El mayor ornamento de una persona es su habla refinada y dulce. El resto de adornos se vuelven insignificantes ante el habla.
Niti Satakam
En sus largas horas de trabajo, desde un retiro solitario en el que en realidad jamás está sola, la escriba Lorena Ordóñez desbroza palabras y los mundos que éstas mueven. Todos los libros están con ella, susurrando sus secretos. Se entrega en cuerpo y alma por vocación y profesión a un trabajo a veces poco reconocido que requiere mucho tiempo para que aquellos que han depositado su confianza en ella se sientan satisfechos. Lorena, elegante y exigente constructora del lenguaje, reseña el alma del artista, buscando las preguntas precisas, el giro inesperado, la intersección de la literatura con sus musas y hermanas, las diosas Euterpe, Atenea y Kora. Ella conduce su diálogo al presente, y al pasado, enriqueciendo los textos con lo que los clásicos aportaron a la memoria de los mortales, y hace de la erudición una condición natural y no una cualidad lejana. La esencia que late en cada historia es su mayor conquista, su aventura diaria. Para Lorena todas son importantes, todas tienen algo que contar, y por ello les dedica exactamente el mismo esfuerzo, pues cada línea trazada ha sido tratada con delicadeza.
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—Querida Lorena, cuéntanos, porque hay un antes y un después en tu vida relacionado con la pandemia…
—Lo hay, así es. Lo ha habido para muchas personas. Un antes y un después sorpresivo, desgarrador por inesperado. ¿Quién iba a estar preparado para lo que hemos tenido que afrontar todos, de una manera u otra? ¿Quién está preparado para algo así? En mi caso fue la quiebra de la empresa de la que era propietaria. De la noche a la mañana se abrió ante mí un agujero negro que lo devoraba todo: los últimos cuatro años de esfuerzos y sacrificios para sacar adelante un proyecto, que como todos sabemos en este país es más complicado que en otros escenarios socioeconómicos. Las ilusiones y sueños para los que había renunciado a muchas cosas en ese tiempo se esfumaron, la alegría de un 2020 que se dibujaba antes de la pandemia lleno de nuevos proyectos para los que había ido labrando alianzas creativas para ofrecer experiencias estimulantes mutó en un monstruo inhumano y devastador. Dos mil veinte tenía que haber sido un buen año para mí y se convirtió en el principio de un paso por el desierto que ha durado cuatro años y del que aún no estoy recuperada. En total, cuatro años para construir un proyecto y otros cuatro para sobrevivir a la debacle, a la destrucción más absoluta de todo cuanto había construido, a la destrucción más humillante, a mi muerte social pasados los cuarenta. Se habla mucho del techo de cristal, pero ¿quién habla del techo de hormigón que es la edad? Puede parecer exagerado, pero cuando lo pierdes todo y el proceso de quiebra de una empresa sigue apisonándote como un elefante, cuando te extirpan de la sociedad al incapacitarte incluso para poder encontrar soluciones a tu situación económica por ti misma, eso es aniquilarte, arrebatarte tu dignidad, es una muerte social de la que muchas personas, lamentablemente, no logran salir. Se aborda francamente poco lo que supone la quiebra concursal de una empresa en este país en el que se suele demonizar alegremente e ingenuamente al empresario, cuando la mayoría son pymes. No tanto en cómo se articula el proceso, sino en la parte emocional de ese trance, la humillación, la vergüenza, afrontar la derrota, y en las circunstancias en torno a la pandemia, la gestión del traumatismo inesperado. El 14 de marzo de 2020 supuso el principio de un periplo muy complicado en mi vida. De ese lodazal nació, no obstante, una nueva persona. Tuve que reinventarme y seguir adelante.
—¿Qué es para ti el lenguaje?
