Foto de portada: Josele Bort
Hay novelas que comienzan con una gran explosión y luego se diluyen en un mar de páginas. No es fácil aguantar un pulso narrativo tan fuerte durante mucho tiempo. Por eso resulta tan fascinante Muerdealmas, de Santiago Álvarez (Alianza de Novelas, 2022), un libro que arranca con un breve capítulo que te deja pegado al sillón… y es solo el aperitivo de lo que vendrá. Porque la historia es un crescendo constante, una carrera desquiciada por la supervivencia y la cordura, con tensión permanente y giros radicales. No, las librerías no suelen encontrarse con obras así, tan personales que queman en los dedos.
Estamos ante uno de los libros del año. No es una pregunta, sino una afirmación. Muerdealmas es un impacto en la mesa de novedades, un huracán de aire fresco para un género tan manoseado como la novela negra. En Zenda hemos podido charlar con Santiago Álvarez sobre los secretos que oculta esta tierra de lobos.
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—Los que hemos leído tus obras anteriores vemos un salto en este nuevo libro, tanto en personajes como en tono y trama. ¿Por qué este cambio?
—Creo que hay que buscar continuos desafíos en la literatura. Alan Moore dice que cuando alguien consigue cierta maestría en algo, debe abandonarlo de inmediato. Yo simplemente me comparo conmigo mismo, y me di cuenta de que necesitaba ir en una dirección diferente. Necesitaba hacer algo osado, intenso, y con una apuesta estilística por medio. De esa manera deseché otros proyectos más convencionales y me lancé a escribir Muerdealmas.
—Has llevado la figura del narrador no fiable a un nuevo paradigma. De hecho, la novela está contada en primera, segunda y tercera persona, dependiendo del momento.
—Era una de las decisiones estilísticas necesarias para llevar la novela a donde quería. Siempre me ha fascinado lo que se conoce como el narrador no fiable, y me pareció una buena opción la segunda persona para que Abel le echara encima al lector toda la confusión que lleva dentro. Luego vino el oscilamiento de las personas gramaticales, para transmitir el desequilibrio que en ocasiones aflora. Estoy muy satisfecho de cómo ha quedado.
—Abel es el protagonista principal. Junto a su familia, pasean por el filo de la navaja durante toda la historia, investigando tanto lo que sucede en el presente como un suceso muy complejo que ocurrió en el pasado.
—Abel muestra nuestro lado urbanita y un modelo de familia que conocemos, en el cual tanto él como su mujer y su hijo se necesitan desesperadamente para salir adelante. Abel se encuentra desorientado tras salir del psiquiátrico y recibe la dudosa herencia de una casa en Muerdealmas, que no es precisamente el sitio que uno elegiría para recuperarse, aunque al principio lo parezca. Tras instalarse con su familia, Abel verá cómo afloran ciertos recuerdos de aquel lejano verano, junto con una amenaza que ese lugar va insinuando. Abel investigará el suicidio de su tío y se irá sumergiendo en una atmósfera opresiva que pone en riesgo su equilibrio hasta que… bueno, habrá que leerlo, ¿no?
—¿Qué puedes contarnos sobre los Osset?
—Esta familia es un clan, y se define por una jerarquía muy estricta, una serie de normas de conducta propias y un territorio. Al revés que la familia de Abel, los Osset son una manada: estarán siempre para defender a los suyos hasta el último aliento, pero necesitan que cada uno de ellos se sostenga en pie por sí solo. Hablan poco y se entienden con los silencios, parecen tener una sintonía chamánica con la naturaleza, o eso nos parecería a los urbanitas. Sus nombres (Ibón, Ventisca, Jara, Peña) de los Osset invocan a su pertenencia a la tierra.
—Se suele decir que una buena novela negra comienza con una frase impactante. En tu caso es todo un capítulo.
—Y la cosa es que al principio ese capítulo no existía. La novela empezaba con Abel saliendo del psiquiátrico y viajando a Muerdealmas, hasta que me di cuenta de que no funcionaba. Tenía que mostrar qué se iba a encontrar cuando llegara ahí, que el lector conociera a los Osset antes que Abel. Así que intercalé escenas que muestran la crisis de ese clan antes de la llegada de Abel y su familia. La primera escena es un resumen de qué significa ser un Osset.
—Qué gran personaje es Ventisca.
—Ventisca es la hermana menor de Ibón Osset, el líder del clan que domina Muerdealmas. La familia es un clan patriarcal en el que ella tendría que haber quedado relegada a tareas más domésticas, y más al ser una mujer seca, es decir, incapaz de concebir. Hay algo indómito en ella (y eso es mucho decir siendo ya una Osset) que la ha hecho aguantar tempestades. Ventisca se ha hecho dura, rocosa y con cierta brutalidad para sobrevivir, pero es muy consciente de su elección. Hará todo lo posible por evitar que su familia se resquebraje. Podemos imaginar que, siendo Muerdealmas lo que es, no va a ser una cuestión sencilla.
—Cuando crees que no puede existir nadie más temible que la familia Osset, presentas a los Piedelobo.
—Los Piedelobo son un clan familiar que comparten con los Osset casi todo, menos el territorio (ellos dominan la zona de Zorita del Maestrazgo). Han sido rivales históricos de los Osset desde hace décadas, y hay algo entre ellos a punto de estallar. Pero al contrario que los Osset, gran parte de su furia procede de la estupidez, y no hay maldad más terrible que esa. Los nombres que usé para ellos (Casto, Justo, Cabal) los caracterizan de manera irónica.
—El escenario es un personaje más. Hay quien habla de rural noir, pero va más allá. Presentas un mundo apartado de toda ley, con sus propias reglas y códigos. ¿Tan atrás se quedan algunas poblaciones respecto al resto del mundo?
—Muerdealmas es una novela que nace del territorio. Cuando conocí la Tinença de Benifassà tuve la sensación de retroceder 40 años en el tiempo y pensé que allí podrían darse hechos que en otros lugares de nuestros países serían inimaginables. Eso sí, clanes como los Osset no representan en absoluto a la gente real de la España vacía. Esos serían, en todo caso, los que pueblan las localidades reales de la Tinença. No hay intención de definir, extremar o ridiculizar a ciertos personajes de la España rural. Más bien al contrario, somos nosotros los que nos servimos de esta España vacía cuando nos da la gana, llegamos allí para un fin de semana y queremos que nuestro hotel rural tenga wifi y nos preocupa cargar la batería de nuestro móvil. Nos comportamos como una plaga de langostas y ni nos damos cuenta. Somos dos mundos distintos, condenados a estar en cierto tenso entendimiento, sin entendernos del todo. Ese enfrentamiento fue el que me interesaba.
—Mezclas el género del thriller con pinceladas de terror. Es una obra complicada de comparar con la narrativa actual.
—No lo hice conscientemente pero me lo dicen mucho. Y suena a piropo. Cualquier cosa que muestre tu obra como algo personal y diferente al resto lo es. También hay momentos dramáticos de cierta delicadeza ruda, escenas donde lo terrible deja paso a algo más apegado a nuestro corazón, que son de hecho los que más me conmueven. No pensaba en géneros, la verdad, solo en qué herramientas usar en mi historia.
—¿Cómo son tus vecinos? ¿Algún Osset en el edificio?
—El mundo está poblado de gente como los Osset, pero escucha una cosa: no hay peores lobos que en la ciudad.
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