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Santiago Posteguillo: «Los extremismos siempre tienen enfilado al pensador independiente»

Santiago Posteguillo: «Los extremismos siempre tienen enfilado al pensador independiente»

Profesor, filólogo, lingüista, escritor. Santiago Posteguillo narra con pasión y soltura, y ante cualquier pregunta responde con un torrente de palabras, ideas y opiniones. No teme mojarse. El autor valenciano acaba de publicar El séptimo círculo del infierno, una obra en la que rinde homenaje a autores cuyo talento logró resistir la amenaza del olvido. Un recorrido de prosa ágil y precisa por anécdotas y episodios que persigue contagiar al lector de la intensa curiosidad y el amor de Posteguillo por la literatura. Cada capítulo es un autor, una aventura, un pequeño viaje en el tiempo. Una reivindicación.

De niño se alegraba cuando tenía fiebre, porque así podía quedarse en casa leyendo. Pronto decidió que él también quería escribir libros como aquellos que devoraba. Algo después llegó a la conclusión de que debía empaparse de literatura y se perdió en una universidad de la América profunda –un “oasis de conocimiento”– para regresar como docente de lengua y literatura inglesas que introduce Beowulf a sus alumnos con la escena de la lucha entre Gandalf y el Balrog.

Santiago Posteguillo debutó en 2006 con la publicación de Africanus, el hijo del Cónsul, primera parte de una trilogía ambientada en la Roma de los Escipiones y Aníbal, y que continuaría con Las legiones malditas (2008) y La traición de Roma (2009). Poco a poco, el poderoso fenómeno del «boca a boca» hace que sus libros desaparezcan con rapidez de los estantes de las librerías. Continúa con otra trilogía ambientada en la Roma imperial de los césares, centrada en el ascenso meteórico del primer emperador de origen hispano, Trajano. La componen Los asesinos del Emperador (2010), Circo Máximo (2013) y La legión perdida (2016).

Sin embargo, no sólo de novela histórica vive este autor y docente. Pronto surge la idea de escribir un libro con anécdotas literarias, hechos históricos y obras de arte, revestido de juego a modo de sedal con el que enganchar nuevos lectores. Cuando en 2012 llega La noche en que Frankenstein leyó el Quijote nadie sospecha que será un éxito de ventas. Le sigue La sangre de los libros, y ahora El séptimo círculo del infierno, un paseo alternativo por la vida de aquellos que empuñaban la pluma como arma y que sufrieron persecuciones, exilios y el siempre injusto castigo del olvido. Un olvido que penaliza doblemente a cierto tipo de autores: las mujeres. Brillantes y fundamentales para la literatura, pero ausentes de las páginas de unos libros de historia que escribieron los hombres.

Paradigmático es el caso del cuádruple olvido que sufre la mujer a quien Virgilio considerase la Décima Musa: Safo. Por su griego arcaico, por escribir literatura pagana, por defender el amor homosexual y, lo más grave, por ser mujer. Junto a ella, Buchi Emecheta, Vera Caspary, Mijaíl Bulgákov, Saki, Imre Kertész, Carson McCullers, Concha Espina, la baronesa de Wilson, Cristina de Pizán, Rustichello da Pisa… Desde la antigua Grecia al siglo XXI, de la Inquisición al KGB, el FBI, las dictaduras fascistas y comunistas, el régimen nazi, el exilio, el hambre, el acoso, las guerras, la enfermedad, la censura, el dolor por la pérdida de un ser querido…

Según Dante, en el séptimo círculo del infierno habitan los asesinos. De ahí que cuando Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares decidiesen lanzar una colección de novela policiaca la bautizasen como El Séptimo Círculo. No les gustaba repetir autor entre su selección de títulos, pero llegaron a publicar seis novelas de la misma persona: Vera Caspary. Ella es la auténtica reina del séptimo círculo del infierno, y una de las protagonistas de este libro.

–“…prohibiciones, censuras, guerras, cárceles, violencia de género y campos de exterminio». Son algunos de los mecanismos de los que el poder se ha servido a lo largo de la historia para fomentar la ignorancia, la incultura y el olvido. ¿Seguimos haciendo esto mismo con tanta habilidad?

–Sí, sí, constantemente. Sin embargo, han aprendido marketing: hoy son infiernos más sutiles. La destrucción de la cultura, o más aún, el intentar alejarla del gran público, se hace con cosas como IVAs culturales, el no actuar contra la piratería –que es una forma de empobrecimiento cultural–, no dar presupuestos suficientes para la adquisición de libros en las bibliotecas… Todo envuelto siempre en explicaciones edulcorantes: «Sí, hay recortes, pero es que hay recortes en todo». Ya, pero en una cosa usted me recorta una parte y aquí me recorta todo. Lo dulcifican, pero la idea siempre es la misma: que cuanta menos gente lea es mejor para el poder. Por mucho que se llenen la boca de lo contrario, sus acciones los delatan, porque no hay un apoyo importante a la cultura en España, y además se lucha contra la industria cultural.