—Todo lo que es un ser humano, el lenguaje lo es todo. El lenguaje es la capacidad innata en el ser humano de crear códigos —que serían las lenguas, tomando como base la definición del estructuralista Ferdinand de Saussure— con la finalidad de comunicar, de establecer relaciones con los otros. El lenguaje nos saca del yo para ir al tú, establece puentes de diálogo entre todos los seres vivos —en relación al lenguaje no verbal o con codificaciones no humanas— del planeta. Sin el lenguaje no hay contrato social, no hay nada. El lenguaje supone la voz de nuestro pensamiento y nuestros sentimientos, de nuestra cosmogonía y cosmología, supone la supervivencia de nuestra parte más genuina, de lo que somos, la manifestación y construcción del logos, del espíritu crítico. Si no fuese tan importante nadie pugnaría por su sumisión, por su control, por su destrucción. Permíteme que rescate las palabras de Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, porque me parecen una reivindicación muy estimulante y, sí, también erótica de una conversación: “El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es «yo te deseo», y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación”. Debemos reivindicar más la erótica del lenguaje, la pornografía de las palabras como movimiento de resistencia ante lo políticamente correcto, que es un movimiento contrario a la evolución del lenguaje y, por lo tanto, al pensamiento.
—¿Qué es V.Iták-Ora? ¿Y Ágora?
—V.Iták-Ora es un espacio virtual dedicado a la cultura, a la reivindicación de las letras en esta época que aplaude el transhumanismo, sometiendo la evolución del ser humano a criterios y componentes ajenos al propio ser humano. De modo que sí, también es un movimiento de resistencia, de venganza de las letras, como manifiesta esa uve inicial. V de vendetta, pero también V de valor y de viaje. Cuando lo perdí todo en la pandemia, ante la desesperación más absoluta, una de las salidas que valoró mi cerebro fue la de acabar con mi vida. Ese pensamiento me sorprendió muchísimo y me hizo darme cuenta de que todos podemos llegar a un punto de desesperación de tal magnitud que la única vía de escape o de encontrar la calma necesaria sea autodestruirnos. V.Iták-Ora es mi revolución, es un jardín donde cultivo libros. Es también un viaje de regreso a lo que soy, mi propio viaje a Ítaca, a mi esencia, a lo que los libros significan en mi vida. Un viaje desde el ahora, ese Ora que conforma la última parte de su nombre, ese hic et nunc, el aquí y ahora, la necesidad de integrar el propio aspecto verbal en ese viaje iniciático. Por resumir, V.Iták-Ora es un viaje de regreso a la conciencia del saber desde el ahora, con la consciencia de su importancia para la supervivencia y un espacio desde el que reivindicar la importancia de la creación literaria. Me gusta pensar que paseo un espejo para que sea el oyente o televidente quien saque sus propias conclusiones gracias a su propio análisis y que se sirva de lo que necesite. Por eso hablo con todo tipo de escritores, de estilos y temáticas muy diferentes. Por otro lado, con Ágora he querido crear un espacio de calma, de invitación al diálogo y la reflexión en torno al proceso creativo de los escritores, un espacio en el que aprender los unos de los otros, compartiendo experiencias de vida con personas que parten en busca de la belleza en toda su dimensión, aunque en ocasiones hayan tenido que transitar por el dolor o el horror para poder rescatarla. Cada programa tiene su hoja de ruta y utiliza un hilo conductor específico, como pueden ser la soledad, el tiempo o la propia creación artística.
—¿Puedes explicarnos en qué consiste ser una redactora SEO?
—Una redactora SEO es una persona que genera contenidos optimizados con base en una serie de reglas de posicionamiento web para que aparezcan en los primeros resultados de búsqueda en internet. Esta actividad se integra en lo que se conoce como marketing de contenidos. Otra vuelta de tuerca del lenguaje, desde mi punto de vista, ya que debemos equilibrar la redacción condicionada por una serie de parámetros con la comprensión lectora humana contentando a todas las partes: respetando por un lado las reglas de los buscadores, y por el otro la intención de búsqueda del usuario o público objetivo. No obstante, la redacción SEO (del inglés Search Engine Optimization) comienza antes, con la detección de la temática a desarrollar, la documentación, la definición de los objetivos, el diseño de la estructura del texto, etc. Idealmente, el redactor SEO trabaja con equipos de SEO técnico para potenciar los resultados. Asimismo, en lo que me compete, trabajar como redactora SEO es disciplina, dado que me obliga a respetar una serie de normas técnicas que no deben afectar a la naturalidad de la redacción. Es algo así como un ejercicio de estilo comparable con La disparition de Georges Pérec, una obra en la que prescinde de la letra “e” en su redacción, que en francés es la vocal más utilizada. Redactar en clave de SEO es un ejercicio de contención y un reto para mí, al igual que una experiencia gratificante, justamente por esa contención. Luego me vengo en V.Iták-Ora, donde doy rienda suelta a mis humores, ja, ja, ja.
