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Santiago Posteguillo en Sigüenza: «No entiendo cómo se puede dar una clase de literatura aburrida»

Santiago Posteguillo en Sigüenza: «No entiendo cómo se puede dar una clase de literatura aburrida»

Fotografías: ©Victoria R. Ramos.

Santiago Posteguillo llega al antiguo castillo que se alza sobre Sigüenza apenas un par de días después de nuestra primera entrevista en un céntrico hotel madrileño. En plena gira promocional de su último libro, El séptimo círculo del infierno (Planeta, 2017) su paso por esta fortaleza reconstruida y reconvertida en reclamo turístico y espacio cultural es casi un paréntesis. Pese a su aire discreto e incluso tímido, encaja en el patio de armas. No en vano lo suyo es la Historia, la estrategia, las batallas como las que vieron estos muros, el rescate del pasado, escrito o vivido.

En el Salón del Trono aguarda una heterogénea mezcla de asistentes. Algunos portan ya pilas de volúmenes de alrededor de mil páginas en precario equilibrio esperando al momento de las firmas. Otros llevan bajo el brazo libros más ligeros, esos que rescatan anécdotas literarias y escritores olvidados y que, pensados para adolescentes, han terminado llegando a un público mucho más amplio, abriéndole nuevos horizontes lectores.

Se hace el silencio. Desde que el director del Parador de Sigüenza inaugurase estas Noches Literarias y otros eventos culturales —también se escudriña el cielo y sus misterios desde una de sus torres en otras jornadas nocturnas— los asistentes habituales saben que cada cita es diferente. Quien conoce a Santiago Posteguillo, docente, escritor, divulgador de una calidad que pocos alcanzan, sabe que ese aire de introvertido despistado desaparece en cuanto sube al estrado o comienza la charla y el comunicador enamorado de Roma y de la enseñanza toma el mando. Con él todas las presentaciones, entrevistas y charlas se hacen cortas. Y el público que no lo sabe aún no tarda en descubrirlo y escucha fascinado en silencio. No importa la edad. Hoy todos podrían ser cualquiera de los alumnos a los que imparte clase en la Jaume I.

El valenciano, inmerso además en la escritura de su próximo libro —dedicado a algún gran personaje injustamente olvidado, cómo no, del que no quiso revelar el nombre—, se prestó a hablar de todo lo que fuera preciso. Desde su amor a la paella que hace su esposa, pasando por los recortes en Humanidades, el uso de seudónimos, el eterno encanto de Roma, su fobia a los aviones, qué es un calambur, o sus métodos para dar clase.

Asegura Posteguillo que tan sólo una vez se ha planteado emplear un seudónimo, para escribir un argumento con una mezcla de géneros «un poco salvaje», aunque aún duda si se atreverá algún día. De lo que no hay duda es de que a Roma va a estar «volviendo con toda seguridad intermitentemente a lo largo de toda mi carrera literaria, porque es una época que me parece muy interesante seguir narrando, pero no desdeño adentrarme en otros terrenos, como la novela negra, o hacer alguna mezcla, o bien tratar alguna otra época histórica».

Sobre otros géneros, como la ciencia ficción, asegura que siempre le ha gustado, pero no cree que vaya a escribir nada de ese tipo. «Es un género que respeto mucho, y además creo que es complementario de la novela histórica. Las dos preguntas que normalmente se hace cualquier persona a lo largo de su vida son de dónde venimos y adónde vamos. Lo primero te lo responde muy bien la novela histórica y lo segundo la ciencia ficción».

"Las dos preguntas que se hace cualquier persona son de dónde venimos y adónde vamos. Lo primero te lo responde muy bien la novela histórica y lo segundo la ciencia ficción"