"La idea siempre es la misma: cuanta menos gente lea, mejor para el poder"

En este sentido, el enfrentamiento con el cine es paradigmático, y no digo que desde el lado de esa propia industria no haya cuestiones en las que deberían tener otra perspectiva, pero en Estados Unidos es impensable que se ataque a una industria que no se puede medir por las ventas de entradas. Por ejemplo, la gente va a tomar café a Starbucks porque es una marca que sale en las películas, y eso es un intangible, toda esa proyección cultural que ocurre a través de esa industria. Que nuestro país siempre se lo cargue es una pena. Y luego está el ataque a las humanidades con lo de intentar eliminar filosofía, historia, latín, arte y griego. Nunca te van a decir claramente «lo quitamos para que la gente no piense», sino «es que hay que poner más matemáticas y más ciencias, que son más útiles», cuando luego el científico solo va a poder medir la ética de sus descubrimientos si ha estudiado filosofía antes. Lo que quieren son científicos robot.

–Eduardo Galeano, uno de los autores que menciona en este libro, afirmaba que «enseñar es enseñar a dudar». La idea lleva dando vueltas desde Sócrates.

–Esto es lo que intento hacer con mis estudiantes, les voy cambiando las lecturas según veo el patio. Este año en Introducción a la Literatura Británica estamos leyendo Rebelión en la granja. ¿Por qué? Porque estamos en un momento donde se nos venden revoluciones, pero hay que tener cuidado con ellas. Cuando aparece Old Major, el cerdo que ha tenido el sueño, empieza a decir que el enemigo es el hombre. ¿Por qué? «Porque nos roba». Y a la hora de leer eso, yo me digo «esto suena». Suena a algo. A los alumnos les digo que busquen conexiones con lo que pasa hoy día, y les digo que se puede no coincidir conmigo, ni con Orwell, pero que lo que no se puede es no leerlo. No te voy a bajar la nota por que me des una interpretación diferente. ¿Si vale o no vale para que reflexionen? Pues a unos les valdrá más y a otros menos. Pero yo intento eso, enseñar a dudar. En mi libro hay un ejemplo del profesor Hamlet. Ese tío era la pera. La frase demoledora para mí fue: «No solo has de leer aquello con lo que estás de acuerdo». Porque si no, acabas en el pensamiento único. Si solo oímos la emisora en la que estamos cómodos, solo leemos ese medio de prensa concreto y solo hablamos con un círculo de personas específico, que es lo que hacen los independentistas, pues esa es la única realidad y el mundo entero para ellos. Y hay mucho más.

–A la propia tendencia del ser humano a acomodarse en ese círculo, se suman ahora las redes sociales, que nos envuelven también en ese tipo de burbuja.

–Sí, sí. Y yo lo que les digo a los chavales es que tienen que romper esa burbuja. Como me imagino que prensa en papel no leéis mucha, si os informáis de lo que sea a través de una red social, me parece bien, pero informaos también a través de otra diferente. ¿Que escucháis música de una emisora? Vale, pero también escuchad otra de cuando en cuando. Y si lo hacéis por Spotify, comprad también alguna vez canciones que normalmente no compraríais. Siempre tenéis que hacer algo a lo largo de la semana que de natural no haríais.

–¿Tan peligrosa sigue siendo la literatura, la figura del escritor, el intelectual…?

–Sí, porque no es lo mismo que a la gente le hable alguien que no tiene formación y que no sabe expresar las ideas de una forma bien organizada que el que les hable alguien que tiene un prestigio cultural y que pueda decir que tal o cual gobernante está actuando de forma incorrecta y que además lo explique claramente. Eso al gobernante le incomoda más. No es lo mismo que te salgan cuatro manifestantes con un eslogan –aunque tengan razón– que un premio Nobel de Literatura, o de la Paz, o de Ciencias, diciendo que se han cargado la investigación del cáncer en la Comunidad Valenciana, por ejemplo. Los cuatro manifestantes con la pancarta no impactan tanto. Por eso les molesta, y entonces vuelve la eterna historia: se intenta seducir al escritor, atraerlo al círculo y si lo aceptas eres maravilloso y eres muy querido…

–Es el caso de Mijaíl Bulgákov en la URSS.

–Es el caso paradigmático: de favorito a asesinado. A lo mejor aquí no es tan extremo, ¿no?, pero sí se pasa de que te inviten a ciertos eventos culturales, y que te den cierta cancha en ciertos medios, a que ya no te vean, que desaparezcas. A mí en Cataluña se me ha entrevistado mientras he querido responder en catalán, porque lo hablo sin ningún problema y con la ilusión de poder leer el Tirant Lo Blanc de Joan Martorell en el original, y eso es un disfrute y un placer, pero cuando transforman un idioma en algo impuesto entonces me rebelo y hablo en castellano. Y ya no me sacan.

–Hay una constante a lo largo del libro: el olvido. En el caso de las mujeres suele ser doble, por el mero hecho de ser mujeres. Puede ser por hablar el idioma inadecuado, por ser demasiado religioso, por no serlo en absoluto, por tener la nacionalidad equivocada… En resumen, por no encajar exactamente en un molde prefabricado.

