Es, seguramente, el humorista gráfico español vivo más importante. Sus viñetas combinan sencillez, elegancia, mordacidad y eficacia. Andrés Rábago, El Roto (Madrid, 1947), aporta ese punto justo de lucidez necesaria, y cada vez más escasa en el ecosistema, que invita a pensar, a denunciar lo que está podrido y/o nos pudre, a huir del rebaño de los borregos. Tiene pose de cura libertario y laico. Habla despacio. Piensa lo que dice. Su discurso es el de un sabio que ha visto mucho. Lo único detestable del dibujante/pintor son sus satélites extraoficiales y virtuales, esa legión de pesados que, día a día, no paran de dar la turra en las redes tildándole de «visionario» y empleando el estribillo «El Roto lo ha vuelto a hacer». «No quiero que nadie vaya detrás de mí», nos dice a Zenda.
Acaba de publicar Contra muros y banderas (Reservoir Books, 2018), «un modesto intento de evitar» el engaño de los nacionalismos. El humorista gráfico pide mirar con perspectiva y alerta contra quienes están detrás de estas siniestras aventuras. Renuncia a embestir: él no es un toro. Conversamos con él en su estudio mientras diluvia en las calles de Madrid y Noé navega por la Castellana.
P: ¿Cuántas horas al día pasa en su estudio?
R: Vivo en el piso de abajo. Pues no las cuento, pero suelo venir hacia las nueve y media y bajo a la una y media. Son cuatro horas. Y por la tarde suelo subir sobre las tres y bajo a las cinco. Unas seis o siete horas, aproximadamente.
P: ¿Prepara los temas, funciona con intuiciones…?
R: Básicamente, el proceso es leer el periódico o los periódicos, depende un poco de lo que haya comprado ese día; tomo notas de temas que me parecen interesantes, y eso lo paso a un cuaderno de notas. Aquí (enseña un cuaderno) voy apuntando los asuntos que me parecen importantes. Subrayo los temas, los voy apuntando y, luego, a su vez, los paso a un segundo cuaderno (también lo muestra), que es ya un poco más definitivo, donde va una especie de selección de lo anterior. Y luego, de estas notas, reviso y veo qué quiero dibujar hoy, por ejemplo. Generalmente, suelen ser las últimas cosas que he ido apuntando, ¿no? Miro qué me puede interesar, que tenga contenido… Apunto ideas que parece que dan de sí y luego se quedan en nada o no veo por dónde coger ese tema. Digamos que es un proceso de alambique. Voy pasando de una cosa a otra hasta irlo filtrando. Luego, busco qué imagen puede acompañarlo. A veces, cojo imágenes de revistas…
P: Me he fijado en que hay varios ejemplares de Der Spiegel.
R: Sí, porque tiene mucha fotografía. A veces utilizo espacios, lugares o personajes. Entonces, busco a ver qué hay, qué puede acompañar al texto que quiero poner. Sobre esa imagen ya hago el dibujo, y ese dibujo, normalmente, lo dejo también reposar. No suelo publicar lo que acabo de hacer. Lo dejo reposar y miro los que he hecho en los últimos días. Qué dibujo me parece importante o interesante. Hay un proceso ahí de que van quedando cosas que no se publican porque no te acaban de convencer, o bien ha pasado el tiempo… Y bueno, pues ese es el proceso normal de trabajo.
P: Roto, ¿cuáles son sus colores favoritos?
R: No tengo colores favoritos. Como pintor, cualquier color funciona bien si sabes dónde colocarlo. Sobre todo, en qué compañía lo colocas. Todo es una cuestión de relaciones. Eso te lo enseña mucho la pintura. Un color en sí puede estar bien, pero si lo colocas en un lugar inadecuado no funciona. O al contrario: un color que parece difícil, si tiene buen acompañamiento, o tiene un significado concreto, pues puede utilizarse. Eso en la pintura; en el dibujo, obviamente, lo que hago es reducir al máximo los colores. Son colores simples, puros, no complicados. Hay una pequeña nota de color y no hay una búsqueda explícita de un color determinado. Aunque, normalmente, los colores que más aparecen son el rojo y el amarillo. Por razones que desconozco (sonríe).
