El gran biólogo evolucionista Stephen Jay Gould señaló un hecho tan evidente como poco comentado. Algunos pocos animales pueden domesticarse, la mayoría no, y nadie sabe muy bien por qué. Sí parece que los animales susceptibles de domesticación observan todos ellos un rango compartido: poseen estructuras jerárquicas de rango y dominio. Así, la estrategia para domesticarlos pasa por aprender sus propios códigos y asumir el papel de individuo dominante dentro de su propia especie. No son domesticables las cebras o los hipopótamos. Sí lo son las vacas, los cerdos o los perros. ¿Y los seres humanos?
La Humana, una protagonista golpeada por la vida, que aterriza en la ciudad huyendo de una relación tóxica y se siente invadida por un súcubo maligno que anida en sus entrañas, se encuentra una noche de fiesta, puesta hasta arriba, con una perra abandonada. Así arranca una historia que ha perseguido a Sabina Urraca desde hace ya demasiado tiempo. Ella asegura que aunque lo que más le importa es escribir, sufre mucho haciéndolo, siempre devorada por las dudas. Se lo pasa mucho mejor en su otra faceta como exitosa editora, ahora al mando del sello Caballo de Troya.
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—Creo que querías contar esta historia desde hacía tiempo. ¿Qué conjunción de los astros ha tenido que darse para hacerlo ahora?
—Llevo mucho tiempo escribiendo El celo a trompicones. Llegué a tener varios inicios y varios finales. Y un día mi editora, Carme Riera, me pidió todo lo que tenía escrito y me dijo: «Se acabó, vamos allá». Tenía más de 500 páginas escritas y aproveché la beca del BBVA para pulirlo todo.
—¿Cómo se escribe un libro con una beca?
—La beca me ha servido para centrarme en el libro sin tener que estar dando talleres o haciendo charlas y bolos alimenticios. Y ponerme a organizar todo el material. Cuando por fin lo logré lo acabé de escribir en tres meses.
—¿Cuándo y de qué manera sabes que vas a escribir El celo?
—El verano en que terminé Las niñas prodigio, creo que en los días de la Feria del Libro o poco después, recuerdo que estaba tirada en el césped del Retiro con unos amigos. Había una amiga guapísima con el pelo extendido en la hierba, una especie de Venus, besándose con su pareja. Andaba por allí mi perra, que estaba en celo, y era complemente distinta a la que yo conocía: alborotada, perseguida por otros perros que venían a montarla… Yo estaba un poco harta ya, la verdad. De pronto le grité: «¡Dios mío, cuándo va a acabar tu celo!». Y mi amiga paró de retozar un momento con su amante y respondió: «Sí, por favor, ¿cuándo?». Ja, ja, ja. Y ahí me di cuenta de que tenía una historia, de la carga de nuestra animalidad, de cómo nos mete en berenjenales y luchamos contra ella. No sólo sexo y deseo, también la supervivencia o el miedo.
—Cuando se encuentran la Humana drogada y la perra vagabunda ambas son un despojo. Pero el animal se recupera mucho más rápido.
—Claro. Los animales viven menos tiempo. Deben recuperarse antes porque se deben a su capacidad reproductiva y no tienen tiempo que perder. Los seres humanos contamos con otros sostenes vitales que nos permiten seguir hacia delante en los malos tiempos.
—Te he leído también que, como cada vez más escritores y lectores, te había cansado la autoficción pero que tampoco podías evitar pensar: «Es Sabina con su perra contando su relación de maltrato».
—Yo no puedo controlar lo que piensan los lectores. No voy a darme de cabezazos. Pero lo que yo he escrito es una novela de ficción. Me ha costado muchísimo construir los personajes y sus peripecias. ¿Cómo voy a contar mi vida? ¡Es dificilísima! Me costaría más contar mi vida que construir una ficción. El celo no es mi casa desordenada. Y quien lo diga no valora mi trabajo. Es más bien un desorden cuidadosamente pensado.
—Tal vez el que durante los últimos años un montón de escritores se hayan puesto a contarnos sus vidas nos ha acostumbrado mal.
—Sí, vivimos en una red literaria de cotilleos. Ya basta. De todas formas debo decir que nunca sería tan idiota como para no usar cosas de mi propia vida y de la de los demás para construir ficciones. Sería estúpida si asegurara que me ciño solo a mi imaginación. Y no sería más lista si no usara esa imaginación para hacer lo que me dé la gana. Escribir es como levantar una chabola con toda clase de basura. Y que se sostenga.
—¿En qué trampas no quería caer a la hora de tratar literariamente el maltrato?
—Lo último que me interesaba es que se entendiera algo así, como que la Humana somos todas. He estado hace un rato en la radio, no sé cuantas veces me lo han preguntado y cuántas lo he negado. La Humana es la Humana. No busco ninguna identificación, y si algunos lo hacen, en fin, lo siento por ellos, porque la Humana es muy desgraciada. No busco ninguna representación social, ni dar ejemplo de nada. Es evidente que la violencia de género atraviesa la novela. Pero lo siento, esto no es una historia de maltrato. Es más bien una historia de domesticación y «desdomesticación». O «asalvajamiento». Sobre la animalidad del ser humano.