Concha Espina, por ejemplo. ¿Cómo se puede ser republicana y a la vez católica? ¡No puede ser, eso es inaceptable! Y así tenemos muchos en España, como Dionisio Ridruejo

–Está el caso de los escritores refugiados en las embajadas durante la Guerra Civil, también.

–Sí, está claro que un bando tenía más legitimidad que otro, evidentemente, desde un punto de vista legal, pero lamentablemente extremismos hubo en los dos, y los dos tenían enfilado al intelectual independiente. A ninguno les gustaba. Wenceslao Fernández Flórez no acaba en la cárcel, pero pasan de encumbrarlo a aislarlo. Y es el mismo autor. El poder franquista lo asimila como parte de su ideario y luego se dan cuenta de que este hombre piensa por sí mismo, y acabó haciendo literatura ecológica.

–Al final ha terminado siendo un pionero.

–Sí, esa gente va por delante siempre.

–Volviendo a los distintos niveles de olvido, está quien pierde un Nobel por un voto, pero de ahí hasta varias de las autoras que salen en este libro hay mucho campo. Hay varias de las cuales yo nunca había oído hablar.

–No me extraña. En los otros dos libros anteriores de la serie me centraba más en autores y autoras más o menos canónicos, pero aquí trato de literaturas más exóticas o poco visitadas –africana, china, caribeña– que no porque sean menos visitadas por nosotros quiere decir que sean menos interesantes, y hablan de temas universales. Buchi Emecheta está traducida al español, lo cual me hizo mucha ilusión, y ahora voy a poder recomendarla porque alguien –yo no he sido el primero, como se ve– se ha tomado la molestia de fijarse en ella. The Joys of Motherhood (Las delicias de la maternidad) se lo pongo a los chavales en Tercero. Como doy todo en inglés, tengo muchos estudiantes extranjeros, y un día había una chica nigeriana a la que le pregunté: «Mira, yo no conozco Nigeria personalmente. ¿Exagera Emecheta en sus libros?». Y me dijo que no exageraba. El título es totalmente irónico, porque ya te puedes imaginar cómo es ser madre en Nigeria, y el libro confirma cómo puede ser desesperante el grado de marginación que hay con la mujer allí, pero los temas son los mismos, e incluso llega a plantearse al final de la novela la cuestión de qué hacemos con los mayores, o de la diferencia entre el mundo urbano y el mundo rural. Utiliza un ambiente local, que es Nigeria, pero está hablando del ser humano universal. Entonces, me parecía interesante mostrar estos autores a un público español o hispanoamericano que normalmente no pensaría en ellos.

–¿Seguimos teniendo un problema de eurocentrismo? 

–Sí, porque tenemos una cierta actitud de superioridad. Yo lo veo mucho en España con respecto a América Latina. Creo que no hemos montado bien esa relación, o ni siquiera la hemos montado, lo cual es absolutamente estúpido desde el punto de vista económico. Es verdad que ha ido creciendo la relación, que hay empresas españolas que se han situado allí, pero todavía poco para lo que de verdad podríamos hacer. Y en el tema de la industria cultural del español, aunque se han hecho cosas, y ha habido avances durante la democracia, como la creación del Instituto Cervantes, queda mucho más por hacer. Ahí habría que invertir. Se piensa que invertir en hacer doscientas sedes más del Cervantes es un gasto pueril, u ostentoso, o que es tirar el dinero. ¡Por favor! ¿Pero tú sabes el rédito económico que da eso, que tenemos un idioma que se habla internacionalmente y que después del inglés es el más potente? Tú imagínate que los franceses o los alemanes tuvieran a toda América hablando su idioma. ¡La que habrían montado! Habrían montado una red impresionante. Nosotros en cambio lo tenemos, y algo se hace, porque es tan grande que no podemos negarlo, pero no sabemos aprovecharlo. Y repito que no es solo una cuestión de cultura, sino que económicamente también es importante. Este país no sabe aprovechar sus grandes potenciales económicos. Uno es este, su idioma, y otro son las energías renovables, que es una cosa que yo no puedo entender. Cuando voy a Austria veo que los techos están llenos de paneles solares y vengo a España y no están.

–¿El problema es la cerrazón, la desidia, o tenemos un problema de marketing?

–Centrándonos en la cultura y el idioma, tenemos un problema de que nuestros gobernantes no quieren aprovechar ese potencial. No sabría exactamente si es por dejadez, o si es por un plan de mejor no fomentar la cultura en general, aunque económicamente nos peguemos un tiro en el pie. Ya no sé exactamente cuál es, aunque puede ser una combinación de las dos cosas. Pero hay bastante desidia en la clase política, bastante.

–Llama la atención la parte dedicada a Javier Sierra y El maestro del museo del Prado. ¿Realmente siguen existiendo índices de libros prohibidos?