Ramón Ongil, director de Comunicación de Paradores, destaca que Posteguillo tiene algo en común con Isaac Asimov: fobia a los aviones. Al parecer, una vez que tenía que volar a Katmandú, en 1992, se sintió mal, aplazó el vuelo, y el avión en el que iba a ir originalmente se estrelló. Su invitado lo confirma. «Sí, estaba visitando una zona de templos por la India, y tenía un vuelo al día siguiente, pero me dio una especie de lipotimia y no me encontraba bien. Lo hablé con las personas con las que iba, decidimos que no teníamos prisa y seguimos recorriendo la India. Yo tenía entonces veintipocos años y no había móviles, así que solo hacía llamadas una vez a la semana más o menos cuando estaba fuera. Al llegar a Calcuta vi la noticia en un periódico local y dije a mis acompañantes que teníamos que llamar a casa enseguida. Llamé, lo cogió mi padre y me soltó: «¡Sí, hombre, ahora llamas!» [risas] Dos de los fallecidos eran españoles, así que él había llamado a la embajada, y allí le habían dicho, tras unos segundos angustiosos de espera, que yo no estaba en la lista de pasajeros. Y entonces se dijo mi padre: «Pues ya llamará este cretino cuando le dé la gana». Hasta entonces yo había volado mucho, pero desde entonces le cogí un miedo irracional. Ahora prefiero viajar en tren, pero no siempre es posible».

Afirma Santiago que «todos los escritores, incluso haciendo novelas de hace dos mil años, usan su propia experiencia personal y sus sentimientos, porque si has de explicar un enamoramiento, por ejemplo, tienes que acordarte de cómo te enamoraste tú, o si vas a explicar un momento triste recuerdas momentos tristes tuyos para poder transmitir esa conexión al lector. Lo que pasa es que esa conexión con tu vida propia puede ser más o menos notoria, pero todo lo que escribes está conectado con tu propia experiencia».

En El último círculo del infierno se rescatan anécdotas como la puesta en marcha de la revista La Luna: «Fue la primera revista española que se hizo en el exilio, en la embajada de Chile en Madrid, donde estuvieron refugiados durante la Guerra Civil varios escritores republicanos, como Antonio Aparicio. Donde estuvo esa embajada hoy hay un Burger King, cosa que yo no habría dejado hacer, por memoria histórica, o al menos habría puesto una placa», sentencia Posteguillo, que prosigue hablando de los olvidados. Como Gutenberg, por ejemplo. «Vivió y murió en la miseria, porque le robaron el invento de la imprenta. Primero no creían en él, luego se lo plagiaron y nunca se le dio en vida el reconocimiento que merecía. En la Historia humana hay un antes y un después de la imprenta en la difusión de la cultura. Es otro de los relatos que sale en La sangre de los libros, y creo que el reconocimiento a Gutenberg hay que hacérselo, aunque sea tardío».

De la imprenta pasamos al origen de expresiones cotidianas, vengan del latín o de juegos de palabras como el calambur. «A mí me gusta mucho recordar el origen de palabras o expresiones de origen griego o latino que aún usamos hoy en día. En La legión perdida, por ejemplo, explico de dónde viene la expresión «craso error»: de un general romano llamado Craso, que fue uno de los mayores inútiles de la Historia y que llevó a Roma a un desastre militar en el año 53 aC contra los partos, donde murieron él, su hijo y decenas de miles de legionarios, más una legión entera, presa del enemigo. Si además de leer algo entretenido puedes llevarte algo de conocimiento cultural o artístico, pues mucho mejor».

En cuanto a los calambures, en el libro hay uno de Quevedo, una anécdota que está entre la leyenda y la realidad. «Supuestamente, hizo una apuesta de que era capaz de mencionarle a la reina la cojera que ella padecía a la cara. Así que se acercó a ella con dos flores y le dijo: «Entre el clavel y la rosa, Su Majestad es-coja». [risas] Ella no se lo debió de tomar muy bien, porque él acabó en prisión, aunque por otra cuestión más subida de tono. Después de aquello de las flores, Quevedo se vino arriba. Y un día la reina le pidió que le dijera un piropo, y al poeta no se le ocurrió otra cosa que esta animalada: «La quiero a usted tanto como a una buena cagada». Ella se quedó muda y lo mandó a la cárcel. Él esperó pacientemente, y en cuanto la reina tuvo un estreñimiento de varios días… lo entendió perfectamente [risas] y Quevedo fue inmediatamente liberado. Quevedo es un personaje absolutamente maravilloso, cuyo anecdotario es infinito».

