Ruth Bousoño se casó muy joven con el poeta Carlos Bousoño (1923-2015). Lo tuvo de profesor en Madrid, en una Universidad norteamericana. Bousoño es uno de los poetas españoles de nuestro tiempo más respetados y valorados, así como un teórico de la literatura de alcance internacional. La propia Ruth Bousoño destaca de su obra el libro de poesía Oda en la ceniza y la Teoría de la expresión poética. Carlos Bousoño ganó los premios más importantes, como el Premio Nacional de las Letras Españolas (1993) y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1995), así como dos veces el Premio Nacional, uno de Poesía y otro de Ensayo. Sin embargo, como nos recuerda su mujer, decía que “había que ser modesto ante ellos porque son una lotería”.
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—Algunas veces me has dicho que Carlos te parecía la persona más fascinante que habías conocido en tu vida. También me decías que habías conocido gente muy relevante, como diez premios Nobel. ¿Por qué dices esto?
—Porque Carlos fue, en efecto, la persona más deslumbrante, con mucha diferencia, que he conocido en mi vida. La profundidad, la brillantez y la originalidad de su pensamiento abarcaban casi todos los campos del saber. Y a ello hay que añadir la fuerza de su expresividad. Carlos, que era sobre todas las cosas poeta, tenía una mente científica, y era connatural a él cuestionarse los orígenes de toda realidad con la que entraba en contacto, ya fuera intelectual o física. Debido a esa predisposición suya y la brillantez creativa apabullante que lo caracterizaban, la vida a su lado era un continuo estímulo intelectual y emocional. Algo que me deslumbró de Carlos es que había tenido trato muy cercano con el 90% de los miembros más importantes de la Generación del 27 —que a mí tantísimo me fascinaba—, tanto en México como en Madrid. Y en mi casa se hablaba de estos como de amigos cercanos. Y había tenido también trato con la familia de Federico García Lorca, tanto con Paco García Lorca como con Isabel García Lorca. Me consta que Isabel —que era adorable— admiraba y quería mucho a Carlos. Dos sobrinas de Federico fueron alumnas de Carlos. Me considero una persona verdaderamente privilegiada por haber tenido un contacto estrechísimo con todos los escritores y artistas más importantes de España, sin olvidar a los diez Premios Nobel con los que he tenido trato muy cercano. Aunque todos han demostrado grandeza en su obra, en el trato cercano no todos han tenido la fuerza expresiva de Carlos. El único de estos que era absolutamente deslumbrante, fascinante y divertido era el dramaturgo Francisco Nieva, quien, además, era un gran cocinero.
—¿Cómo era el Carlos Bousoño que tú conociste?
—Carlos unía en su personalidad, a partes iguales, una inusual tendencia reflexiva profunda muy creativa y deslumbrante, junto a una carga emotiva muy considerable. Era muy amigo del psiquiatra y novelista Luis Martín-Santos, autor de esa gran novela que nos impresionó a todos que es Tiempo de silencio. Martín-Santos le hizo un test de inteligencia, cuyos resultados fueron los esperables en un escritor que a muy temprana edad había escrito dos libros que supondrían un hito en la literatura en lengua española de la época: La poesía de Vicente Aleixandre y la Teoría de la expresión poética, sin olvidar que en aquellas fechas ya había publicado cuatro libros de poesía. Le dijo Martín-Santos a Carlos que nunca había visto una emotividad tan excepcional como la suya.
—¿Cómo era el profesor que te dio clases?