—¿Temes que la recepción del libro vaya a girar en torno al maltrato?
—No me parece mal hablar del maltrato. Un rato. Pero me da miedo el maniqueísmo. Ver a las víctimas como solo víctimas cuando son personas complejas que, a su vez, pueden ejercer violencia contra otras personas. El grupo de amigas de El celo compiten entre sí por ser la más desgraciada y se menosprecian las unas a las otras. Su dolor es lo único que tienen. Porque la mujer maltratada puede vivir su maltrato como una adicción que probablemente la mate.
—Apunta aquí a algo crucial que, sin embargo, tantas veces se obvia: la dependencia psicológica entre el maltratado y el maltratador. ¿No basta con ver al monstruo para escapar de él?
—Absolutamente no. Aquí hablamos de una relación sexoafectiva, pero podemos llevarlo a cualquier otro tipo de relación, familiar, por ejemplo. ¿Cuánta gente no tiene un padre, una madre, un tío, que los trata fatal pero del que no pueden escapar? Y un novio «que te has echado», en fin, no es cualquier cosa. Alguien te reprocha y te dice «¿por qué no te fuiste corriendo»? Vamos a ver, ¿a ti nunca te han engañado, nadie te ha embaucado, no te has convencido a ti mismo de una fantasía y luego te has quedado atrapado en ella?
—La propia madre de la Humana se lo dice constantemente: «Hija, tú eres tonta». Lo que ocurre es que tal vez sea fácil acusarla de falta de empatía. Ya tenemos suficiente cada uno de nosotros con nuestros propios traumas. También los padres.
—Eso es. Aquí la madre, que ya ha vivido un montón de cosas horribles en su vida, se encuentra ahora en un momento genial, jubilada, disfrutando de sus amigas en pelotas todas en la playa… Está desdomesticándose, entregándose a su salvajismo. No sólo es madre, es una persona que vive su propia historia, ¿por qué juzgarla? Es cierto que su hija la necesita pero tampoco le cuenta la verdad.
—¿Y la abuela y sus cuentos macabros? Es un personaje fascinante. ¿Toda buena historia es siempre un cuento de terror?
—Sí, para mí el terror es importantísimo. Me encantan los relatos de terror. Todos los cuentos infantiles tienen una raíz terrorífica. Fui una niña supermiedosa y, al mismo tiempo, toda la historia de terror que he leído creo que me han hecho más valiente. Y más divertida. Este libro tiene un componente sobrenatural y de terror. Porque el abuso es como una maldición que sobrevuela toda la novela, como si los personajes albergaran un súcubo dentro de ellas que se manifiesta en enfermedades y pánicos. O en personajes como el Predicador. El mundo y la vida son una narrativa de terror.
—Las drogas se presentan aquí como una necesidad para soportar ese terror. En El celo abundan las mujeres atiborradas a ansiolíticos. Pero, ¿no es también una forma de cronificar el miedo sin curarse nunca?
—¡Si es que curarse es posible! Curarse de la angustia de existir me parece casi imposible. Los ansiolíticos son esos pequeños descansos que te proporciona la farmacología. No quiero decir que no me parezca preocupante que afrontemos el tema de la salud mental poniendo parches. Pero, al mismo tiempo que creo que debe existir presupuesto y tratamientos que no se circunscriban a inflarte a pastillas, me parece que los problemas de salud son mucho más complejos de lo que a veces pensamos, de tal forma que hasta una atención psicológica adecuada es también un parche, aunque necesario. Hay que mirar al sistema económico y la sociedad en la que vivimos.
—¿Pero no sufrimos una cierta fragilización debida también al bienestar? No vivimos guerras ni grandes convulsiones y no somos capaces quizás de soportar cosas que antes se sobrellevaban sin mayores contratiempos.
—Es una visión posible, y obviamente somos más frágiles que nuestros padres. Sufrimos violencias y, al mismo tiempo, estamos mucho mejor cuidados que las generaciones anteriores. Y tenemos agua corriente. Pero, a ver, cada generación tiene su escala de valores, y al presente debemos atenernos. ¿Qué sentido tiene el abuelo Cebolleta que te reprocha no haber vivido una guerra? ¿Nos metemos en una guerra para fortalecernos? ¿En serio?
—Una polémica reciente sobre las escritoras, las cuotas y los premios ha sacudido recientemente los mentideros literarios patrios. Me interesa tu opinión como escritora pero también como editora. ¿Reparación de una injusticia histórica u operación de marketing porque el trauma femenino vende?
—Me sorprende escuchar eso de que esto no es una moda, es una reparación. Por supuesto que también es una moda. Porque vamos a ver, ¿qué movimiento, qué reclamación, qué minoría no ha sido ya convertida en objeto de marketing? Sin duda, cuando convertimos algo en vendible lo desvirtuamos y lo empobrecemos, pero es inevitable. Una moda es también la cristalización de necesidades y realidades. ¿Es malo que las mujeres lean? Sí, existe una reparación. Sí, también es una moda. Saldrán mil libros sobre el maltrato, por ejemplo. Algunos serán buenísimos y otros malísimos. Yo agradezco esta moda que me ha permitido leer libros maravillosos.
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