"Quevedo es un personaje absolutamente maravilloso, cuyo anecdotario es infinito"

Gandalf en las minas de Moria. Bandas de heavy metal para abrir clases sobre el romanticismo británico. Posteguillo es docente por vocación. Y se nota. «A los grupos de heavy metal les gustan los temas misteriosos y épicos, y en la poesía romántica hay mucho de eso. Estoy pensando en gente como Tierra Santa, que hacen una magnífica versión de La canción del pirata. Mis clases son a veces un poco alternativas. Apago las luces y les pongo la canción The Rhyme of the Ancient Mariner hecha por Iron Maiden. Un cuarto de hora de heavy metal, se quedan totalmente descolocados, y luego les digo que esto es un poema del romanticismo británico, escrito por Samuel Coleridge en el siglo XIX, les saco la letra, y es clavada a la de la canción. Así te escuchan más, porque les llama la atención. Para el «Middle English» uso unos raperos de Estados Unidos que han hecho los Cuentos de Canterbury de Chaucer, manteniéndolos en inglés medio, cuya rima no era como la actual, sino que funciona con cuatro sílabas acentuadas por cada verso, que van creando un ritmo. Estas cosas a mí siempre me ayudan mucho, y de hecho estos libros de relatos son en alguna medida una transposición de mis clases de literatura. Pero sin examen al final».

Docentes, alumnos y cenas

Tras la firma de ejemplares se cambia de escenario y entre manjares y velas el escritor preside mesa y salón. Llegan aquí las preguntas de estudiantes de secundaria y profesores, de lectores que se han quedado a la cena, de curiosidad espoleada por lo insólito del escenario y por la amabilidad de unas respuestas que, lejos de buscar la huida o la brevedad, persiguen dejar huella. Santiago Posteguillo reina en la sala.

—¿Qué libros se llevaría a una isla desierta?

—Como decía Elias Canetti, en El Quijote están contenidos todos los saberes del mundo, y dado que él es un Premio Nobel de Literatura, algo sabrá, pero por comentar otros títulos menos conocidos, yo me llevaría Persuasión, de Jane Austen, que va sobre segundas oportunidades. En la vida todos tenemos derecho a equivocarnos, y esta novela demuestra que sí existen esas segundas oportunidades, pero que hay que saber verlas. Y otra sería Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, que habla muy bien sobre la destrucción de la cultura, y en la que la gente tiene que memorizar libros, porque los libros están siendo quemados por un cuerpo de bomberos al que se ha transformado para esto. Es una obra distópica que hoy más que nunca hay que leer, y el título viene de la temperatura en la escala Fahrenheit a la que arde el papel

—Si pudiera haber nacido en la piel de un personaje histórico, ¿cuál sería?

—Voy a irme a una de mis novelas, y no por egocentrismo, sino porque son las que más conozco. La trilogía de Escipión estuve seis años para hacerla y la de Trajano siete, y en la primera hay un personaje que se llama Plauto, que es el creador de la comedia en latín. Yo me identifico mucho con él, porque le costó mucho conseguir que una obra suya se representara. Ahora mis obras pueden tener una cierta popularidad, pero yo tardé diecisiete años en conseguir que me publicaran una novela. Aparte, él era muy mordaz y muy crítico, y yo también lo soy, aunque más sutilmente. En mis novelas hay mucha más crítica de lo que pudiera parecer, aunque como todo lo sitúo hace dos mil años muchos no se dan por aludidos. Cuando me preguntan que dónde encuentro inspiración para todos esos debates tan fratricidas en el senado romano, yo respondo: «Pues de mi departamento de la universidad». Ha habido incluso algún compañero de departamento que me ha felicitado sin darse cuenta de que él era el modelo para uno de los personajes más perversos. [risas] Y eso siempre me ha llamado la atención: el perverso nunca se ve a sí mismo.

"De ser algún personaje histórico sería Plauto: le costó mucho publicar y era muy mordaz y muy crítico. Yo también lo soy, aunque más sutilmente"

—Después de tanto tiempo intentando publicar, ¿qué sentiste cuando lo conseguiste?