–Todo lo que cuento ahí es tal cual. A mí me lo contó Javier, le dije «hala, venga, ¿de qué vas, tío?», y entonces me enseñó la página web. Éramos más aquel día: estaba Corral, estaba Poyato, y nos entretuvimos mirando a ver qué decía de nosotros. Yo me quedé un poco triste que no era el F3 [risas], pero estoy trabajando seriamente. Creo que con la siguiente no lo conseguiré aún, pero dame dos novelas más y seré el F3.

–Lo sorprendente no es que exista un índice “censor” de acuerdo a una moral religiosa, sino que haya librerías, incluso en instituciones como el Prado, que sigan sus pautas. 

–Eso es lo que no me parece bien. Por supuesto, igual que Zenda puede calificar libros y decir cuáles están bien o mal en base a una ética personal o a una crítica literaria, pueden llegar estos de delibris.org, por ejemplo, y decir que tales libros no les parecen bien desde el punto de vista de una moral cristiana, pero lo que está mal es que una concesión pública de tanto renombre como el museo más importante de todo el país siga los dictados de un índice de libros de una ideología marcadamente extrema, y que cuando cambie el gobierno se sigan las directrices de una web de Podemos, por ejemplo. Lo que tiene que estar son los libros que sean relevantes, y un libro que se llama El maestro del Prado, que va sobre interpretaciones alternativas de las grandes pinturas de ese museo, tendría que encontrarse allí.

–Muchas reseñas y artículos mencionan la cantidad de mujeres que tiene este libro –y es cierto–, pero son exactamente la mitad de los autores incluidos. ¿Tan relegadas estamos que sorprende tanto que seamos la mitad?

–Totalmente. Eres la primera que se ha fijado en hacer la cuenta, porque yo siempre se lo tengo que decir a los demás. «No las habrás contado, pero son el mismo número». Simplemente al hacer la igualdad ya parece que hay muchas. Y no lo hago, cuidado, buscando esta «paridad» políticamente correcta, que yo de lo políticamente correcto estoy ya muy hasta las narices, porque es una dictadura y al final no se pueden decir las verdades. Yo no voy a reescribir la historia de la literatura inventándome escritoras relevantes que no hubiera, pero sí puedo revisarla, yendo siglo por siglo, y te encuentras a Safo, por ejemplo, de la que un tal Platón pensaba que escribía muy bien…

"De lo políticamente correcto estoy ya muy hasta las narices, porque es una dictadura y al final no se pueden decir las verdades"

–… La décima musa. Y Cristina de Pizán, la primera escritora profesional. En su caso la discriminación suele ser doble, por un lado por ser mujeres, y por otro por religión, ideología, etc.

–Claro. Es un hito histórico. Pero ¿y su calidad literaria? Si la aristocracia francesa e incluso la realeza le pagaba dinero para que hiciera la biografía de sus familias, digo yo que sería ella mejor que cualquier otro Fulanito que anduviera por allí. A lo mejor es que escribía muy bien, ¿no? Pues sí, escribía muy bien, y es un hito histórico, pero no se la conoce, porque la historia la han contado los hombres. Yo no le veo otra explicación.

–Tenemos a una poetisa comparada con Machado, a la Mozart de las letras americanas, a Concha Espina, que rozó el Nobel… No tenemos mujeres mediocres aquí. La baronesa Wilson, que se recorrió todo el continente americano escribiendo y dirigiendo o fundando revistas culturales…

–La baronesa Wilson era una personalidad que se salía del mapa. Eso de ir fundando revistas culturales allí por donde no las había… [risas] Es tremendo, es una personalidad que se sale totalmente. Ahí utilizo la herramienta de hablar de la relación con José Zorrilla, porque él sí era muy conocido, para atraer al lector a la historia, pero no quiero que el lector se quede con esa anécdota, sino con la personalidad de esta mujer. Que por cierto pasó de él.

–Los tres son libros muy fáciles de leer, muy dinámicos, «ligeros». Son muy didácticos, disfrazados de juego. ¿Tanto necesitamos el juego y la diversión para aprender?

Docere delectare. Lo decían los latinos: enseñar deleitando. Yo creo que no tenemos que transmitir que en el proceso de aprendizaje no tiene que haber esfuerzo. Tampoco tenemos que llegar a eso, y a los chavales tenemos que meterles en la cabeza que hay que esforzarse, cosa muy difícil hoy en día por lo que proyecta la televisión basura sobre todo: que sin esfuerzo puedes ser famoso y ganar mucho dinero. Pero dentro de eso tampoco está mal que por parte del docente encuentre fórmulas para que lo que esté enseñando resulte entretenido, porque normalmente desde el entretenimiento se consigue más aprendizaje. Y esto es un poco reflejo de cómo son mis clases en la universidad. Estos libros míos surgen cuando estoy dando Introducción a la Literatura Británica y tengo que explicar la tradición literaria inglesa desde el Beowulf, el poema medieval, hasta el siglo XXI en tres meses.

–Dicen que introduces Beowulf usando la escena de lucha entre Gandalf y el Balrog de El Señor de los Anillos.