P: ¿Qué bandera estaría usted dispuesto a enarbolar?
R: Ninguna. No soy hombre de banderas. Detesto, en general, las banderas. Cualquier bandera. La bandera siempre tiene que tener alguien que te siga, y yo no tengo ningún interés en que me siga nadie. Ni voy detrás de una bandera ni quiero que nadie vaya detrás de mí. Las banderas son para los abanderados. Yo tengo bastante prevención al uso de banderas. De hecho, las cosas que han pasado últimamente, la aparición súbita de ese sarpullido en las ciudades, que parece que tienen la rubeola, en los balcones, creo que es una patología que indica… (piensa) Es una enfermedad social.
P: ¿Ni las banderas de causa: la de la libertad, la igualdad…?
R: No quiero banderas. De ningún tipo. Todo puede ser defendido sin banderas, con el simple sentido común y la voluntad del servicio público. Eso es suficiente. No son necesarias las banderas.
P: ¿Cómo definiría la época que estamos viviendo?
R: Obviamente, como actual (sonríe).
P: Me ha recordado a Krahe, quien decía que cualquier tiempo pasado fue anterior.
R: (Risas) Está bien definido, sí. No creo que sea ni mejor ni peor. Ha habido tiempos infinitamente peores que los que estamos pasando, y ha habido épocas mucho mejores. Pero como no las he conocido… Vivimos en la época en la que vivimos: tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Lo que tenemos que hacer es mejorar lo que está mal. Y ese es nuestro trabajo.
P: ¿España se rompe?
R: Pues ha estado a punto de romperse. Creo que ha habido un intento de fraccionamiento del país que, afortunadamente, no ha cuajado. Ese fraccionamiento hubiera traído consecuencias muy negativas no sólo para el propio segmento fraccionado, sino para el resto del país. Ese tipo de hechos provoca confrontaciones, y confrontaciones muy serias, con consecuencias imprevisibles. No es una broma.
P: Escribía Ortega en España invertebrada que “unos cuantos hombres, movidos por codicias económicas, por soberbias personales, por envidias más o menos privadas, van ejecutando deliberadamente esta faena de despedazamiento nacional, que sin ellos y su caprichosa labor no existiría”.
R: Siempre hay alguien con dinero detrás. Bueno, no hay una mejor definición de la situación actual…
P: Y es de hace casi cien años.
R: Sí, sí. Por desgracia, repetimos los mismos errores y tenemos tendencia a comportarnos de manera similar a como hicieron otros anteriormente, con consecuencias, también, penosas.
P: ¿Son los nacionalismos el opio más barato para el pueblo?
R: Pues justamente estaba intentando hacer un dibujo como que los nacionalismos tendrían que ser tratados en la oficina antinarcóticos. Yo creo que tienen algo de narcóticos. Pero, sobre todo, yo entiendo que los nacionalismos lo que hacen es suplir una carencia. Tenemos una carencia de ser, de autoconocimiento, y eso hace que nos apoyemos en cualquier oferta que nos den de una cierta identidad. La identidad nacionalista es una de las más potentes. Puedes identificarte con algún equipo de fútbol o, no sé, con algún músico. O con un partido político. Pero, evidentemente, el concepto de nación es más potente que todo eso. Entonces, en realidad, esa ausencia de identidad está siendo rellenada por esos mecanismos que son el concepto de nación, que nos hacen creer que tenemos una identidad, aunque es ficticia: no existe un ser nacional, un individuo nacional, pero bueno, puede ayudarnos a crear una coraza o una estructura que nos dé cierta firmeza, cierta seguridad. Y eso lo aprovecha gente que los utiliza como instrumentos de poder, los agrupa y los enfrenta a otros que estén en otro grupo de ese tipo. Se crea al enemigo externo, la estructura de poder, y el sistema que tienen los poderosos para afianzarse en sus lugares, en sus poltronas.
P: ¿Quien se deja engañar es porque quiere?
