Hay libros que nunca abandonas. Los dejas porque llegas al punto final. También sabes que volverás a ellos en cualquier momento y serán un refugio. De frases, de finales, de un estilo tan definido, tan particular, que no te suelta, que te invita como el mejor despertar posible. De eso trata La llamada. Un retrato, la última obra de Leila Guerriero recién publicada por Anagrama.
Guerriero, la mejor periodista contemporánea que escribe en español —en crónica, en perfil, en artículo, en entrevista… y en ficción lo sería también, pero no quiere escribir novelas—, exhibe un caleidoscopio de vida que muchas veces lo es sin límite y que también podría parecer (y lo es) la muerte adelantada de una superviviente; y lo estás viendo: la autora cartografía sentimientos, sensaciones, instantes de felicidad, fogonazos de sufrimiento.
La ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada)
5.000 personas secuestradas, asesinadas y torturadas.
30.000 desaparecidos.
Menos de 200 personas sobrevivieron.
Desde la primera página de La llamada sabes que no estás ante un retrato exclusivo de una víctima, sino de todo su entorno. Escuchas el cántico en latín y de repente aparece Silvia en la foto de un periódico. Se describe con exactitud a la protagonista: cómo viste, sus rasgos físicos, ese “flequillo insolente que solían usar muchachas de otra época”.
¿Por qué le interesa Silvia Labayru a la autora de Plano americano? ¿Qué tiene de singular? “No sé qué le ves”, le dice a Guerriero una persona que le da información y le recomienda lecturas relacionadas con el tema. La pregunta se la hacen siempre: “¿Por qué elige las historias, con qué criterio?”. Contesta la periodista argentina: “Quizá con el peor de todos. Una abstrusa y soberbia necesidad de complicarse la vida y, al final, vencer. O no”.
Un año y sietes meses de trabajo concienzudo, con días en que la protagonista contará lo mismo, aportará muy poco a lo ya sabido o bien llegará “una columna de luz, y entonces ella entra en torrente”. Está atenta Leila Guerriero. Cualquier mínimo detalle sirve. Enchufa la grabadora. Es importante que Labayru tenga presente en todo momento que hay una periodista preguntando. No es una amiga, alguien cómplice. Por mucha confianza que al final tengan, aunque haya algunas risas que compartan en medio de un naufragio de terror, este es el retrato tan vívido de una mujer muy “despelotada” que olvida gafas, bolsos y móviles. Un formidable catálogo de despistes.
La escritora evita comenzar con preguntas del secuestro y plantea más interrogantes de la tortura que de la violación. Le apetece saber más de su vida cotidiana antes, durante y después de integrarse en la Inteligencia de la organización Montoneros, grupo armado peronista que luchaba contra la Dictadura militar. Y sabemos su nombre de guerra: Mora.
La narradora:
Tenía la pastilla de cianuro y la pistola en el bolso, pero la aferraron desde atrás para que no pudiera tragar. Tragar. ¿Lo hubiera hecho? Cinco meses de embarazo.
La protagonista:
Estaba en el asiento de atrás, viendo por donde iba. Me bajaron la cabeza recién cuando estábamos entrando a la Escuela de Mecánica de la Armada. Como fui viendo todo el camino, yo dije: “De aquí no salgo”. Era un día precioso de finales de diciembre. Íbamos por la avenida del Libertador, pasamos por el Museo de Bellas Artes. Había árboles y flores, y yo recuerdo que miraba por la ventanilla y me despedía del mundo.
El libro ofrece también claves del proceso creativo de Leila Guerriero. Aparecen WhatsApp —textos y audios — y correos electrónicos que envía la autora. En uno explica que está teniendo encuentros con el círculo de familiares, amigos “y gente que la conoció en diversas circunstancias, no siempre favorables”. También aflora la peripecia de viajes, de pruebas PCR, y poesía, tan presente en la peripecia lectora de la periodista argentina. Y compañeros de Labayru como Martín Caparrós.
Es un largo perfil donde hay entrevistas de otros periodistas que son clave para construir una historia tan fascinante, tan increíble que parece que no es verdad. Y es la verdad fáctica y la verdad literaria, que no inventa, que utiliza todo el armamento de la ficción para lograr una obra extraordinaria.
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