—Era un profesor deslumbrante que disfrutaba al máximo dando sus clases. Sus lecciones eran siempre magistrales y deslumbraban por su gran originalidad y por la brillantez con la que las exponía. Era el profesor más popular de todos, en dondequiera que diera clases. Cada año salía elegido mejor profesor de la Facultad de Filología de la UCM. A sus clases fueron de oyentes alumnos que luego destacaron, como por ejemplo, Fernando Sánchez Dragó. Mario Vargas Llosa, Francisco Brines y José Olivio Jiménez fueron alumnos matriculados de Carlos de doctorado, hacia 1959. Dio clases durante muchísimos años en las más prestigiosas universidades norteamericanas que tenían programas en Madrid. Entre sus alumnos tuvo a dos sobrinas de Federico García Lorca, como he dicho antes. Siempre vestía con trajes de Antonio Pajares, el sastre de mayor prestigio de Madrid de los años 60 a los 80. Casi todas las alumnas se enamoraban de él. El 95% de las muchísimas novias y parejas que tuvo Carlos habían sido alumnas suyas.
—¿Cómo fue el escritor que descubriste cuando empezaste a leerlo?
—El primer libro de Carlos que leí fue la Teoría de la expresión poética, cuya prosa es muy clara, bella y deslumbrante en cada párrafo. Cuando a mis 21 años entré en contacto con esta joya de la teoría literaria acababa de estudiar en Nueva York a los filósofos existencialistas —que me apasionaban— con la filósofa Joan Stambaugh, la mejor traductora de Martin Heidegger y autora de la mejor traducción de Ser y tiempo, la obra cumbre de Heidegger. Libro muy importante el suyo, pero en las antípodas de la prosa clara y efervescente de Carlos. Cuando leí su obra poética empecé por sus primeros libros. Hay algunos poemas religiosos suyos que me gustan mucho, como “Cristo adolescente”. Cuando leí Oda en la ceniza ya estaba al corriente, por Carlos, y por lo que había leído sobre el Carlos Bousoño poeta, que suponía un giro en el mundo poético de este. Es un libro que me entusiasmó. Y lo mismo me ocurrió con Las monedas contra la losa, libro más complejo que el anterior, de metáforas profundas, muy bellas. Sus últimos libros poéticos están a la altura de Las monedas contra la losa. Hay poemas muy originales que te llegan muy hondo.
—Me has contado que mientras escribía sus libros, ya casados, te los iba leyendo. ¿Cómo fue esa experiencia?
—Así es. Carlos escribía echado en la cama, y yo estudié mis carreras universitarias y mis másteres echada en la cama también. A los dos nos aburría estudiar y trabajar sentados en escritorios. Fue muy emocionante para mí que compartiera su pasión creativa conmigo. Escribía en un estado de intensa emoción. Siempre me pedía mi opinión. Se fiaba de mi criterio. Él solía poner títulos largos descriptivos, y a mí se me dan bien los títulos sintéticos muy claros. A veces optaba por mis sugerencias. Fue apasionante vivir con él la escritura de sus libros El irracionalismo poético (El símbolo), Superrealismo poético y simbolización, y Épocas literarias y evolución. Carlos nunca escribía poemas mientras escribía teoría literaria, ni al contrario. La escritura de sus libros de poesía era, lógicamente, una experiencia diferente, por la naturaleza muy especial del proceso creador poético. Yo disfrutaba mucho al ver su gozo continuo. Carlos disfrutaba de un modo parecido cuando escribía poesía que cuando escribía teoría literaria.
—¿Cuál es de sus libros de poesía el que prefieres? ¿Por qué?
