En el centro de Gante está lloviendo, porque aquí siempre está lloviendo. Llegas a la catedral de San Bavón con las prisas de la lluvia y, sabiendo lo que te espera, entras expectante, un poco alerta. De un rápido vistazo ubicas la capilla en la que se encuentra a tus espaldas, pero prefieres saborear el momento y te diriges a buscar el Rubens del crucero. Nunca debes perderte un Rubens.
“—Aquí, el 7 de mayo de 1500, se bautizó a Carlos V.
—¿Al español?
—Sí. Ofició la ceremonia el obispo de Tournai, Pierre Quick, y actuaron como madrinas Margarita de Austria y Margarita de York, y como padrinos Carlos de Croy y el Señor de Vergás. Margarita de Austria fue…”
Continúo mi camino, y cuando llego una señora mayor, algo entradita en carnes y alarmantemente parecida a Susan Boyle —¿se acuerdan de Susan Boyle?— se sitúa a mi lado mientras contemplo a Bavón entrando en el templo. Con mucha amabilidad, y sin que medie pregunta alguna por mi parte, me habla de la vida disoluta del caballero y de su conversión tras las enseñanzas de San Amando. Cuando considera que su misión ilustrativa ha terminado, sin despedirse, se marcha.
Me quedo un rato admirando el cuadro, y al poco nos volvemos a cruzar. Sonriente, me señala la capilla del fondo y me hace un guiño. Hacia allá me dirijo y por fin me encuentro ante el políptico, enorme, imponente.
Las tres figuras de la parte de arriba están enmarcadas primero por unos Adán y Eva sorprendentemente realistas, y después por unos maravillosos ángeles músicos, de esos que después nos recuerdan un poco a Botticelli. Todo impresiona, desde las piedras preciosas, los brocados, los terciopelos y algún armiño hasta los colores y los detalles de la simbología cristiana: la eucaristía es una constante, y si nos fijamos bien —Señora, perdone, ¿me permite acercarme un poco más? Gracias— en esa tela negra con motivos dorados detrás del Padre, en plena alusión a la comunión, vemos al pelícano abriéndose el pecho para alimentar a sus crías con su sangre. También están las parras. En la corona de María, entre las perlas, hay azucenas, rosas, aguileñas y lirios. Es magnífico el manto verde de San Juan, que deja entrever perfectamente su túnica de pelo de camello. Sobre sus rodillas leemos el texto que nos anuncia la llegada del Señor. No se ha dejado nada al azar.
En la parte de abajo asistimos a la Eucaristía todos juntos, con los caballeros, los jueces, los eremitas y los peregrinos, capitaneados éstos por un gran San Cristóbal. En el centro, el Cordero rodeado de sus ángeles. La destreza técnica aquí se adivina perfectamente en la representación de la naturaleza: se han identificado botánicamente hasta 40 especies de plantas, y se ha estructurado la tabla central en torno a un octógono perfecto, la fuente, lo cual denota un nivel de estudio previo muy por encima de la costumbre de la época.
Es la historia de la redención cristiana, lo entiendo perfectamente: desde la tragedia de Adán y Eva, pasando por la Anunciación de la llegada del Señor, hasta llegar a la representación de su sacrificio en el altar y la Gloria de la Humanidad que comparte este momento con Él.
Llevo mucho tiempo delante del cuadro y se acerca un grupo bastante nutrido. Me alejo sin dejar de pensar en todos los robos y desmembraciones que ha sufrido hasta ahora —de momento la tabla de los caballeros íntegros o los jueces de Cristo sigue en paradero desconocido—, y a la salida de la catedral me tropiezo sin querer con una señora. Susan Boyle se inclina levemente en señal de despedida y se adentra de nuevo en el templo.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: