Foto: © Miquel González
Tiene uno escrito por ahí que Sabino Méndez suena, como nombre, eufónico y como procurador bueno en Cortes o árbitro justo del colegio asturiano. Tiene uno escrito también que en el limitado olimpo de los dietaristas, en la escuela liviana que baja de Josep Pla y que hoy anda entre Trapiello, Peláez o Peyró, debe estar con letras de oro este filólogo al que las contraportadas largas de Anagrama acusan de ser el perpetrador de un «ramillete de canciones» en el que se ha sustanciado el rock español. Letrista de Loquillo en los mejores tiempos, libros suyos como Corre rocker, Hotel Tierra o Literatura Universal nos muestran a un hombre contemplativo a pesar de la época, convulsa, y de las adicciones que van aparejadas a la música de masas.
Miembro de la junta directiva de la SGAE, abomina de los «destripaterrones» que abominan (sic) de quienes han pasado por la droga y lo han contado. Cree, en una nueva vuelta de tuerca del adagio de Mallarmé, que «la lectura nunca curará al ser humano de ser un codicioso y un hortera irredento».
—Y en el principio, y en final, fue el dietario. ¿Por qué?
—Bueno, hago un poco de trampa, porque en realidad no es un verdadero dietario, sino una forma narrativa basada en apuntes previos de la realidad, que luego idealizo a mi gusto hasta darle forma de narración, usando las marcas gráficas habituales del dietario. Pero funciona. Se trata de mantener los malabares en el aire sin que decaigan, para que el espectador no se fije en la convención de esas marcas formales y sucumba al viejo y venerable hechizo de las narraciones. La verdad es que es un invento formal, una especie de híbrido, pero que narrativamente funciona muy bien para lo que quería hacer. Ni siquiera he inventado yo ese tipo de híbridos, copié la idea de los grandes maestros. Lo que pasa es que antes se ocultaba esa característica porque las convenciones de los géneros literarios eran más rígidas. Ahora, que está de moda desafiar las convenciones, puede hacerse con más descaro sin necesidad de disimular. Sigo haciendo experimentos de ese tipo con otros géneros y formas. Espero poder traer pronto novedades.
—Hay quienes, desde poltronas altas, reniegan abiertamente de la autoficción…
—No me extraña, con ese nombre tan feo que le han puesto parece un vehículo de automoción. Vamos a seguir jugando con la palabra y llamarle «auto-emoción» hasta que nos incluyan en el parque móvil de la Dirección General de Tráfico.
—¿No cree que el mayor género literario y periodístico es hablar de uno en su tiempo?
—No solo el mayor género, sino que me da la sensación de que eso es, al fin y al cabo, toda la literatura. En toda ficción hay elementos autobiográficos, y en todo testimonio hay elementos inevitablemente ficcionales, desde el momento en que lo escribe una visión personal.
—¿Por qué esa mala fama, entonces, de la cosa?
—¿La mía, la de la autoficción o la del periodismo? Me imagino que esa mala fama proviene de que, como todo lo que es humano, somos susceptibles de corrompernos. La contestación me temo que vale para cualquiera de los tres posibles sujetos de la pregunta.
—¿Liberaba la canción, como vehículo expresivo al menos?
—Bailar siempre desahoga un poco. Más que liberar, yo diría que ejercía de lenitivo sobre los sinsabores cotidianos. Quien canta, sus males espanta.
—Permita una serendipia interrogativa. ¿Qué hay de Últimas tardes con Teresa en «Cadillac solitario»?
—Hay más de Roy Orbison que de Juan Marsé. La serendipia creo que puede sugerirla el hecho de que en Marsé resuenan melodías muy parecidas, una mezcla de ópera y mariachi, con quizá un poco más de balada italiana, pero es que Orbison era muy italianizante en sus baladas, al fin y al cabo.
—En sus prosas memorialísticas se denota cierta desazón con en lo que ha derivado Cataluña.
—No es para menos. Si tuviera usted que vivir un tiempo en la comunidad del fariseísmo, el supremacismo, la xenofobia, los privilegios y la solidaridad solo teórica lo comprendería perfectamente.
—¿Se puede ser libre hoy en Barcelona ?¿Y en España?