—¿Qué deseas transmitir a través de tus entrevistas?
—Amor y respeto por la literatura y por sus creadores, y curiosidad hacia ellos y hacia todos los actores que participan en la actualización de las ideas en potencia, como editoriales, agencias literarias, etc. Me gustaría también transmitir vida. Los libros salvan vidas y siguen sobreviviendo a todas las embestidas históricas de la sinrazón, porque su voz es más potente. Los libros son semillas, ventanas hacia la libertad de pensamiento con sus palabras, pero también con sus silencios, con el lenguaje que habita en las entrelíneas. Todos los libros tienen una historia que contar y deben tratarse con respeto. Me gustaría conseguir transmitir su pálpito y mi amor por la literatura. Intento mejorar, aprender para conseguirlo algún día. Quizá no lo consiga nunca, pero el camino es gratificante.
—¿Tienes algún método concreto de trabajo? Se nota la profusa fase de documentación… ¡Encuentras hasta la música que se puede asociar a un texto!
—Debo respetar una metodología de trabajo para ser eficiente, dado que no se trata de mi actividad principal y porque estoy sola en el proyecto. La optimización del tiempo es crucial. Poco a poco voy aprendiendo a aprovecharlo, algo esencial en todo proceso creativo. Lo que sí cumplo siempre es una suerte de condición sine qua non: no leer ni escuchar ninguna entrevista que hayan realizado al autor que voy a entrevistar. Me gusta llegar virgen a la conversación, salvo por lo que el autor me ha transmitido a través de su libro. En cuanto a la música, en los libros siempre hay música, cadencia, armonía. La música está íntimamente ligada a la vida, y los libros están vivos, por eso tienen música. Y según su vibración, el lector, como me ocurre a mí, puede pensar en uno u otro tema musical que tenga en su repertorio personal. La música de un libro se encuentra en potencia y se actualiza cuando un lector se acerca a él desde su propia experiencia. Ambos establecen una comunicación que crea una banda sonora que solo comparten ellos dos, es algo muy íntimo. ¿Sabes qué es la danza de los planetas? Son las órbitas que describen los planetas con respecto a la trayectoria de la Tierra al girar alrededor del Sol. Se han trasladado a figuras geométricas y resulta un espectáculo embriagador. Pienso que el libro y el lector establecen una resonancia similar. Cada relación, si pudiese medirse, sería una figura especial y bella.