R: Yo creo que no. Nadie, voluntariamente, quiere ser engañado. Lo que pasa es que los trucos que emplean son muy hábiles. Posiblemente, hay una cierta ingenuidad cuando te engañan. Siempre el engañado tiene un cierto punto de ingenuo. No creo que haya ninguna voluntad de que le engañen: está convencido de que lo que le están diciendo es cierto, que no hay ningún truco detrás. Yo, más bien, pienso que hay un punto de inconsciencia, de falta de reflexión, que te hace más susceptible de ser engañado. También puede ser un elemento de juventud. Cuando ya tienes unos años y ya has visto muchas cosas y has visto cómo han funcionado algunas cosas en las que tú creías, y te has dado cuenta de que había bastante mentira detrás de todo ello, pues te hace ser un poquito más cuidadoso a la hora de embarcarte en cualquier historia de estas.
P: En uno de los dibujos de Contra muros y banderas, un personaje exclama: “¡Cuando nos hemos liberado del nacional-catolicismo, nos vienen con el nacional-catalanismo!”.
R: Sí, efectivamente. Yo creo que esa es una definición correcta del nacional-catalanismo. A mí hay otra que me gusta mucho. Probablemente sea la que más me gusta. La de «con los puentes que destruimos, construimos muros. Hay que reciclar». Creo que eso es un poco lo que se está intentando: romper puentes y construir muros con los mismos materiales. Este libro no pretende descubrir nada nuevo, obviamente. Creo que es un libro más bien, como testimonial. Tenía dudas sobre si publicarlo. Luego me decidí a ello porque me parecía que era obligado por mi parte. Decir: «Mira, yo estoy aquí y digo lo que pienso». No es un tema cómodo. Al fin y al cabo, no deja de ser un problema de familia: está el cuñado, está el suegro, no sé quién, y tú tienes que tomar partido por quien crees que tiene razón. Y es incómodo porque, de alguna manera, esa otra parte también forma parte de tu familia. No me es cómodo. A lo mejor, si estuviese en Cataluña me sería más cómodo. Lo vería más desde dentro. Pero, desde fuera, es como si estuvieras participando en una pelea en la que tú estás involucrado. Si acaba ocurriendo lo que pretendían, la confrontación iba a ser colosal. No es ninguna broma. Mi idea es que el libro más bien sea… fíjate, que sea como un souvenir. Esa es mi esperanza. Esto pasó y este libro queda como un souvenir de eso que pasó. Sobre todo, porque yo tengo tendencia a que muchos de mis textos los escribo desde el futuro. Primero, lo ves con más perspectiva y, por tanto, les quitas esa carga emocional que, a lo mejor, puede ser negativa. Yo creo que, cuando tú lees eso, te sitúas desde fuera, no estás atrapado en el problema, y te da una perspectiva suficiente como para verlo con más distancia o más claridad. Al menos esa es mi hipótesis, mi intención.
P: ¿Por qué la nueva izquierda brinda su mano a los nacionalismos separatistas?
R: Creo que ahora han recorregido el tiro. Creo que esa nueva izquierda se ha dado cuenta de que ir por ahí es un error garrafal. Sobre todo, porque los nacionalismos en ningún momento han tenido algo que ver con la izquierda. La izquierda siempre ha sido internacionalista. Eso no tiene ni pies ni cabeza: que un pretendido de izquierda sea nacionalista es un imposible, un absurdo. Lo que la izquierda debería pretender es abarcar el máximo posible, reunificar lo máximo que pueda al ser humano, no convertirse en una parte frente a otra parte. Eso no es para nada izquierda. Yo creo que ese error, probablemente, viene de algo de nuestra propia historia. La izquierda se formó en la lucha antifranquista. ¡Claro, que los que hay ahora nunca lucharon contra el franquismo! Es decir, que tampoco tendría mucho sentido.
P: Algunos llaman «fascista» a Serrat.
R: No saben lo que dicen. Creo que la izquierda, en España, se formó en la lucha antifranquista. Y todavía hay un resabio de pensar que el término «español» es un término de Franco. No ha asumido su propia naturaleza y nacionalidad. ¿De dónde son? No es español, ¿de dónde es usted entonces? Bien, si me dice que es europeo, yo digo: «Oiga, estoy de acuerdo». Pero si me dice que es de un pueblo, le digo: «¿De qué clase de izquierda es usted?». Creo que ese es un error del que yo pienso que ya se han dado cuenta. Eso, a veces, alguien me lo ha comentado: posiciones de izquierdas que estén en contra de esto se ven pocas, y se agradecen. A mí lo que me parece inverosímil es lo contrario.
