El caso de Salman Rushdie no deja de reclamar la atención pública —trascendiendo la esfera literaria— desde la publicación de Los versos satánicos y la promulgación de la fatua o edicto religioso dictado contra el escritor indio-británico-norteamericano por el ayatolá Jomeini, hasta el último y trágico apuñalamiento padecido por el escritor cuando se disponía a ofrecer una conferencia en la apacible comunidad neoyorquina de Chautauqua. Su espeluznante caso desencadena perplejidad y zozobra, porque no solo afecta a la creatividad literaria, sino que es todo un síntoma de la intransigencia infiltrada en el tejido de las sociedades contemporáneas, incluidas las que pueden considerarse como más democráticas.
Salman Rushdie pretende secularizar el magín de sus lectores a través de sus ficciones, quizá con la ingenua intención de hacerlos más libres o tal vez más tolerantes. Por lo que sin pretenderlo se ha convertido en un hereje de nuestro tiempo, en un peligroso apóstata de los preminentes y retardatarios marcos configuradores. Por ello ha tenido que pagar un alto precio, viéndose obligado a llevar una vida todavía más clandestina que la de su escritura, por muy prohibidos o anatemizados que sus libros estén en determinados países.
Como atestigua el autor de Los lenguajes de la verdad, últimamente son muchos los escritores represaliados, preeminentemente por causas políticas. Pero su caso resulta más significativo, o si se quiere más llamativo por precursor, al entreverarse la religión y la política —a través de las interferencias ideológicas y doctrinales— en las libertades de los ciudadanos de un mundo globalizado. Todo un síntoma anticipatorio de los procesos canceladores de estos últimos tiempos. Su caso, aunque más acusado por su fanatismo, recuerda el padecido por Leopoldo Alas Clarín, víctima también de un edicto religioso —en una pastoral del obispo de Oviedo Fray Ramón Martínez Vigil— que tuvo igualmente graves consecuencias para su obra y su familia.
Salman Rushdie deseaba sobre todo alcanzar el éxito literario, su historia es la de cualquier escritor bisoño que aspira a conquistar las ambrosías literarias de la fama y de la notoriedad pública. Un éxito literario que paradójicamente logró, más allá de su talento como novelista, a través de su condición de publicista; algo muy característico también de nuestra época dominada por el fatum del mercado. El detonante del “éxito” (bien entrecomillado) de Los versos satánicos estuvo en su título y no en su contenido, al menos inicialmente. Aún hoy, después de más de 40 años, la mayoría de sus furibundos detractores no han leído una sola de sus páginas, pero siguen estableciendo igualmente una asociación directa entre los versos del título y los versículos coránicos, así como entre el adjetivo que lo complementa —satánicos— con una correspondencia especificativa de su libro sagrado.
Salman Rushdie precisaba demostrarse a sí mismo, pero sobre todo a su familia, que era escritor. Ese fue el principal motivo de su tozuda resistencia a atarse a la férrea disciplina de un trabajo reglado, cuyas servidumbres solo aceptaba a tiempo parcial para poder desarrollar su obra literaria. Al escritor le llovían las ofertas laborales como publicista para componer textos, lemas y eslóganes publicitarios, trabajo en el que siempre demostró pericia y habilidad, mientras que su obra literaria discurría por territorios discretos, a pesar de haber escrito Hijos de la medianoche, tal vez su mejor novela. Los versos satánicos no hubieran tenido el mismo recorrido, ni por supuesto sus fatales consecuencias, si se hubiesen titulado de otra manera, ya que, repito, la mayoría de sus detractores desconocen su heteróclito contenido, aferrándose al inevitable título como síntesis, definición y argumento de la obra.
Me he detenido tanto en Los versos satánicos porque es la novela que cambia radicalmente la vida y yo diría que la concepción sobre la literatura de Salman Rushdie. Desde entonces, no ha cesado de reflexionar sobre el compromiso del escritor, la libertad creativa y la función de la literatura. La editorial Seix Barral acaba de editar para el ámbito hispánico, con solvente traducción de Javier Clavo y Aurora Echevarría, una oportuna recopilación de sus artículos, conferencias y reflexiones públicas: El lenguaje de la verdad (Languajes of Truth. Essays 2003-2020).
La lectura de este libro resulta absolutamente recomendable para aquellos que aspiren a ser escritores, ya que además de ser un canto de amor a la literatura —especialmente en sus tres memorables primeros epígrafes: ‘Relatos maravillosos’, ‘Proteo’ y ‘Heráclito’—, cumple las funciones propedéuticas del mejor taller literario.
Salman Rushdie apenas comenta en estos artículos las graves consecuencias que Los versos satánicos tuvieron para él y su familia, aunque latentemente subyacen en su escritura. Por eso, por sinceros y sentidos, resultan conmovedores sus homenajes a dos de sus máximos valedores de tiempos difíciles, cuando las deserciones amistosas y los silencios devastadores estaban a vuelta de página. El primero es Harol Pinter, un dramaturgo que creía en su deber como ciudadano, «un opositor explícito y apasionado a la intolerancia, los prejuicios, la censura y el abuso de autoridad por parte de los poderosos». El otro es Christopher Hitchens «el más infatigable de los aliados y el más elocuente de los defensores», al que le dedica un sentido planto. Entre sus rememoraciones también cabe destacar la de Carrie Fisher, célebre por su papel de la Princesa Organa en La guerra de las galaxias», de la que cuenta alguna de sus vulnerabilidades.
Pero el libro, ya lo he comentado más arriba, se centra sobre todo en la literatura, en las ambivalentes relaciones que se establecen entre la verosimilitud y la realidad, entre la verdad y la mentira. Rushdie no cita la poética de Aristóteles para fundamentar su poética narrativa, pero si hace un recorrido por los libros y escritores más señeros de nuestra tradición literaria, desde Las mil y una noches hasta Shakespeare o Cervantes, sin olvidar a Joyce, Proust o Faulkner. Este recorrido, salpimentado con referencias biográficas de su procedencia literaria, le permite ahondar en la tesis de la migración de los grandes relatos literarios, y también sobre sus fértiles derivaciones creativas.
La crítica ha emparentado en numerosas ocasiones la escritura de Salman Rushdie con el realismo mágico. Vinculación que el propio autor propicia y refuerza en sus digresiones, remarcando no solo algunos paralelismos estilísticos, sino proclamando su devoción por Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad. El autor de El suelo bajo sus pies encuentra una fusión de espacios y tiempos en el modo de percibir la realidad de los autores del boom latinoamericano, que comunica con su escritura a través de los destellos universales del relato maravilloso: «Yo conocía a los coroneles y generales de García Márquez, o cuanto menos a sus contrapartidas indias y pakistaníes».
En las novelas de Salman Rushdie, incluso en sus páginas más heteróclitas, también todo nos resulta familiar. Tal vez por ello —como si nos encontrásemos ante el despiadado rey Shariar, solo defendidos por las develadoras ficciones de Scheherezade—, su literatura nos resulte tan salvífica y liberadora.
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Autor: Salman Rushdie. Título: Los lenguajes de la verdad. Traducción: Javier Calvo y Aurora Echevarría. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros.com
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