–Sí, sí, lo hago. Y se te quedan callados ahí, con cara de pensar que este tío está zumbao. Pero sí, es relevante porque Tolkien era experto traductor del inglés antiguo, su cátedra era sobre eso y él recuenta todo aquello para otro público. Y para explicar Shakespeare vemos Shakespeare in Love, porque es muy divertida y porque el guion es de Tom Stoppard, un dramaturgo británico del siglo XX experto en Shakespeare. A veces Hollywood contrata a gente decente. Él hace un guion con muchos guiños literarios que la gente normalmente en la película no ve, pero que cuando yo se la pongo a los de Segundo se los explico: «Ese Kit es Christopher Marlowe, y ahora vamos a leer algo de este autor». El niño que revela que Viola De Lesseps es una actriz, no un actor, será en el futuro un autor famoso por sus obras muy violentas en la época isabelina, y Stoppard lo saca diciendo: «A mí en el teatro lo que me gusta es cuando sale la sangre», y tal. Todo eso me da juego para explicar mucha literatura, porque es un guion de alto contenido literario, pero también presentado de una forma muy ligerita.

–¿Tenemos entonces un problema de método en los institutos, quizás?

–Más de financiación. No me gusta cargar las tintas sobre el docente.

–No, yo me refiero al sistema.

–Al sistema sí. A mí me quieren invitar en muchos institutos para que vaya a dar charlas, porque a lo mejor están utilizando estos libros, lo cual me ha emocionado. Me han pasado un par de cosas muy chulas con estos libros. En Literatura Universal y en Lengua Española los están usando como lecturas recomendadas, o igual lo fotocopian, que me da igual –para eso lo que haga falta–, o los recomiendan comprar, sobre todo los dos primeros, que ya están en ediciones de estas de siete euros, más accesibles. Lo que no puede ser es que te quieran invitar y la ayuda del ministerio pueda pagar el viaje pero no la estancia. ¿Qué pasa, que la estancia me la tengo que pagar yo? ¿Cuarenta estancias me tengo que pagar si voy a todos los institutos de donde me llaman? ¿Qué chorrada de ayuda es esa? Si le das a un instituto dinero para que vaya alguien, tendrás que hacerte cargo de sus gastos, y ya no digo siquiera que le pagues por su tiempo. Tampoco puede ser que para un profesor que tiene un montón de estudiantes y un montón de faena sea luego todo complicadísimo si se quiere llevar a los chavales a un museo.

–Hay bastantes voces de docentes quejándose de que cada vez tienen más burocracia y más papeleo. Del encorsetamiento.

–Y en la universidad pasa igual. Una compañera cogió a su clase, los metió en un avión y se los llevó al Museo Británico y a la Biblioteca Británica –eran de Estudios Ingleses–, y no sabes la de follones que ha tenido. Otro profesor, de Arqueología, siempre se llevaba a los chavales a un campo de arqueología, y un día le vino no sé qué vicedecano nuevo que habían metido, con la letra de todas las normas, y le respondió: «Llevo haciendo esto veinticinco años, y yo no voy a rellenarte todo eso. Ya tengo bastante con reservar el autocar y llevar a los chavales allá. Ya no lo hago más». Eso es lo que no puede ser, ni que un profesor que haga todas esas actividades no tenga ninguna recompensa económica si trabaja más. Esto falla mucho en el sistema. Como toda la vida, hay profesores mejores y peores, claro, pero el sistema actual es de una «burrocracia»…

–Muchos profesores hablan de los temarios también. Frente a la importancia de conocer los clásicos, insisten en que antes de leer un Mio Cid o un Quijote hay que crear un lector.

–Yo estoy con esto. Es delicado y es un debate complejo, porque también podrías decir: «¿Y entonces cuándo se van a leer el Mio Cid o el Quijote?». Como decían los griegos, a veces el punto medio es el lugar de encuentro. Cuando yo estaba en la universidad americana, en las asignaturas de literatura había un temario abierto. El profesor decía: «Hay que leerse estas novelas, pero luego hay que leerse tres más a tu elección». Lo único es que se lo tenías que decir al profesor antes. Era muy bonito, porque él te daba unos mínimos, pero luego te dejaba mano libre para explorar. Fue entonces cuando descubrí a Carson McCullers. Entonces, ¿por qué los chavales no pueden leer a Laura Gallego o cualquier otro autor con empaque entre el mundo juvenil? O las reediciones de Enid Blyton. Que puedan ellos elegir algunos libros además del Cid o el Quijote, cuya importancia deben conocer. Ese punto deberíamos trabajarlo.

–Estos libros también se están usando en un programa que hay en Colombia para apartar a los chicos del narcotráfico.

–Sí, a mí esto me dejó muy impresionado. Me lo contaron en la Escuela de Administración, Finanzas y Tecnología de Medellín, donde fui a dar una conferencia. Estos libros no sé si se venderán mucho o poco, porque evidentemente no los hago por el impacto económico –vendería más haciendo solo novela histórica–, pero con lo que me comentaron ahí ya me vale.