—Fue un momento muy especial. Te dicen que los niños llegan con un pan bajo el brazo, y en las navidades justo anteriores al nacimiento de mi hija en enero de 2006 me llamó un editor para decirme que sí estaba interesado en la novela Africanus. Fueron muchas cosas al mismo tiempo, y por una vez, en aquel momento el libro no era lo más importante para mí. Recuerdo que tuve una discusión con quien me llamó, porque era de una editorial muy pequeña, que ya ni existe —en España esto ocurre mucho— y le parecía que la novela era demasiado larga. Conectándolo con lo que decía antes, Africanus es el comienzo de la historia de Escipión y Aníbal, y él decía que yo quitara todo lo que no tuviera que ver con eso, o sea toda la parte de Plauto. Y yo dije que no. Entre otras cosas, porque solo me pagaba seiscientos euros. Si hubieran sido diez mil, a lo mejor. [risas] Así que me puse chulo y dije que o se publicaba como estaba o que no se publicaba. Y así fue. Luego me ha dado mucha satisfacción que algunos profesores de instituto me han dicho que el capítulo 80 de Africanus, donde Plauto estrena su obra, lo usan para explicar el nacimiento del teatro clásico en Roma. Que si los actores no se atrevían a salir a escena y los emborrachaban para que salieran, que si vomitaban, que si tenían que cambiarse la peluca… Contado así, le quitas esa aparente distancia académica y clásica. ¡Qué va! Ellos lo hacían para que la gente se riera. Esa parte era muy importante y no podía cortarla. Así que por un lado estuve muy contento, pero por otro tuve que luchar para que se publicara al completo, como yo quería.

—¿Por qué ha elegido la Antigua Roma como escenario de sus novelas?

—Para entender el mundo de hoy en día es necesario saber que esto ya existió. Si existe una Unión Europea hoy en día, con todas sus limitaciones y problemas, es porque ya había existido antes, desde Turquía hasta Caledonia, y sobre ese poso se ha podido edificar la UE después. Explicar de dónde venimos nos ayuda a entender mejor dónde estamos, y por eso vamos a seguir haciéndolo.

"Para entender el mundo de hoy en día es necesario saber que esto ya existió. Si existe una Unión Europea hoy en día, con todas sus limitaciones y problemas, es porque ya había existido antes, desde Turquía hasta Caledonia"

—¿Qué era lo que hacía a las legiones romanas especiales entre todas las demás fuerzas de combate de su época?

—¿Has visto la escena inicial de la película Gladiator? ¿No dan como mucho miedo los bárbaros? Pues esa escena lo que muestra es que los romanos eran igual de animales que los otros, pero organizados, totalmente jerarquizados, que era la diferencia esencial. Respondían como una maquinaria perfecta en las maniobras de batalla, y por eso fueron casi invencibles durante siglos, hasta que llegó su decadencia. En la Edad Media la gran mayoría de batallas eran de caballería o asedios, y no volvió a recuperarse una gran unidad de infantería organizada hasta los tercios españoles, que funcionaban como las legiones romanas, y que también ayudaron a crear un imperio. Hasta la llegada de las armas de fuego, esas unidades tan organizadas eran lo que de verdad funcionaba. Alejandro Magno también lo había hecho con la falange macedónica, aunque ciertamente combinada con la caballería. La organización era la clave. Y una tremenda disciplina: saber intercambiar la primera línea con la segunda usando pasillos, de forma que siempre hubiera tropas frescas al frente, saber resistir una posición… Luego también se dependía de qué emperador, general o legatus tuvieran. No se combate igual con Domiciano a dos mil kilómetros de distancia que con Trajano en el propio campo de batalla, atendiendo en persona con su grupo de singulares las posiciones más necesitadas. Si el mismísimo emperador está en primera línea, ¿cómo me voy a retirar yo? Cuando se combinaba la destreza de estas unidades con un buen mando, eran invencibles.

"Los romanos eran organizados. Respondían como una maquinaria perfecta, y por eso fueron casi invencibles durante siglos. No volvió a recuperarse una gran unidad de infantería organizada hasta los tercios españoles"

—¿Cuál piensa que fue la causa de la caída del imperio romano?

—La batalla de Adrianópolis, por ejemplo, tiene una explicación técnica: el estribo de las caballerías que venían de oriente, como las de los godos. Los jinetes se apoyaban sobre él y tenían mucha más estabilidad al montar. Las caballerías romanas lo desconocían hasta entonces, a pesar de que luego en muchas películas aparezcan montando caballos con estribos, que los directores se han inventado. Cuando juntas una caballería de cada tipo, quien carece de estribos está condenado a perder. Sin embargo esa es solo una de las muchas causas de la caída del imperio: había una cuestión demográfica, otra climatológica que provoca una presión migratoria y la rotura del limes fronterizo, también están enfermedades infecciosas como la peste, palabra que a veces se usaba para todo, como también por ejemplo «viruela»… Luego estaban los gobiernos, con malos emperadores uno detrás de otro. Valentiniano III está, por ejemplo, al nivel de Fernando VII o Puigdemont en cuanto a empobrecer un territorio que gobiernas. Sin embargo, él tenía a un buen general, Aecio, a quien casi nadie recuerda, pero que derrotó a Atila en Francia. Y el imbécil de Valentiniano va y ejecuta a Aecio para evitar que pensara en quitarle el trono. Y a partir de ahí, cuesta abajo, sin frenos y… de esa otra forma. Un desastre. Fue una conjunción de factores.

