet mostró su creatividad desde tierna edad y ganó el BT Portrait Award con el cuadro de su madre, lo que le abrió las puertas del palacio de Buckingham, donde dos años más tarde pintó a Isabel II.
Rostros célebres, personajes conocidos, pero también hombres y mujeres anónimos. «Da igual la persona, su clase social y sus logros, cualquiera puede ser digna de un retrato». Estas palabras que Del Amor pone en boca de Goya reflejan la filosofía de su proyecto. Goya, que pintó a muchos españoles de a pie, entre ellos El tío Paquete, alecciona así a su discípula y presunta hija, Rosario Weis, otra de las artistas incluidas, con su retrato del periodista y escritor Ramón Mesonero Romanos. Por desgracia, la pupila del genio de Fuendetodos murió a la temprana edad de veintiún años.
Muertes, enfermedades, dramas y tragedias conectan muchas de estas historias, como la de Elizabeth Siddal, que falleció el 11 de febrero de 1862, unos diez años después de congelarse en la bañera de una sombrerería, situada en el 83 de Gower Street, donde posó largas horas para transfigurarse en la Ophelia shakesperiana que flota en el arroyo por obra y gracia de John Everett Millais. Casada con otro artista del movimiento prerrafaelista, Dante Gabriel Rossetti, que le era infiel y quería usarla de modelo en exclusiva, Elizabeth encarna la paciencia y esfuerzo de innumerables musas que cedían sus horas por amor a un artista y al arte.
Las sombras de la infidelidad y del suicidio planean sobre el inquietante retrato del doctor Haustein de Christian Schad, que puede admirarse en el Museo Thyssen de Madrid. También en sus salas se encuentra el de su gran amor prohibido, Sonja, realizado por el mismo autor. Supervivientes de la Primera Guerra Mundial, Haustein y su esposa celebraban animadas reuniones que disfrazaban su infelicidad matrimonial. Impulsada por los celos, ella se quitó la vida, y él siguió su ejemplo ingiriendo cianuro cuando años más tarde la Gestapo intentó darle caza por ser judío.
Pero no todo es tristeza y lágrimas. En la galería femenina irradian luz propia dos nombres que una década más tarde fueron precursoras de la liberación de la mujer: la pintora de origen ruso Tamara de Lempicka y su modelo y amante Susy Solidor, cuyas vidas intensas y apasionadas podrían inspirar una serie de muchos episodios. Solidor condujo ambulancias en la Primera Guerra Mundial, abrió un club nocturno y se consagró a la vida nocturna, al sexo y, según malas lenguas, fue espía de los nazis. Por su parte, Tamara, icono del art déco, no se quedó atrás. Se negó a pintar al rey Alfonso XIII porque decía que el monarca hablaba demasiado y murió en Cuernavaca (México), donde sus cenizas fueran esparcidas sobre el volcán Popocatépetl.
La belleza y el amor, arrebatados en ocasiones por la muerte, laten en el trasfondo de estas historias ejemplarizados por el perfecto perfil de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni que ilustra la portada. Una historia romántica por excelencia, pues casada con el artista Domenico Ghirlandaio en un matrimonio de interés orquestado por Lorenzo de Médicis, el amor surgió de forma natural en la pareja. Pero otra vez la Parca exigió su tributo y le arrebató la vida en la flor de la edad.
Después de leer los libros de Carlos del Amor las visitas a los museos, tanto presenciales como online, se viven de otra manera, y las obras allí expuestas se admiran y se interpretan mucho más plenamente al conocer algunos de los secretos que encierran. La trastienda del Arte.
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Autor: Carlos Del Amor. Título: Retratarte: Cuando cada mirada es una historia. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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