—A mí me gusta toda la poesía de Carlos, y lo digo sin pasión de esposa —lo de viuda no me gusta—. Hay infinidad de poemas que me gustan muchísimo de los diferentes libros que escribió. Entre otros, “Cristo adolescente”, en su versión original. Le dije que no la cambiara, y no me hizo caso. Ahora se titula “Cristo niño en una primavera palestina”. El título me gusta. “La tarde de la ascención del Señor”, de Subida al amor, “Cristo en la tarde” y “La puerta”, de Noche del sentido, “Oración ante el jarro” y “A un olivo milenario”, de Invasión de la realidad, “Salvación en la palabra”, “Análisis del sufrimiento” y “Precio de la verdad”, de Oda en la ceniza, “Las monedas contra la losa”, “Elucidación de una muerte” y “Desde todos los puntos y recodos y avenidas de mi existir”, de Las monedas contra la losa, “Nacimiento de la palabra” y “Ars moriendi”, de Metáfora del desafuero, “La muralla”, “Palabras vivas” y “Reflexiones últimas”, de El ojo de la aguja, “El martillo en el yunque”, “La charada”, “El error” y “Testamento”, de El martillo en el yunque. Si tuviera que elegir un libro de poesía de Carlos como mi preferido, elegiría Oda en la ceniza, porque es un libro que me gustó mucho cuando lo leí por primera vez, y porque, como he dicho antes, marca claramente la transición entre la primera y la segunda época de la poesía de Carlos. Es un gran libro, pero igual podría yo elegir Las monedas contra la losa, Metáfora del desafuero o El martillo en el yunque.
—¿Y de los libros de teoría?
—La Teoría de la expresión poética.
—¿Por qué?
—Porque es un libro deslumbrante, que desentraña lo que hasta entonces se consideraban los misterios inefables de la poesía. Todos los libros de teoría literaria de Carlos son libros muy importantes, que descubren verdades literarias no dichas antes. Como ha dicho hace no muchos años, por escrito, la poetisa austríaca Angelika Theile Becker, especialista en teoría literaria europea: “Hay tres teorías de Carlos Bousoño que siguen en la vanguardia de la teoría literaria europea”. No es de extrañar, pues, que René Wellek —el teórico literario checo nacido en Austria y exiliado en los EEUU, miembro activo de la Escuela Lingüística de Praga— dijera en los años 70 que Carlos Bousoño era el único teórico literario europeo que le interesaba. Wellek —profesor en la Universidad de Yale— es considerado el creador de la disciplina de literatura comparada. Empezó a defender, desde los años 60, un movimiento formalista conocido como “Los Nuevos Críticos”. Dicho movimiento se enfrentó a los postulados de los estructuralistas desde mediados de los años 50. “Los Nuevos Críticos” subrayaban con énfasis que la lectura minuciosa de la poesía era necesaria para poder descubrir cómo funciona una obra literaria en cuanto objeto estético. Siendo la Teoría de la expresión poética un libro publicado en 1952, es casi imposible que Carlos conociera los postulados de “Los Nuevos Críticos”. Esta suposición explicaría la rotunda afirmación que hizo René Wellek sobre Carlos Bousoño como teórico literario. Y aunque todos los libros teóricos de Carlos me parecen libros apasionantes, la Teoría de la expresión poética es un clásico que supuso un hito en la teoría literaria, y no solo en España. Hay un antes y un después de la Teoría de la expresión poética. La Teoría —y Carlos como teórico literario— se enmarca dentro del movimiento teórico llamado Nuevo Criticismo, que como he dicho antes, se oponía a los supuestos del estructuralismo, tan de moda entonces. Pero Carlos se adelantó, según parece, a dicho movimiento, con la publicación de su Teoría en 1952. La Teoría de Carlos, al contrario que los textos de los estructuralistas —bastante plúmbeos—, es un libro clarísimo escrito en una prosa bella, muy vibrante.
—¿Crees que él estaba más inclinado hacia el poeta o hacia el teórico?