–¿Esperaba que llegaran a tener ese tipo de calado?

–No. Sí pensaba llegar a un público más juvenil para fomentar la lectura, o a lectores que ya leen pero que no se imaginarían leyendo a autores de este tipo, o que quieren recuperar los clásicos. Y esto se ha ido cumpliendo. Para ser libros de relatos, que vendan unas decenas de miles de ejemplares no está mal, porque el relato corto nunca ha sido muy popular, salvo las grandes excepciones de los grandes maestros, tipo Cortázar o Poe.

–Es un género que está resurgiendo en España, gracias a autores como José María Merino o Cristina Fernández Cubas, por ejemplo.

–Sí, durante mucho tiempo en lengua española el relato corto se refugió en América Latina. Cortázar, Borges, Rulfo… Ha habido grandes cuentistas allí, pero en España no tanto.

–Diecisiete cartas de rechazo hasta que consiguió usted publicar.

–Sí, pero creo que es lo típico y habitual. María Dueñas y yo nos conocíamos de antes de empezar a publicar, porque los dos éramos de Filología Inglesa, pero nunca nos habíamos confesado que escribíamos novela, por pudor. Y un día, habiendo ya publicado novelas, tomamos un café en Cartagena y empezamos a hablar de editores y agentes, y me dijo que tenía «una novelilla» y tal. Una novelilla que luego resultó ser El tiempo entre costuras, fíjate tú la barbaridad: una primera novela de mucho éxito, que es algo que solo pasa ocasionalmente. Esto también se lo intento transmitir a la gente cuando hago talleres de literatura creativa, porque luego vienen varias decepciones en serie. Primera, el no conseguir publicar. Segunda, el creer que vas a ser María Dueñas, o Zafón. Y no, lo normal es vender mil ejemplares y date con un canto en los dientes. Y si consigues vender la tirada y que te hagan una reedición, eso es un éxito. Pero que puedas vivir de esto, no. ¿En España qué podríamos contar, veinte escritores que puedan vivir de escribir, si llega? Yo lo estoy intentando desde los veinte años, y me decían que no continuamente. Lo que pasa es que uno es persistente, y yo me lo creía mucho, aunque te hacen dudar. Cuando todo el mundo te va diciendo que no, llega un momento en el que te lo planteas. Pero con Africanus ya tenía mucha esperanza, creía que estaba muy bien trabajado y había mejorado mucho respecto a cuando tenía veinte años. Era un poquito triste. Me acuerdo que vino con el embarazo de mi mujer, fue aquello de que te llega el niño con un pan bajo el brazo.

–En este caso fue un libro publicado, el primero de la trilogía sobre Aníbal y Escipión el Africano. ¿Qué le fascina tanto del mundo romano?

–Con la novela histórica yo intento saber de dónde venimos para entender dónde estamos, y en ese sentido uno de los momentos cruciales que explica dónde estamos ahora es el imperio romano. ¿Por qué? Porque la Unión Europea de hoy es posible, con todos sus defectos y limitaciones, porque ya existió con ellos, y ahora estamos intentando volver a recomponerla. A veces caemos en errores que ya estaban, como la corrupción, pero desde Caledonia hasta Turquía todo era uno, y entender aquello nos puede ayudar a entender lo bueno que tenemos en Europa, y también sus problemas.

–Como el Brexit.

–También. Cuando la cosa se torció, fue de los primeros sitios de donde los romanos quitaron sus legiones, o sea que también podríamos hacer muchas metáforas y comparaciones. Pero estuvieron allí, y por eso tiene sentido saberlo. A los ingleses siempre les gusta decir que nunca han sido invadidos [risas]… ¿Hasta dónde miras, chaval? Porque Julio César, Claudio y Agrícola entraron allá hasta el fondo, y Septimio Severo aún más, que hay campamentos hechos en el norte de Escocia por él. Los políticos siempre se acuerdan solo de lo que quieren. Y luego, desde el punto de vista dramático, Roma es muy versátil. Puedo traer al relato todo tipo de cosas impactantes y hasta cinematográficas: gladiadores, gladiadoras –que me preocupo de recordar que había–, carreras de cuádrigas, magnicidios, lucha eterna por el poder… Es tremendo, y muy novelesco. Entonces, esa conjunción de que históricamente me interesa para entendernos hoy en día y la panoplia tan grande de recursos dramáticos hace que realmente esté muy cómodo en esa época. Tengo interés por otras, pero siempre voy a estar revisitando Roma, hay ahí muchas cosas que contar.

–Son trilogías que han servido para hacer más conocidas a nivel popular figuras históricas como la de Trajano, el protagonista de la segunda trilogía. El primer César hispano, un líder atípico que llama la atención en la época en que vivimos.