—He oído que un alimento que usaban las tropas romanas eran las gachas de bellota, pero eso solo podía hacerse durante los tres o cuatro meses del año en que se puede encontrar este producto. ¿Qué logística tenían durante los doce meses del año?

—Usaban gachas de muchos otros productos, sobre todo cereales. Pero también se abastecían localmente, o sea, que comían lo que hubiera en Escocia, Siria o Hispania. Los más jóvenes, que hayan visto a los hobbits camino de Mordor con unas galletas que les dieron los elfos y que duraban mucho y tal, pues algo así también existía, unas galletas de cereales que aguantan mucho tiempo y en cualquier clima, y que además pesaban poco. Eran el equivalente del chocolate de las tropas norteamericanas en la Segunda Guerra Mundial. Los romanos siempre mostraron una gran capacidad de adaptación y también de unificación administrativa y organizativa. Tenían un quaestor castrorum encargado de la intendencia, un puesto que cualquier legatus romano concedía siempre a gente muy eficaz, porque eran consciente de que una tropa bien alimentada y sobre todo con agua saludable era fundamental. Trajano predicaba con el ejemplo y comía el mismo rancho de la tropa, contra el criterio de sus médicos, porque tenía 60 años y no era lo mismo que sus soldados de 20.

—¿Lo de la embajada que Trajano mandó a China está datado?

—Sí, pero como ocurre con muchas cosas de esta época, hay varias versiones. Algunos dicen que fue en época de Augusto y otros que en tiempos de Trajano, analizando los nombres de los lugares por los que pasaron. Como aún se está debatiendo pero la puerta estaba abierta, y a mí me venía bien dramáticamente, lo situé en época de Trajano. Yo creo que nunca se debe cambiar la Historia cuando estás haciendo una novela histórica, pero cuando los datos conocidos te presentan varias posibilidades diferentes tienes que elegir una, no puedes ponerte a hacer un ensayo sobre todas ellas en mitad de la narración. Pero que China y Roma se tenían mucho interés mutuo, eso está muy documentado. Y que los partos, que estaban en el medio, hicieron todo lo posible para que no contactaran, también. Todo esto sale en La legión perdida.

—Preguntando al profesor, ¿cómo consigue que el alumno no solo memorice datos y acumule libros, sino que se le transmita un mensaje?

—Suelo echar mano del mundo audiovisual: canciones, películas, series… Usar extractos de ellas para ilustrar los puntos que quieras demostrar suele funcionar muy bien. En lugar de empezar diciendo «la literatura británica comienza con Beowulf, que es un poema en inglés antiguo» y tal, les apago las luces, les pongo a Gandalf luchando con el Balrog en las minas de Moria y luego les pregunto que por qué les he puesto eso. ¿Porque estoy enfadado por que el ministerio me haya bajado el sueldo tres veces (aunque Montoro diga que no)? ¿Porque estoy loco? ¿O porque está relacionado con el inicio de la literatura británica? Es entonces cuando les digo que Tolkien era profesor de inglés antiguo, y que en esta escena reutilizó material de Beowulf para recontárselo al público del siglo XX. Como no me creen, les doy un texto, les digo que subrayen todas las palabras que tengan que ver con El Señor de los Anillos, y ahí salen orcos, elfos, anillos, Tierra Media, etc. Y es solo entonces, tras dos horas, cuando leemos un poema en inglés antiguo, al final de toda una aventura literaria en clase. Estas cosas a mí me funcionan, aunque es verdad que no siempre, y no en todas las asignaturas, como por ejemplo morfosintaxis, que aún sigo dándole vueltas a cómo hacerla más amena. Lo que yo nunca he entendido es cómo se puede hacer una clase de literatura aburrida. O de historia. Hay suficientes elementos para hacerlo entretenido y divertido. Yo lo que procuro es buscar paralelismos con el tiempo moderno, que es lo que les suele conectar, porque el joven tiende a pensar que todo lo del pasado le es ajeno, hasta que les muestras que en el pasado tenían los mismos problemas básicos que ahora, y que los escritores simplemente les explican eso. Pero claro, es un proceso.