—Carlos era poeta sobre todas las cosas. La poesía era lo más importante para él. Sin embargo, escribir libros teóricos le producía una gran felicidad, muy parecida a la que le producía escribir poesía. Pero era teórico porque era poeta. Es algo muy sabido. José Hierro lo dijo muy claramente en una intervención suya en la Fundación March, que luego reprodujo Alejandro Duque Amusco en el extraordinarísimo libro homenaje que editó el Ministerio de Cultura (junto a la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas) en 1995, titulado Carlos Bousoño, Premio Nacional de las Letras Españolas 1993. Estas son las palabras de Hierro: “Carlos Bousoño, que como teórico de la poesía es agudo, porque no es un teórico que habla de poesía, sino un poeta que teoriza, ha tratado en su magistral teoría de la expresión poética el dinamismo expresivo. Y utilizando los recursos pertinentes, ralentiza la aproximación al tema; a la puerta [del poema “La puerta”]. Son escasos los verbos de acción” (páginas 88 y 89). Alejandro fue el comisario de la exposición y coordinación de los actos y del libro homenaje a Carlos. Muy recientemente ha publicado un excelente libro sobre Carlos, titulado En otro grado de luz: Lecturas sobre Carlos Bousoño, de la editorial Renacimiento. Dicho libro se presentará en Madrid, en la Fundación Universitaria Española, el día 7 de noviembre próximo.
—Recibió premios muy relevantes. ¿Qué importancia crees que le daba a los premios y reconocimientos?
—Ninguna, pero agradecía mucho que se los otorgaran. Nunca se cansó de decir que los premios son una lotería. Los reconocimientos lo emocionaban. Era sumamente agradecido. Jamás movió ni un solo dedo para conseguir un premio. Y repetía a menudo que si le dijeran que para recibir el Premio Nobel tenía que levantarse de su cama y cruzar una calle para que se lo dieran, pasaría de recibirlo. Estaba en las antípodas del arribismo y de la prepotencia.
—¿Por qué crees que se dedicó a escribir toda su vida?
—Porque era su vocación más profunda desde que era un niño muy pequeño, como dejó demostrado en el impresionante diario que escribió a los diez años y que tituló Diario de Carlitos a los diez años. Ya entonces se expresaba como un adulto muy culto. Hemos tenido la gran suerte de que el Principado de Asturias y Juan Miguel Menéndez Llana, director de la Biblioteca de Asturias, publicaran en 2023 (con motivo del gran homenaje que le dedicó a Carlos Asturias por su centenario) una preciosa edición del Diario de Carlitos a los diez años.
—¿Qué importancia tenía la docencia para Carlos?
—La docencia era para Carlos una pasión creativa. Y también su medio de vida. Se estrenó como docente en 1947, a los 23 años, cuando Jorge Guillén le pidió que lo sustituyera en su cátedra del Wellesley College durante cuatro meses. Guillén tenía una gran admiración por Carlos, a pesar de que este aún no había publicado ni La poesía de Vicente Aleixandre ni La teoría de la expresión poética. Ese mismo año dio una conferencia en la Universidad de Harvard, en donde ocupaba la cátedra de literatura Amado Alonso. En 1953 la Universidad de Harvard se puso en contacto con Carlos para ofrecerle que ocupara la cátedra de Amado Alonso, quien había muerto el año anterior. Y Carlos no aceptó tan tentadora y honrosa oferta. Le dije en repetidas ocasiones que rechazar una cátedra en Harvard había sido el error más grande de su vida, y siempre me contestaba de la misma forma: “Me produjo una gran impresión la generosa oferta, pero no la acepté porque donde me gusta vivir es en España. Yo soy muy espontáneo, y en ese gran país que es EEUU solo se puede decir lo políticamente correcto. Y para ser más exacto, he de decirte que donde me gusta vivir es en Madrid, pasando tres meses en las Islas Baleares, claro está. Debido a ello he preferido ser Profesor No Numerario en Madrid que catedrático en una ciudad de provincias. Dámaso [Alonso] me insistió una y otra vez en que me dejara hacer catedrático, y nunca puse ningún interés en su generoso ofrecimiento”.
—¿Cómo era una de sus clases? Tú fuiste alumna suya dos años, si no me equivoco.
