“Para poder aspirar a saber hay que amar mucho, hay que buscar con tenacidad, con pasión pero a la vez con sencillez y sin envidia, y hay que pelear en una guerra permanentemente que nunca se acaba: la guerra contra la necedad”, dice hacia el final de su nuevo libro José Ángel González Sainz (Soria, 1956). Trabajo tiene el autor en que esa aspiración se cumpla, porque el recorrido está lleno de trampas y recaídas en la misma piedra, la que le viene asignada al hombre de fábrica, el único animal que, según cuentan los que más saben, insiste en toparse con el bulto ominoso que lo mantiene disperso y despistado, esa piedra a la que echar todas las culpas. Con lo fácil que resultaría marcarla con una cruz —la del tesoro encubierto—, evitarla y así no reincidir en el daño ni en las excusas sin fuste. Pero no. Y así seguimos.
Sesenta y un fragmentos en los que cabe la expresión de la experiencia personal de este artesano de la palabra ofrecida como regalo a sus lectores. Estamos ante un tratado de potencia ética y estética de alcance universal, porque ya sabemos que no cabe mayor regocijo que ver cómo despega lo local sin entender de fronteras, que dirían otros magos peninsulares como Miguel Torga o Luis Mateo Díez. Aunque es la órbita mediterránea la que prevalece en estas páginas, no importará que transite por ellas un danés, un caribeño, un canadiense o un indonesio, pues todos hallarán la pócima para un buen vivir y un mejor trascender, a ser posible en este mundo. Acompañan en el transcurso de estas reflexiones algunos amigos que jalonan la visita y sirven de avituallamiento para proseguir el viaje con fuerzas renovadas: Handke, Hölderlin, Camus, Zweig, Machado, Pascal, Sloterdijk, Confucio, Thoreau, Heidegger, Wittgenstein, Dante, Montaigne, Benjamin o Covarrubias (qué grande es siempre Covarrubias). No habrá que temer, olviden los nombres, quédense con la compañía y lo que a través de González Sainz nos cuentan, porque es sencillo y eficaz como el invento que transmitió sus ideas, un libro.
A la edad en que Séneca andaba en su retiro, el autor de Un mundo exasperado (Premio Herralde de Novela 1995) se acerca en esta obra inesperada al discernimiento de lo que es bueno, que es la esencia de la vida pequeña y el empeño en la fuga como un arte de renunciar al bulto centelleante que nos reclama y nos proyecta en el día a día para atesorar la solidez de las verdades, esas que siempre acostumbran a ser simples, y no poco a menudo sencillas, “como si fuera tan sencilla la sencillez”, escribe. Así, nuestro escritor más bien secreto se envuelve en los ropajes de un filósofo soriano asombrado que ha vivido en Barcelona, Madrid, Padua, Venecia y Trieste, para parir una obra sin tiempo, ajena a los condicionantes de la actualidad y plena en hallazgos que huyen de la fugacidad para trasmutar en vademécum vital. En su caso se le impone la verdadera acepción del ser filosófico, no el que sabe, sino «el que ama saber», y en este tiempo nuestro compartido, ese ser filosófico es el que ha descubierto que si los artefactos que persiguen nuestra atención y la colonizan no sirven para una mejora integral de la vida, de nada sirven.
Lo dice mejor Antonio Muñoz Molina cuando habla de que el libro es un “alegato contra las tonterías y las mezquindades y las formas de inhumanidad del tiempo presente, pero también, y sobre todo, un elogio del ahora mismo y el aquí mismo, una defensa sin retórica de los valores que hacen la vida digna de ser vivida”, a partir de una reinvención —reeducación, más bien— de la mirada; lo corrobora Félix de Azúa cuando confirma de que “hay muchos libros interesantes, placenteros o útiles, pero hay pocos libros sabios”. Pleno, podríamos añadir. Y divertido. Repleto de giros lingüísticos y regiros anímicos. Vamos, una delicia como entran pocas en un kilo.
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Autor: José Ángel González Sainz. Título: La vida pequeña: El arte de la fuga. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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