"Lo que nunca he entendido es cómo se puede hacer una clase de literatura aburrida. O de historia. Yo procuro buscar paralelismos con el tiempo moderno, porque el joven tiende a pensar que todo lo del pasado le es ajeno, hasta que les muestras que en el pasado tenían los mismos problemas básicos que ahora"

—¿Qué le parece la poca importancia que se le da hoy en día a la cultura clásica en general y en los planes de estudios en particular?

—Es un error pensar que las humanidades en general, empezando por el latín y el griego y siguiendo por la historia del arte, la literatura, la geografía, la filosofía, todo eso es secundario. Yo tengo la teoría, quizá un poco paranoide, de que desde el poder lo que quieren son robots. Pero claro, el poder ha aprendido marketing y no va a quemar esos libros en la plaza Mayor como si fuera la Inquisición, porque saben que queda mal. Lo que sí pueden hacer es recortar el presupuesto de las bibliotecas o las horas de humanidades en los institutos, pero nunca diciendo «hacemos esto para que ya no tengáis conocimientos éticos», sino «es que hace falta que sepan más matemáticas y más informática». Pero lo que realmente quieren es un técnico que sea un robot de esa disciplina, cuando quien e verdad sabrá si una investigación con células madre es ética o no será quien haya estudiado filosofía. Y yo creo que eso es lo que no quieren: gente científicamente inteligente que además pueda formularse cuestiones éticas. Y yo contra todo eso me rebelo, así que creo que tu pregunta es muy atinada. Lo que hay que hacer es insistir a los que nos gobiernan que todo tiene que estar en el currículum.

"Es un error pensar que las humanidades en general, empezando por el latín y el griego y siguiendo por la historia del arte, la literatura, la geografía, la filosofía, todo eso es secundario. Desde el poder lo que quieren son robots"

—¿Cómo es su proceso creativo y cómo se planifica?

—En el caso de la novela histórica, lo primero es enamorarse de un personaje, tanto que merezca la pena tenerlo en tu despacho durante años, porque claro, ir al despacho a escribir sobre un tío al que no aguantas… Y así me ocurrió con Escipión y Trajano. Ahora, ¿cómo lo cuento, cómo voy a estructurar la novela, que es lo más complicado? Incluso a nivel cronológico, porque la trilogía de Escipión lo es, pero la saga de Trajano no. Eso es lo que más me cuesta. Pongo en folios en blanco, con rotulador, qué va delante y qué va detrás, veinte o treinta páginas, todo esto tras haberme documentado entre seis y ocho meses, extrayendo las escenas que para mí son más importantes. Luego pongo los epígrafes numerados con los títulos de los capítulos, y luego me pongo a escribirlo, aunque no siempre empezando por el uno.

"En el caso de la novela histórica, lo primero es enamorarse de un personaje, tanto que merezca la pena tenerlo en tu despacho durante años"

—¿Y eso en tiempo cuánto es?

—Dos años y medio o tres cada novela.

—¿Empezaste a escribir sobre Roma antes o después de visitarla?

—Después. Fui a Roma por primera vez con seis años, con mis padres. Fue un viaje que me impresionó mucho, sobre todo el Coliseo. He vuelto muchas veces. Mi viaje de novios fue a Roma, y después hemos llevado a la niña, y hemos ido muchas veces más. Es una ciudad que no se acaba, porque si te terminas, que ya te costará, la Roma más famosa, aún está la desconocida, donde no hay colas ni va la gente, pero que es apasionante. El lugar donde asesinaron a Julio César, el magnicidio más importante de la historia, donde le dieron las veintitrés puñaladas los senadores (confirmado por el CSIC español), está al aire libre y la gente pasa por delante comiendo pizza sin darse cuenta. Cosas que no están en las guías. Y si te acabas todo eso, está la Roma renacentista, la de Miguel Ángel, la barroca… Es una ciudad eterna. Caótica, pero un museo permanente, donde además se puede comer muy bien. Y además con los italianos nos llevamos muy bien. He ido muchas veces y seguiré yendo.