—Se puede ser razonablemente libre en esos lugares que usted cita pero, desde luego, no totalmente. También dudo que exista algún lugar en el mundo que esté libre de que unos humanos ejerzan su poder sobre otros con desfachatez. Pero lo mínimo que se puede pedir es que ese vicio esté lo más contenido posible, se pueda señalar en voz alta y se pueda luchar contra él. Eso en Cataluña, ahora mismo, cuesta un poco.
—¿El tiempo de antes fue mejor?
—Lo único que reconozco que fue demostrablemente mejor es el organismo y las vísceras que me siguen acompañando desde ese tiempo de antes, pero intento llevarlo con gallardía, no quejarme demasiado y disfrutar lo más posible de cada día y cada momento. Mi reloj no marca un tiempo bueno y otro malo, pero es cierto que a medida que envejecemos nos volvemos más sensibles y vulnerables anímicamente a los días sin sol.
—Sorprende su sinceridad con las adicciones. ¿Fue ahí terapéutica la escritura?
—Más que terapéutica fue divertida. Me lo paso muy bien escribiendo sobre drogas y sustancias extrañas. El tema es inagotable, exuberante, sorprendente e impredecible por la variedad de sus efectos y percepciones. No escribo más sobre ello para no ponerme pesado con el tema y porque también, muchas veces, es fácilmente malinterpretable y pueden encasillarte. Pero que se fastidien los destripaterrones esos que hablan de “caer en la droga”. Como si solo hubiera una.
—Disculpe. Pero siendo creador musical entiendo que tiene más facilidad creativa un rockero que un viajante de la parte de Cuenca.
—A mí eso de la “facilidad creativa” me da mucho miedo. Según la Biblia y el creacionismo, hubo un creador y, si ya habiendo solo uno, fíjense que desastre de mundo ha liado ese hacedor, pues la verdad, prefiero tomarme eso de la creatividad con parsimonia. Me interesa más la observación, que como decía Pla, es más difícil. Además, va mucho con mi temperamento, que es del tipo contemplativo (que no deja de ser esa manera amable que tenemos de llamar a los vagos).
—Y luego está su salto entre Madrid y Barcelona…
—¿Qué varón heterosexual saludable, lleno de juventud y energía, no desearía tener un pequeño harén de ciudades en sus fantasías? Una ciudad rubia, otra morena y una tercera pelirroja. Mi harén de favoritas se reparte entre Barcelona, Madrid, Londres, Paris y Roma. Pero hay otras: esta el DF de México, que es una puta caliente. O Venecia, que es una tísica pequeñita y deliciosa a quien sienta tan bien el encaje que te pone a cien. Pero vamos a dejarlo, que ya me estoy viniendo arriba (o al menos una parte de mí me comunica que desea hacerlo). Antes de que me acusen de machista, debo recordar que vivo en Sitges (pueblo bien conocido por su activa comunidad gay), y que en cualquiera de estas metáforas urbanas el lector libre puede poner en su lugar al chico, chica o hermafrodita de su gusto. No hay problema.
—¿Qué le aporta el columnismo?
—Algo muy hermoso: poder escribir cada día de la idea con la que te hayas despertado ese día en la cabeza. Para que tenga fuerza y veracidad cualquier cosa que uno escriba, para que esté escrita con energía y relieve, yo creo mucho en dos consejos: uno, escribir la obsesión que hayas descubierto esa mañana al despertarte en tu cabeza y así sacarla fuera. Y dos; escribir lo que uno vea a su alrededor. Las dos cosas encajan perfectamente con el columnismo; una forma de hacer realismo sin caer en un costumbrismo de recuento aburrido y catalogador.
—¿En qué hemos fallado para que los que le escuchábamos tengamos hijas que siguen a Bad Bunny?
—No me veo autorizado moralmente para criticar a ninguna fan de Bad Bunny, si tenemos en cuenta que a mis cincuenta y nueve años me sigue gustando inexplicablemente mucho el grupo de rock Slade. Échenle un vistazo en YouTube a sus viejos vídeos y cómo se vestían, y pónganse a temblar. Sospecho más bien que tener hijas seguidoras de Bad Bunny debe de ser una especie de venganza del Karma por haber sido en otra vida un burlador de Sevilla. Lo que no tengo tan claro es qué tipo de otra vida debe estar penitenciando un seguidor sesentón de Slade.