—La brillantez y la fuerza expresiva de Carlos, junto a la personalidad arrolladora de este, lo convertían en un profesor que subyugaba a los estudiantes desde la primera clase. Si a ello le añadimos que los contenidos de sus clases eran originales suyos y no coincidían, en general, con lo que decían los manuales de historia de la literatura, ni con lo que estuviese explicando un profesor que en un aula contigua a la suya estuviera hablando del mismo poeta que él, podremos entender que Carlos despertara pasión en su alumnado. Es algo que yo puedo atestiguar perfectamente, porque fui alumna de José Hierro en la misma época en que lo fui de Carlos. El propio Pepe decía en clase que él no valía para explicar poesía, y que se limitaría a decirnos qué poemas lo emocionaban, algo que le agradecimos. Y lo fui, también, durante cuatro meses, de Aurora de Albornoz, en condición de oyente. Aurora —que era especialista en poesía— era encantadora, pero carecía totalmente de rigor. Para explicar la poesía impresionista de Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, Carlos nos explicaba antes lo que había sido el impresionismo en la pintura, y qué pintores eran los más importantes de dicho movimiento. Lo mismo hacía para explicar la poesía expresionista.
—¿Disfrutaba mucho de dar clase?
—Sí, muchísimo, ya que siempre le apasionaba la materia que les explicaba a sus alumnos, a los que animaba, con insistencia, a hacer preguntas. Carlos conocía muy a fondo la historia de la literatura española —y la europea— desde sus inicios hasta el siglo XX, y tenía sus propias ideas sobre esta. Y ello, junto a su apabullante cultura, su condición de poeta y teórico y su brillantez expresiva, lo convertían en un profesor deslumbrante y fascinante, como no he conocido otro.
—¿Utilizaba sus clases para escribir sus libros?
—Las clases de Carlos eran la consecuencia de las ideas que este desarrollaba en sus libros. Pero está claro que sus clases le servían para desarrollar algunas de las ideas que plasmaba en sus libros. Se daba el caso de que, en ocasiones, les anunciaba a sus alumnos ideas que él aún no había desarrollado por escrito. Le ocurrió, según me dijo, con las leyes de la poesía y el chiste. El día en que por primera vez pensó en voz alta cuáles eran las diferencias entre la poesía y el chiste no sabía realmente cuáles eran estas. Y las descubrió mientras se las explicaba a sus afortunados alumnos.
—Fue un conferenciante muy valorado. ¿Qué recuerdos tienes de sus conferencias?
—Fue el conferenciante más fascinante y deslumbrante que he conocido. Mi amplísima formación académica universitaria, de quince años, me ha permitido el gran privilegio de escuchar a más de un centenar de conferenciantes muy relevantes. Ninguno de ellos me deslumbró como Carlos. Y conste que disfruté muchísimo con las clases de casi todos mis profesores, muchos de los cuales eran prestigiosos: José Olivio Jiménez, Joan Stambaugh, Soledad Carrasco Urgoiti, Pilar de Madariaga, Joaquín Casalduero, Aurora de Albornoz y Enrique Tierno Galván, entre otros muchos. Pilar de Madariaga fue profesora mía aquí en Madrid, cuando ya llevaba bastantes años jubilada. Es una de los mejores profesores (profesoras) que he tenido en mi vida. Era bastante dura, pero era tan extraordinaria que no importaba.
—¿Cómo se preparaba las conferencias?
—No necesitaba prepararlas. Algunas veces hacía un esquema de lo que quería decir.
—¿Cómo se preparaba sus clases?
—Carlos no necesitaba prepararse sus clases. Se sabía de memoria los poemas que comentaba en clase. El enfoque y el contenido de sus clases eran muy innovadores y totalmente personales. Nunca utilizó ningún manual de historia de la literatura.
—¿Qué diferencia había para él entre escribir un libro de poesía y escribir un libro de teoría sobre la poesía?
—Él era muy feliz escribiendo ambos tipos de libros. Pero como era poeta por encima de todo, escribir un libro de poesía le producía una felicidad muy especial.
—¿Qué significó para él entrar en la Real Academia Española?
