Frankenstein es el monstruo por antonomasia. Monstruoso precisamente por ser tan humano, una especie de patchwork anatómico con cerebro confuso y alma párvula. Concebida por Mary Shelley en 1814 durante unas vacaciones en Suiza, la historia mantiene intacto su potencial como metáfora romántica de la naturaleza humana, su afán de desafiar límites y reglas. Imposible mencionar las secuelas que ha generado en todo tipo de formatos, desde la tragedia más oscura a la visión humorística de El jovencito Frankestein de Mel Brooks. Ahora la criatura renace en Frankenstein (Bang Ediciones, 2023) de Sandra Hernández, un relato gráfico fiel al argumento original pero con un giro que muestra el lado oculto de la luna, porque el doctor F. es una mujer. Una científica de cabello rojo: la madre del monstruo.
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—¿Por qué Frankenstein? ¿Fue una elección tuya o una propuesta de la editorial?
—Fue una propuesta de la editorial. Lo último que tenía en mente era adaptar nada y menos un clásico universal, porque lo que quería era seguir trabajando en mis propias ideas. Así que al recibir la propuesta no me entusiasmé especialmente, porque lo cierto es que yo siempre había subestimado esta novela… por prejuicios, porque ni siquiera la había leído… error. Pero fui a una librería, compré dos traducciones diferentes y la leí. Más bien la devoré, de pronto me parecía un lujo aquel encargo. Grandes ideas contenidas en una trama endiablada… Me abrumaba bastante porque aquello de fácil no tenía nada, pero también estaba deseosa de acometerlo. Ahora siento un enorme agradecimiento hacia la figura de Mary Shelley.
—¿Cuál ha sido tu relación con su novela?
—Ha sido muy fructífera en lo personal, porque me ha llevado a ordenar ideas, a sopesar mi consideración sobre dilemas que plantea. Protagonista y antagonista hacen daño, y mucho, pero también son víctimas, extendiéndose esa condición a inocentes. Por encima de todo, creo, está el tema de la venganza (gran tema), que es el motor de la novela junto con la ambición de desafiar e imponerse a la mismísima naturaleza, suplantando así a Dios. Creo que la inconsciencia, propia del ímpetu y la arrogancia juvenil, de tomar grandes decisiones de forma inconsecuente es lo que desencadena esta tragedia tan tremenda. Frankenstein es muy inteligente pero carece de experiencia y por lo tanto de prudencia, y esa mala combinación, esa inteligencia suya, será su perdición y la de todos los que le rodean… incluida la criatura. Hay que ser conscientes de que nuestra acción puede tener consecuencias indeseadas y de que llegado ese caso no podemos desentendernos, eludir nuestra responsabilidad, porque el daño hecho nos será devuelto y con creces. Me parece una gran enseñanza que transmite la obra de Shelley. Y esta es solo una de las magníficas reflexiones que plantea. Está también la cuestión de que los victimarios han sido antes víctimas, pero aquí se vuelve a plantear el tema de la responsabilidad: ¿es legítimo infligir daño por haberlo recibido? ¿Dónde queda entonces la responsabilidad de convertirse en un individuo moral? La incapacidad para crecer, para asumir la adultez, y las pésimas consecuencias que esto comporta es algo que también destacaría de esta magnífica novela.
—Además de convertir al doctor F. en mujer, ¿pensaste en otras alternativas posibles para darle la vuelta al original?
—Sí, hubo algunas otras ideas, pero introducían cuestiones que en realidad no venían a cuento, me alejaban del espíritu de la novela y desde el principio tuve muy claro que lo más novedoso que podía hacer con esta adaptación era adaptarla con fidelidad. Porque eso es algo a lo que se ha ido resistiendo todo o casi todo el mundo que se ha acercado a este clásico y eso para mí es un misterio. Están las honrosas excepciones de Georges Bess o de Guido Crepax, curiosamente ambas en el ámbito del cómic… Pero ¿cómo es posible que nos haya llegado a través del cine una idea tan distorsionada y pobre de esta novela? Dos cosas tuve claras: cambiarle el sexo al protagonista, porque la metáfora de una maternidad rechazada ya estaba servida, y esa es una cuestión que añade aún más horror a la historia por lo que tiene, supuestamente, de antinatural y aberrante algo tan humano… Y la otra, que el monstruo debía ser una masa oscura e informe, como salida de la tierra. Así lo describe su creador, como “una criatura hecha de barro y vísceras”. No sé si eso es tanto como darle la vuelta al original pero, quizás, sí es algo novedoso que creo que ha sorprendido gratamente a los lectores y críticos. Ambas cosas me daban un poco de miedo, pero ha gustado y estoy muy contenta con la recepción del libro.
—¿Qué crees que añade tu adaptación al mensaje de Mary Shelley?
—Mucha gente ha hecho hincapié en que al cambiar el sexo al protagonista introduzco el tema de las malas madres; ahora, en lugar de ser un creador el que rechaza a su criatura y lo abandona cruelmente a su suerte, es una creadora… y claro, eso es aún más problemático. Comparto esta lectura, de hecho, fue un motivo principal para este cambio, pero por encima de todo estoy convencida de que todos los atributos del protagonista de la novela los podemos encontrar también en una mujer igual de extraordinaria. ¿Por qué no podría contarse esta historia, hoy día, desde la experiencia de una mujer? Simplemente quería contar esta historia que ahonda en temas universales desde la piel de una mujer, porque esas cuestiones también nos explican a nosotras. Y si yo puedo identificarme con el protagonista leyendo la novela, no veo por qué no podría un hombre identificarse con la protagonista de este cómic.
—¿Cuánto tiempo has invertido y qué fase del proceso fue la más dura?
—Un año, aunque con dos parones, uno bastante largo. La parte que se me hizo más cuesta arriba fue la escritura del guion en el tramo final de la historia, era necesario hacer un ejercicio de síntesis importante… y eso es un quebradero de cabeza si se quiere hacer de cierto modo.
—¿Se puede vivir exclusivamente de las novelas ilustradas?
—Curiosamente, los autores son los que lo tienen más difícil en esta industria. Sin ellos no hay industria y aun así son el eslabón más débil de la cadena. Me cuesta aceptar esta paradoja. Y la tendencia es cada vez mayor, estos días se está viralizando el hashtag #ComicsBrokeMe que llega desde EEUU, donde los autores, cada vez más, ven cómo la industria que alimentan les da la espalda. Y si también está pasando allí… Me diversifico, así es como sobrevivo. Soy ilustradora, a secas. Pero si pudiese elegir, si pudiese vivir de ello, me dedicaría en cuerpo y alma a hacer cómics.
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Autora: Sandra Hernández (adaptando a Mary Shelley). Título: Frankenstein. Editorial: BANG. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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