La publicación de la editorial Ladera Norte de una edición remozada de Tierra de los hombres vuelve a poner de actualidad la figura de Antoine de Saint-Exupéry, si es que alguna vez ha dejado de estarlo. Más allá de El Principito, que ha opacado el resto de su obra, el aviador y aventurero francés nos ha dejado una producción literaria y periodística sobresaliente, entre la que brillan con luz propia estas memorias de sus momentos culminantes como pionero de la aviación.
Subraya Yaiza Santos la paradoja de que Saint-Exupéry “odiaba el periodismo, al que consideraba un vampiro de su propio oficio”. “Hizo de periodista —explica— porque no le quedó más remedio, en una época en la que se quedó sin empresa donde volar y gastaba por encima de sus posibilidades”.
La narración de los avatares de los pioneros de la aviación recuerda a la contada, cuarenta años después, por Tom Wolfe en Lo que hay que tener (Anagrama, 1979), sobre el espíritu de los pioneros de la carrera espacial, no solo por tratarse de un tema afín, como la apertura hacia nuevos mundos, a rutas inexploradas, sino también por una forma de narrar que anticipa el Nuevo Periodismo. Las descripciones minuciosas, los detalles técnicos y la verosimilitud conviven con las trascendentales reflexiones de los protagonistas.
El relato de Saint-Exupéry rezuma poesía y épica, la épica que ofrece saberse el primer hombre que va a abrir nuevas rutas, que va a volar sobre territorios que nunca nadie ha visto desde el cielo. “No se trata aquí de la aviación —escribe—. El avión no es un fin. Es un medio. No es por el avión por lo que uno arriesga su vida (…). Está uno en contacto con las estrellas, con la noche, con la arena, con el mar. Se vale de astucias frente a las fuerzas naturales. Aguarda uno el amanecer como el jardinero aguarda la primavera. Aguarda uno la escala como si se tratara de la tierra prometida. Y busca la verdad en las estrellas”.
Particularmente dramáticas resultan las descripciones de los entonces frecuentes accidentes aéreos, como el de Libia que sufrió él mismo. En 1935, Saint-Exupéry y su copiloto se vieron forzados a realizar un aterrizaje forzoso en un lugar que desconocían, que resultó zona libia del desierto del Sahara. Habían cometido un error al calcular el combustible. Su intención era superar el récord del tiempo de vuelo de París a Saigón, lo que suponía un premio de 150.000 francos.
Milagrosamente, sobrevivieron al aterrizaje. En el desierto, sin esperanza alguna, fueron víctimas de la deshidratación, las alucinaciones, los espejismos. Sobrevivieron gracias a la taza de agua que recogían del rocío en las alas del avión, mezclada con pintura y aceite, o bebiendo el alcohol de 90 grados del botiquín. Milagrosamente, al cuarto día, ya al borde de la muerte, fueron descubiertos por un beduino que les salvó la vida.
Saint-Exupéry comenzó su carrera periodística en 1932. Fue enviado especial de Paris-Soir y L’Intransigeant, los vespertinos más vendidos del momento, a la Indochina francesa (1934), a la Unión Soviética de Stalin (1935) y a la Guerra Civil Española, en dos ocasiones (1936 y 1937). La primera a Barcelona, donde escribió sobre la extrema represión tras fracasar el golpe —”aquí se fusila más que se combate”— y al frente de Lérida. En la segunda convivió con los milicianos en el frente de Carabanchel y fue testigo de los devastadores bombardeos sobre la asediada ciudad de Madrid.
Las crónicas sobre la Guerra Civil del piloto y periodista tienen un valor especial, por ofrecer una visión única, humanista y alejada de las ideologías, razón por la que mantienen su vigencia, según Montse Morata, doctora en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y autora de Saint-Exupéry: Aviones de papel (Stella Maris, 2016). A ella se debe también la única tesis sobre el Saint-Exupéry periodista, dirigida por el añorado escritor, profesor y gran experto en el autor de El Principito Pedro Sorela, a quien, por cierto, también dedica Yaiza Santos el epílogo de la nueva edición de Hombres de la tierra.