—¿Será que no se lee?
—La lectura nunca curará al ser humano de ser un codicioso y un hortera irredento. Probablemente sea a causa del inevitable mandato de prodigalidad que nos ha inscrito en nuestros genes la biología y la naturaleza. Para lo que sirve la lectura es para saber que somos así, para conocernos mejor a nosotros mismos e intentar contenernos y enmendarnos. Por eso la lectura nos enriquece más que un viaje a la luna. Las comprobaciones de la ciencia no dejan de ser tan solo información suplementaria sobre el ser humano. Ver nuestro planeta azul flotando en la negrura inmensa del espacio nos puede hacer conocer y comprender nuestra pequeñez casual. Pero luego descubriremos que eso ya lo podíamos haber aprendido en un libro de hace siglos perfectamente, mucho antes de haber logrado por fin poder subirnos a un cohete.
—La Cultura no es ni buena ni mala. ¿Qué es?
—Principalmente, la cultura de verdad (no su pseudo-imitación llamada erudición) lo que es, es benéfica y bondadosa. Tengo muchas dudas sobre lo que es el bien y el mal. Sobre todo, porque innumerables campos de concentración y patíbulos se han construido en nombre del bien y su supuesta búsqueda. Pero, a cambio, tengo muy claro de una manera instintiva (y creo que eso nos pasa a todos) lo que es la bondad: algo cálido, reconfortante, suculento y acogedor. Por eso, a casi todos nos resulta simpática la espontaneidad de los niños y los animales de compañía que mueven la cola en los videos de internet.
—¿Cómo va España de educación sentimental?
—Me temo que seguimos estando todavía en primero de Damasio y de Oliver Sacks. Sacralizamos en exceso las emociones, como si eso lo explicara todo. Pero hemos avanzado algo en las cuatro últimas décadas. En ese sentido, el rock de mi generación fue una buena escuela. Aprendimos a desconfiar de las emociones a la vez que les teníamos mucho cariño. Exactamente igual que nos pasa cuando tenemos una pareja casquivana.
—Luego está el jaleo de la Ley Celaá…
—Es una demostración de lo inútil que es plantear ese tipo de cosas ideológicamente en lugar de técnicamente. Los números de su aprobación son la mejor muestra del fracaso de una ley que nace ya muerta. No sirve de nada aprobar algo si la mitad de la población está en contra. Los españoles llevamos cuarenta años pidiendo un consenso educativo, y nuestros políticos fanáticos son incapaces de dárnoslo. Se creen que cobran por pelearse y olvidan que para lo que les pagamos es para ponerse de acuerdo.
—El hijo de Bárcenas tiene su predicamento…
—Es lógico, en la medida que los políticos cada día se comportan más como las antiguas estrellas del rock de mi ya venerable generación. No hay nada más populista que la música popular de nuestros amores, como su propio nombre bien indica ya de entrada. Lo que no es tan razonable es que lo sea la política.
—¿Tiene solución España?
—La vida es una cosa irremediable, nuestro error es buscarle remedio en lugar de aceptarla y contemplarla sensatamente. Pero si tuviera remedio probablemente sería una cosa muerta. Me gusta pensar que ni yo, ni España, ni la vida, ninguno tenemos solución, pero que eso es indicador de vitalidad.
—¿Son los libros liberadores?
—Si lo fueran, en las penitenciarías no permitirían que los presos fueran a la biblioteca ni pidieran libros en préstamo. Los libros no necesitan reivindicar ser una especie de ganzúa (ni siquiera metafísica) para justificar su existencia. Los libros son ya por sí mismos imprescindibles, por su simple placer y por la dificultad.
—¿Quedan rubias, queda Mervellé… nos queda algo por lo que luchar?
—Seguirán existiendo rubias, pelirrojas, morenas y (suprema delicia) rasuradas. Y seguirán existiendo rubios, pelirrojos, morenos, calvos y depilados. El otro día todavía estuve comiendo junto al Mervellé con Barcelona a mis pies tras una vidriera en un día diáfano, soleado y claro. Había llegado en moto. Otra cosa es que las limitaciones de la edad no me permitan disfrutar de esas cosas de una manera tan frenética como antes, pero aspiro a ser un plácido e incordiante punk geriátrico en los próximos años que me queden por delante.
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