"Puedes mezclar géneros y obtienes resultados distintos. Si hay crímenes, es novela negra, pero si ocurren en una abadía en la Edad Media, es novela histórica. Pero si en la abadía de los crímenes aterriza un OVNI, es ciencia ficción. Pero aún hay más: como se bajen los marcianos y empiecen a tener relaciones sexuales con la gente de la abadía, entonces eso ya es novela erótica. Y eso se come todo lo demás "

—¿Qué grado de fidelidad a los hechos que han sucedido realmente ha de tener una narración ficticia para ser considerada una novela histórica?

—Muy buena pregunta, y no es fácil de responder. El nombre de la rosa, por ejemplo, la consideramos histórica porque la ambientación es histórica, aunque la trama de asesinatos es ficticia, y además está muy bien recreado todo el conflicto de las distintas órdenes religiosas de aquella época. Tiene algún anacronismo, como la mente tan racional de William de Baskerville en un momento donde no existía ese tipo de pensamiento. Eso es más bien un homenaje a Sherlock Holmes. Entonces, esta es una novela de fondo histórico, pero mucho menor que las mías de Trajano. En las mías tanto la ambientación como la trama central son históricas. Eso no convierte a las mías, por favor, en mejores que la de Umberto Eco, pero sí en diferentes, porque jugamos a niveles distintos de historicidad. Tú puedes mezclar géneros literarios y vas obteniendo resultados distintos. Si hay crímenes, dices que es novela negra, pero si esos crímenes ocurren en una abadía en la Edad Media, eso es novela histórica, porque la ambientación histórica se come a la trama de los crímenes. Pero si se hubiera inventado que en la abadía de los crímenes aterriza un OVNI, eso es ciencia ficción. La ciencia ficción se come todo lo demás. Pero aún hay más: como se bajen los marcianos y empiecen a tener relaciones sexuales con la gente de la abadía, entonces eso ya es novela erótica. [risas] Y eso sí que se come todo lo demás. Con esto quiero decir que a veces llamamos novela histórica a algo que en realidad es una mezcla con otro género, y no es ni mejor ni peor, es distinto. Lo que yo hago está en el núcleo central de la novela histórica. Eco lo mezcla con crímenes y Matilde Asensi o Arturo Pérez-Reverte con aventura, inventando un personaje genial como Alatriste, que la gente ya cree que es histórico incluso. El lector puede decidir, aunque yo prefiero una novela que sea entretenida, pero que se perciba claramente que es sustantivamente histórica.

—¿Es una constante de la Historia que las grandes figuras de cada época sean castigadas por los suyos?

—Hay varias culturas, como las nuestras del Mediterráneo, donde a menudo hemos sido tremendamente miserables con los mejores que hemos tenido. En España esto es muy habitual, porque nuestro pecado nacional es la envidia. Los anglosajones, por ejemplo, respetan mucho más antes de empujar. ¿Cuántas veces hemos acabado con Rafa Nadal o Fernando Alonso en España?

"En las culturas del Mediterráneo a menudo hemos sido tremendamente miserables con los mejores que hemos tenido. En España es muy habitual, porque nuestro pecado nacional es la envidia"

—¿Hay posibilidad de alguna adaptación a la pantalla de sus libros?

—He firmado algunos contratos, no voy a decir con quién, porque no ha funcionado con los guionistas. Puede parecer que voy de artista caprichoso, pero doy una asignatura de literatura y cine en la universidad, así que entiendo que tienes que hacer cambios, pero claro, llega el momento del desmadre donde en una trilogía con doscientos personajes añaden aún más. Y cuando te enteras de que el último guionista no se ha leído los libros te tienes que preguntar si no estará adaptando Escipión según la Wikipedia. Entonces, acabé con un enfado muy grande, los mandé a la porra y se acabó. Ahora estoy en conversaciones con otra persona, aunque como no veo televisión no reconozco nada de lo que ha hecho antes, así que estoy viendo en DVD alguna cosa suya anterior para ayudarme a decidir, y me está dando buenas sensaciones. Es muy difícil, porque cuando empiezas a hablar de batallas con ochenta elefantes, los productores se ponen nerviosos, pero si se adaptan mis sagas tendría que ser a serie, incluso de varias temporadas, por tema de metraje.

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