Explica Montse Morata que Saint-Exupéry se dedicó al periodismo “por las dificultades económicas que atravesaba en unos años en los que no pudo vivir de las que fueron sus dos principales ocupaciones, como piloto y escritor, sin que fuese la vocación la que le llevó al periodismo”. Pese a todo, la investigadora cifra en “más de medio centenar de artículos, crónicas y reportajes, que publicó entre 1932 y 1938”.
Sus trabajos periodísticos, en opinión de Morata, “constituyen no sólo una aportación singular, sino que a partir de ellos reescribió la obra que lo consagró en vida como escritor, y que no fue El Principito, cuyo éxito no llegaría a conocer, sino Tierra de los hombres. Además —añade la autora de su biografía—, su trabajo como reportero “le permitió conocer de primera mano realidades que dejaron huella en su obra y en su pensamiento, como nuestra guerra”.
El mito de Saint-Exupéry creció aún más, si cabe, por las circunstancias de su muerte. Durante la Segunda Guerra Mundial, pese a su espíritu antibelicista, participó en misiones para los Aliados, de reconocimiento de los movimientos de las tropas alemanas. De una de esas misiones nunca volvió, tras estrellarse su avión por causas desconocidas, lo que sigue dando lugar hoy a numerosas especulaciones.
“Cuando tomamos conciencia de nuestro papel, incluso el más anodino, sólo entonces seremos felices —dejó escrito premonitoriamente en Tierra de los hombres—. Sólo entonces podremos vivir en paz y morir en paz, porque lo que da sentido a la vida da sentido a la muerte”.
Reflexiones sobre la guerra en España
En sus crónicas sobre la Guerra Civil, Saint-Exupéry ofrece algunas consideraciones que dan una idea de su talante antibelicista y que, en muchos aspectos, mantienen su vigencia para los conflictos actuales.
⬤ “En la guerra civil el enemigo está en el interior, uno prácticamente lucha contra sí mismo”.
⬤ “Me traen sin cuidado ahora las reglas del juego de la guerra y la ley de las represalias ¿Quién comenzó? Cualquier respuesta podría ser rebatida, y el primer asesino de todos permanecería sepultado en la noche de los tiempos. Desconfío más que nunca de la lógica”.
⬤ ”Si me preguntan por el interés militar de esta suerte de bombardeos [sobre Madrid], diré que tampoco he sido capaz de descubrirlo. He visto a amas de casa destripadas; he visto a niños desfigurados; he visto a una vieja vendedora ambulante enjugar con su esponja unos sesos que salpicaban sus tesoros; he visto a una portera salir de la garita y purificar la acera con un cubo de agua; pero sigo sin entender qué papel pueden tener en una guerra estas humildes faenas”.
⬤ “Me pareció que sólo viendo hombres en guerra se podía aprender algo de esta, pero para conocerlos en lo que tienen de universal hay que olvidar que existen dos bandos y dejar a un lado las ideologías (…). Franco bombardea Barcelona porque Barcelona, dice, ha masacrado a los religiosos. Así que Franco protege los valores cristianos. Pero en nombre de los valores critianos, el cristiano asiste en una Barcelona bombardeada a hogueras de mujeres y niños. Y ya no entiende nada”.
⬤ “O les engañaron a ellos o les engañaron a los de enfrente (…). Pero me río aquí de los políticos, de los aprovechados y de los patriotas de salón de uno y otro bando. Ellos mueven los hilos, sueltan las grandes palabras y creen que dirigen a los hombres. Creen en su ingenuidad”.
⬤ “La victoria es del que más tarde en pudrirse. Mirad a España: los dos adversarios se pudren juntos”.
(Citas extraídas de la recopilación de crónicas recogidas en 2016 por la editorial Ken en el libro Saint-Exupéry en la guerra de España)
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