–Tampoco podemos trasladarlo, pero él sería el déspota ilustrado. Técnicamente era un dictador militar, como emperador romano, pero fue de estos que ocasionalmente pasan por la historia, que en lugar de gobernar pensando en su enriquecimiento personal o en su hedonismo de disfrutar la vida, gobernaba pensando en la gente, y eso es muy sorprendente. Hay incluso un libro llamado Política social de Trajano escrito en los años 20 en España. Hacía política social, luchaba contra los corruptos, no buscaba el lucro, si había guerra iba él en persona a la batalla, y si se rompía el frente iba a primera línea de combate, y de hecho lo hirieron. Eso no lo hace un tío egoísta, que se hubiera quedado detrás. Yo cuando leí todo esto me dije que era alguien interesante. Luego tuvo sus defectos, como que era alcohólico, o que no supo resolver el tema de la sucesión. Y el suyo era un matrimonio pactado pero no maltrató a su mujer, como sí hará Adriano.

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Santiago parece hacerlo todo –escribir, dar clases, atender la enésima entrevista de la semana­– con entusiasmo. Está firmemente convencido de que quienes ostentan el poder nunca quieren que la gente lea. Le preocupa Cataluña, le fastidia ese enésimo intento de romper Europa que es el Brexit y le enfada que en el país en el que descubrió unas universidades que eran oasis de conocimiento ahora campe un presidente que justifique a los supremacistas blancos. Aunque nada parece molestarle tanto como los recortes en el presupuesto español para bibliotecas. Nada extraño en un autor capaz de describir las librerías y bibliotecas de la Antigüedad con la misma minuciosidad con la que redibuja batallas que cambiaron el mundo.

Culto, leído, apasionado de la Antigua Roma, narrador de anécdotas fascinantes… Las historias de Posteguillo nos llevan de Aníbal y Escipión el Africano a Trajano, el César hispano que soñó con un Imperio casi sin límites. Por sus páginas desfilan gladiadoras sármatas y sabias vestales. Narrativa histórica o divulgativa con guiños constantes a las cuestiones presentes. Safo y una mujer refugiada llorando en una playa; Buchi Emecheta y la lucha de una mujer maltratada, pobre y madre de varios hijos; Iris Wilson y Sergio Pitol y su lucha contra esa trampa que es la pérdida de la memoria, tan ligada a la identidad; Argos, el perro de Ulises, y Excálibur, el perro de una enfermera infectada con ébola.

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–En uno de los capítulos habla de Argos, el perro de Ulises, pero sobre todo de Excálibur y la falta de recursos y protocolos adecuados frente al ébola.

–Lo que yo quiero es un laboratorio de nivel cuatro en España. Yo puedo aceptar que la decisión en aquellas circunstancias era la que tenía que ser, pero no que desde que mataron a Excálibur no se haya invertido nada en tener un laboratorio de biología de nivel cuatro, porque ¿acaso no vamos a volver a tener otra crisis? Tenemos un montón de misioneros y gente de ONGs por toda África. ¿Por qué no va a volver a pasar lo del ébola? Cuando pase vamos a estar exactamente igual, y eso es lo que me rebela.

–Lleva usted veinticinco años de docente…

–Veinticinco en la Jaume I. Más si contamos los típicos tiempos de interino, cuando te echan en junio para no pagarte el verano, que te lo pasabas esperando a ver si te cogían otra vez para septiembre.

–¿Qué le ha aportado todo eso?

–He tenido siempre dos vocaciones: la primordial, que es la de escribir, y la docente. Incluso daba clases particulares a mis compañeros cuando estaba en BUP. De latín. La docencia bien entendida es bidireccional: el docente tiene que estar dispuesto no solo a enseñar, sino también a aprender de los chavales, porque cuando estás rodeado de gente joven de 18 a 22 años, algunos de ellos muy inteligentes, es muy interesante saber qué piensan, cómo razonan, y descubrir ideas que no se te habían ocurrido. Y eso es muy bonito. Tienes que dejarles una cierta libertad. Una vez puse un trabajo sobre literatura y cine, o literatura y música, cualquier cosa comparada, y uno me dice: «¿Puedo hacer literatura y videojuegos?». [risas] Primero me vino una risa así como a ti ahora, luego le dije que vale, y aprendí un montón. Yo no sabía que hay libros que se publican entre versión y versión de una saga de videojuegos para saber qué ha pasado en el medio, y los chavales se lo compran. Me parece fascinante. Y luego están los videojuegos basados en obras literarias. Me descubrieron todo un mundo. Pero tienes que estar abierto a poder ver todo eso. Estar con gente joven es estimulante, aunque yo también lo vivo como una responsabilidad, porque quieras que no, eres un modelo para ellos en muchas cosas, y yo intento ser un razonable buen modelo, desde el cuidar mi pronunciación en inglés hasta que las lecturas que les proponga puedan aportarles algo en la vida más allá de aprender unos contenidos, que también hay que cubrir, porque luego muchos querrán hacer oposiciones para profesor de secundaria, y deberían poder decir: «Anda mira, este tema, este, este y este otro los tengo cubiertos con lo que Posteguillo nos dio». Eso también me lo agradecerán luego.