—¿Qué es lo más complejo de este trabajo? ¿Qué dirías que es lo más gratificante, y lo que menos? ¿Y cuánto tardas en elaborar una de tus presentaciones? Puedes compartir si quieres con nosotros alguna anécdota…
—Lo más gratificante es descubrir la pasión y el compromiso de los autores. Cada día soy más consciente de la necesidad de su existencia. Cuantos más autores haya —cuando hablo de autores me refiero a todo tipo de creación literaria, sin sesgos— más evolucionaremos como sociedad. Los libros no dejan de ser un diálogo. El escritor Javier Alandes lo definió muy bien en una entrevista que tuve ocasión de hacerle: “Un libro es una comunicación entre la persona que lo lee y la persona que lo ha escrito, a través del tiempo y del espacio”. Es una definición maravillosa, porque podría aplicarse al amor. ¿Y qué es la literatura sino amor? Lo menos gratificante quizá sea la falta de tiempo, ese mal endémico que nos atenaza a todos para poder dedicarnos a nuestra pasión. Es un trabajo solitario; la soledad del artesano, me gusta concebirlo así. Por otro lado, es complicado hacerse un hueco en toda la oferta de contenido existente en las plataformas, pero ahí estriba el desafío, el reto de intentar mejorar, y mejorar para conseguirlo cultivando cada día la perseverancia y luchando contra uno de nuestros peores enemigos: la desazón. En cuanto al tiempo que tardo en preparar una presentación, depende de cada caso. Voy preparando la entrevista a medida que avanzo en la lectura de la historia, voy tomando notas, conformando la estructura y señalando alguno de los pasajes que voy a utilizar en ella. Dedico tiempo, sí, pero es también una diversión. Me gusta intentar captar las migas de pan que van dejando, de manera consciente o no, los escritores. Debo confesarte que después de todo el trabajo muchas veces me salto mi propio guion, me “autoboicoteo”. Otra de las partes más negativas es la gestión del síndrome del impostor, que es una constante en mi vida, pero he aprendido a vivir con él. Digamos que nos respetamos, al menos por el momento. Como anécdota os diré que perdí varias entrevistas después de haberlas hecho, la mayoría de ellas por no haber hecho eso que un primate podría hacer: pinchar en el botón “grabar”. Cuando lo descubres se te queda una cara de mema que cuesta sobreponerse. No dejan de ser situaciones que te llenan de humildad, ja, ja, ja. Hablar con escritores no deja de ser una anécdota en sí misma, potenciada por los caprichos de la digitalización. En una ocasión (no diré el nombre del entrevistado), cuando conecté con él según lo previsto no estaba preparado aún, pero descolgó igualmente y fue paseándome digitalmente por su casa hasta su habitación para cambiarse. Fue una experiencia muy divertida y me ayudó a conocer una naturalidad que no creí que podría tener esa persona, además de su vestidor. ¡Ay, los prejuicios, qué mal atroz! Los escritores son un crisol de anécdotas, y por eso me siento muy afortunada de poder acercarme a ellos de manera directa.
—¿Este trabajo consiste en abrir el telón y desaparecer para dar paso a los actores, o construir junto a los protagonistas una nueva vida para sus obras?
—Es bonito esto que dices, me gusta mucho la pregunta. Creo que es una combinación de ambos. Evidentemente, yo no soy importante, solo intento decorar lo mejor que sé el escenario para un libro y por extensión para su creador, que son los protagonistas. La criatura pide paso incluso más allá de su autor, extiende sus alas allá donde es leída y objeto de estudio y/o conversación. Mientras se hable de un libro, mientras se lea, sigue vivo. El libro, como un árbol al que está emparentado por su etimología, es una forma de vida inherente a la humanidad, pudiendo convertirse en pura arqueología.
—¿Crees que este oficio está poco reconocido?
—Sí. En una sociedad que no reconoce el valor de la filosofía, las letras son víctimas de una estigmatización constante, por lo que todo lo que tiene que ver con ellas será poco reconocido, por norma general. Hemos perdido como sociedad el respeto al escritor, el reconocimiento a su trabajo y sacrificio, porque muchos piensan que por saber escribir, en relación a emitir un mensaje escrito, se puede ser escritor. Tampoco se es lector sabiendo leer, por otro lado. Se ha perdido el valor de la artesanía en la escritura. Todo se consume rápido, de manera inmediata, sin tiempo para la digestión. No queda poso de prácticamente nada. A veces pienso que nos estamos convirtiendo en gansos que engullen y engullen información sin poder digerirla, hasta enfermar. A todo esto se suma la falta de respeto hacia la propiedad intelectual. Es una aberración. Toda persona que lo justifica diciendo que la literatura es inaccesible parece desconocer la existencia de bibliotecas. En una sociedad así, la literatura y el universo que la rodea sobrevive como puede, y no lo entiendo ni lo acepto. Por eso intento poner mi granito de arena participando en la revolución de las letras. La literatura es uno de los mejores caminos para partir en busca del tiempo perdido, eso es ya una revolución en sí. Proust introduce su Du côté de chez Swann con ese “Longtemps, je me suis couché de bonne heure”. Eso son los libros, canales para reivindicar el kairos frente al kronos, para multiplicar nuestra existencia, pero, y esto es crucial, sin perdernos en ella. Y, por último, no debemos olvidar que en este país, toda persona que desarrolla su profesión como trabajador autónomo, que es lo que ocurre cuando en el mejor de los casos un escritor puede vivir de sus creaciones, no deja de disfrutar de cierta precariedad.