P: Va una pregunta retórica: ¿es Ciudadanos un partido nacionalista?
R: Muy retórica (risas). Yo creo que ha intentado ocupar un espacio de derechas, ¿no? Y está intentando atraerse a todas las fuerzas. Yo no sé todavía qué son. Están por ver. Mientras no se gobierna, no ves lo que realmente pretenden. Creo que, ahora mismo, lo que hay es un acopio de votos por parte de todos. Están buscando votos por todas partes. Pero lo que son realmente no lo sabemos hasta que están en el Gobierno. Cuando están en el Gobierno vemos lo que son. Es una pena, porque al final dices: «Bueno, si hubiese sabido que eran esto…». Pero, la verdad, es que muy buen aspecto no tiene el tema.
P: ¿Hay algún «nacionalismo integrador»? Es una expresión recurrente de, sobre todo, los líderes separatistas catalanes. A mí me suena a oxímoron total.
R: Me temo que sí. Muros, banderas y todo ese tipo de cosas que nos fragmenten… Hay otro dibujo, que hice hace tiempo, que decía: «Los muros nos dan seguridad pero nos quitan perspectiva». Lo que necesitamos es perspectiva. Todo ese tipo de cosas que nos ponen por delante, en el fondo, no son más que muletas. Y nosotros vamos enseguida a por la muleta. Yo no embisto. A mí me ponen una muleta y yo no embisto.
P: Escribe: “Las primeras víctimas de las independencias son las disidencias”. ¿Alguna vez le han intentado silenciar?
R: Que yo sepa, no. Digamos que ha habido algún momento en el que he sido despedido de algún medio. Eso no sé si es silenciar o no (risas). Bueno, alguna dificultad ha habido en algunos momentos: no había acuerdo entre lo que yo hacía con la dirección del medio. Y, obviamente, el dueño es el propietario del medio. Y si él quiere prescindir porque no le parece interesante lo que haces, tienes que aceptarlo. Es decir, yo no soy el dueño del medio en que trabajo. Ninguno de nosotros lo somos. Estamos ahí como invitados. Aunque tengas un contrato, eres el invitado. Y si algún día la persona que te ha invitado decide que no te cede ni el plato ni la habitación, te vas a otro sitio. Pero vamos, no me parece que sea un gran drama. Es algo que conlleva el trabajo en libertad, que tiene sus riegos; si haces lo que te mandan, no tienes ningún riesgo.
P: ¿Vislumbra alguna cura para el nacionalismo, Roto? Parece que los viajes y los libros, al menos hoy, no son suficientes.
R: Efectivamente, no son suficientes. Parece que no han servido. Es verdad que también hay mucho ruralismo, probablemente, en la parte más fuerte de los nacionalismos. Las ciudades son menos nacionalistas, creo yo, que las áreas rurales. Yo creo que uno de los factores que podrían ayudar a curarnos de esto es algo muy complicado: tener una identidad real. Pero tener una identidad real es difícil. Para empezar, no sabemos qué es una identidad real. No sabemos quiénes somos, qué parte es nuestra esencia y qué partes se han ido añadiendo. La única manera sería desmontar todo eso que se ha ido incrustando en nosotros y ver qué somos realmente. Esa sería una salida y una solución. Nos haríamos invulnerables a todas estas situaciones. Pero no es fácil. Eso requiere mucha introspección, mucho análisis de nuestra propia identidad. No es fácil. Tampoco vamos a psicoanalizar a toda la población.
P: Quizá pensemos en muchas cosas, pero demasiado deprisa y demasiado poco.