–¿Y la pasión por la literatura cómo empieza?

–Yo lo de contar historias siempre lo he tenido, siempre me ha gustado mucho. Además, en mi casa se fomentaba el leer. Yo recuerdo estar enfermo y a veces estar contento de estar con fiebre, porque me podía quedar en casa leyendo. Y me cogía los libros de Enid Blyton, y uno detrás de otro. Ahí te vas formando, y un día piensas: «Yo quiero hacer esto».

"Cuando veo lo que está pasando en Cataluña lo mínimo que puedo decir es que cuando sales a un púlpito a fomentar el odio estás jugando con fuego, y lo mínimo que puedo pensar de esas personas es que son absolutamente irresponsables, cuando no tontos"

–La constante es olvidar lecciones de historia, cada generación reivindica unos nombres y sepulta otros, se enroca en opiniones e ideologías sin aceptar la más mínima disidencia… ¿Hay alguna forma de romper el círculo?

–No hay forma, a lo que se ve, de conseguir que la naturaleza humana evolucione a la par que la tecnología. Como el ser humano tiende a buscar una sociedad gobernada por poderes que buscan controlar y manipular a la gente, no nos queda otra que seguir luchando por la utopía generación tras generación, sabiendo que nunca vas a conseguirla. Ese es el contrapeso para evitar caer en distopías como Un mundo feliz o 1984. Como un poder tira para allá y nosotros tiramos para acá, pues nos vamos quedando en medio. Lo ideal sería que cada vez tiremos un poquito más hacia adelante. Yo quiero pensar que algo hemos evolucionado. Los Derechos Humanos fueron un avance. Bueno, pues ya los hemos escrito. Antes no estaban. Ahora tenemos que luchar para que se cumplan. En unos países se cumplen más y en otros menos, pero al menos sabemos para dónde tenemos que tirar. Por ejemplo, con el tema de los homosexuales en el mundo occidental estamos en el buen camino, porque cada vez está más desestigmatizado, pero es tan fácil caer para atrás… Cuando veo lo que está pasando en Cataluña lo mínimo que puedo decir es que cuando sales a un púlpito a fomentar el odio estás jugando con fuego, y lo mínimo que puedo pensar de esas personas es que son absolutamente irresponsables, cuando no tontos. Y lo peor de lo peor es estar gobernado por un tonto. Es mucho mejor estar gobernado por un perverso. Un perverso no quiere cargárselo todo, porque entonces ya no tiene nada ni a nadie que gobernar, pero el tonto es mucho peor. El tonto me da mucho miedo.

"A la democracia también se la puede engañar. Democracia real es un sistema legal con elecciones libres, pero lo más envuelto posible en cultura y gente inteligente"

–¿Son tan peligrosos los enfados de la gente? Parece que nos enfadamos y se vota a Trump, nos sentimos frustrados y se vota un Brexit, nos recortan y unos gritan «nos roban», otros «a por ellos, oé»…?

–Sí, claro que son peligrosos. Hitler salió elegido democráticamente, así que cuando me hablan de que las urnas en sí mismas son democracia, pues no. A la democracia también se la puede engañar. Democracia real es un sistema legal con elecciones libres, pero lo más envuelto posible en cultura y gente inteligente. Eso es la mejor democracia. Franco hizo referéndums, y cuantísimas dictaduras han hecho votaciones totalmente adulteradas. Eso es una falacia. Tú puedes defender cualquier idea, pero no puedes imponerla. Eso es nazismo. Y estoy preocupado, porque ya no sé si es perversión o es tontería. Y la tontería con poder es muy peligrosa.

–¿Puede ser un problema vinculado a las ganas de gratificación instantánea? Lo queremos todo ya, lo queremos ahora y para ayer. Sabemos que los cambios verdaderamente efectivos son lentos, pero parece que nos cuesta aceptarlo.

–Sí, hoy la gente joven está muy educada en esa línea, con el tema de las redes sociales. Yo intento transmitir a los chavales que hay dos virtudes muy importantes en la vida: la paciencia y la reflexión. Hoy en día, como una página web no se cargue en dos segundos te vas a otra a buscar la misma información. Lo hacemos todos. Y cuando alguien dice que los chavales hoy no leen ni escriben, yo les digo: «Joer que no, están todo el día leyendo y escribiendo en el móvil» (risas). Otra cosa es lo que leen y lo que escriben, pero eso no está mal, con lo que hay que tener cuidado es con lo fulgurante. Es cierto que se desarrollan una serie de destrezas muy interesantes con todas las tecnologías digitales, pero no necesariamente hacen de eso una persona completa. Hacen falta otras cosas. La lectura de un texto más extenso, continuada, que no te permita hacer clic y saltar a otro sitio, te obliga a centrarte, y así desarrollas otras virtudes, como la reflexión, que es muy importante. Yo les digo: «Haced lo que hacéis, pero dentro de ello incorporad también leer libros, sin importar si es en papel o digital, pero sí que no te permita saltar de un lado a otro».

Fotos: Editorial Planeta. 

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