—Cuentas en tu página que deseas estudiar el lenguaje “como origen, objetivo y herramienta en la construcción de las civilizaciones”. Un noble propósito para tiempos decadentes. ¿Cómo quieres seguir haciéndolo?
—Abriendo puertas dentro de mis posibilidades. Me gustaría desarrollar este año un pequeño espacio que he creado recientemente, «Los Apókrifos de V.Iták-Ora», orientado a abordar la noción de espíritu crítico y su implicación en la sociedad de la información. Mi objetivo es ir ampliando las participaciones a todo tipo de especialistas del lenguaje en todas sus manifestaciones, ya sea porque lo utilizan, lo estudian o lo hacen evolucionar. En un futuro me gustaría explotar mi faceta más filológica con algún estudio más profundo, pero aún no es el momento. En estos tiempos de decadencia que nos ha tocado vivir, es más importante que nunca tomar conciencia de la trascendencia del lenguaje. Esto nos ayuda a entender que la información es un activo históricamente ligado al poder, por eso es peligroso no protegerse. Es necesario adoptar una visión crítica ante toda fuente de información hasta contrastarla, sobre todo la que emana de información de referentes establecidos por otros, o la que emana del nuevo dios: la inteligencia artificial. En la instauración de referentes oficiales siempre hay una intencionalidad.
—¿Quieres compartir con nosotros el extraño y premonitorio sueño que tuviste en París?
—Llegué a París con 1.200 euros, con los que tenía que conseguir alquilar algo y lograr pasar dos meses hasta recibir mi primer sueldo. Suelo ser muy optimista en ocasiones. Tuve la gran suerte de encontrar, dos días después de mi llegada, una chambre de bonne, una buhardilla de los grandes edificios haussmanianos del siglo XIX destinada a las mujeres del servicio de las familias adineradas. Trece metros cuadrados sobre los tejados de la ciudad de la luz que, a pesar de lo que pueda parecer, fueron un perfecto y romántico refugio desde el que leía Nerval a los cuervos, pero esa es otra historia. En realidad mi nido era el resultado de la unión de dos antiguas habitaciones de servicio. En una estaba la cocina, que también cumplía la función de entrada, puesto que es donde se encontraba la puerta principal. En la otra había un pequeño escritorio, la ducha, el lavabo y la cama. El baño estaba al fondo del pasillo, en el exterior, y nos lo disputábamos la curiosa fauna que alquilábamos esos minúsculos apartamentos. A los pies de mi cama estaba la ducha y el pequeño lavabo, y en el cabezal una puerta condenada. Una noche soñé que llamaban a esa puerta. Al abrir había un grupo de muertos vivientes que me pedían ayuda. Yo les miraba desesperada porque no me daban miedo sino que sentía una profunda tristeza al verlos, y les preguntaba: «¿Cómo puedo ayudaros?». Ellos me indicaron que les siguiese. Llegamos a un espacio y se pusieron a mover cajas de cartón: tomaban una y la depositaban dos metros más allá. Yo me acerqué y les volví a preguntar qué querían que hiciese para ayudarlos. Ellos empezaron a decir: “Il faut que tu construises, il faut que tu construises” (debes construir, debes construir). Como veis, eran zombis franceses. En ese momento me cedieron una caja y me indicaron que debía moverla a otro lugar. En ella había un brote de una planta, verde y fresco. Y así me pasé un rato en el sueño moviendo cajas de un lado para el otro a medida que ellos iban perdiendo el hedor que desprendían y la tristeza que sentía por ellos se disipaba. Al principio no entendía nada, pero seguía haciéndolo porque comprobaba que les sentaba bien, y a mí también. No sé qué tipo de interpretación psicológica puede tener este sueño, si tiene alguna. Lo que sí sé es que me sirvió como una especie de epifanía en la que entendí en fin a Voltaire y su “cultiver son jardin”. Entendí que lo que debemos hacer pase lo que pase es construir, cada uno lo que sienta que debe construir, pero no dejar de hacerlo. Mientras construyamos hay esperanza, y si hay esperanza las semillas se desarrollan y se convierten en brotes, en vida. V.Iták-Ora tiene mucho de ese sueño. En la debacle económica, social y psicológica en la que me encontraba como consecuencia de la quiebra de la empresa, me puse a cultivar un jardín que sentía que tenía que cultivar. Gracias a él, y por supuesto al amor que me rodea, he sobrevivido. Si yo lo he hecho, todos podéis hacerlo, podéis encontrar vuestro jardín y cultivarlo.