—Carlos nunca tuvo ningún interés en entrar en la RAE. Sin embargo, el acto de su entrada tuvo una gran acogida: hubo tantos asistentes que no cupieron sentados, y muchos jóvenes se sentaron en el suelo. Para Carlos lo único importante era su obra, y consideraba que la RAE no iba a añadirle nada como escritor. Sin embargo, era consciente de su importancia honorífica. A Carlos le hizo ilusión tener de compañeros a personas por las que él tenía una gran estimación, entre los cuales estaban Vicente Aleixandre, Rafael Lapesa, Dámaso Alonso, Miguel Delibes, Salvador de Madariaga, Julián Marías, Emilio García Gómez, Gerardo Diego, Martín de Riquer, Tomás Navarro Tomás, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, Antonio Buero Vallejo, Alonso Zamora Vicente, y otros. En aquella época la Real Academia Española recibía no pocas críticas en la prensa, algo que resultaba muy sorprendente, tratándose de una institución de tantísimo peso, hasta el punto de que Carlos publicó un largo artículo en defensa de esta. Y las críticas las recibía —como ha dicho por escrito un académico de número— por su demostrado machismo, ya que en los varios siglos que llevaba fundada no había nombrado a una mujer como académica de número. Al ver Dámaso que las críticas aumentaban, propuso la candidatura de Carmen Conde como primera mujer académica de número. Carlos y Vicente Aleixandre, entre otros, hubieran preferido que se propusiera a María Moliner, autora de un gran diccionario, en dos tomos, que le hacía la competencia al gran diccionario de la RAE.
—¿Qué importancia tuvo para él el Premio Príncipe de Asturias, que ganó en 1995?
—Es un premio de un gran prestigio, como es muy sabido. Y como tal aumentó su popularidad. A Carlos le emocionó de manera especial recibir dicho premio, porque se lo daban en su muy querida Asturias, y lo recibiría de las manos del entonces Príncipe de Asturias, al que consideraba el mejor futuro garante imaginable de la unidad constitucional de España. A don Felipe le gustó mucho el discurso de Carlos —discurso en nombre de todos los galardonados—, y así se lo dijo. A don Felipe le entusiasmó la explicación de Carlos sobre la razón de ser de las comunidades autónomas.
—¿Recuerdas algunos comentarios suyos cuando recibió el Príncipe de Asturias?
—Lo primero, y más importante, que me dijo fue que los premios son una lotería, y que hay que recibirlos con modestia.
—¿Cuál crees que era para él su libro de poemas favorito?
—Oda en la ceniza.
—¿Por qué crees que ese libro era su favorito?
—Porque marcó claramente la transición entre la primera y la segunda etapa de su poesía. Es un gran libro, por el que recibió el Premio de la Crítica de Poesía de 1967.
—¿Y su libro de teoría, cuál crees que era su preferido?
—La Teoría de la expresión poética, como es lógico. Pero se sentía muy satisfecho de sus otros libros teóricos.
—¿Por qué crees que le gustaba tanto ese libro?
—Porque es el libro en el que hizo una disección magistral de lo que es la poesía y de los recursos que tiene esta para darle un nuevo sentido al lenguaje cotidiano. Y porque es el libro que lo convirtió en el teórico literario más importante de España, con trascendencia a nivel internacional. Publicó siete ediciones de esa joya de la teoría literaria.
—¿Cuál era su libro preferido de todos los que escribió?
—Carlos no solía decir cuál de sus libros era el suyo preferido. Pero es muy lógico pensar que si le pudiéramos hacer esa pregunta nos contestaría que Oda en la ceniza y la Teoría de la expresión poética.
—¿Por qué crees que estos eran sus favoritos entre todos?
—Porque son libros que marcaron un hito en su trayectoria como escritor.
—Leyendo sus libros uno piensa que está ante un trabajador incansable. ¿Lo era?
