Chicago, año 30. Un serpenteante movimiento de cámara nos introduce en el interior de un club nocturno, en el que podemos ver los restos de una fiesta. La cámara espía la conversación de tres conspicuos personajes, unos reyes del hampa mafiosa. Uno de ellos se levanta y abre una cabina telefónica para iniciar una conversación telefónica. La cámara, que jamás descansa, nos deja ver cómo se abre una puerta y avanza un personaje que silba despreocupadamente un aria de Lucia de Lammermoor. La pantalla se transforma en un lienzo de sombras, de siluetas al contraluz, mientras el nuevo personaje mata a tiros al mafioso de la cabina telefónica. Con ese comienzo prodigioso, un alarde técnico, un compendio de sabiduría en la puesta en escena, comienza Scarface (1932), con la que Howard Hawks canonizó para siempre el cine gang, creando un venero, un hábitat del que bebería todo el cine de ese género posterior, incluyendo, sin discusión, la trilogía coppoliana de El Padrino. Scarface irrumpe avallasadoramente en el albor del naciente cine sonoro, usando toda la estética y poética del cine mudo, el silencio que es oro, la imagen como imán de la emoción junto con la tradición operada por el maestro Murnau, la caligrafía de la cámara en movimiento junto a la escenografía de luces y sombra, esencia de la imaginería del futuro cine noir. Años más tarde, Hawks retomaría ese desafío introductorio en Río Bravo.
Scarface está llena, shakespeareanamente, de ruido y de furia. Una película extremadamente violenta, lindando la amoralidad [1]. Es la primera vez, quizás la segunda, tras esa otra obra maestra de Josef von Sternberg de la que bebe Scarface, que es Underworld (La ley del hampa, 1927), en la que el mundo, el submundo de la delincuencia mafiosa, se mira de cara, de tú a tú, sin cortapisas ni coartadas de moralinas, dibujando un entramado de mafiosos amorales, brutales, viciosos, psicópatas de manual, para los que la razón de ser son los negocios y el exterminio del adversario en esos negocios. Hawks y sus guionistas, especialmente Ben Hecht, toman de la inmediata realidad, el explosivo Chicago de las bandas mafiosas de los años 20 y 30, cocido en el caldo de la Prohibición, el argumento, el humus, el decorado social de la película, pero van más allá. Cuando Hecht andaba perdido sobre cómo abordar la película, Hawks le dio la clave: contar la historia de los Borgia en Chicago. Porque Scarface, amén de un ritmo implacable, es una historia de personajes, de un trío amoroso en el que el ascendente Tony Camonte, un Paul Muni que provoca escalofríos en la espina dorsal, su amigo Guido Reinaldo, George Raft, silencioso, una maravillosa actuación minimalista, convergen en Cesca, Ann Dvorak, volcánica en sus maneras, provocadoramente sensual en sus gestos, miradas y sonrisas, la independiente, inteligente y feroz hermana de Tony. Este y Cesca se aman y se casan, lo que provocará la cima de la locura de Camonte. Puro Borgia. El final [2], extraordinariamente brillante, Camonte asediado en su casa por la policía, Cesca emergiendo de las sombras, némesis vengadora, luego hermana rota en amor y furia, es uno de los más oscuros, desesperados, románticos y presuntamente incestuosos de la Historia del Cine, cerrando una película soberbia, inagotable, sensual, desbordante de vitalidad creadora justo cuando el cine sonoro atisbaba el fulgor del clasicismo hollywoodiense.
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[1] Howard Hughes, un maverick en el elitista mudo de los estudios de Hollywood, productor de Scarface, se las tuvo tiesas con la censura: se produjo antes de la entrada en vigor del Código Hays. La película fue prohibida en varios estados, y hubo de ceder en insertar una secuencia, que Hawks se negó a rodar, en la que se condenaba los hechos y personajes de la película.
[2] La censura obligó a rodar un final alternativo que mostrara la bajeza moral, el detritus moral, un ser humano entre basura, de Camonte. Actualmente los DVD y Blu-Ray incluyen el final original y, a veces, como bonus, el promovido por la censura .
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Scarface (Sacarface, el terror del hampa, 1932). Producida por Howard Hughes. Dirigida por Howard Hawks. Guión de Ben Hecht, con aportaciones de W.nR. Burnett, John Lee Mahin y Seton I. Miller, adaptando la novela de Armitrage Trail. Fotografía de Lee Garmes y L. W. O’Connell. Montaje de Edward Curtiss. Música de Adolph Tandler y Gus Arnheim. Interpretada por Geroge Raft, Pual Muni, Ann Dvorak, Karen Morley, Osgood Perkins, Boris Karloff, Vince Barnett, Purnell Pratt, Tully Marshall, Inez Palange, Edwin Maxwell, Harry J. Veja. Duración, 95 minutos.
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