—¿Qué nexos surgen a raíz de tus entrevistas?
—Surgen maravillosos vasos comunicantes entre personas que compartimos pasiones, nacen colaboraciones, y en ocasiones cultivamos la amistad. Son grandes regalos que compensan todo el esfuerzo. Soy muy afortunada, muy afortunada.
—¿Puedes citarnos algún autor o autora que te haya sorprendido especialmente? ¿Y algún personaje ficticio con el que hayas viajado, o aprendido algo que no esperabas?
—Son tantos los autores que me han sorprendido y personajes que me han hecho viajar y aprender… Usbek, el protagonista de las Cartas persas de Montesquieu, me enseñó a mirar en detalle lo que me rodea. Los panfletos de Voltaire, que se puede ser crítico con elegancia y humor… Son muchos los escritores que me han enseñado a situarme fuera de la ecuación para observar el problema. Para centrarme en un tiempo más cercano, y sabiendo que no puedo nombrar a todos los escritores que me han sorprendido, en los últimos años he tenido ocasión de conocer a Luis García Jambrina, uno de los grandes escritores del panorama español, del que destaco su espíritu cuentista, tal y como a él le gusta señalar, su versatilidad, su ironía, su espíritu analítico y la construcción de novelas por estratos. Es una auténtica delicia leerlo e ir eliminando capas y capas de conocimientos. A principios del año pasado descubrí casualmente a Javier Sánchez-Monge por Twitter, o X. Un fotógrafo, filósofo y escritor humanista que está creando un nuevo estilo narrativo de denuncia, dando voz a través de su experiencia a los olvidados de una sociedad que funciona por modas, lamentablemente también para las reivindicaciones. Lo que me gusta muchísimo es que lo hace desde la dignidad, no los utiliza, los dignifica, al igual que hace en sus fotografías. Os lo recomiendo encarecidamente, no os va a dejar indiferentes. Me gusta mucho la aspereza poética de Men Marías y su disección del mal, y las novelas industriales rafaelinas, como yo las llamo, de Rafael Tarradas Bultó son muy estimulantes. Maite Ochotorena es pura inspiración por su constancia para luchar por sus sueños hasta conseguirlos, y esa manera que tiene de convertir la naturaleza en protagonista de sus novelas de misterio. Javier Alandes es otro gran contador de historias que está escribiendo una serie de libros en torno a grandes pintores que son tan divertidas como interesantes. He de decir que uno de los libros que más me han impactado en 2023 ha sido La memoria del hielo, uno de tus libros, Susana, con un personaje absolutamente sobrecogedor, Serguéi, convertido en un moderno Prometeo, lleno, por cierto, de música que equilibra la desesperación, el dolor y la pérdida.
—Dice el texto sagrado hinduista Bhagavad-gītā que la palabra ha de ser verdadera, amable, compasiva, y beneficiosa para la persona a la que va dirigida. ¿Estás de acuerdo?