—Sí, Carlos fue un trabajador incansable para el que no supuso ningún tipo de esfuerzo ni escribir sus libros poéticos, ni los teóricos, ni los de crítica literaria, ni su deslumbrante labor docente, ni tampoco su labor como fascinante conferenciante. Sin embargo, a pesar de ser un trabajador incansable, supo disfrutar al máximo de la vida. Era una necesidad muy honda en él, tras su infancia traumática.
—¿Cómo trabajaba Carlos? ¿Cuáles eran sus métodos y rutinas?
—Trabajaba siempre en la cama —con un boli y con una tabla de aglomerado—, igual que yo, como he dicho antes. Gracias a ello viví, a su lado, todo su proceso creador desde que nos casamos. Sus métodos cuando escribía poesía eran los típicos de los poetas que escriben con espontaneidad. Escribía lo que la inspiración le dictaba, y cuando era necesario dejaba el poema reposar. Luego volvía a este, hasta que lo dejaba como él sabía que tenía que quedar. A mí desde el principio me impresionó ver la expresión facial que le da al poeta la inspiración: la cara de Carlos en el momento preciso de escribir un poema reflejaba un estado alterado de la conciencia. Cuando escribía teoría literaria la emoción era también muy intensa, pero no tenía en la cara una expresión de estado de alteración de la conciencia.
—También, ante sus libros, uno piensa que era un gran apasionado de su trabajo y del objeto de su trabajo. ¿Qué sentía Carlos Bousoño ante la poesía?
—La poesía fue la pasión más grande de su vida, con mucha diferencia.
—Fue amigo de muchos poetas. ¿Qué papel tiene en su obra la relación con todos estos poetas?
—Yo no creo que la relación de Carlos con sus amigos tuviera un papel en su obra. Sin embargo, considero que exponerles a sus amigos las ideas que iba desarrollando en sus libros le servía para conocer la opinión de los poetas que él tanto estimaba. A Vicente Aleixandre sé que le exponía sus descubrimientos. Cuando escribió su libro Surrealismo poético y simbolización —libro que le supuso un esfuerzo, por la dificultad de los textos— sometió a Vicente Aleixandre a una labor necesaria para él poder estar seguro de que su interpretación de los poemas que estudiaba en dicho libro fuese la correcta. Le iba llevando los poemas objeto de su estudio, y se los leía, para que Vicente le dijera qué había sentido al escribirlos. A Vicente le costaba bastante recordarlo, y no siempre lo recordó. Carlos sólo utilizó aquellos poemas que pudo contrastar con Vicente. Pero quienes pueden responder lo que me preguntas quizá sean los especialistas en su poesía. Entre ellos Alejandro Duque Amusco, Francisco Javier Díez de Revenga, Santiago Fortuño, Arcadio López-Casanova, Guillermo Carnero y Gabriele Morelli.
—De hecho, fue amigo íntimo de Vicente Aleixandre, y escribió sobre él su tesis doctoral. ¿Qué significó Aleixandre en la vocación poética de Carlos?
—Cuando Carlos conoció a Vicente Aleixandre ya había publicado varios libros de poesía, por lo que su vocación de poeta la tenía más que demostrada. Carlos vino a Madrid a conocer a Vicente Aleixandre por indicación de Dámaso Alonso, al que había conocido en Oviedo a los dieciséis años.
—¿Crees que se quedó con ganas de escribir algún libro más, o que ya antes de morir había dado su obra por completada?
—Él repetía de vez en cuando que le hubiera divertido escribir un libro que se titulara Mis mejores sonetos ajenos, un libro que consistiría en su versión de algunos sonetos de los grandes poetas clásicos.
Coincido en «Oda a la ceniza». Por la maravillosa culpa de la «Teoría de la expresión poética» y de los estudios de Dámaso Alonso, José Lezama Lima nos llamaba en su Curso Délfico, como buen lector de Góngora y de Vicente Aleixandre, «Los hijos de Gredos».