R: Creo que sí, que es un factor determinante. En realidad, creemos que pensamos cuando repetimos lo que oímos. Muchas ideas que creemos que son nuestras son ideas que hemos oído y las hemos adaptado, y eso lo emitimos como propio. Pensar por uno mismo no es fácil, no es sencillo. Requiere esfuerzo. Y requiere tiempo, y menos entretenimientos. Y una cierta ascesis en lo que recibes. Hay una acumulación de información que nos está llegando continuamente a través de los medios, cada vez más potentes y más insistentes y más continuos, ¿no? Creo que hace falta una limpieza, un silencio. Aquí (en el estudio) no hay radio. No tengo nada que pueda oír ni ver. Si quiero abrir el ordenador, lo abro para mandar el dibujo. Pero, normalmente, no lo tengo abierto para leer nada. Entonces, creo que tenemos que rodearnos de un cierto silencio donde podamos escucharnos más a nosotros mismos, cuál es nuestro pensamiento, cómo pensamos… si es que pensamos. Creo que eso es imprescindible. Y en una sociedad que, justamente, busca lo contrario, el aturdimiento, el ruido continuo… ¡Es que es continuo! No puedes ir a ningún sitio donde hay un silencio: subes en un avión y te ponen una película, vas al metro y hay una pantalla gigante que te está diciendo no sé qué. Y luego, donde podría haber un cierto silencio, te das cuenta de que todo el mundo está mirando un aparato. Si miráramos eso con cierta perspectiva, diríamos que eso es rarísimo, ¿no? ¡La gente andando por la calle y mirando un aparatito! ¡O leyendo en el metro y jugando, o lo que estén haciendo! No creo que estén consultando el Oxford (risas). Me parece que es una patología social.
P: Para finalizar: Roto, ¿qué opina del himno nacional con letra de Marta Sánchez?
R: Pues puedo decirte que no lo he oído, creo que afortunadamente (risas).
P: A mí me chirría que repita la palabra «fin» en dos versos para cuadrar la rima. Caray, con lo que da de sí nuestra lengua…
R: Sobre todo, ¿quién esa señora para poner una letra a un himno? El himno, ya de por sí, no me produce ninguna emoción especial. Imagino que será en un disco, ¿o qué?
P: La letra se le ocurrió en su casa de Miami, sí, y la interpretó hace unos meses en un concierto en el Teatro de la Zarzuela. Y hace poco la volvió a cantar en un acto de Ciudadanos.
R: Creo que Ciudadanos está equivocándose de dirección. Porque España no es eso. España es mucho más que eso. Es mucho más consciente de lo que piensa y no es tan fácil de manejar este país.
P: A modo de detalle: el año pasado, en verano, hicimos una serie de entrevistas literarias a políticos. Aceptaron Íñigo Errejón, de Podemos; Andrea Levy, del PP, y Eduardo Madina, siendo aún diputado del PSOE. Todavía estamos esperando a Inés Arrimadas.
R: ¿Y por qué crees que es así?
P: Porque no les interesa hablar de literatura.
R: Pero les interesa estar en cualquier medio.
P: A lo mejor no leen mucho. Quizá esa sea la clave.
R: No. En realidad, muchas veces, ni siquiera leen los libros. Preguntan a algún amigo: «¿Qué libro puedo decir que he leído?». Se leen la solapa y ya está.
Jeosm: Curiosamente, los de los otros partidos, además, es gente que está atareada y demás. Y aun así, por lo general, en una semana se cerraba.
R: Pues es interesante en saber por qué no. No es complicado. No hace falta decir algún libro sesudo. Puedes decir algún cuento de los hermanos Grimm, no pasa nada (risas).
P: Roto, ha sido un honor entrevistarle.
R: Nada, al contrario. Para mí: estar en vuestra revista, con la gente que he visto que tenéis, de gran solvencia… Os deseo una larga vida.
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Sinopsis de Contra muros y banderas, de El Roto
En una España confusa, debilitada y empobrecida, viejos fantasmas regresan bajo falsos ropajes identitarios y narcisistas para ocupar mentes y voluntades. Este librito es un modesto intento de evitar ese engaño.
«El núcleo esencial de la sátira es poner de manifiesto aquello que consideras que son falsificaciones o mentiras, las formas en las que se presentan las cosas para ser más digeribles. Arrancar esa careta es justamente lo que hace la sátira.»
Autor: El Roto. Título: Contra muros y banderas. Editorial: Reservoir Books. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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