—Absolutamente, la palabra crea realidades. Algunas personas, cuando he entrevistado a ciertos autores que podríamos tildar de polémicos por su labor profesional, me han recriminado no haberlos puesto entre la espada y la pared, diciéndome que soy demasiado complaciente. No lo soy, en absoluto, no soy complaciente, pero no es mi objetivo crear polémicas estériles o ser hosca. No es mi intención en V.Iták-Ora invitar a una persona que ha creado un libro para hacerla sentir incómoda e intentar comprometerla. No sé qué tendría que demostrar con ello. Para eso hay otros espacios y programas. Mi intención es intentar que las personas que vayan a ver o a oír la entrevista conozcan un poco mejor al escritor, que podamos profundizar en algunos aspectos de la obra, pero nunca juzgar. Además, creo en la inteligencia del receptor. Es él quien debe establecer los juicios y criterios que considere. Me gusta presentar a personas muy diferentes en su concepción de la vida, la política, la religión, la sociedad o la cultura, personas que escriben todo tipo de obras literarias. V. Iták-Ora es un lugar para el entendimiento y la exposición de argumentos, y el debate, si surge, es siempre educado y respetuoso. Debemos combatir el exceso de furia irracional que parece inundarlo todo en ocasiones. En la sociedad de la crispación y la simplicidad argumental, debemos recordar que la palabra puede ser bala o semilla, e incluso siendo semilla debemos ser precavidos ante su posible expansión colonizadora. Debemos ser responsables en su uso. Por eso me gusta esa descripción del texto hinduista con la que has introducido la pregunta. Ya que hablamos de la palabra, me preocupa su sustitución por emoticonos en los intercambios digitales, porque además de simplificar el lenguaje y, por lo tanto, el pensamiento cuando su uso comienza a ser sistemático, apelan a lo emotivo, lo primitivo. Cada vez hay más emoticonos y menos palabras, cada vez hay más irracionalidad y menos argumentos. La palabra es uno de los elementos esenciales, a mi entender, de la arqueología del saber, recuperando el pensamiento foucaultiano. Si perdemos el respeto a la palabra somos menos capaces para analizar los discursos, algo que nos hace más vulnerables a la propaganda y la manipulación.
—Sé que eres luchadora y conoces el precio de ser un librepensador en estos días. ¿Qué te parece a ti la deriva de lo políticamente correcto, y en general del declive de Occidente?
—Qué pregunta tan interesante y tan compleja a la vez. Lo políticamente correcto, desde mi punto de vista, destruye el espíritu crítico, queriendo imponer un pensamiento único. El peligro no se encuentra tanto en prohibir o en censurar, porque la censura es visible. El verdadero peligro para la libertad del ser humano es la implantación de un pensamiento único y que las personas lo acepten por miedo, por pertenencia al grupo, por admiración de una persona, organismo o institución que se presenta como referente. El pensamiento único se instaura gracias a un cóctel de falta de espíritu crítico y cobardía. En cualquiera de esos casos, la duda y el juicio individual son aniquilados. Lo políticamente correcto es una herramienta que se instala en el declive moral, ético y cultural de una civilización, en este caso de Occidente. Nos hallamos en un momento de destrucción. Solo espero que la sociedad de la información tenga la propiedad de mutar rápidamente y veamos un contramovimiento casi inmediato, un renacer intelectual, cultural y moral, porque lo políticamente correcto está ligado a la servidumbre voluntaria. Por supuesto, estoy totalmente en contra de las adaptaciones de obras, escritas muchas de ellas por autores que no pueden defenderse hoy en día, al haber fallecido. Adaptar obras no es modernizarlas o hacerlas más digeribles para los llamados valores actuales, es borrar el pasado y destruir la esencia de la creación. El espíritu crítico nos ayuda a insertar una novela en su época sin deseos de amputaciones anacrónicas. Nos permite entender su mensaje, su denuncia, su visión y constatar de realidades que, nos gusten o no, nos han traído hasta hoy. Y por supuesto, no quiero comités de censores que me protejan de nada. Para eso debe servir el espíritu crítico, y por eso soy partidaria de que el espíritu crítico sea objeto de una asignatura educativa propia, en la que los estudiantes puedan tomar conciencia de su importancia y en la que se puedan desarrollar herramientas para utilizarlo y hacerlo evolucionar. Si no reivindicamos nuestro derecho a pensar, a dudar y a buscar nuestras propias fuentes, de aquí a que empecemos a quemar libros queda muy poco, de manera que espero que la cordura, la inteligencia y la madurez se instalen en nuestra sociedad. Soy adulta y espero que se me trate como tal, no como un niño que necesite que le digan qué y cómo leer, o al que haya que proteger. Más aún cuando no hablar a un niño de la muerte no evita que la muerte lo rodee… Se puede añadir, por ejemplo, respondiendo a una voluntad didáctica, una nota aclaratoria a una novela, pero no cambiarla para que no haga daño, un supuesto daño que decide alguien ajeno a nosotros. Es un intrusismo intelectual inaceptable y propio de una sociedad infantilizada.
