Justo hoy, 1 de septiembre, a las 11.58 horas, se cumple un siglo. Hace 100 años Tokio y su área metropolitana sufrieron el mayor terremoto de su historia. Se le conoce como el gran terremoto de Kanto, el nombre de la región afectada, y no solo destruyó la capital tokiota, sino que devastó las ciudades de Yokohama, Chiba, Kanazawa y Fukuoka. Hubo más de 140.000 muertos en todo Kanto: 105.000 solo en Tokio (5.000 fueron niños). Desapareció la mitad de los hogares y el 70% de las infraestructuras de la ciudad.
Ya hay alguna editorial española interesada en este formidable trabajo académico, trufado de relatos periodísticos en primera persona, que seguro tendrá eco y alcance divulgativo por la gran capacidad que tiene la autora en transmitir lo que ocurrió y las consecuencias del desastre.
El trabajo de Grau no solo se centra en la tragedia de 1923, sino que viaja a la costa reconstruida tras el tsunami de 2011, concretamente se desplaza a 20 comunidades, desde Fukushima a Iwate, en el norte. Y rastrea esos testimonios vivos de hace un siglo “para determinar qué papel y estrategias desarrollan las mujeres en la historia de los desastres de Japón”.
El país nipón es un laboratorio continuo de experiencias dramáticas: asolado por terremotos, tsunami, inundaciones y volcanes, cada 1 de septiembre, en recuerdo del terremoto de 1923, los centros educativos japoneses celebran el Día Nacional de la Prevención de los Desastres. Y los niños, ya desde los tres años, reciben una formación específica sobre qué hacer en caso de terremoto.
Cuando Grau llegó a Japón le sorprendió esta concienciación, que no supone ningún trauma, sino entrenamiento ante cualquier eventualidad. Las víctimas de la tragedia de marzo de 2011 podrían haber sido mucho más elevadas si la población no hubiera aprendido qué había que hacer.
“Me interesa la narración oral de los supervivientes y la capacidad de superación y de sobrevivir a momentos complicados. Los testimonios no suelen salir en la historia oficial”, contó la periodista en un webinar organizado por la Fundación de la Universidad de Salamanca organizado para contar su trabajo.
Se trataba de ir más allá de lo que había hecho Japón en la mejora y el aprendizaje de los errores, cómo se gestiona el desastre, qué pautas de acción son las habituales, y cómo se pueden salvar vidas en el futuro. Hay tres patas sobre las que se trabaja: emergencia, evacuación y reconstrucción. “No es cuestión de volver a cómo estaba una zona, sino en mejorar lo que había antes”, especifica Grau.
Sostiene la autora que la microhistoria permite aprender las lecciones que han desarrollado los japoneses. En este sentido, valora la importancia de las mujeres como colectivo sobre el que es necesario profundizar más. A saber: su gran capacidad de resiliencia y la invisibilidad a la que siempre ha estado sometidas, mucho más en una sociedad tan hermética y jerarquizada como la nipona.
“Nuestras tareas han estado muchas veces opacadas, nuestras actuaciones salvan vidas y nos dan lecciones de supervivencia y liderazgo”, apunta la periodista, que se ha detenido en el caso de Itsuko, una mujer que falleció en 2021 a los 101 años y que fue superviviente del gran terremoto de Tokio.
Dos minutos antes de las 12 de la mañana, cuando los fogones de toda la ciudad estaban en plena ebullición con el almuerzo inminente, llegó el terremoto. Las cocinas se incendiaron y eso provocó un efecto dominó. Cuando Carmen Grau conoció a Itsuko esta tenía 90 años y le empezó a contar su experiencia en el terremoto. Cómo su madre la había llamado para comer. Vivió en Asakusa, entonces un barrio de mercaderes.
Hubo tornados, muchos incendios y una sensación de desprotección tal que se provocaron avalanchas. Itsuko se refugió un par de días en casas de familiares. Llegó a vivir fuera de Tokio, pero volvió a su ciudad. Ella decía que era de Edo, el nombre histórico de la capital japonesa. Tuvo una buena vida, aunque también llena de sobresaltos porque también sufrió los ataques de los aviones estadounidenses sobre Tokio de marzo de 1945, y la durísima posguerra.
Grau observó en su investigación la dificultad para alzar la voz que tienen las mujeres. En las prefecturas afectadas por el tsunami de 2011, principalmente Iwate, Miyagi, Fukushima e Ibaraki, buscó a líderes, escuchó a personas anónimas que querían contar. Nadie las solía escuchar. Le interesó también la visión de los niños. Y habló con enfermeras y sacerdotes de los templos.
También se ha volcado en saber qué pasó con las víctimas del terremoto de Kobe de enero de 1995. Hubo acoso sexual en los centros de evacuación. La policía no creía a las mujeres, pero ellas insistieron y el Gobierno terminó reconociendo el problema: desde 2005 Japón cuenta con un plan nacional con perspectiva de género para los supervivientes.
Carmen visitará hoy el Memorial Hall of Reconstruction (Museo del terremoto de 1923) que está en Tokio, en la zona de Ryogoku. Allí se acordará de Itsuko y de tantas víctimas que no olvida.
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