—¿Cuáles son tus referentes literarios y por qué?
—Por citar algunas obras: el existencialismo de Bartleby, el escribiente, de Hermann Melville. La penetración de las palabras en la conciencia del ser humano de En la colonia penitenciaria, de Franz Kafka, donde se graba en la piel del reo la sentencia. El Cándido, de Voltaire, por supuesto, por su exposición de la razón frente a la sinrazón. El hermetismo de Marguerite Yourcenar con su L’oeuvre au noir. Yourcenar es una maga de la alquimia del lenguaje. Soy una gran apasionada de la literatura del mal del siglo XVIII francés, heredada de la inglesa y sintetizada en la obra Pauliska ou la perversité moderne, de Révérony Saint-Cyr y su inducción de la virtud al mal. El mal en la literatura es una temática que me ha intrigado siempre, y si hablamos del mal el marqués de Sade es un indispensable. La desesperación del Frankenstein de Mary Shelley, Los cantos de Maldoror, de Lautréamont, la visión aguda de La Boétie, lamentablemente tan actual. Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, fue el primer libro por el que me quedé despierta una noche en la que me preparé para ver la lluvia de estrellas cuando tenía 16 años, y estrellas no vi, pero descubrí una obra que he continuado leyendo a lo largo de mi vida. El segundo libro que me mantuvo despierta una noche fue El adversario, de Emmanuel Carrère. Ambos libros ahondan en el mal y la desesperación desde perspectivas y tiempos diferentes. Los autores del surrealismo francés, especialmente Antonin Artaud, un gran monstruo de la creación. El teatro del absurdo en Becket o Ionesco. La pugna literaria entre Corneille y Racine. Niebla, de Unamuno, con su duda existencial. Es necesario volver a este autor una y otra vez, ahora más que nunca. El itinerario de la muerte en Mientras agonizo, de Faulkner, la locura en un libro sorprendente de Marguerite Duras: Le ravissement de Lol V. Stein. La Ilíada de Homero, por supuesto, está presente en mi vida porque es la vida misma, el realismo mágico de Cien años de soledad, de García Márquez, la inteligencia de Cortázar, la crudeza de Saramago, el sabor a tierra de Delibes. Por supuesto, el color de las palabras de Dickens… Es imposible nombrarlos a todos. Y sé que estoy siendo tremendamente injusta con muchos que no estoy incluyendo. Cada libro, de una manera u otra, se ha convertido en un referente por haber pasado a formar parte de mí desde la admiración, el deleite, la curiosidad o el rechazo.
—Diles algo a tus lectores, porque entre ellos habrá también escritores.
—Gracias. Gracias a los que escribís por crear universos, por derribar fronteras y por luchar por vuestra pasión. Gracias a los que leéis, porque sois esperanza. Mientras leamos nacerán jardines que cultivar. Gracias a los que dedicáis tiempo a V.Iták-Ora. Espero, algún día, estar a vuestra altura y que podamos conformar una comunidad de intercambio de conocimientos y debate. No soy nadie para dar consejos, pero me gustaría daros uno: ignorad las modas y las catalogaciones, provengan de quien provengan. Buscad vuestra literatura: solo así vais a conectar con ella y a disfrutar y aprender de verdad. Solo así seréis libres.
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